Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Sociedad

Desmontando la Cuba heroica

Historia y actualidad: Vindicación del Partido Autonomista de fines del siglo XIX.

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El fracaso de ambos proyectos

A juicio del patriota Manuel Sanguily, si la propaganda autonomista resultó estéril de cara a España, sirvió, en cambio, para "transformar, aun sin quererlo", el espíritu cubano. Sin cuestionar la soberanía española, la tribuna autonomista contribuyó a concienciar al pueblo cubano sobre el estado de descomposición del régimen colonial, creando el clima propicio para el levantamiento de 1895.

"El análisis tremendo, la disección implacable a que el Partido Autonomista consagró durante 18 años los esfuerzos de su patriotismo y los recursos de su cultura, produjeron en el auditorio aleccionado, que era la inmensa mayoría de la población, el convencimiento de que España explotaba, desangraba, arruinaba a la Isla de Cuba…".

En consecuencia, como demuestran Bizcarrondo y Elorza, la única divisoria real entre autonomistas y revolucionarios habría sido que los primeros fueron incapaces de asumir el deber del sacrificio que emanaba de sus preceptos doctrinales.

En definitiva, tanto el proyecto político radical independentista: la república "con todos y para el bien de todos" de Martí, como el programa evolucionista y moderado de la élite autonomista, fracasaron tras la irrupción del intervencionismo norteamericano.

Durante la ocupación militar se exacerbó la polémica entre antiguos posibilistas y revolucionarios. Mientras que estos culpaban a aquellos de pusilánimes y falsos patriotas, los primeros acusaban a los independentistas de pretender monopolizar el sentimiento patriótico por medios demagógicos y empeñarse en configurar una nueva oligarquía que se aprovechaba de sus hazañas militares para imponer un imaginario nacional que establecía que Cuba no era la patria de los cubanos, sino exclusivamente la patria de los revolucionarios.

Entretanto, el gobierno interventor, previo a su retirada de la Isla, se encargó de dejar bien atados los nuevos instrumentos de control económico y político sobre la emergente república-protectorado, dando lugar a una recomposición ideológica y oligárquica que, sustentada por caudillos y notables, o mejor, por generales y doctores, devino factor emblemático de los peores vicios de la política tradicional cubana.

Adiós a los héroes

Llegados a este punto, cabría preguntarse: ¿acaso hemos avanzado algo de entonces a acá, sobre todo después del triunfo en 1959 de la racionalidad ética emancipatoria?

La misma, por medio de ideologemas tales como "la conciencia revolucionaria", "el hombre nuevo" y "socialismo o muerte", entre otros, ha escamoteado la soberanía, ha establecido la cultura del miedo y ha situado al país al margen de la modernidad, conduciéndolo a la disgregación de la nación y a un retroceso de medio siglo en el desarrollo, destruyendo las familias e infligiendo penas y dolor.

Frente a esta situación, el legado de los autonomistas del siglo XIX recupera toda su vigencia, pues valores como el civismo, la ética y la no violencia deben tomar el lugar que les corresponde en la sociedad para que el ciudadano, la familia y la sociedad en pleno asuman el control de sus destinos, con el fin de realizar un genuino proyecto de reconciliación y refundación nacional que impida que en Cuba se instaure otro poder totalitario.

En este sentido, el Movimiento Cristiano Liberación, con Oswaldo Payá Sardiñas al frente, Premio Sajarov del Parlamento Europeo, puede considerarse que reúne lo mejor de las tradiciones de lucha política del liberalismo cubano cuando basa su oposición al régimen en "sembrar una cultura democrática, de diálogo, de tolerancia, de respeto entre los ciudadanos […] para realizar el cambio en Cuba por medios pacíficos y cívicos y eso significa que los ciudadanos adquieran instrumentos legales, espacios legales para participar dignamente en la vida política, económica y social".

Digamos adiós a los héroes y a partir del valioso legado del pensamiento liberal cubano, seamos capaces de actuar de forma pacífica, en correspondencia con los auténticos valores que harán de Cuba un país donde la convivencia entre personas de diferentes credos políticos sea posible y en el cual se respete el derecho de cada quien a buscar su camino hacia el bienestar material y la felicidad.


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