Actualizado: 25/04/2024 19:17
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El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

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Volkogonov agrega: "Trotsky y Stalin pueden haber sido diametralmente opuestos en términos personales, pero ambos siguieron siendo típicos bolcheviques, obsesionados con la violencia, la dictadura y la coerción". Violencia no sólo sanguinaria sino inhumana. Durante esa campaña, el jefe del Ejército Rojo se negó a que la Cruz Roja llevara alimentos a Samara, en manos de los Rusos Blancos.

Sobre todo, hallé que Trotsky valoraba el poder por encima de cualquier otra consideración y que Lenin no estaba desacertado cuando dijo que era imposible debatir con él, porque un día se aparecía con un argumento y al otro con el contrario.

Trotskismo antitrotskero

Más allá de cualquier vedettismo de ocasión —"soy trotskera y no trotskista", afirma Celia Hart—, estudiar el pensamiento de Trotsky sirve para conocer mejor, aunque no para explicar por completo, las causas del fracaso del comunismo en la URSS y los países de Europa del Este.

Las raíces del desastre y el crimen se encuentran no en el abandono de la revolución mundial, sino en el llamado "centralismo democrático" —un engendro de Lenin para justificar su autoritarismo, que Castro ha seguido al pie de la letra—, la abolición de cualquier forma de producción basada en la propiedad privada, la desaparición de un Estado de derecho y el establecimiento de una economía rígida.

Si bien es cierto que Trotsky fue el mejor planificador entre los jerarcas de la Revolución de Octubre —y también el propulsor de la Comisión de Planificación General del Estado (Gosplan)—, su habilidad no lo salva de no percatarse de la imposibilidad de una planificación económica centralizada.

Hay una cuestión dentro del análisis trotskista, de la que puede valerse tanto el régimen cubano —para distanciarse ideológicamente de la caída del socialismo en Europa Oriental—, como servir de fundamento a una izquierda no castrista para una crítica al gobierno de La Habana.

Trotski consideraba que el estalinismo era una fuerza contrarrevolucionaria, ajena al socialismo. Pero a la vez afirmaba que la URSS continuaba siendo un Estado de los trabajadores —que lo continuaría siendo al menos por un tiempo—, debido a la propiedad estatal de los medios de producción. Este segundo principio fue luego abandonado por los trotskistas ingleses, pero ha servido de excusa a quienes han tratado de aferrarse a cualquier explicación para justificar una defensa de la desaparecida Unión Soviética.

En ambos aspectos hay elementos para que fundamenten sus esperanzas quienes consideran posible un renacimiento del comunismo. Los que piensan que, en última instancia, el estalinismo significó el principio del fin —y que se trató de un fenómeno político aislado, no inherente al sistema y propio de la URSS— pueden estar conformes con seguir apoyando a Castro.

Por otra parte, los que creen que el problema radica en que de la forma que se ejerció, la propiedad estatal de los medios de producción no resuelve los problemas sociales y económicos, sino que los aumenta, deben buscar soluciones alejadas del tipo de capitalismo o "caudillismo" de Estado que en la actualidad impera en Cuba.

Hablar hoy en la Isla del revolucionario ruso asesinado puede ser una buena catarsis. Pero los remedios sentimentales carecen de ejecutoria política, y aunque alguna herramienta puede resultar útil —no precisamente un piolet—, las soluciones hay que ir a buscarlas fuera de Coyoacán.


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