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El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

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Castro, por su parte, no es un verdadero internacionalista aunque lo proclama. Mientras los postulados de los creadores de la Revolución de Octubre fueron fieles a un viejo axioma, que plantea que la política exterior de un gobierno es una prolongación de su política nacional, en el caso de la Cuba de Castro ha ocurrido precisamente lo contrario.

Esta inversión de las leyes —que supuestamente rigen el acontecer de un país— le ha permitido sobrevivir a más de un cambio en el equilibrio de las fuerzas internacionales. Siempre ha tratado de no depender enteramente de otros países para sobrevivir —o al menos ha logrado imponer esa apariencia, con una mezcla de sumisión e independencia única—, pero sí ha sabido aprovecharse de las alternativas mundiales a su alcance.

Literatura y fracaso

Quienes intenten hacer renacer el trotskismo en Cuba tienen que luchar contra una historia de fracasos y verdades a media. Desde la leyenda de que Julio Antonio Mella era partidario de las ideas de Trotsky en adelante, la trama de las vicisitudes del movimiento son muy tentadoras para el novelista —que ninguno haya escrito esta historia sólo se explica en parte por el manto de misterio y censura que la rodea—, pero exigen al político una visión crítica si quiere sacar alguna enseñanza al respecto.

La realidad es que el trotskismo nunca fue una fuerza política importante en la Isla, salvo en el frente sindical. Un grupo pequeño desde el punto de vista numérico, que no logró crear un cisma entre los comunistas cubanos y que jamás conquistó el apoyo de los sectores populares del país.

No se ha demostrado a cabalidad que Mella se mostrara partidario de las ideas trotskistas. No deja tampoco de ser motivo de debate la posibilidad de que fuera asesinado por agentes comunistas y no por testaferros del dictador Gerardo Machado y que Tina Modoti estuviera al servicio de la KGB.

Tampoco es cierto que los trotskistas cubanos apoyaran sin reserva al Gobierno de los Cien Días de Grau-Guiteras, la organización Joven Cuba y el programa de Antonio Guiteras. Más bien fue un intento de penetrar al grupo para desplazar a la pequeña burguesía cubana de la dirección de la lucha y controlar el proceso.

El estudio de este proceso, durante los años treinta, no puede realizarse sólo teniendo en cuenta la bibliografía trotskista, sino también la labor del fallecido historiador Rafael Soler Martínez. Más allá de las posiciones ideológicas, la conclusión es que tanto los seguidores de Moscú como los partidarios de Trotsky luchaban por el control del movimiento obrero y eran igualmente sectarios.

El festín oportunista

El pensamiento y la figura de Trotsky han sufrido la paradoja de atraer a los intelectuales de todas las edades, a los jóvenes aspirantes a revolucionarios y a los políticos frustrados. Al mismo tiempo, de permanecer como un ejercicio de minorías a la hora de una acción política de verdadera influencia en la sociedad.

Esta simpatía no es ajena a un aprovechamiento oportunista, practicado por los mismos trotskistas norteamericanos, que cada año acuden a la Feria del Libro de La Habana para exhibir sus libros, sin importarles un pasado de persecución de sus ideas en la Isla y encasillados en la defensa del régimen cubano como la forma más fácil y segura de practicar su antinorteamericanismo.

El barniz elitista no deja de ser seductor frente al fracaso. Si nunca triunfó la idea de una revolución mundial o fue imposible mantener una revolución permanente, echar mano a cualquier similitud para mantener la esperanza. El renacimiento de la izquierda en Latinoamericana y la existencia del gobierno del venezolano Hugo Chávez son las nuevas tablas de salvación.