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El profeta desenterrado

León Trotsky, Cuba y las catarsis sentimentales sin ejecutoria política.

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Es posible que compartiera las críticas al burocratismo, hacia la URSS y los países socialistas y la necesidad de un intenso trabajo de orientación política. Pero por encima de todo estaba de acuerdo con Castro en que el trotskismo era una fuerza insignificante en el panorama político de la Isla.

Hay además otra conclusión necesaria. Al encarcelar a los trotskistas, Castro no sólo complacía a los soviéticos. También se quitaba del medio a un grupo políticamente insignificante, pero que desde una posición de izquierda estaba criticando los males —burocratismo, ineficiencia, nacionalizaciones innecesarias— generados por su régimen.

Aventurerismo permanente

Queda por mencionar el aspecto más conocido del trotskismo. Sobre este fundamenta Celia Hart la necesidad de una revalorización de la figura del revolucionario ruso. También lo utiliza para defender su tesis de que el Che "llegó a instrumentar un trotskismo que no conocía".

Más que cualquier otra conceptualización teórica, el hablar de revolución permanente —en oposición a la estrategia de socialismo en un solo país— divide al trotskismo y al estalinismo en dos mundos apartes. La caída del comunismo en la URSS y la Europa del Este ha vuelto a poner sobre el tapete si Trotsky no estaba en lo cierto, al propugnar la imposibilidad de una Rusia socialista sin la existencia de una Europa también socialista.

Revolución mundial, revolución permanente y revolución ininterrumpida —este último concepto fue empleado por Lenin en 1905, pero nunca más volvió a formularlo— no son más que la aceptación, por parte de Trotsky y Lenin, de la imposibilidad del triunfo del socialismo en un país atrasado y con una enorme masa campesina. Además de una propuesta política, era la unión del ideal de avanzar hacia una occidentalización del país —la aspiración de un sector avanzado de la inteliguentsia— con el mesianismo de la cultura eslava.

Más que en las barricadas, sus raíces se encuentran en la literatura. El escritor "reaccionario" Fedor Dostoyevski consideraba a Europa como una segunda patria para los rusos y llamó a sus compatriotas verdaderos europeos. Pero al mismo tiempo consideraba que Rusia estaba destinada a realizar la unión de todas las naciones en una causa común. Para Dostoyevski, "ser ruso significa ser universal".

No hay que olvidar que la idea de la revolución permanente surge durante la fracasada Revolución de 1905 —Trotsky tituló Resultados y Perspectivas la obra en que apareció por primera vez formulada— y una derrota fue parte de la explicación, bajo la forma de un programa para el futuro. Como plantea Orlando Figes —en A People's Tragedy, A History of the Russian Revolution—, consistió en una "paradoja histórica elevada al nivel de estrategia". El creer en la incapacidad de Rusia para llevar a cabo el socialismo por sí sola fue una idea menchevique y no bolchevique, de un ideólogo que aún no se había cambiado de partido.

También esta idea puede ser asociada al canto del cisne de la inteliguentsia, que ese año dejó de soñar con la liberación de las masas, y a temer más al pueblo que a las ejecuciones del gobierno zarista. Lo que vino después —por encima de una provisoria asociación entre vanguardia artística y revolucionaria— confirmó los temores. La revolución permanente pertenece al ideario intelectual, mientras que apostar por el socialismo nacionalista es propio del campesinado y los trabajadores. La meta del "internacionalismo proletario" es caldo de cultivo de demagogos e ilusos. Sólo los anarquistas son internacionalistas.

Durante cien años, la aspiración a una revolución permanente ha sido una idea muy tentadora, porque una y otra vez vuelve a surgir en las circunstancias más variadas. Así se explica la confusión de otorgarle al Che una aspiración similar, cuando en realidad éste era un hombre sin patria, a diferencia de Trotsky y Lenin, y lo que en realidad intentó fue extender un estado de subversión permanente.

Ajeno al cosmopolitismo y a la humildad con que comprendieron los revolucionarios rusos las limitaciones para poner en práctica sus ideales, Ernesto Che Guevara quiso cambiar al mundo, pero no para que cambiara su país. Más que buscar el triunfo huía del fracaso, hasta que se convirtió en el fracasado más reverenciado del siglo pasado.