Antonio Muñoz, el mejor

En mi opinión el mejor primera base del béisbol cubano de la segunda mitad del siglo XX fue Antonio Muñoz, apodado “El Gigante del Escambray” por Bobby Salamanca, quien fuera, también en mi opinión, el mejor narrador de béisbol de ese período.

Muñoz nació en una zona rural de Trinidad, antigua provincia de Las Villas, en 1949, y fue “descubierto” por el emblemático entrenador Pedro “Natilla” Jiménez. Con 1 metro 91 cm de estatura y alrededor de 220 libras de peso, Antonio Muñoz, sin embargo, no resultaba un jugador lento ni a la ofensiva ni a la defensa. Quienes lo vimos realizar grandes jugadas en la primera base podemos dar fe de su ligereza con el cuerpo y acierto con el guante. Esto lo digo porque, por más signos de admiración que escriban los anotadores de béisbol en sus cuadrículas, será imposible plasmar en estas las grandes atrapadas que vio el ojo.

Muchas veces comparado con esa gloria de la primera base que fue el industrialista Agustín Marquetti —ambos, sobradamente, hubieran paseado las Grandes Ligas—, creo sin embargo que el “guajiro” Muñoz sobresalía precisamente por lo que no va a los números: su excepcional alcance con el bate cuando era necesario un swing fino y su rápido desplazamiento por toda su área de defensa. Y, por lo que sí va a los números, debemos considerar que el tercer bate, número 5 y primera base del Las Villas, durante sus 24 años en activo bateó 370 jonrones, 725 dobles, 172 triples, promedió 302 y alcanzó un total de 535 en promedio de bases recorridas con sus batazos.

No crean que solo para ser cocinero, deportista, poeta o cosmonauta resulta una ventaja nacer o “ser” de La Habana. Del mismo modo que ha colaborado para la fama y el reconocimiento de otros y en otras disciplinas, el “metropolitanismo” favoreció a Agustín Marquetti. Veamos que cuando el toletero de Alquízar estableció, en 1969, el récord de más jonrones en una Serie Nacional, con 19, la mayoría de estos los conectó en el estadio Latinoamericano, que tenía 310 pies por el jardín derecho; no 325, como ya tenían la mayoría de los otros estadios del país. Estos ojos vieron cómo varios de los jonrones de Marquetti superaron por muy poco margen la barda del jardín derecho, de modo que no hubiesen sido jonrones en otros parques. De esto no dio fe ningún comentarista ni publicación deportiva de entonces.

Y otra anécdota sobre el “metropolitanismo” en el caso que nos ocupa. Cuando, en 1987, Agustín Marquetti se retiró del béisbol activo, ya desde meses antes los periódicos, emisoras radiales, televisoras, se hacían eco por todo lo alto —merecidamente— del hecho. Entonces, el periodista deportivo José Antonio Fulgueiras, reportero y analista de los medios villaclareños, escribió que él esperaba que el retiro de Antonio Muñoz, en su momento, provocara igual bagaje mediático. Días después —yo lo escuché—, uno de los narradores “nacionales” de béisbol, sin decir el nombre, hizo referencia a un “periodista de provincia” que había clamado por semejante igualdad de atención.

Bueno, en fin, ahora me atrevo a proclamar lo que podría llamarse un vaticinio del pasado: tanto Antonio Muñoz como Agustín Marquetti nada le envidiarían a superestrellas de la primera base en las Grandes Ligas de hoy, como Jason Giambi, David Ortiz, Mark Texeira o Albert Pujols.

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