Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Historia

Más allá del tiempo

Mucho antes de que la República anunciara su nacimiento, el deporte ya había echado fuertes raíces.

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Una de las principales acciones de la revolución ha sido borrar o minimizar todo lo sucedido antes de 1959, y el deporte no ha escapado a ese vendaval inducido de la desmemoria.

Algunas figuras se pierden en el tiempo, otras son reconocidas a medias, pero lo cierto es que mucho antes de que la República cubana anunciara su nacimiento al mundo, el deporte ya había echado fuertes raíces en el tronco de una nacionalidad que aún estaba en fermento y gestaba sus últimos moldes.

Cuando en las décadas finales de la dominación colonial las autoridades españolas intentaban imponer el fútbol alegando que era el "deporte de los reyes'', los cubanos se volcaban a sus incipientes placeres con la respuesta de que "el béisbol era el rey de los deportes".

No pocos de aquellos pioneros que se dieron cita en el Palmar del Junco, el 27 de diciembre de 1874, se lanzaron a la manigua para asegurar, por la fuerza del machete, la nación que les nacía por la pasión de la pelota.

También, dos años antes de que se izara en El Morro la bandera de la estrella solitaria, el esgrimista José Ramón Fonst daba una estocada magistral en los Juegos Olímpicos de París al conquistar el oro y en la próxima cita de 1904, en San Luis, repetía su actuación.

Poco a poco, la nueva república descubría y aprendía a amar a sus nuevos héroes situándolos en ese lugar de la memoria colectiva donde existe la materia prima para la construcción de las leyendas.

José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro, se labró la suya en la primera década republicana con sus repetidos triunfos sobre equipos de las Mayores que provocó aquella famosa expresión de John McGraw, timonel de los Gigantes de Nueva York: "Si pudiera pintar de blanco a Méndez, sería uno de los mejores pitchers de Grandes Ligas".

José Raúl Capablanca hizo otro tanto en 1921, cuando obligó a Emmanuel Lasker a inclinar su rey sobre el tablero y a cederle la corona de monarca mundial del ajedrez, que mantuvo hasta 1927.

Capablanca captó la imaginación de sus compatriotas tanto por el prodigio de su ingenio —le llamaban El Mozart del Ajedrez— como por el imán de su personalidad, y durante su época de esplendor fue, de lejos, el cubano más reconocido de su generación.

Papá Montero, Chocolate y El Inmortal

Mientras Capablanca visitaba los confines del planeta con su genio de asombro, Adolfo Domingo Luque Guzmán conquistaba en las Grandes Ligas el apodo de "El Habana Perfecto'' por su maestría en el montículo.

Para los cubanos, sin embargo, será conocido siempre como Papá Montero, por su espíritu incansable y volátil, que le llevó a triunfar en una época donde imponerse en las Mayores requería mucho más que el simple talento.

En 20 años de carrera, Luque terminó con 194 éxitos y 3,24 de efectividad, y en 1923 se convirtió en el primer latinoamericano en ganar un campeonato de pitcheo con balance de 27-8.

La sombra de Luque estaría presente en el béisbol cubano hasta muchas décadas después, cuando dirigió al Almendares a siete banderines y al Cienfuegos a uno. No por gusto Cuba todavía llora a Papá Montero.

Si perfecto era Luque en el box, soberbio se mostraba Eligio Sardiñas encima del cuadrilátero, para ganar en 1931 el campeonato mundial y asentar su nombre entre los mejores de todas las épocas del deporte de los puños.

Kid Chocolate puso de pie a la Isla y estremeció a Nueva York cuando derrotó a Benny Bass en siete asaltos y reclamó para sí la primera corona del orbe sobre la testa de un cubano.

El paso del tiempo y la predilección por la vida nocturna hicieron mella en la carrera de Kid Chocolate, pero no en su recuerdo y hoy su nombre ocupa un lugar en el Salón de la Fama del Boxeo.

Pero si de perdurar se trata, nadie ha sobrevivido mejor en el recuerdo que El Inmortal, Martín Dihigo Llanos, el pelotero más versátil y estelar que jamás haya dado la nación cubana.

Desde mediados de la década del veinte y hasta fines de los años treinta, Dihigo no cesó de sumar récords a una carrera que le ganó elogios y le abrió los caminos hacia los Templos de la Fama de México, República Dominicana y Cooperstown, en Estados Unidos, donde se sumaron recientemente los nombres de Méndez y otro inolvidable, Cristóbal Torriente.

Héroes para admirar y recordar

Ni Dihigo, ni Méndez ni Torriente pudieron mostrar sus habilidades en las Grandes Ligas debido a la barrera racial, pero la representación cubana en el mejor béisbol del mundo se ampliaba inexorablemente.

En la década del cuarenta no sólo la liga profesional se establecía como un torneo de respeto, sino que los temporadas amateurs lograban un espacio enorme en el arrastre de la fanaticada.

Jugadores como Conrado Marrero, Antonio Quilla Valdés, Sandalio Potrerillo Consuegra, Andrés Fleites, Julio Jiquí Moreno, entre tantos otros, dotaron al béisbol cubano amateur de una mística igual o superior a la de la pelota rentada.

"Era una época como nunca se había visto en el país'', recuerda Rafael Felo Ramírez, otro ilustre miembro del Salón de la Fama. "Cuando llegué de Bayamo a La Habana, sentí que había llegado al sitio y al lugar exacto para disfrutar de los deportes. Porque no sólo era boxeo y béisbol".

No sólo. A pesar de que esas dos disciplinas seguían ocupando el sitio predilecto de los cubanos, otros deportes, poco a poco, comenzaban a ganar espacio y a generar héroes para admirar y recordar.

De los campeonatos de básquetbol, en los años cuarenta, surgieron figuras como Frank Lavernia, Alfredo Bebo Faget, Federico Fico López, Joaquín Molinet; mientras que Eduardo Camejo brillaba en los cincuenta.

La pareja formada por Carlos de Cárdenas Cullmell y Carlos de Cárdenas Plá ganaba la medalla de plata en la clase Star de Yatismo en los Juegos Olímpicos de 1948, en Londres, y el nadador Manuel Sanguily llegaba sexto en otra cita estival.

Rafael Fortún corría más rápido que nadie en los 100 y 200 metros planos en los Juegos Panamericanos de Argentina, en 1951, y de México, en 1955. Además, fue tres veces campeón centroamericano.

En México, Fortún era acompañado en los triunfos por Bertha Díaz, quien a partir de ese momento fue conocida como La Gacela de Cuba por sus resultados en salto largo, 100 metros planos y 80 metros con vallas.

Campeona centroamericana y panamericana, en 1955 batió el récord mundial en los 60 metros, con marca de siete segundos y siete centésimas. Su versatilidad le permitió establecer un registro del orbe en los 80 metros con vallas.

Más allá del tiempo

Ciertamente, el abanico de los deportes se abría en Cuba con el hipismo, el automovilismo y el frontón tenis, pero el béisbol y el boxeo mantenían su hegemonía.

En las Grandes Ligas resonaban los nombres del maestro de la curva, Camilo Pascual, del magnífico Orestes Miñoso, el primer jugador negro en vestir las franelas de los Medias Blancas de Chicago.

Por otro lado, Gerardo González, el inolvidable Kid Gavilán, se coronaba en 1951 como campeón mundial en el peso welter y lideraba a una generación de boxeadores que haría historia.

"Aquella década de los cincuenta era un prodigio en el boxeo", recuerda el legendario entrenador Angelo Dundee, quien tuvo a su mando a hombres como Muhammad Alí y Sugar Ray Leonard. "Los carteles eran de primer nivel. Yo quería que todos mis boxeadores fueran de Cuba".

El triunfo del movimiento encabezado por Fidel Castro cortó en seco todo aquel movimiento bajo el pretexto de que el deporte profesional era corrupto y esclavo; pero nada ni nadie podrá borrar un genuino movimiento atlético que ha dejado decenas de héroes que vivirán más allá del tiempo, a pesar de todo.