Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Ajedrez

Un Bobby Fischer insular

En Cuba, una juventud silenciosa pero apasionada deseó y celebró como suya la victoria del jugador 'yanqui', fallecido recientemente.

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Ha muerto Bobby Fischer. Su controvertida personalidad es acaso conocida por todos. Pero pasará a la historia como uno de los jugadores de ajedrez más geniales del siglo XX. Ya es un mito. Un libro del gran maestro yugoslavo Stenozav Gligoric, donde comenta cada partida del llamado match del siglo entre el norteamericano y el soviético Boris Spaski, demostró que el juego más intelectual también puede convertirse en un relato de humor, en un fascinante derroche de personalidad y, sobre todo, en una intensidad, una pasión, cuando un juego se confunde con el destino, con la historia e incluso con la política.

Pero para los cubanos de principios de los años setenta y amantes del ajedrez, Bobby Fischer siempre tendrá, además, otro significado. Yo era un joven de 16 años. Como trasmitían por la radio cada partida, un grupo de amigos nos reuníamos en una casa para seguir cada encuentro movimiento a movimiento.

Qué extraño. Todos queríamos que ganara Fischer.

En los encuentros de eliminación ya había derrotado a dos excelentes jugadores soviéticos, Taimanov y al otrora campeón mundial Tigran Petrosian, además de al danés Ben Larsen.

Era obvio que el gobierno de nuestro país quería que ganara el soviético. En plena guerra fría y con una franca política prosoviética, más su consabida fobia antinorteamericana ( The Beatles estaban prohibidos y los cubanos fuimos unos de los pocos países del mundo que no pudimos ver el alunizaje del Apolo 11 en la luna), una victoria de Spaski sobre Fischer hubiera significado para el discurso oficial una victoria del comunismo sobre el capitalismo. En la prensa se regodeaban criticando las excentricidades del jugador norteamericano.

Pero ganó el mejor, el más fuerte, el más talentoso.

El excéntrico, amante del dinero, individualista, nada disciplinado jugador "yanqui" derrotó al entonces campeón del mundo soviético, comunista y prototipo del Hombre Nuevo futuro, el camarada Boris Spaski.

Fischer era para aquel grupo de adolescentes el símbolo del genio, pero también una suerte de rebelde sin causa. Era la imagen de la juventud de fines de la década del sesenta. Preferíamos esa pasión a la flema "burocrática" del "bolo" Spaski. No teníamos, sin embargo, nada contra el jugador ruso. No hacíamos una lectura política del match. Incluso, muchos años después, Spaski abandonaría la Unión Soviética. Pero no puedo negar que, ya que esa lectura era hecha por nuestra prensa, sentíamos una profunda satisfacción en que esas expectativas extradeportivas fueran derrotadas.

Una de las contradicciones más fragantes de la época de la revolución cubana consistió siempre en que los jóvenes adorábamos la música underground, el cine, la literatura, el béisbol, el boxeo, la moda, incluso el idioma, en fin, la cultura y hasta la contracultura del "enemigo". Éramos occidentales y, al menos culturalmente, francamente pronorteamericanos.

Ha muerto Bobby Fischer. Acaso nunca pudo imaginar que en aquella "revolucionaria" isla del Caribe una juventud silenciosa pero apasionada deseó y celebró como suya su victoria.


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