Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Medio Oriente

De tribus, democracia, religión y petróleo (II)

La única alternativa en Irak para detener la guerra civil es la partición controlada en Estados autónomos.

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La democracia, aparte de los derechos humanos y políticos, implica la apertura de la sociedad a la información y las oportunidades económicas, puntos casi imposibles de coincidir en el mundo islámico. Sólo un 1,6% de la población tiene acceso a internet; y ningún país de Oriente Medio alcanza la consideración de sociedad libre, ya que todos están organizados alrededor del Islam.

Habría que considerar qué sentido tiene promover la democracia en Irak, o en cualquier otro país del Medio Oriente, si la misma engendra un gobierno hostil antiamericano; o si es mejor olvidar el nation-building y "dejar hacer" a las dictaduras leales como Arabia Saudita.

No se puede olvidar el fracaso del esfuerzo democratizador del presidente Bill Clinton en Somalia. A estas alturas, los estrategas políticos en Washington saben que es imposible el nation-building en Irak, sin el respaldo de los líderes religiosos chiítas. La cristiandad no detenta el monopolio de la vía justa, del modelo apropiado para evolucionar hacia un régimen democrático, o un régimen más humano que el despotismo islámico, tal y como demostró Japón —después de 1945— cuando fundó una sociedad democrática, con características propias, a partir de un arquetipo no Occidental.

No deja de tener razón Zbigniew Brzezinski cuando señala que el Islam no es más hostil a la democracia de lo que fueron el cristianismo o el judaísmo en su momento.

¿Más o menos tropas?

Ya es criterio común que la rebelión iraquí no puede ser vencida por la fuerza de las armas. No es nuevo que las guerras engendran guerras civiles e insurgencias. El general norteamericano Donald Alston se refirió a tal situación en los términos siguientes: "Esta insurgencia no va a ser calmada, los terroristas y el terrorismo en Irak no van a ser aplacados a través de opciones militares o de operaciones militares".

No se puede negar el caos en Irak y la obstinación norteamericana por implementar una pauta rechazada por todos. El entrenamiento de una fuerza militar y policial nacional ha chocado con la realidad de que se termina adiestrando a unidades que al final luchan en la guerra civil por su bando religioso-étnico, no por su país, y actúan como escuadrones de la muerte, como el caso de los chiítas contra los sunitas.

Henry Kissinger ha defendido la actual política norteamericana en Irak, argumentando que cualquier disminución de tropas desataría una presión pública que obligaría al retiro de todos los efectivos. Pero Kissinger olvida que esta es una guerra fundamentalmente política y que el aniquilamiento de una mayor cantidad de guerrilleros sunitas o milicianos chiítas no concede la victoria.

Estados Unidos no puede aplacar la violencia con las fuerzas existentes. Es notorio que altos oficiales norteamericanos sobre el terreno se inclinan por la retirada de sus 140.000 efectivos, ante el fracaso de instaurar la democracia en una sociedad fragmentada y carente de toda experiencia o cultura democrática previa; conocedores, además, de que el aumento de efectivos no es sustentable a largo plazo, tanto en lo militar como en lo político.

La Comisión Baker (dirigida por el ex secretario de Estado James Baker), además del ex secretario de Estado Colin Powell y el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, han abogado por modificar el curso de la estrategia en Irak y minimizar las expectativas ante la realidad de que no está resultando. Incluso, el senador John McCain ha sostenido la necesidad de más tropas para lograr una rápida victoria y evitar una guerra que se torna impopular.

De igual manera se han pronunciado el general William Odom, ex director de la Agencia Nacional de Seguridad, y el general John Abizaid, quien fuera jefe del CENTCOM, que dirige la campaña de Irak.

Tres Estados étnicos

Con candidez ignorante se pensó en Washington que el derrocamiento de Sadam Husein, la eventual transferencia del poder a un gobierno interino iraquí altamente centralizado y la presencia militar norteamericana, pondrían fin a la violencia y al terrorismo. Estados Unidos perdió la oportunidad de coronar su relampagueante victoria militar con un rápido desmantelamiento, y dejar el país pacificado con la creación de tres Estados étnicos.

Washington, por doctrina wilsoniana, no cree en la partición. La administración de Bill Clinton, a su vez, no quiso hacerlo en la multiétnica Bosnia, lo que ha obligado a mantener en ese polvorín una presencia militar permanente. Sin embargo, una descentralización del gobierno y una coparticipación de los ingresos petroleros fue parte del acuerdo que terminó con la guerra civil sudanesa, que sumó millones de víctimas.


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