Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Los Balcanes

Milosevic no descansará en paz

El ex presidente de Yugoslavia, acusado de crímenes contra la humanidad, muere sin responder por más de 100.000 víctimas.

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La muerte del ex presidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, en una solitaria celda en La Haya, ha privado a sus víctimas de la justicia que se merecen y a la humanidad de la oportunidad de haber sentado un precedente cada día más necesario: juzgar y condenar a los dictadores que en su día se creyeron dueños y señores de los destinos, vidas y haciendas de su pueblo.

El ex comunista y dictador Milosevic, quien pasará a la historia con el triste récord de haber hecho desaparecer a un país, y el mismo al que el Tribunal Penal Internacional para los crímenes en la antigua Yugoslavia juzgaba por genocida y criminal de guerra, murió de repente a los 64 años, antes de que terminara el juicio que empezó en 2001.

Pero sean cuales fueran las causas de su deceso, seguramente su alma no descansará en paz. Esta vez sin excusas, tendrá que rendir cuentas por las más de 100.000 personas que murieron durante la guerra de Bosnia, entre los años 1992 y 1995, por los crímenes contra la humanidad que cometió en Croacia y Kosovo, y por la violación de las leyes y normas de la guerra.

Seguramente hoy lo lloran, además de la familia íntima, sus más fieles aliados y los todavía fugitivos del Tribunal Penal Internacional acusados de criminales de guerra, Ratko Mladic y Radovan Karadzic. Pero la mayoría de los ex yugoslavos lo ven, desde hace tiempo, como lo define el apodo que le pusieron los bosnios en los años noventa: el carnicero con las manos ensangrentadas.

¿Cómo pudo este hombre sin carisma, de mirada bobina y poses estudiadas, cometer tantos desaciertos y desatar tanta tragedia y dolor? ¿Cómo logró que le siguiera el serbio de a pie? ¿Cuál fue su escuela?

Milosevic, el presidente

Desconocido durante los primeros 45 años de su vida, el joven Milosevic había aprendido su talento político en Belgrado, durante los últimos días del mariscal Josip Broth Tito, cuando a fuerza de ser "un modelo de comunista" presto a la adulación, extremista cuando la situación lo exigía y corrupto cuando hacía falta, llegó a colocarse en el segundo puesto de la cúpula del partido comunista.

En 1987, Milosevic fue enviado por su jefe, Ivan Stambolic, a mediar en los disturbios de la provincia serbia de Kosovo. Allí, desplegando sus cualidades de camaján, logró desatar los odios nacionalistas y conquistar las mentes y los corazones de sus compatriotas con discursos incendiarios y demagógicos, publicitados de manera magistral por la prensa bajo su control.

A partir de ese momento jugó como nadie la carta del nacionalismo, arengando a los serbios contra los albaneses de Kosovo y alentando la idea de que los serbios se estaban convirtiendo en ciudadanos de segunda clase dentro de Yugoslavia. La táctica funcionó y, en 1989, el Parlamento serbio le eligió su presidente.

Unas semanas después, aprovechando la fecha del 28 de junio, cuando se celebra la fiesta nacional serbia con profundo sentido nacionalista conocida como Vidovdam, Milosevic lanzó su campaña de "La Gran Serbia", un Estado étnicamente puro que desde hace 600 años los serbios sueñan construir.

Después de este pronunciamiento, Milosevic destituyó a su antiguo jefe, Stambolic, y declaró abolida la autonomía que Tito había dado a las regiones de Kosovo y Vojvodina. Esto incitó el fervor nacionalista serbio y comenzó la inquietud de eslovenos, croatas, bosnios y otras naciones que formaban Yugoslavia.


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