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Actualizado: 17/05/2024 1:04

La política del 'fao'

El gobierno de Bush impide a Cuba ir al Clásico de Béisbol y se anota un punto ante el exilio duro. Castro gana por no presentación y pierden los amantes del deporte.

De todas las medidas formuladas por el gobierno del presidente norteamericano, George W. Bush, la más estúpida ha sido el no permitir la participación de peloteros cubanos, radicados en la Isla, en el Clásico Mundial de Béisbol que se jugará el próximo marzo. Pero esta decisión, a primera vista absurda, no nace de la ignorancia. Es consecuencia de un objetivo bien definido: la definición de una política destinada exclusivamente a conservar el voto del sector más reaccionario de la comunidad exiliada, radicada en Miami y otras ciudades de Estados Unidos. Que decisiones de este tipo sólo beneficien a Fidel Castro carece de importancia para la actual administración.

El veto del gobierno de Bush es consecuente con la negativa a otorgar visas a profesores, escritores y artistas. Se suma al desatino de mantener aislados a los científicos de Cuba y Estados Unidos, sin permitírsele la posibilidad del intercambio y la confrontación. En estos casos era hacer cumplir la norma vigente —resucitada de la era Reagan— de impedir la entrada a todo aquel que se considere un empleado del gobierno cubano, ya que su labor puede beneficiar a La Habana. Como en la Isla el Estado tiene un control casi absoluto de la economía y determina la mayor parte de las actividades artísticas y culturales, casi nadie queda fuera de esta decisión. Ahora la Oficina del Control de Activos Extranjeros (OFAC), del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, considera que la solicitud de invitar a Cuba, por parte de World Baseball Classic Inc. (WBCI) "no estaría en concordancia con la actual política exterior estadounidense", ya que el torneo generará ganancias para los participantes. Al embargo comercial se une el embargo deportivo, con alcance extraterritorial, ya que los juegos se realizarán no sólo en suelo norteamericano (el estado de la Florida), sino también en San Juan, Puerto Rico; y Tokio, Japón.

A un estado totalitario se opone una medida totalitaria, discriminatoria y maniquea. Si otras administraciones jugaron a la "política del pimpón" y enviaron "embajadores culturales" a los rivales ideológicos, ahora ésta prefiere el aislamiento y el silencio. Como consecuencia, el presidente Bush ha logrado ganarse el odio de los fanáticos deportivos de la Isla, que es como si dijéramos toda Cuba. Con enemigos así, poco tiene de que preocuparse Castro.

Al desatino de excluir al campeón olímpico y mundial de béisbol, se une el intento de organizar una novena con peloteros exiliados. Esta iniciativa —promovida por el legislador cubanoamericano Lincoln Díaz-Balart— carece hasta el momento de la promesa de participación de un jugador importante, entre los cubanos que en la actualidad se desempeñan en las Grandes Ligas. Aunque más de 100 peloteros han abandonado la Isla en los últimos 15 años, los promotores de la iniciativa no han sido capaces aún de mostrar una lista de al menos 30 jugadores, con independencia de que queda por ver si el equipo así reunido tendría la calidad necesaria para llenar un estadio. A la falta de estrellas se une el que ha sido rechazada por los organizadores del evento y no cuenta con el necesario reconocimiento como federación nacional de béisbol. La propuesta carece de brillo y fundamento: es una jugada ridícula.

Una bola de humo

La iniciativa de Díaz-Balart se produce en momentos en que buena parte del exilio de línea dura ha expresado disgusto y hasta ira ante el próximo juicio contra Santiago Álvarez y Osvaldo Mitat, acusados de seis cargos de posesión ilegal de armas. Muchos de los simpatizantes de los encausados han cuestionado públicamente la falta de declaraciones —o de una participación más activa— de los congresistas cubanoamericanos por la Florida, en las actividades de apoyo a ambos presos, cuya fianza ha sido negada en dos ocasiones.

Álvarez es el benefactor más notorio de Luis Posada Carriles, quien se encuentra detenido en una cárcel de inmigración en Texas, acusado de entrada ilegal en Estados Unidos. Las autoridades cubanas afirman que fue Álvarez quien introdujo clandestinamente a Posada en territorio norteamericano, utilizando la embarcación Santrina, que en marzo pasado llegó a Islas Mujeres, en México. Álvarez niega esta versión de los hechos, mientras Posada asegura que cruzó la frontera mexicana y luego tomó un autobús hasta Fort Lauderdale, en la Florida. La defensa de Álvarez y Mitat no ha logrado que el proceso sea traslado de Fort Lauderdale a Miami. Por su parte, las autoridades estadounidenses dicen que los casos Posada y Álvarez son completamente independientes, y que la firme decisión de encausar a Álvarez y Mitat obedece a las estrictas medidas de seguridad vigentes en la nación tras los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. Tanto Álvarez como Mitat se han declarado inocentes de los cargos imputados. El pequeño arsenal incautado a los dos incluye desde arma automáticas —algunas con los nombres de serie borrados y una de procedencia desconocida— hasta granadas de mano, así como un lanza granadas, un silenciador y detonadores de explosivos.

A lo anterior se une un notable incremento en el tráfico de inmigrantes cubanos hacia Estados Unidos. Según datos del Servicio Guardacostas, 2.683 cubanos han sido interceptados en el mar este año, casi el doble del total alcanzado en 2004. La cifra es la mayor desde la Crisis de los Balseros de 1994. Por su parte, la Patrulla Fronteriza informó que unos 2.530 habían logrado llegar al sur de la Florida por vía marítima en el último año fiscal, que terminó en septiembre, en comparación con los 954 registrados en el año anterior. Un número creciente —la Patrulla Fronteriza logró contabilizar 6.744 al término del año fiscal— están entrando a este país a través de una ruta tortuosa, que incluye el cruce de la frontera con México, luego de desembarcar por la costa mexicana, en algunos casos luego de un largo recorrido que se origina en la Isla y pasa por Honduras.

Junto al incremento en las cifras, se ha producido un aumento de los choques violentos entre los Guardacostas y los refugiados. Al menos 39 personas han muerto este año en el estrecho de la Florida. Muchos en Miami se preguntan si el empeño de las autoridades norteamericanas por impedir el desembarco de los inmigrantes está poniendo en riesgo vidas inocentes. Al mismo tiempo, han aumentado las críticas a la administración de Bush por mantener vigente la política de "pies secos, pies mojados" de la época de Clinton, que otorga el asilo sólo a los que llegan a la costa norteamericana.

Más allá del ridículo, cabe preguntarse si la iniciativa del legislador cubanoamericano no es más que una bola de humo para desviar la atención de la comunidad sobre temas más candentes.

Un regalo para Castro

El veto a los peloteros cubanos ha producido también un enfrentamiento en el Congreso, con Díaz-Balart y una docena de legisladores afirmando que el permitir la participación de deportistas de la isla enviaría un mensaje erróneo al régimen castrista, mientras que más de 80 congresistas consideran que se debe permitir la participación de Cuba. No sólo la medida es rechazada por un creciente número de políticos norteamericanos. La Federación de Béisbol de Puerto Rico dijo que San Juan renunciaría a ser uno de los países sede del evento, en el caso de que al equipo procedente de la Cuba no se le permita jugar. Por su parte, La Habana ofreció donar el dinero que obtendría de su participación en el torneo a las víctimas del huracán Katrina en Nueva Orleans.

Es una muestra de cinismo que el gobierno de Bush esgrima el argumento de negarle recursos económicos a Castro, para justificar el veto a los peloteros, cuando acaba de conocerse que las compras de alimentos norteamericanos realizadas por La Habana aumentaron de $473 millones en 2004 a $510 millones este año.

La pelota no es sólo el deporte nacional de Cuba, sino motivo de orgullo y discusión entre sus habitantes. Mezclar la política y el deporte no es nada nuevo para el régimen de Castro. Desde su llegada al poder, éste ha utilizado los triunfos deportivos como parte de su perenne campaña de propaganda. Sólo que ahora es el gobierno de EEUU quien se sirve de la política para negarle unas horas de diversión a un pueblo, al tiempo que gasta millones en la transmisión hacia la Isla del campeonato de Grandes Ligas por las ondas de Radio y TV Martí.

No hay ni siquiera una excusa o justificación inmediata para esta medida. Esta administración ha olvidado que incluso con los mejores argumentos un boicot deportivo es contraproducente, como ocurrió con los Juegos Olímpicos celebrados en Moscú en 1980, donde EE UU no participó debido a la invasión soviética a Afganistán. A partir de entonces, parecía existir un acuerdo tácito entre todos los países de sacar a la política del terreno deportivo.

Bush fue tildado de "bobo" por el gobernante cubano, quien afirmó que el mandatario norteamericano no sabe nada de béisbol. Pero algo debe saber quien fue uno de los dueños de un equipo de Grandes Ligas. Sólo que su apuesta es en favor de otros fanáticos: los votos para su partido de los intransigentes de Miami. Para ganar esa partida desestimó los problemas de seguridad que podría haberle causado a La Habana el impedir supuestas deserciones —durante o después de los juegos—o los temores ante una posible derrota frente a un equipo de las Mayores. En su afán de anotarse un punto en La Calle Ocho, Bush no tuvo en cuenta que le regala a Castro un triunfo nunca visto en la historia deportiva: la victoria por no presentación.

© cubaencuentro

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