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Actualizado: 17/05/2024 12:58

A Debate

Cineastas y críticos opinan

Belkis Vega, Marina Ochoa, Juan Antonio García Borrero.

Mirar al pasado desde el presente. Creo que éste ha sido un principio para la mayor parte de las y los cubanos que hemos venido participando en este debate.

Desde que recuerdo tener uso de razón he estado oyendo una misma frase paralizante repetida una y otra vez: "Este no es el momento; éste no es el lugar…

Cuántos de nosotros, los que defendemos que ser revolucionario es ser transformador, inconforme, crítico, nos hemos también dejado postergar a la espera de ese momento y lugar que nunca llega. Y siempre por el supuestamente noble fin unificador pero también paralizante de no dar armas al enemigo; sin darnos cuenta de que el estaticismo paralizante es un arma bien eficiente.

Me ocurrió una vez más la pasada semana cuando traté —¿ingenuamente?— de llevar algunas de las preocupaciones que estamos intercambiando, al debate teórico que se estaba desarrollando en el Festival de la Televisión.

Sucedió que tampoco era ni el momento ni el lugar.

Creo que ya muchos no estamos dispuestos a esperar más. Pienso que hemos perdido muchas cosas en esta espera, la vida se nos ha ido en esta espera.

Recuerdo que durante los años más críticos del período especial un amigo me dijo que habría que preguntarle a cada cubano y cubana si quería continuar viviendo en Cuba y si la respuesta era afirmativa, entregarles directamente el carné del partido. Me pareció una idea muy acertada.

Pienso que la mayor parte de los que seguimos aquí hemos probado y vuelto a probar que nos interesa el proyecto social de la Revolución, así, en su sentido más amplio; en tanto que proyecto humanista que pretende rescatar y defender la dignidad humana y desarrollar una sociedad que satisfaga las crecientes necesidades de sus hombres y mujeres. Esto parece elemental pero a muchos se les ha olvidado. Ni nuestra sociedad es perfecta ni tampoco ningun@ de nosotr@s lo somos. Es imprescindible hablar de errores, asumirlos, reflexionar sobre ellos y tratar de que no se repitan.

Siempre me he cuestionado quién o quiénes tienen el derecho a decidir que ellos son los garantes, los censores o los clasificadores de lo que es o no revolucionario.

Es muy sencillo buscar un diccionario y recordar cuál es la definición de revolucionario. Las ovejas no son revolucionarias. Hombres y mujeres con vocación de ovejas nunca hubieran asaltado el cuartel Moncada. Para proponerse esto, había que querer transformar el mundo. Era necesario soñar a lo grande para asaltar el cielo.

Leía el escrito de Colina y repasaba la lista que hace de los filmes cubanos no exhibidos en la TV. Recordaba también cuántos de los cineastas que comenzaron a dirigir en los Talleres de la Asociación Hermanos Saíz de los años 80 ya no están aquí. Y recordaba mis recientes noches en vela cuando trataba de encontrar una propuesta para que las obras analíticas, reflexivas y críticas de algunos de los jóvenes cineastas cubanos no se quedaran en el espacio de una muestra; para que estos jóvenes encuentren su espacio en nuestra Cuba —la de todas y todos los cubanos— y no tengan que buscarlo en otras latitudes como tantas y tantos.

Me duele, me lacera, no entiendo las políticas excluyentes.

Conocer los errores, analizarlos, aprender de ellos. Estar inconformes, querer ser mejores, criticar lo mal hecho para enmendarlo, respetar y tener en cuenta las diferencias. ¿Suena algo de esto a "no revolucionario"?

Hace unos meses un canal de TV de Miami exhibió incompleto el documental De buzos, leones y tanqueros realizado por jóvenes cineastas cubanos que estudian en el ISA . Este documental había sido reconocido en algunos festivales en nuestro país y seleccionado por la crítica especializada entre los más significativos realizados en el 2005. El canal 41 de la TV de Miami hizo un debate manipulador del contenido del mismo. El director del documental escribió al canal manifestando que consideraba una violación de sus derechos esta manipulación. Muchas personas en Cuba se enteraron por comentarios de esa exhibición en Miami que existía ese documental y han tratado de verlo pero el documental no se exhibe públicamente, circula "underground". Algo similar ocurrió con el corto de ficción de Eduardo del Llano Monte Rouge. Y con otras obras; esto son sólo dos ejemplos.

Y siempre me pregunto si no es mucho más beneficioso llevar estas obras a un debate público. Exhibirlas en la TV, hacer un panel donde los creadores de las obras puedan debatir opiniones con periodistas y otras personas. En fin, ¿vamos a seguir prorrogando la polémica sobre nuestra realidad, la que vivimos cada día, a que nos llegue un momento justo y un lugar adecuado que no aparecen nunca?

Hay muchas obras que están hechas dentro de la revolución por artistas y escritores cubanos que están AQUÍ y que tienen todo el derecho a tener voz propia y a llamar la atención sobre aspectos de nuestra realidad a los que DEBE buscársele una solución.

Crítica, autocrítica; saltos de lo cuantitativo a lo cualitativo, unidad y lucha de contrarios, parecen ahora palabras y frases marcianas para muchos en nuestro país.

¿A dónde han ido los principios del materialismo dialéctico? El que ya ni siquiera nuestros jóvenes estudian.

Ni la caída del socialismo en Europa me ha hecho pensar que Marx se equivocó en sus formulaciones. La historia ha probado que es mucho más complejo aplicar el marxismo a la vida cotidiana que teorizarlo. Pero por curiosidad me gustaría mucho saber cuántas personas en nuestro país conocen hoy qué caracteriza a una sociedad como socialista.

Cualquiera de nosotr@s en cualquier momento puede exponerse a ser cuestionado como revolucionarios por algunos funcionarios que pretenden ostentar el derecho a catalogar lo revolucionario y lo no revolucionario y que confunden lo dogmático con lo revolucionario.

Para nadie es un secreto que todo esto genera autocensura y creo que todos y todas nos hemos autocensurado mucho. Hay batallas que hemos ganado cuando hemos defendido nuestras obras y nuestras posiciones de una manera valiente, enérgica y con argumentos sólidos. Los ejemplos que Colina expone referentes al filme Alicia en el pueblo de maravillas o la negativa de los cineastas del ICAIC a la decisión de ser unificados con el ICRT son una prueba de ello.

La polémica debe salir de nuestros correos electrónicos. Creo que es fundamental encontrar una vía para que se difundan estos debates y se abra la participación. Pienso que este análisis sobre el quinquenio gris que ha comenzado aquí y se profundizará con la conferencia de Ambrosio Fornet y el intercambio posterior nos debe servir de punto de partida para reapropiarnos de nuestra propia historia, ir hacia delante y encontrar muchos aquí y ahora donde los cubanos y cubanas logremos reflexionar sobre nuestra realidad para transformarla.

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De: Marina Ochoa

Querido Gustavo [Arcos Fernández-Britto]:

He estado filmando y me preparo para entrar en edición, así que aunque no me ha faltado voluntad para comunicarme, me ha faltado tiempo y fuerzas, pues termino "con las neuronas dispersas".

La creación de un muro de lamentaciones para artistas es una mala noticia. No entienden nada. Decimos pío pío y nos responden cuá cuá.

Los 47 años en que "vanguardia del proletariado" se ha traducido en el derecho a pensar por nosotros, decidir por nosotros lo que nos conviene o no nos conviene como individuos, familia, nación les ha oxidado la capacidad de bregar con el criterio y los ha colocado en la retaguardia, mientras que el pensamiento de este pueblo se ha ido complejizando, creciendo, y desbordando la sociedad "diseñada" desde arriba, que cada día funciona menos; (la otra, la soterrada, paralela o flotante que funciona aberradamente la desmiente cada minuto) pero que en las pantallas de nuestra TV, que en muchas ocasiones parece dirigida por Walt Disney, aparece como ideal.

El hijo de una de mis sobrinas, de 9 años, suspiró mientras miraba el noticiero nacional de TV: ¡me gustaría vivir ahí! La sabiduría infantil... y te juro que no es ficción.

He recibido con mucho agrado la intervención del lúcido Colina y la de Belkis Vega. Indispensables. Pienso que Criterios debería recoger todo lo que se ha expresado y hacer un número de la revista e incluir lo que se producirá el 30. Por cierto, conociendo a profesionales de la talla de Belkis, en todos los sentidos, profesional, moral, humano, revolucionario no logro entender cómo es posible que su nombre no se maneje para ocupar cargos como la presidencia de la UNEAC, la presidencia del ICAIC, ya que bola o no, se manejan los nombres de posibles sustitutos, todos machos, varones, masculinos.

Colina se refiere a los cargos de Torquesada en el ICRT y le falta otro: asesor de todos los telecentros, incluyendo el de Matanzas, lo cual explicaría la campaña en contra de "Quédate conmigo" una de las excepciones de la programación que confirma la regla.

También supe que a Torquesada lo hicieron asesor del programa "Diálogo Abierto" a partir de un informe negativo sobre el programa que había emitido dicho señor acompañado de la recomendación de sacarlo del aire, lo cual evidencia una práctica sumamente interesante: te pongo de asesor a quien te quiere destruir y explicaría el descenso de la calidad del debate en dicho programa.

No te robo más tiempo y te felicito por tu honestidad y entereza

Un abrazo.

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De: Juan Antonio García Borrero

Estimado Enrique [Colina]:

Tu mensaje a Desiderio me ha animado a sumar algunas ideas a este debate que, para mi gusto, nos ha dejado un exceso de palabras en medio de un desierto de acciones. Comparado con la riqueza de las reflexiones que se han escuchado, esa declaración final de la UNEAC roza con lo escandaloso por su grisura y superficialidad. Por otro lado, creo que eres el único del gremio de críticos que parece haberse sentido públicamente sensibilizado con la polémica de marras, por lo que agradezco que en tu escrito quede claro que eso que llamas “responsabilidad cívica” también atañe a quienes intentamos pensar el cine cubano.

De tu reflexión me interesa retener un par de cosas. Aquellas que tienen que ver no con la anécdota, sino con ese modo de asumir la vida que se nos ha convertido en algo natural. Creo que así pasen cien años, al cubano (lo mismo el de La Habana que el de Miami, el de Camaguey que el de Madrid) le costará Dios y esfuerzo dejar a un lado esa visión hollywoodense de la existencia, en la cual los que no piensan exactamente como yo, son los villanos, y sólo los que tienen un pensamiento milimétricamente exacto al mío, resultan confiables. Sabemos que eso es un disparate, pero nos hemos hecho incondicionales a ese desatino. Es casi una adicción.

Quisiera hablar, como tú, de cine cubano. Creo que es un terreno aún virgen para la discusión. Por lo general hemos discutido con más vehemencia la pertinencia de que Forrest Gump tenga tantos premios Oscar, que la efectividad misma de nuestro cine. Lo cual no quiere decir que no sea importante hablar sobre el Oscar, siempre que se examine con un sentido crítico en tanto fenómeno cultural. La Oscarofobia gratuita es tan nociva y petulante como la Oscaromanía.

Sigo insistiendo en que el cine cubano se estudia mucho mejor fuera de Cuba (ejemplo: Francia y Estados Unidos), que en nuestro país. Eso se debe a que hablar críticamente sobre la historia del cine cubano significa someter a fiscalización la relación que esa expresión artística ha mantenido a lo largo de casi cinco décadas con la vanguardia política. Y desde Cuba, eso es bastante complejo de realizar, pues puede molestar a esa vanguardia. Tú mencionas el caso de Alicia en el pueblo de Maravillas, pero habría que remontarse a PM, y también se tendría que tener en cuenta la recepción en su momento de Memorias del subdesarrollo, y la reacción de ciertos comisarios políticos cuando, en pleno "pavonado" se realizó Un día de noviembre, solo estrenada seis años después. O se tendría que hablar igualmente de Techo de vidrio. O de El encanto del regreso, nunca exhibida a pesar de ganar hasta un premio Caracol o algo así.

Lo del cine cubano durante el llamado "quinquenio gris" no deja de ser paradójico. Es verdad que una película como Un día de noviembre fue retenida durante seis o siete años sin estrenarse, pues se terminó en esa época en que la política cultural representada por Pavón (no inventada por él) se hacía ley natural, y todavía estaba sonando el encargo que desde el Primer Congreso de Educación y Cultura le asignaron al ICAIC, que es el incremento de películas históricas que ayudaran a legitimar esos cien años de lucha por la independencia nacional.

Una historia como la de Solás, con todo y su final más bien edificante, parecía condenada a no entrar dentro de los parámetros permisibles de los censores, quienes estaban más atentos a las protestas de los intelectuales por lo del caso Padilla, que a las posibles críticas que podían llegar de dentro. Solo que Titón fue lo suficientemente sagaz como para convertir el relato de Una pelea cubana contra los demonios en un análisis siempre contemporáneo de lo que puede ser la intolerancia ideológica, y lo mismo con La última cena, donde es posible percibir el retrato de algo que nunca nos ha abandonado: la doble moral. El propio Titón comentaría en una de sus últimas entrevistas que la Iglesia y el Partido tienen tantas cosas en común que la historia de La última cena se puede extrapolar sin mucho esfuerzo.

Creo que la responsabilidad alrededor de esta ausencia de debate en torno al cine cubano en el país es compartida. Y aquí podré parecer incendiario. Pero no se trata sólo de los que censuran en la televisión, aún cuando la responsabilidad de estos sea decisiva. Hay mucho también de responsabilidad en los críticos y cineastas, quienes tal vez hemos preferido asegurar nuestro próximo libro o rodaje antes de discutir hasta la saciedad lo que, evidentemente, resulta un atropello: las censuras de las películas nacionales en la propia televisión nacional.

Recuerdo que una vez participé como delegado en uno de los Congresos de la UNEAC, y el punto que quería plantear era precisamente ese: la no presencia del cine cubano en la televisión. La funcionaria que en aquel momento coordinaba el evento me dijo que había cosas más importantes que discutir, y sugirió "otros problemas" a plantear. También recuerdo que en ese mismo evento Rolando Pérez Betancourt planteó lo mismo, argumentando con pelos y señales y de manera muy inteligente cada una de esas cuestiones que ahora esbozas. Y no sucedió nada. Fresa y chocolate sigue sin pasar en la televisión de dentro, aunque por Cubavisión Internacional sí se proyecta sistemáticamente. Alguien ha decidido que el televidente cubano (el de dentro) tiene minoría de edad intelectual, y que a pesar de tanta instrucción y nivel de escolaridad, no es competente para ver un filme así. Esa manera de pensar me hace recordar una frase genial de Julio García Espinosa, cuando habla de "la doble moral del cine".

Sin embargo, mi pregunta va más allá: en medio de todo esto, ¿dónde están los cineastas cubanos?. Ya sabemos que los críticos no podrán programar en televisión a Fresa y chocolate porque las reglas son las reglas, y las tienen que cumplir. Ellos no mandan, aunque desde luego, tienen voz, y ese privilegio de enunciación pública que le han concedido debería ser aprovechado en función de reflexionar sobre lo que realmente hace falta a la sociedad, y no sobre los que mandan en el medio esperan que se hable. Bien mirado, la existencia del cine cubano dentro del marco televisivo tal parece un disparate, pues es como si se estuviera hablando en dos idiomas: por un lado la televisión con su inveterada tradición celebrativa, y por el otro el cine cubano, con su tendencia a mostrar una visión más compleja de la realidad, y hacer más humana la imagen de un país que, como todos los que conozco, tiene mucho de dolor y de risas.

De que los cineastas no tienen una influencia real en los medios cubanos eso está claro. Lo que no me queda claro es hasta qué punto los cineastas parecen decididos a denunciar esa situación. A oponerse a esta, y no convertirse en cómplices del dislate. He defendido una tesis que me ha prodigado un sinnúmero de detractores. Algún tiempo atrás publiqué un ensayito que titulé La utopía confiscada(De la gravedad del sueño a la ligereza del realismo), y que a las claras buscaba promover entre cineastas y críticos una discusión "ilustrada". El ensayo apenas fue replicado (pensado) por un par de realizadores (Arturo Sotto, Jorge Luis Sánchez) si bien abundaron los rumores o réplicas orales de pasillo, escritas como siempre digo, en papel de fumar. A mí juicio fue esta una prueba de que la organicidad intelectual había sido confiscada dentro del cine cubano. Y no hablo del intelectual orgánico al uso, sino del artista que, siendo hereje por naturaleza, opta por el silencio, lo cual no es una condición natural, sino impuesta.

La tesis de La utopía confiscada también hablaba de la necesidad de dejar a un lado esas falsas divisiones en las cuales creadores y críticos se observan como antagonistas irreconciliables. Hasta donde sé, el pensamiento no es exclusivo de los críticos, y la crítica puede ser creadora. Pero ese pensamiento creador empieza desde casa, y quizás no deja de ser una impresión apresurada, pero los cineastas en Cuba en algún momento renunciaron a esa meta colectiva en las cuales se reconocían un Titón, un García Espinosa o un Solás, para enfrentarse a la supervivencia más dura.

El ansia de sobrevivir nos hace egoístas, porque lo que se impone es el "sálvese quien pueda", y el pensamiento mesurado queda en la cuneta. Sigo insistiendo en la tesis, pues, hasta tanto se demuestre lo contrario: no existió un cine cubano de los noventa, sino cineastas intentando hacer su cine. Cineastas que pensaron para sí mismos, porque la circunstancia los obligaba. De allí que una decisión tan absurda como es esa de desterrar al cine cubano de la televisión nacional esté contando con el apoyo casi unánime e involuntario de todos. De burócratas y cineastas. De críticos y de público. El que calla otorga, diría el refrán.

Admito que esto que digo no deja de ser una impresión personal. Lo grave está en ver que a casi nadie le importa discutir esto en Cuba. En nuestro imaginario colectivo, el ICAIC sigue siendo una isla dentro de la isla, lo cual influye hasta en el modo en que conciben los cineastas sus películas. No pocas de esas cintas siguen utilizando el mismo modelo de representación puesto en boga en los inicios de los sesenta. Como si el tiempo no hubiese transcurrido. Como si fuera Robinson Crusoe el que se filmara a sí mismo. O como si 1959 estuviese a la vuelta de la esquina.

Tampoco se trata de intentar hacer otra Memorias del subdesarrollo o Lucía, sino de nutrirse de ese mismo ánimo herético que movilizaba a la producción de aquella década, esa que superó el encargo ideológico, para transformarse en paradigma de un fenómeno cultural (el nuevo cine latinoamericano) que todavía sobrevive en la memoria. Fuera del país muchos atacan al ICAIC al considerarlo una mera maquinaria de propaganda del sistema, pero la demanda de un cine nacional ya estaba presente en los cincuenta, y fue esa combinación de ansiedades (estéticas e ideológicas) lo que permitió su rápido liderazgo en el continente. Hoy ese liderazgo no existe. Baste comparar el grueso de las películas cubanas más recientes con películas latinoamericanas que ahora mismo encabezan determinados movimientos renovadores, y se verá hasta qué punto nos hemos quedado aislados también en ese campo. Ni buen cine político (como lo era el documental de Santiago Alvarez) ni cine renovador en el plano estético.

La única manera de recuperar ese ánimo creador de antaño es discutiendo hasta la saciedad, actualizando el arsenal narrativo, convirtiendo a los pasillos del ICAIC en una cinemateca ambulante donde la gente viva el cine, y no del cine. Y sobre todo aprendiendo a discutir, porque entre nosotros (cineastas y críticos) todavía predomina ese sentimiento primitivo que nos hace pensar que cualquier discrepancia es un problema personal, cuando no político.

Aunque me interesa la cultura de la polémica, no me gusta la réplica gratuita. Creo que hay mucha gente viviendo de esa herramienta antiquísima que es el insulto a ese que no piensa como tú. No es nuestro caso. Tu escrito me ha hecho pensar, y eso es lo que importa. Lamentablemente las polémicas alrededor del cine cubano han girado en torno a otros intereses ajenos al cine mismo. Y casi siempre han terminado silenciadas por coyunturas que mañana no existirán, si bien influyen demasiado en la vida concreta de los cineastas. Nadie devuelve a Daniel Díaz Torres (no el cineasta, sino el ser humano) el sosiego robado en aquellos malos ratos de Alicia, como tampoco nadie reintegra a Titón y Tabío la tranquilidad después de aquella crítica pública de Fidel a Guantanamera. O a Solás por sus desencuentros a raíz de Un día de noviembre o Cecilia. Eso es tal vez lo más triste que sucede con esas "políticas culturales" diseñadas con aparente buena voluntad, políticas que hablan mucho de principios colectivos, y muy poco de los seres de carne y hueso. Son políticas que, como todas, terminan por deshumanizar al arte y su recepción.

Como todavía me interesa apoyar la idea de un pensamiento crítico desde dentro (lo cual, para algunos, es un síntoma de la ingenuidad más decadente) pues quiero aplaudir tu texto como uno de los más lúcidos que, vinculados al cine cubano, he leído en largo tiempo. Y me alegra que provenga de alguien que trabaja dentro del ICAIC, es decir, de un artista que piensa. Ojala sea este el preludio de esa fecha donde el debate en Cuba (entendida como nación, y no solo como una isla física) sea lo que verdaderamente debe ser: el camino para nuestra común mejoría.

Un abrazo.

© cubaencuentro

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