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Actualizado: 21/05/2024 22:00

Geopolítica

Chivas Regal en China

De Pekín a Caracas, pasando por La Habana: ¿Un respiro en medio de la miseria o la confusión de una ventaja circunstancial con un destino?

Un viejo axioma plantea que la política exterior de un gobierno es una prolongación de su política nacional. No parece ocurrir así en el caso de la Cuba de Fidel Castro, donde da la impresión que ha ocurrido precisamente lo contrario. La paradoja es que esta inversión de las leyes —que supuestamente rigen el acontecer de un país— le ha permitido sobrevivir a más de un cambio en el equilibrio de las fuerzas internacionales.

Por regla general, la política exterior del régimen cubano transita por varios caminos al mismo tiempo —en ocasiones contradictorios—, donde lo que se destaca en la prensa es secundario y el objetivo principal se oculta o rebaja de categoría. A veces da la impresión que el interés del mandatario se concentra en un asunto —al que dedica la máxima atención en público—, cuando en realidad sólo está aprovechando una ventaja momentánea mientras elabora una estrategia a largo plazo por un camino paralelo.

Ahora el gobernante cubano parece reverdecer en la alianza con el presidente venezolano Hugo Chávez y el interés inversionista chino, pero ambos aspectos son el resultado de situaciones disímiles: el ayer convertido en una caricatura y, el futuro, tras un modelo que permita sobrevivir a la élite gobernante luego del fin de Castro.

Para buena parte del exilio, el llamado "eje La Habana-Caracas" define las posibilidades que tiene el castrismo de seguir manteniendo su control férreo. Sin Chávez, no hay Castro. O, al menos, no por mucho tiempo. La tendencia —siempre condenada al fracaso— de subordinar el destino nacional a un factor extranjero. Es precisamente eso lo que siempre han tratado de trasmitir las acciones del Comandante en Jefe: la dependencia del triunfo cubano a los logros en el campo internacional. Un trotskismo tropical empeñado en la revolución permanente, cuando en realidad es un Stalin criollo incapaz de arriesgarse en una aventura de la que no está seguro de obtener ventajas. Por eso los fracasos, propios y ajenos, en el terreno mundial —aniquilación del movimiento guerrillero latinoamericano, derrocamiento de Salvador Allende en Chile, descalabro del sandinismo en Nicaragua, paz en Centroamérica, fin de la Unión Soviética y el campo socialista, pérdida de la influencia en África y el Oriente Medio— no han contribuido a su caída.

Por los cuatro rincones

Entre finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo, la Unión Soviética se aferró a la política de preservación del status quo en el equilibrio internacional. Nikita Jruschov temía el surgimiento de conflictos en Asia, Oriente Medio y África, que apartaran a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) del avance en el terreno económico y social, en el cual estaba empeñado a fin de competir con el mundo capitalista, no mediante conquistas militares, sino en el campo del dominio comercial y el bienestar ciudadano.

Sólo el peligro de que Hungría se apartara del campo socialista —creado tras la Segunda Guerra Mundial— lo impulsó a invadir a esta en 1956. Fue renuente en brindar ayuda a Vietnam, obligó a los comunistas iraquíes a reconocer incondicionalmente al general Abd al-Karfm Kassem y durante la mayor parte de la lucha insurreccional el Partido Socialista Popular cubano no vio con buenos ojos la lucha guerrillera de Castro en la Sierra Maestra. A su vez, trataba de que la China de Mao Tse-tung y la Yugoslavia de Josip Broz Tito regresaran al redil soviético.

Si bien la política de Jruschov no era monolítica —la KGB trabajaba y se mantenía al tanto de las condiciones existentes en cualquier nación para extender el comunismo—, en el terreno internacional se mantuvo el principio de la "coexistencia pacífica" tras su destitución, una prolongación de la idea estalinista de "socialismo en un solo país".

El fracaso de Jruschov fue —además de sus limitaciones personales— la imposibilidad entonces de encontrar una fórmula para modificar el sistema sin destruirlo (Mijail Gorbachov y los gobernantes chinos representan los dos extremos a que se pudo llegar en esta búsqueda). Tras su destitución, la URSS experimentó un retroceso hacia el énfasis en formas de dominación política y militar —por otra parte, nunca abandonadas durante el régimen de Jruschov.

Nadie como Castro hizo tanto por cambiar...

Nadie como Castro hizo tanto por cambiar el principio de la "coexistencia pacífica". Ni siquiera Hô Chi Minh en Vietnam, quien logró la derrota mayor contra Estados Unidos —y de amplias consecuencias para la sociedad norteamericana—, pero se mantuvo aferrado a un nacionalismo independentista. Ante los ojos del mundo, para el mandatario cubano la ecuación aparecía planteada en términos opuestos a los del Tío Hô: la declaración de un internacionalismo a toda prueba era su forma peculiar de divulgar una política nacional. Pero las banderas que ondeaban en la Plaza de la Revolución ocultaban un cálculo exacto de riesgos y conveniencias en el que poco contaban la explotación capitalista y el sufrimiento neocolonial. Contrario al Che Guevara, Castro no es un aventurero.

En el caso de Jruschov y la URSS, fue demasiada tentación la posibilidad de poner una pica a noventa millas del "Imperio". Durante muchos años pagaron un precio por ello, aunque fuera en rublos. Castro nunca ha tenido que pagar un precio por sus "andanzas", en términos de arriesgar su capital político en la Isla, aunque el pueblo cubano ha sufrido dolor y penurias a consecuencia de estas.

Con la caída de la URSS y la desaparición del campo socialista, se cerró el capítulo en que durante décadas Cuba hizo de tropa de choque del comunismo internacional. Un papel ejercido con el apoyo o la renuencia de la URSS, en dependencia del momento, pero donde siempre —a diferencia de la superpotencia— proclamó el anteponer los principios internacionales al bienestar y la supervivencia nacional. En la práctica, sus acciones siempre estuvieron dirigidas hacia llegar hasta el punto donde era posible el retorno.

Este empeño nunca fue gratuito. Pese a las declaraciones y el afán por presentar el intervencionismo cubano como un empeño desinteresado, las actividades de los hombres de Castro —por los cuatro rincones del mundo y durante más de treinta años— sirvieron para convertirlo en un aliado poderoso y un enemigo temible.

Cuando termine el régimen, los cubanos se preguntarán una vez más qué logró el país en la acumulación de capítulos, párrafos, referencias y simples notas al pie de página, dedicadas al tema en los libros de historia de tantas naciones: el estancamiento económico ha persistido sin interrupción, los avances en la educación pública y la salud retroceden desde hace mucho tiempo, la pobreza reina en campos y ciudades, y las nuevas generaciones no son ni más cultas ni más libres que antes de 1959. Sin embargo, el nombre de Castro seguirá acaparando la atención mundial hasta su muerte.

Una vuelta al pasado

La actual alianza con Chávez no logra devolverle a Castro el papel hegemónico en la esfera internacional que disfrutó por tanto tiempo. Un intento de una commonwealth "bolivariana" para el Caribe y Latinoamérica —con el único atractivo del momentáneo precio del petróleo— está fundamentado en una concepción errónea. El freno a un neoliberalismo sin límites debe producirse mirando al futuro y no intentando la vuelta a políticas populistas; de amplia aceptación entre los más pobres cuando las escuchan por vez primera, pero carentes de una base sólida que permita el desarrollo económico.

El populismo de Chávez —que el mandatario cubano adopta ahora con el ofrecimiento de ollas arroceras, como antes se refirió a planes quinquenales y etapas en la construcción del socialismo— se limita a un respiro en medio de la miseria. Es precisamente por esta razón que no hay que confundir una ventaja circunstancial con un destino. Lo sabe el gobernante y también lo conoce su círculo más cercano.

El presidente venezolano puede estar actuando como tabla de salvación, pero el puente hacia el futuro de una Cuba sin Castro se está construyendo por otro rumbo —que tampoco excluye a Venezuela, pero que la integra en una ecuación mayor— y se dirige hacia Estados Unidos por la vía China. Lo demás es retórica.

Isaac Deutscher cita a León Trotsky...

Isaac Deutscher cita a León Trotsky, quien afirmó en una ocasión que la revolución rusa corría el peligro de ser derrotada no sólo por una invasión armada, sino por una "invasión de mercancías extranjeras baratas". El vaticinio de Trotski resultó correcto. Al final, fueron los objetos de consumo y no los misiles los que hicieron polvo el Imperio Soviético. Estados Unidos parece inexpugnable a la invasión de mercancías chinas baratas. Hay que ver por cuánto tiempo. De momento, China está dispuesta no sólo a inundar el mercado norteamericano de ropa, juguetes, muebles y todo tipo de utensilios a bajo precio. También se muestra —junto con Japón— en capacidad de contribuir con los préstamos necesarios a Washington, para que el presidente George W. Bush cuente con el dinero necesario que le permita continuar con su política descabellada.

Mucho se ha hablado de la victoria del capitalismo frente al socialismo. Poco del triunfo chino en una confrontación similar. Que el país asiático se haya convertido en una forma peculiar de capitalismo de Estado no resta importancia al hecho de que, en una confrontación entre democracia y totalitarismo, la opresión conserve la delantera. Los esquemas ideológicos continúan limitando la comprensión de los procesos políticos. China se ha beneficiado en gran parte de la derrota de la URSS. Su éxito es la consecuencia lógica de apartarse del proyecto soviético en lo económico, pero las estructuras de dominación política se conservan casi intactas y son similares a las existentes en Moscú hasta hace pocos años.

A diferencia de la época soviética posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde el juego por el predominio mundial entre las dos superpotencias se resolvía en movimientos que siempre terminaban en un estancamiento forzoso de ambos contendientes —para iniciarse de nuevo una y otra vez—, ahora la jugada en tablas no es un resultado sino el punto de partida.

China está aún lejos de alcanzar el poderío norteamericano, pero ya ha iniciado la larga marcha para lograrlo. La diferencia es que a Estados Unidos le ha tocado ahora hacer el papel de la URSS. Cada vez le serán más necesarios la superioridad militar y el control ciudadano como último recurso para impedir la derrota: el "peligro amarillo" llegó a las cadenas de tiendas y los supermercados norteamericanos. Mientras tanto, la nación más poderosa del planeta malgasta recursos en una aventura militar disfrazada de "guerra contra el terrorismo".

Un nuevo tablero

En el nuevo ajedrez político, la cada vez más poderosa China está jugando con otro tablero: invertir en Cuba forma parte de una extensa campaña de expansión económica. Dentro de este nuevo orden, La Habana no es el peón de cambio donde establecer bases de cohetes para retirarlos después, sino parte de un plan de desarrollo y ampliación de mercados.

Mientras llueven los insultos y las críticas sobre Chávez en la radio de Miami, poco se comentan la creciente dependencia comercial y financiera entre Pekín y Washington y las posibilidades de que esta llegue a convertirse en una lucha hegemónica por el control económico de los mercados. Los ataques al presidente venezolano pueden estar justificados en la mayoría de los casos, pero evidencian también un afán de aferrarse a lo conocido: nada es más sencillo que repetirse.

Hay una explicación que no justifica esta falta de visión política: el propio Chávez no es más que un error que se repite en Latinoamérica. Por su parte, China está demostrando que se puede continuar siendo una nación con un sistema de fundamentos comunistas —modificado, pero no transformado por completo: el capitalismo de Estado mezcla y admite principios ideológicos que pueden parecer incongruentes—, tener excelentes relaciones con Estados Unidos y conservar intacta la supresión de los derechos humanos. En lo que respecta a la Casa Blanca, esta no muestra el menor interés de que se celebre un congreso de disidentes en el país asiático.

Los cables trajeron la noticia hace unos días. El consumo de whisky Chivas Regal en China ha superado al de Estados Unidos, que durante años mantuvo el primer lugar en la importación de la bebida. Se trata de la marca preferida de Raúl Castro —Royal Salute single malt de Chivas Regal, para ser más exactos—, el sucesor anunciado del mandatario cubano. No cabe duda sobre lo que se brindará en el Palacio de la Revolución en el futuro.

© cubaencuentro

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