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Actualizado: 16/05/2024 10:29

América Latina

Crecimiento y pobreza

¿Entienden por igual Lula, Kirchner y Chávez que sólo una economía de mercado puede sostener un vigoroso crecimiento económico?

No hay nada que ayude tanto a los pobres como un vigoroso crecimiento de la economía, el cual, primero que nada, debería beneficiar a los más necesitados, si es que verdaderamente se quiere erradicar la pobreza.

Los débiles índices de crecimiento y los casi nulos intentos de erradicar la miseria —característica de la realidad de América Latina en las dos décadas pasadas, con la excepción de Chile— son una mala noticia que se escucha a menudo. Pero resultan aun peor las profundamente enraizadas desigualdades económicas que continúan dañando seriamente el ya frágil tejido social en casi todos los países latinoamericanos.

En el informe Erradicación de la pobreza y crecimiento económico, publicado recientemente, el Banco Mundial ofrece un análisis muy comprensivo de los problemas de la región, desde un punto de vista certero. La pobreza está entre las razones de más peso que han motivado el decepcionante hecho de la ausencia de crecimiento económico en América Latina. En otras palabras, el análisis indica que erradicar la pobreza beneficiaría a todos los ciudadanos por igual.

Lograr que haya un crecimiento económico a favor de los pobres y que se erradique la pobreza a favor de este, son tareas que deben ir de la mano. Para resolver las desigualdades que afectan a los ciudadanos tiene que crearse un Estado que promueva la igualdad de oportunidades y lleve a cabo una redistribución eficiente de los bienes de la nación.

Un lastre terrible

Desde los tiempos de la Colonia hasta finales del siglo XIX, América Latina desarrolló su economía al son de la exclusión social. Las riquezas minerales y la economía de plantaciones crearon sociedades en las que escasas minorías con poder exprimieron los bienes de los países, explotando a las masas de piel más oscura.

América Latina todavía arrastra el lastre de este terrible legado, lo que en buena parte explica sus rezagos socioeconómicos. La historia, sin embargo, no se debe confundir con el destino. En la década de los sesenta, otras regiones del mundo comenzaron a aprovechar las ventajas de la expansión de la economía global, pero América Latina decidió permanecer encerrada en sus fronteras con férreas leyes proteccionistas. La intemperancia de la macroeconomía condujo a la consabida implosión sucedida en la década de los ochenta.

Las desigualdades económicas no deben considerarse como algo incambiable. Hace un siglo, Francia, España y Gran Bretaña, por ejemplo, tenían un nivel de desigualdades muy pronunciadas en los ingresos de sus ciudadanos. Pero estas diferencias fueron mitigadas en cuanto se creó un Estado de bienestar social que se preocupó por redistribuir la riqueza entre todos, de forma más equitativa. El Banco Mundial ha hecho hincapié en que América Latina aún está a tiempo de tomar las decisiones adecuadas para lograr un resultado semejante al de estos países.

La pobreza no se puede medir únicamente a partir de los ingresos de cada ciudadano. También la salud y la educación están entre los renglones prioritarios que deben ser considerados para determinar la calidad de vida de los pobres. Es por ello que los gobiernos deben tener en cuenta que transferir dinero a los pobres de los ingresos de los ricos, es un aspecto esencial para obtener los resultados indicados.

Cerca del 50% de los países de América Latina que están rezagados con respecto a los países de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica, debe su atraso al ineficiente sistema de transferencias monetarias.

El gasto público en salud y educación favorece generalmente a los pobres. En tanto, el gasto en las pensiones de vejez, la educación superior y la energía, benefician sobre todo a los ricos y a la clase media, y tiende a contrarrestar la redistribución de la riqueza.

Niveles de comprensión

México, Colombia y Brasil han puesto en práctica, con resultados exitosos, un programa que ofrece incentivos para que las familias pobres tengan acceso a la salud y puedan educar a sus hijos. El Banco Mundial aprueba estas iniciativas de manera satisfactoria, porque los programas de este tipo permiten crear un círculo ejemplar de crecimiento económico palpable, al tiempo que se erradica la pobreza.

El círculo vicioso que genera esta última es una trampa que acecha por doquier. Los ciudadanos pobres apenas pueden beneficiarse de los mercados financieros, la infraestructura socioeconómica y el derecho a la propiedad privada.

Los pobres tienen más probabilidades de padecer problemas de salud que quienes gozan de mejores condiciones financieras. Al igual que sus padres —que no tuvieron más remedio—, los niños pobres tienen que asistir generalmente a escuelas con una baja calidad educativa.

Los adultos pobres generalmente viven de manera precaria en los márgenes de los mercados laborales oficiales. Son las principales víctimas del crimen y las actividades delictivas.

Las trampas que tiende la pobreza anulan la posibilidad de crecimiento económico de un país. Los barrios y áreas pobres no atraen la inversión privada, tampoco sus habitantes pueden acumular capital humano y financiero. Debido al bajo índice de movilidad geográfica intergeneracional, el lugar de nacimiento se convierte en el único destino posible para la mayoría de los pobres.

No puede haber un futuro esperanzador donde impera la inseguridad —sea debido al desempleo, la desnutrición o los altos índices de delincuencia—. De acuerdo con los cálculos estadísticos del Banco Mundial, cerca del 30% de la población de América Latina vive con dos dólares al día, y menos aún. La región no podrá emerger de su depresión económica si no canaliza efectivamente la fuente de energía que constituyen los pobres.

Mientras leía Erradicación de la pobreza y crecimiento económico, no pude dejar de pensar en Hugo Chávez, Evo Morales, Néstor Kirchner, Michelle Bachelet, Andrés Manuel López Obrador y Luiz Inácio Lula da Silva.

Por supuesto que Venezuela, Bolivia, Argentina, Chile, México y Brasil no pertenecen a un mismo bando. Pero aun así, cada uno de sus líderes profesa una marcada preocupación por resolver los problemas de los pobres, por lo que estudiar el análisis del Banco Mundial debe resultarles de máximo interés.

Bachelet y Lula, sin dudas lo han comprendido muy bien. Kirchner y López Obrador deberían hacerlo, pero ni siquiera lo han intentado. Existe la posibilidad de que Morales aún sorprenda, pero no debemos hacernos muchas ilusiones al respecto. Chávez, decididamente, no quiere ni lo puede comprender.

Sólo una economía de mercado puede sostener un vigoroso crecimiento económico. Es lo que tenemos que entender todos, no sólo por el bien de los pobres, sino por nuestro bien. Todo lo demás es pura y simplemente una falsa ilusión.

© cubaencuentro

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