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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Francia

¿Final del juego y una nueva era?

La victoria del conservador Nicolas Sarkozy y el simbolismo de los nuevos tiempos.

En las pasadas elecciones, Ségolène Royal no se convirtió en la primera mujer presidente de la República francesa. La mayoría optó por el candidato liberal en materia de economía y conservador extremo en lo cultural y lo social. En otras palabras, una mayoría heterogénea optó por el modelo de país que Nicolas Sarkozy prometió durante su campaña electoral: dinamizar la economía, pero también valorizar el orden, el trabajo y la identidad nacional.

Estos tres últimos temas eran un tabú que remitía a la II Guerra Mundial. Sobre ellos se fundó el gobierno colaboracionista del mariscal Petain, "familla, travail et patrie", que hacía eco al "Arbeit macht frei" de la Alemania nazi y que hasta ahora había constituido monopolio del ultraderechista Jean Marie Le Pen.

Francia ha pasado una página importante de su historia. La postguerra ha llegado a su fin y, para llegar a esa victoria contundente, no solamente la derecha tradicional dio su voto al candidato victorioso, sino también sectores de extrema derecha y de izquierda.

Vale la pena recordar que Royal también defendió durante su campaña los valores nacionales y propuso reanudar la costumbre perdida de entonar La Marsellesa en las escuelas, y ondear la bandera en las ventanas los días de fiesta nacional. Sin ser tan radical como Sarkozy, ella tampoco se mostró entusiasta con la entrada de Turquía en la Unión Europea.

Sin embargo, sí fue más radical que Sarkozy en cuanto a Irán y la cuestión nuclear, al considerar que no se le debe permitir que desarrolle la industria nuclear ni para fines civiles, pues de ahí a transformarlo en arma militar no hay más que un paso.

Los valores tradicionales se impusieron a la mentalidad producida por el trauma de la guerra, pues ese sentimiento estaba latente en la mayoría de la opinión francesa, que además se siente acosada por los descendientes de quienes ayer fueron colonizados por Francia y hoy reclaman arrepentimiento. Sarkozy y Le Pen manifestaron que asumen la historia de Francia tal y como sucedió, con luces y sombras, y no tienen por qué renegar de esta. Sentimiento que también es compartido por algunos sectores de la izquierda que, por esa razón, apoyaron la candidatura de Sarkozy.

Situación límite

La crisis económica, el desempleo, la severa crisis social e identitaria que aqueja a los sectores más desfavorecidos de la población, tanto franceses como de origen magrebí; el aumento de la delincuencia y de la inseguridad; el debilitamiento del lugar de Francia en Europa tras el voto del "No" a la Constitución Europea, impulsado por la corriente radical de izquierda del Partido Socialista y por la extrema izquierda, demostraron que se había alcanzado un límite.

Dicho límite condujo a sobrepasar las vallas de una ideología que identifica con la extrema derecha cualquier defensa de los valores nacionales, o los valores sociales tradicionales, personificada por las corrientes marxistas, pero también por las de derecha que vivieron los avatares de esa guerra y se opusieron al invasor nazi. Le Pen se amparó en los valores nacionales, tradicionales, y decía "en alta voz, lo que otros sólo decían en voz baja o no se atrevían a formular".

Nicolas Sarkozy supo que necesitaba del sufragio de ese 10% del electorado que votaba por la extrema derecha, constituido principalmente por el antiguo electorado radical de proletarios pobres que antes se inclinaba por el Partido Comunista, y por los estratos de la tercera edad (mayoritarios en Francia), temerosos ante el aumento de la inseguridad (más imaginario que real, pero convertido en argumento electoral decisivo por la derecha).

Es el voto de los tradicionalistas que ven la cultura francesa peligrar bajo la influencia de los inmigrantes y del Islam, de los nacionalistas contrarios a la participación de Francia en la Unión Europea. Sarkozy logró en la segunda vuelta que la balanza se inclinara a su favor, porque, fiel a su carácter —mezcla de voluntarismo, pragmatismo y autoritarismo, perteneciente como Royal a una generación que no se siente concernida por los tabúes que emanan del periodo de la guerra—, tuvo la osadía de reivindicar sin cortapisas los valores monopolizados por Le Pen.

Pese a que este último llamó a la abstención, Sarkozy logró obtener el voto de ese sector, lo que contribuyó en mucho a su amplia victoria. Igualmente, no es desdeñable un porcentaje de quienes votan tradicionalmente por la izquierda socialista, decepcionados por un Partido Socialista que Royal no logró doblegar, pese a sus esfuerzos.

Sobre todo a las corrientes que lo inmovilizan en un pasado obsoleto, renuentes a reformarse y constituir una izquierda moderna; que apoyaron en la primera vuelta al candidato centrista François Bayrou y en la segunda dieron su voto a Sarkozy. Pero también sectores de la clase media, defensores de la laicidad y los valores republicanos, que los ven peligrar bajo la influencia del integrismo musulmán. Situación que se refleja, en particular, en la crisis que atraviesa la educación, sustento decisivo de los valores republicanos, hecho ante el cual la izquierda prisionera de la ideología y proclive a la condescendencia se ha mostrado débil.

'Sarkozystas de izquierda'

Ante esa situación sucedió un hecho inaudito, la aparición de una corriente de "sarkozystas de izquierda" que hizo campaña activa por su candidatura, incluso desde la primera vuelta. Y ello, pese a la amenaza de Sarkozy de "eliminar la cultura de mayo de 1968", muy cara a los valores de la izquierda que representan para él el multiculturalismo, el laxismo disciplinario que reina en la educación y el hedonismo.

El actual presidente francés prometió en su campaña "formatear" la mentalidad de los franceses aún reacios a los valores tradicionales, un mundo mejor a los que "se levantan temprano" para impulsar el dinamismo económico y acabar con el desempleo, y poner término a la política asistencial.

Dispuesto a defender la identidad nacional, la revalorización de los "dos mil años de cristianismo", anunció que entre las primeras medidas que se tomarán en relación con la educación estará la obligación de ponerse de pie cuando el profesor entre al aula. Medida simbólica, pues la cultura de mayo de 1968 se caracteriza precisamente por la modificación de las estructuras rígidas que rigen las relaciones entre adultos, niños y jóvenes.

Pese al carácter francamente conservador y regresivo en lo que respecta al modelo cultural de comportamiento, que en Francia se inclina mayoritariamente hacia un mayor liberalismo, privó en la mayoría el sentimiento de que el país está llegando a un callejón sin salida y necesita optar por un modelo liberal-económico.

Ninguno de los candidatos pudo personificar el modelo que parece corresponder más a Francia, ni personificar un modelo coherente de sociedad: liberal-económico y liberal-cultural. Se oponen a la opción liberal-cultural: una parte de la población, temerosa de los cambios sociales, étnicos y religiosos que se están operando en la sociedad francesa pertenecientes a la tercera edad, conservadora por excelencia. Y a la opción liberal-económica del Partido Socialista, que hasta ahora no logró realizar su aggiornamento y constituirse en una opción de izquierda moderna.

Divorcio entre austeridad y lujo

En cuanto a los valores éticos y la visión del mundo del flamante presidente, en el momento que se anunció su victoria, dio una demostración de sensibilidad de ciudadano y su manera de estar en el mundo. Las primeras imágenes lo mostraron acompañado de Johnny Hallyday, "el exiliado fiscal", rockero casi septuagenario que no disimuló su apoyo al candidato conservador a cambio de la reforma fiscal prometida que le permitirá poner término al fastidio de vivir en Suiza y retornar a Francia con las mismas ventajas fiscales que le depara el país helvético.

También los espacios de la ciudad que escogió para pasar los primeros momentos de su triunfo, situados en la orilla derecha del Sena, que se identifica con las fortunas recientes, el glamour y el turismo de lujo. Y para completar, en lugar del monasterio donde había anunciado su retiro a meditar para imbuirse de la "gravedad del cargo", tras reunirse con sus amigos íntimos en el famoso restaurante Fouquet's en los Campos Elíseos y pasar la noche en una suite del hotel homólogo, que pertenece a un amigo suyo, voló a la isla de Malta con su familia en el jet privado de uno de los hombres más ricos de Francia, cuyo yate abordó para realizar un crucero de descanso con su familia.

La pregunta que se hacen hoy muchos es si los gastos de ese descanso de millonario lo paga el presupuesto del Estado, lo que en este país significaría un acto de extrema gravedad. O si se trata de una invitación del millonario en cuestión, muy amigo del flamante presidente. En este caso, demostraría una colisión de intereses entre finanzas y política, lo que igualmente reviste incurrir en una violación grave de los valores de la República.

En términos de valores personales, demuestra un divorcio entre la austeridad que exigió el candidato a los que trabajan para corregir la situación de Francia y su inclinación por el lujo. Los franceses no ignoran que quienes amasan fortunas no lo logran sólo porque se levantan temprano. Las buenas relaciones con el poder cuentan más.

Tal parece que la sensualidad del poder, según el modelo del nuevorriquismo más impúdico, no es exclusiva de los "revolucionarios bolivarianos", sólo que en Francia nunca un presidente recién electo se había dejado llevar por actitudes dignas de lo que aquí se suele llamar "repúblicas bananeras".

El peso de lo simbólico en la inauguración de nuevas eras es decisivo; esperemos que así lo comprenda Nicolas Sarkozy y evite yerros inútiles, pues estará jugando con fuego. Hasta ahora ha prevalecido el cartesianismo, pero cuando Francia se despoje de ese corset, las consecuencias son imprevisibles: varias fechas de su historia lo atestiguan con creces.

El único país que designó con el término de "amigo" en su discurso, la noche de su triunfo, fue Estados Unidos: con ello se aleja de De Gaulle y se acerca más a Mitterrand. El pragmatismo ideológico de Sarkozy deparará todavía muchas sorpresas. Por lo pronto, se dispone a integrar a personalidades de izquierda en su futuro gabinete de gobierno.

Las modificaciones de los símbolos fue lo más notable durante la campaña electoral.

© cubaencuentro

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