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Actualizado: 18/04/2024 23:36

Macron, Trump, Cuba

Nacionalismo o patriotismo

El nacionalismo se basa en la rivalidad y el resentimiento

“El patriotismo es exactamente lo contrario del
nacionalismo… el nacionalismo es una traición al
patriotismo”.
Emmanuel Macron

Cuando Macron decía esas palabras con el claro propósito de criticar a Trump me motivaba a trasladarme a aquellos años en los cuales se promocionaba en Cuba una corriente nacionalista que sentarían rápidamente las bases de una dictadura totalitaria.

Recordaba aquellos llamados a “consuma productos cubanos”, aquel zafarrancho de clamores de un fervor nacionalista que a muchos nos engatusó. A mi memoria acudía aquel jingle que cantaba el Benny y que decía en su estribillo: “Qué solo las cubanas acaricien tu cara”. Y se refería a unas cuchillas de afeitar hechas en Cuba y cuando desparecieron las Gillette y las GEM de un solo filo, sus obligados usuarios le llamaron “lágrimas de hombre”.

A la pequeña y mediana burguesía que gustaba de vacacionar en Miami, otro anuncio les decía: “A viajar por mi Cuba que te lleva el INIT”, o el jingle: “Conozca a Cuba primero y al extranjero después”; anuncios que, sin profundizar en los por qué, la ESSO, la Shell y otras marcas de gasolina apoyaron con un fervor casi religioso. Pocos meses antes del fatídico enero de 1959 yo había comenzado a trabajar en la oficina de un viejo amigo de mi familia[1], él era un cubanazo rellollo, simpático, mujeriego, que gustaba de fumar unos cigarros fortísimos que no se conseguían en todos los lugares.

Su negocio consistía en una fábrica de sobrecamas que radicaba en Guanabacoa, y entre las cosas que detestaba estaban los yanqui que vendían en Cuba unas sobrecamas de chenille que le hacían una feroz y mortal competencia, y le vendían a él telares obsoletos; y los polacos que eran como llamábamos en Cuba a los judíos, que como clientes eran en extremo perezosos para pagar y cuando eran los suministradores de los hilos de algodón que él requería lo obligaban a comprar los colores que menos se vendían ya que tenía una empresa pequeña, con poca fuerza para exigir un mejor tratamiento.

Todas estas campañas nacionalistas fueron bien recibidas por él y sus tres amigos, también pequeños industriales, que compartían una especie de centrífuga donde se pasaban unos a otros letras de cambio en el que movían un dinero ficticio, que no existía. Veían en esa campaña nacionalista una posibilidad de salir de la continua angustia en la que manejaban sus negocios, siempre al borde de la quiebra.

Su esposa quizás más perspicaz, o que algo se olía[2], le advertía, pero él no veía ningún problema. La reforma agraria, perfecto, eso aumentaría el potencial de compradores de sobrecamas, la rebaja de alquileres, no hay problema, así la gente tendrá más dinero, para qué, para comprar mis sobrecamas. Todos sabemos cómo terminó esa historia, en la cual todos los grupos y estamentos sociales quedaron implicados y comprometidos, no solo la mediana y pequeña burguesía.

Él era un nacionalista, antiamericano y antisemita redomado y como todo nacionalista no le importaba lo que hiciese su país, se producía así una arrogancia ciega que no toma en cuenta los valores éticos que forma parte del contexto cultural e idiosincrático de la nación; el nacionalismo se basa en la rivalidad y el resentimiento; tanto el nacionalismo como el patriotismo muestran la relación de un individuo con su nación, mientras uno puede ser extremadamente enfermizo el otro es una relación sana, abierta al resto de la humanidad.

Con la implantación del totalitarismo no terminó el mensaje nacionalista, este continuó a contrapelo de que se fomentó primero una dependencia de la URSS que casi nos llevó a un apocalipsis nuclear y después de la debacle de finales de los 80 entramos en una rara mezcla de dependencia y a la vez injerencia en Venezuela, en algún momento se llegó a hablar de una hipotética Cubazuela por esos grandes adalides del nacionalismo.

En Cuba se implantó un nacionalismo obtuso, enfermizo, incluso en contraposición con el supuesto carácter socialista de la autocracia gobernante. El espíritu teórico del socialismo —ya que la práctica ha sido muy distinta— es totalmente ajeno al nacionalismo, que incluso proclamaba la fraterna unión de todos los pueblos, pero en Cuba se pasa por alto esa y tantas otras aberraciones formales del mundialmente fracasado socialismo, incluyendo el denominado del Siglo XXI.

Durante el llamado “período especial” esos grandes creadores de consignas imposibles generaron la que decía: “¡A salvar la Patria, la Revolución y el Socialismo!”, a lo que yo añadía cuando me era posible y oportuno: en ese orden. Y cuando a alguien le concitaba sospechas mi breve coletilla, le brindaba una explicación lógica de como una dependía de la otra, pero en honor a la verdad no siempre quedaban complacidos, o convencidos.

Al confundir la patria con esos otros apelativos, por no mencionar el nombre del dictador en jefe, que muchas veces se incluía en la ecuación, o simplemente quedaba implícito en la mente y no solo en la mente de muchos, se ignoraba, por los que inclusos se consideraban martianos, lo que dijo aquel patriota por antonomasia:

“Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer; y ni se ha de permitir que con el engaño del santo nombre se defienda a monarquías inútiles, religiones ventrudas o políticas descaradas y hambronas, ni porque a estos pecados se dé a menudo el nombre de la patria, ha de negarse el hombre a cumplir su deber de humanidad, en la porción de ella que tiene más cerca.”[3]

Pensamiento al cual Macron se acerca a pesar de la distancia temporal y espacial, y que Martí lo enarbola como un deber pasado por alto por la dictadura cuando señala:

“El patriotismo es un deber santo, cuando se lucha por poner la patria en condición de que vivan en ella más felices los hombres.”[4]

Y ello nos lleva a recordar lo que el iluminado adolescente establecía en “Abdala” como ecuación paradójica: amor = odio. Odio a los que la oprimen y han hecho infelices a los cubanos.


[1] El director del Instituto de la Víbora, Eliodoro Vitier, me había expulsado, y no podía matricularme en otro Instituto por un año, y le había llenado a mi padre la cabeza con mis truculentas actividades, sospecho que él me tenía ojeriza desde que fue mí profesor en la Academia Militar del Caribe donde entre otros estábamos algunos complicados cadetes como el historiador y actual director de la Biblioteca Nacional Eduardo Torres Cuevas, Fernando Carr Parruas, continuador de la serie de “Gazapos” después de la muerte de José Zacarías Tallet, en realidad los cadetes éramos seres difíciles, pero no era para tanto.

[2] Formaba parte de la familia propietaria de la más importante fábrica de toallas en Cuba.

[3] José Martí. Obras Completas ENC 1963, Tomo 5, pág. 468.

[4] Ibidem, Tomo 1, pág. 320.

© cubaencuentro

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