Ir al menú | Ir al contenido

Actualizado: 10/05/2024 11:46

Economía

Oppenheimer y la charada

Irlanda, Chile, República Checa, China: ¿Hay esperanzas de que Iberoamérica siga dichos ejemplos para sacar de la pobreza a una parte de sus ciudadanos?

A lo largo de los siglos, la tradición china ha producido fábulas o cuentos que contienen una moraleja de la sabiduría popular. Entre nosotros, y lejos de eso, un cuento chino es un relato preñado de todas las formas de la mentira. Grandes cuentistas podrían ser Rodríguez Zapatero, Berlusconi, Morales, Humala, Chávez, Kirchner, Castro y, last but not least, George W. Bush. Buen título para un libro que muestra algunas de las charadas de los políticos, principalmente al oeste del Atlántico.

(Un cuento chino —que no tiene relación con el autor— es la portada de la edición colombiana, que muestra al presidente Bush junto a su homólogo colombiano, Álvaro Uribe. El mensaje subliminal es que este último es otro cuentista, idea que no comparte la mayoría del pueblo de Colombia, según los resultados de las últimas elecciones. Muy divertido el sesgo).

Los futurólogos

Cuentos chinos (Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2005-2006) nace de dos estudios sobre el futuro a 20 años vista de América latina, uno por el CNI (Centro de Estudios de la CIA) y el otro por el socialista Rolf Linkohr, experto latinoamericanista en el Parlamento Europeo. Ambos llegaron a la misma vertiente: la región se había vuelto irrelevante en el contexto mundial y, de seguir así, lo será cada vez más.

Al leer los estudios, Oppenheimer se sorprende. ¿Cómo es posible que ambos llegaran a conclusiones totalmente contrarias a lo que diariamente cacareaban los gobernantes a ambos lados del Río Grande, y que venerables instituciones, como la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, dependiente de la ONU), presentaran un panorama optimista de la región? ¿Quién estaba más cerca de la realidad? Y, ¿quién contaba cuentos chinos? Dice el autor: "mi propósito al escribir este libro fue contestarme a mí mismo mis preguntas".

En 1967, el conocido think tank Hudson Institute publicó The Year 2000, cuyo coautor, el devenido futurólogo Otto Herman Kahn, llegó a tener un impresionante récord de vaticinios correctos a lo largo de sus numerosos escritos y conferencias. En este libro, Kahn predijo que el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita en Brasil crecería a la pitanza de un 1,7% al año durante los siguientes 33 años.

Tamaños augurios irritaron a Mario Henrique Simonsen, entonces un impetuoso joven carioca, banquero y más tarde ministro de Hacienda, que en 1969 editó Brasil 2001, una réplica al escrito de Kahn, que no había tomado en consideración o milagre brasileiro, ya incipiente a la sazón.

Al final, ganó Simonsen: basada en el PIB per cápita, la brecha entre Brasil y Estados Unidos se estrechó de 12,7 veces en 1965 a 4,7 en 2004. No sólo eso: Brasil vende aviones de tecnología propia a varias decenas de países (incluyendo Estados Unidos), y a nivel mundial es uno de los principales productores de soja, vehículos, acero, celulosa, café, concentrados de fruta, mineral de hierro y bauxita. Moraleja: en política y economía es difícil vaticinar con precisión a veinte años vista —sujeto, como está, a los imponderables de la historia, como diría el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza.

Los cuentos chinos

Aunque del lado americano del Atlántico Oppenheimer descabeza a todos —menos Chile y tal vez Brasil—, algunos merecen una mención especial: Bush y Estados Unidos, Argentina y sus bandazos, y Venezuela con su revolución narcisista-leninista.

Para entender la pasividad de Estados Unidos de cara al hemisferio occidental, bastan dos ejemplos: uno, a mediados de los setenta del siglo pasado, Italia y Portugal se vieron inmersas en serias crisis de balanza de pagos. La entonces Comunidad Económica Europea resolvió el problema sin la intervención del FMI o la banca internacional.

Otro, después del cambio en Europa Central, la ahora Unión Europea aportó ingentes sumas de inversión y deuda —los llamados fondos de cohesión— a Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Eslovenia y a los países del Báltico para que prepararan sus economías con vista a un futuro ingreso (2005) en la UE.

Si, por ejemplo, en 1989 la economía argentina se colocaba holgadamente por encima de la de todos aquellos, en 2006 sucede diametralmente lo opuesto. En el ínterin, la Comisión Europea creó el EBRD (Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo), dirigido a aquellos países y otros en los Balcanes y el Este europeo, incluyendo Rusia. Compromiso, en una palabra.

Washington congelado

¿Cómo se compara Washington con este claro compromiso de Bruselas? Otros dos ejemplos: cuando en 1982 estalló la crisis de la deuda externa desde el Río Grande hasta el Cabo de Hornos. Al contrario de lo que había hecho la Comunidad Económica Europea con Italia y Portugal apenas un lustro antes, Washington se congeló ante un problema que no veía suyo.

En 1989 surge el llamado Plan Brady (nombrado así por su "creador", Nicholas Brady, secretario del Tesoro de EE UU a la sazón), un copy and paste de los Bonos Azteca, que el Banco Morgan había diseñado para refinanciar parte de los pasivos morosos de México. El segundo lo vivimos en este momento: a finales del siglo pasado, el "Consenso de Washington", con la participación del Banco Mundial, el FMI y el Tesoro de EE UU, pensó que para incentivar el crecimiento de las economías emergentes bastaba que éstas redujeran sus aranceles y liberalizaran sus mercados.

Esto, dice Oppenheimer, no es suficiente: la mayoría de esos países —en Centro y Suramérica— tienen parques industriales poco desarrollados y altas tasas de paro, de forma que el Consenso no sólo no resuelve los problemas viejos sino que crea otros nuevos; el impacto del librecambio puede ser brutal y, de hecho, lo ha sido —la adhesión de Colombia a un futuro ALCA eventualmente podría afectar a 200 millones de dólares de importaciones de soja boliviana (que Venezuela importará, según su Führer, otro cuento chino).

Pero, lo que es necesario, recalca Oppenheimer, es un tránsito gradual al comercio franco, acoplado a planes financiados de desarrollo de infraestructuras, nuevas inversiones, sistemas financieros y educación.

Pero de la pletórica antología de cuentistas chinos en EE UU, el que se lleva la palma es el presidente Bush. Según Oppenheimer, Bush había cumplido lo prometido durante la campaña ("un compromiso fundamental de mi gobierno" con los vecinos del sur), hasta el 11-S, cuando se desmoronó el impulso latinoamericanista. Desde entonces, el aparato de Washington no piensa sino en las tres I: la guerra en Irak, el reto de Irán y los peligros de Israel.

A la pregunta sobre el porqué del cambio, anota Oppenheimer, un halcón washingtoniano de alto vuelo le respondió que "la tercera guerra mundial no iba a comenzar en Tegucigalpa". Sin embargo, los recientes encontronazos (de opinión, a Dios gracias) entre los chacales (Chávez-Castro-Morales) y prácticamente el resto de Iberoamérica amenazan con reducir toda o parte de la región a una total irrelevancia, que se le manifiesta al autor en sus viajes, principalmente a Argentina y Venezuela.

'El país de los bandazos'

Argentina —el país de los bandazos, la llama Oppenheimer— no regresó a sus antiguos esplendores después del sambenito paternalista que Perón hizo vestir a sus ciudadanos. El último cuento chino es que, después del corralito y sus secuelas, la economía va bien: el PIB crece a tasas más que aceptables y las reservas internacionales igualmente se colocan a niveles muy favorables. Es lógico: como Argentina no paga el 75% su deuda externa a largo plazo, su cofre se expande.

El insaciable apetito de China por productos agropecuarios argentinos —carne, trigo— y el aumento de sus exportaciones de manufacturas a Estados Unidos daban respuesta a un zig que tarde o temprano devendría zag. Porque Argentina toma otro rumbo cada vez que una crisis destrona al ancien régime y da paso a uno que supuestamente tiene todas las respuestas para salir del hueco. Pero como éstas no van dirigidas a lo fundamental y lo permanente, "las cosas tienen que cambiar radicalmente para permanecer iguales", como diría el Gatopardo. Y, como la clase dirigente "no sabe a dónde va, acaba en otro lugar", según la sentencia del Dr. Peter.

El cuento chino venezolano está enraizado en el coronel Chávez y su afirmación de que su país crece "socialmente, moralmente, incluso espiritualmente". Su proyecto narcisista-leninista lo lleva a payasadas y ridiculeces que confirman los peores estereotipos sobre los políticos tercermundistas.

Y, aunque Oppenheimer afirma que no está convencido de que no hubo fraude en el referendo sobre el mandato chavista, en agosto de 2004, de su prolijo análisis se puede concluir que la victoria de Chávez fue una combinación de petro-populismo, una pésima campaña de la oposición, intimidación gubernamental y de trampas en el proceso electoral, que mucho limitaron el acceso de los opositores que querían votar.

Desde que en 2003 el hoy presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero —entonces en la oposición— permaneció sentado al paso de la bandera estadounidense en el desfile del 12 de Octubre, la majadería ha devenido plaga que afecta a alguna parte de la dirigencia iberoamericana.

Kirchner, por ejemplo, ha incumplido citas con Putin y con los presidentes de China, Vietnam y Sudáfrica. Chávez ha utilizado su mejor arrabal para denostar a Bush y a Rice. Esto, dirigido al área más inculta de la población, necesariamente sume en la irrelevancia a los mandatarios que lo practican. Las buenas relaciones, que casi siempre desaguan en un aumento de la inversión extranjera, están basadas en respeto y buenos modales.

Más allá del ombligo

El tema no es nuevo: cómo, y por qué, algunos países pobres se quedan más atrasados, mientras otros progresan. En su cuento chino Las venas abiertas de América Latina, un Galeano alegremente se despacha con el ídem que atribuye al imperialismo capitalista.

Libros más serios hay, sean La Tierra es plana, de Friedman; Cómo el comercio puede promover el desarrollo, de Stiglitz & Charlton; Los latinoamericanos y la cultura occidental, de Montaner, o el ya clásico Manual del perfecto idiota latinoamericano, de Montaner, Mendoza y Álvaro Vargas Llosa.

Pero, al buscar una respuesta en China, Irlanda, Polonia, España, República Checa, Estados Unidos y varios países iberoamericanos, Oppenheimer ha tejido una densa y original trama de entrevistas con líderes políticos y empresariales, contactos con gente común y datos económicos que en su conjunto imparten una inusual credibilidad a la obra.

¿Hay esperanza de que en un futuro Iberoamérica siga el ejemplo de Irlanda, Polonia, Chile, República Checa, Eslovenia, China, India y otros países que consiguieron dar el salto que ha sacado de la pobreza absoluta a una parte importante de sus ciudadanos?

Aunque Oppenheimer no entra en vaticinios, opina que "claro que la hay, desde que sus dirigentes dejen de mirarse al ombligo y pongan sus ojos en el exterior". Sin embargo, me temo que al extrapolar a los malcriados del presente, en un lejano 2020, sobrevivirán Chile, Brasil, México y probablemente Colombia, Panamá y Costa Rica. Del resto, ¿quién sabe?

© cubaencuentro

En esta sección

Dilemas de la guerra

Rafael del Pino , EEUU | 13/04/2022

Comentarios



Una oferta muy peculiar

Waldo Acebo Meireles , Miami | 06/04/2022

Comentarios


Rusia, la URSS y el petróleo

Alejandro Armengol , Miami | 04/04/2022

Comentarios


La madre de todas las conspiraciones (III)

Ariel Hidalgo , Miami | 31/03/2022

Comentarios


Sobre la guerra en Ucrania

Rafael del Pino , EEUU | 28/03/2022

Comentarios


Una opinión experta

Waldo Acebo Meireles , Miami | 23/03/2022

Comentarios


La madre de todas las conspiraciones (II)

Ariel Hidalgo , Miami | 21/03/2022

Comentarios


La calle del espía

Alejandro Armengol , Miami | 18/03/2022

Comentarios


La madre de todas las conspiraciones (I)

Ariel Hidalgo , Miami | 16/03/2022

Comentarios



Subir