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Actualizado: 17/05/2024 12:58

EE UU - América Latina

Política y compasión

Después del Katrina: Latinoamérica y Estados Unidos ante una nueva oportunidad.

Equipos médicos, trabajadores voluntarios, soldados, ingenieros, equipos de tratamiento de agua, cocinas móviles, expertos en inundaciones y sanidad, 120.000 libras de plátanos, dos toneladas de leche en polvo, un millón de barriles de gasolina, 50 toneladas de carne enlatada, donaciones monetarias: Latinoamérica no se ha quedado a la zaga ayudando a las víctimas del Katrina. Una sincera compasión ante las imágenes de la tragedia ha guiado la generosidad, tanto de extranjeros como de los mismos estadounidenses.

La política, inevitablemente, también ha hecho su entrada en la escena. La firme y vehemente respuesta del presidente Bush ante la tragedia del 11/9 contrasta descarnadamente con su indiferente respuesta posterior al Katrina. Cuatro años atrás, los horripilantes ataques —que nunca olvidaremos— le dieron al Partido Republicano la oportunidad de lucirse bajo el halo de la seguridad nacional. Hoy, los rostros desamparados de los más vulnerables de entre nosotros —a los que deberíamos recordar por siempre—, podrían reportarle muchos beneficios al Partido Demócrata.

Bajo el gobierno de Bush, Latinoamérica se ha ido alejando aún más en el horizonte. La Cumbre de las Américas en Miami (celebrada en 1994), conjuró una grandiosa visión de integración y libre comercio que aún no se ha hecho realidad.

Hacia el final de la década, la mayoría de los latinoamericanos se cuestionaban las reformas neoliberales que pusieron los asuntos macroeconómicos en orden, pero hicieron muy poco por crear nuevos puestos de trabajo y mejorar su estándar de vida. A pesar de ello, la mayoría continúa creyendo que la democracia y una economía de mercado son los mejores portadores del progreso.

Hoy, sin embargo, Hugo Chávez y Fidel Castro son los que están ganando terreno en las mentes y corazones de los latinoamericanos.

Esperanzas políticas

Antes del Katrina, Washington y Latinoamérica habían asumido posiciones distintas con respecto a las siempre hirientes espinas que representan Cuba y Chávez. Después del Katrina, un aura de buena voluntad pudiera extenderse a las relaciones entre estos hemisferios. Exactamente lo opuesto a lo que sucedió después del 11/9, especialmente con México, que tuvo una distanciada reacción a los ataques; y con la guerra de Irak, a la que se opuso la gran mayoría de los países latinoamericanos. El período posterior al Katrina está cargado de prometedoras esperanzas políticas. México, Venezuela y Cuba son los casos a tener más en cuenta.

El más prometedor de estos casos es México, pues los esfuerzos para restablecer las relaciones van en progreso. Las agradecidas palabras del gobierno de Bush —"nuestro vecino y buen amigo", "su generosa ayuda", "buena para nuestras relaciones"—, indican su tono conciliador. Por otra parte, no hay exageración en el simbolismo de un convoy militar mexicano cruzando la frontera del Río Grande y Texas, ni en el sutil alivio que esto puede reportar al magullado nacionalismo mexicano. Esperemos que el Departamento de Estado de EE UU y el Ministerio de Asuntos Exteriores de México aprovechen la oportunidad.

Venezuela es como una cuesta empinada, pero no imposible de subir. El gobierno de Bush ha aceptado el ofrecimiento de ayuda humanitaria de Chávez, aun si ésta es una estratagema política. Aceptar su ayuda valdrá la pena sólo si hay un verdadero sentido de compromiso mutuo para mejorar las relaciones de ambos países. Tal como a su barbudo mentor, a Chávez le viene como anillo al dedo cualquier confrontación con el "imperialismo yanqui". Al mismo tiempo, la política actual del gobierno de EE UU va a encontrarse en un callejón sin salida hasta tanto Chávez no decida saltarse la línea fronteriza en Colombia o en cualquier otro lugar.

Los latinoamericanos no comparten las preocupaciones del gobierno de Bush. Justamente cuando Caracas está rebosante de petrodólares, las llamadas de alarma estadounidenses llegan a oídos sordos. ¿Puede el Departamento de Estado cambiar su actitud para lograr un acuerdo con los gobiernos democráticos de la región? La paciencia es una virtud que, junto con las pruebas de los chanchullos de Chávez, puede servir muy bien a Estados Unidos.

Un caso perdido

Cuba es un caso perdido, al igual que la política estadounidense para con ésta. Estamos atrapados en una cámara blindada, y no escuchamos al que piense en una solución fuera de ella. Observen lo que le pasó al senador Mel Martínez cuando —en comedidas palabras— le dio la bienvenida a la oferta de Castro de mandar 1.586 médicos. ¿Qué hubiera sucedido si el gobierno hubiera aceptado el engaño? ÀQué hubiera pasado si los médicos hubieran venido? ¿Y si algunos o la mayoría de ellos hubieran pedido asilo político aquí? ¿O qué hubiera pasado si hubieran regresado todos a la Isla con una impresión de Estados Unidos de primera mano?

Cada vez que Washington responde a Castro de una manera predecible, este último es quien gana. Es tan simple como eso, pero estamos en una trampa y rechazamos cualquier solución para salir de ésta.

Las postrimerías del Katrina le ofrecen a Latinoamérica y a Estados Unidos una oportunidad que no debe ser desperdiciada. Sin embargo, me temo que la ocasión pasará desapercibida. Es evidente que Latinoamérica no es una prioridad para EE UU, lo cual es tanto una responsabilidad de la región como del gobierno de Bush.

Si la economía de los países latinoamericanos fuera más parecida a la de Europa central, India o China, la historia sería bien diferente.

© cubaencuentro

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