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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Latinoamérica

Populismo contra mercado

Cuando la democracia sólo favorece a una minoría, las fuerzas antiliberales cautivan la imaginación de los ciudadanos.

¿Alguna vez Latinoamérica aprenderá la lección? En ninguna otra parte los mercados han sido tan criticados, ni las economías centralizadas en el Estado tan alabadas como en esta región. Pero este debate ha terminado. Los mercados han ganado sin realizar ningún esfuerzo, aunque sea difícil de creer debido a la fuerza de los vientos que soplan en ciertos lugares.

Aun así, no puede decirse que Latinoamérica sea completamente un caso atípico extremo. A los mellizos que gobiernan Polonia —Lech y Laroslaw Kaczynski— no les es extraño el populismo. El año pasado, los electorados de Francia y Holanda enterraron la Constitución de la Unión Europea, no tanto por lo que prescribía, sino por la oportunidad que los votantes vieron para declarar sus miedos a la globalización. En Estados Unidos, los extremos de la derecha y la izquierda no están muy separados en sus arengas contra el libre comercio. Los índices de audiencia de Lou Dobbs, en CNN, se dispararon gracias a la ira de todos ellos.

Desde el siglo XIX hasta la fecha, cada nueva ola de expansión de mercados ha traído sus cuotas de ganadores y perdedores. Estos últimos han protestado cada final de ciclo para reclamar una reparación, atendida gracias a la democracia, que generalmente acompaña la política de mercados. De esta forma, los obreros han ganado el derecho a tener sindicatos, los ancianos a recibir sus pensiones, y las minorías excluidas y las mujeres a ser consideradas por lo que son, ciudadanos de primera clase.

Los mercados y la democracia

Ahora estamos en medio de uno de esos ciclos. En Estados Unidos, los salarios medios se han estancado, a pesar de que las ganancias de la globalización han escalado de manera pronunciada.

En Latinoamérica, la creación de nuevos puestos de trabajo y las mejoras del estándar medio de vida son asuntos que se han quedado muy a la zaga del saludable balance entre las reformas de mercado y el crecimiento económico reciente.

Para Estados Unidos, la tarea consiste en mantener la movilidad social que los norteamericanos han disfrutado una generación tras otra. Para Latinoamérica, se trata de reducir las desigualdades sociales, expandir la clase media y consolidar la democracia. El tiempo dirá si el ciclo actual también abre más oportunidades, o si en su lugar marca una separación de la sinergia histórica entre los mercados y la democracia.

Latinoamérica, aun así, es en su mayor parte un caso de valores atípicos. El arco de fuerzas radicales antimercado y antidemocráticas es una verdadera amenaza para su propio terreno sociopolítico. Desde las alturas del poder, Hugo Chávez, Evo Morales y Fidel Castro son sus principales defensores.

Ollanta Humala fracasó en su tentativa de colocar a Perú dentro de ese campo; Rafael Correa (Ecuador) y Daniel Ortega (Nicaragua) están haciendo lo indecible para unirse a esas filas. El derrotado Andrés Manuel López Obrador (México) ha tenido que unirse a los anteriores en el rincón de los derrotados; aunque una victoria lo hubiera revelado como un mexicano tradicional priísta o un Néstor Kirchner, y no un Chávez.

Sin embargo, no hay que desesperarse. Existe otro arco que incluye México y América Central, República Dominicana, Colombia, Perú, Chile, Brasil y Uruguay, que, por lo general, se pasa por alto. Aunque no acapare titulares, este arco está haciendo progresos; sin duda, es progresista.

Bien sean de centroizquierda o centroderecha, estos gobiernos se preocupan por mejorar la vida de la gran mayoría de los ciudadanos. México y Brasil, por ejemplo, han podido reducir sus índices de pobreza. Luego de fracasar en los primeros años de este siglo, República Dominicana se ha convertido otra vez en uno de los máximos protagonistas económicos exitosos de Latinoamérica. Los países con un arco progresista tienen relaciones constructivas con Washington.

Castro y Chávez son mejores en saber cómo acaparar titulares: el comandante es todo un maestro; el coronel, un alumno aventajado, aunque ni siquiera el joven Castro se hubiera atrevido a llamar "el diablo" al presidente de Estados Unidos en un discurso en Naciones Unidas. La Habana y Caracas están más interesadas en hacer ruido que en fabricar zapatos. Su política exterior sirve a los intereses de sus líderes, no a los de sus pueblos.

Países progresistas

Para los países del arco progresista es muy difícil retar a Chávez para que acepte a Washington. Aun si Brasil, por ejemplo, ve a Venezuela a través del mismo lente que la administración Bush, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva sabe que, primero que todo, tiene que atender sus responsabilidades domésticas, como debe ser. Lula, además, enfrentó el 1 de octubre unas elecciones que creía "pan comido". Ahora se dirige a una segunda vuelta donde hay una total incertidumbre con respecto a los resultados, a pesar de las encuestas.

Los países del arco del progreso no están de ninguna manera fuera de peligro. Sus economías están rezagadas en cuanto a crecimiento, si se compara con las de Europa Central, Asia del Este y hasta con las de algunos países africanos. A no ser que la creación de puestos de trabajo y las condiciones del estándar de vida mejoren notablemente, sus pueblos puede que aún se presten a escuchar a los populistas.

Las fuerzas antiliberales y antimercado cautivan la imaginación del pueblo cuando la democracia y los mercados favorecen sólo a una minoría de la población. La gran mayoría de los latinoamericanos se encuentra todavía del otro lado de la cerca, mirando hacia adentro, y el tiempo ya se está agotando.

© cubaencuentro

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