Visiones imperiales (III)
Armando Añel | 04/08/2008 3:05
Tags: Elecciones 2008
En Estados Unidos, la carrera por la presidencia entre los candidatos John McCain y Barack Obama entra paulatinamente en su etapa más álgida, con la fiesta de las convenciones partidistas al doblar la esquina. Por otro lado, las elecciones de noviembre están, como quien dice, en el horno.
A propósito, el nerviosismo de la dirigencia castrista ante la posibilidad de que el senador afroamericano resulte electo, luce cada día más tangible. Puede rastrearse, por ejemplo, en un reciente artículo del inefable Elíades Acosta, intelectual orgánico de la dictadura donde los haya. Reproducimos un fragmento:
“El gatopardismo en política, de entonces acá, siempre ha sido, y sigue siendo, la apoteosis del cálculo hipócrita de quienes aparentan abrazar una causa para mediatizarla y neutralizarla desde dentro. Esto lo saben bien, aunque no hayan leído a Lampedusa, los promotores astutos del cambio, como consigna política central en la voz de uno de los más firmes candidatos a la presidencia de los Estados Unidos (…) Conocemos que detrás de Barack Obama están personajes tan retorcidos como Zbigniew Brzezinski o Richard Armitage, multimillonarios especuladores como George Soros, y tanques pensantes orgánicos del establishment, como el Centre for Strategic & International Studies” ( Obama, o las suaves maneras del contraataque).
Cuba Inglesa, consciente de la importancia de las próximas elecciones estadounidenses, ya históricas, dedica dos ediciones –en principio- al candidato demócrata, favorito en las encuestas. La segunda abordará la personalidad y las proyecciones del senador por Illinois desde un punto de vista crítico. La primera, a continuación, lo hace desde una perspectiva más halagüeña.
Obama
un artículo de Michael Rowan
Hugo Chávez está replanteándose quién es Barack Obama. Cuando Obama dijo siendo un precandidato que negociaría sin condiciones con los dictadores y enemigos de Estados Unidos, Chávez se sintió complacido. Se imaginó que Obama era un demócrata liberal como Jimmy Carter o Chris Dodd, a quienes ha manipulado fácilmente.
Pero desde que Obama se convirtió en el candidato demócrata y organizó un equipo de política exterior de trescientos expertos, pide sanciones contra Chávez por apoyar el terrorismo y el lavado de dinero. Esta revelación impulsó a Chávez a opinar que él votaría por el republicano John McCain, un severo crítico de Chávez que visitó Colombia recientemente para apoyar su guerra contra las drogas y las FARC. Días después Chávez dijo que no había diferencia entre Obama y McCain -a quienes veía como defensores del imperio del mal. “No nos engañemos, es el imperio y el imperio debe caer”, dijo Chávez. “Ésa es la única solución: que llegue a su fin”. Chávez aprenderá qué significan esas palabras.
Chávez le ha declarado la guerra a Estados Unidos en cientos de ocasiones en los últimos años, pero Bush no le hizo caso para evitar un corte del suministro petrolero. Eso fue un error. El crudo pasó de 50 a 150 dólares mientras Bush miraba hacia otro lado. De hecho, Bush incitó a Chávez al no prestarle atención. Durante la gestión de Chávez, la producción de PDVSA se redujo en tres millones de barriles diarios menos de lo que estaba previsto para 2008, un déficit que impulsa el creciente precio del barril.
Venezuela e Irán también han estimulado la prima por riesgo político que se paga por el petróleo mediante innumerables amenazas de guerra, terrorismo y embargos petroleros, al tiempo que alejan a la OPEP de la moderación saudita y la acercan al día de un barril a 200 ó 300 dólares, como pronostica Chávez. Su respaldo a las FARC, Hezbolá y las amenazas iraníes es una prueba contundente para McCain y Obama, aunque no lo sea para Bush, de que se debe prestar atención a su guerra contra Estados Unidos.
Los estadounidenses dan a Chávez cuarenta millardos de dólares anuales, dinero que él usa no para eliminar la pobreza en Venezuela, sino para librar una guerra petrolera contra Estados Unidos. Algunas sanciones de Washington contra el terrorismo acabarían ese subsidio. Si Obama es elegido, Chávez quizás deba reconsiderar quién es el diablo.
Cortesía http://www.eluniversal.com/
El primer presidente
un artículo de Armando Añel
El discurso de Saint Paul durante el que Barack Obama oficializó su candidatura a la Casa Blanca por el Partido Demócrata, debe haber dejado echando humo a la arcaica dirigencia cubana. Debe haber puesto en ebullición –hasta evaporarlas- las escasas neuronas que aún sobreviven en el cerebro de Fidel Castro, quien probablemente lo escuchó sobrecogido en su sillón, o su lecho, de muerte, sacudido por el temblor de lo inimaginable. “Una revolución otra vez” puede haber musitado, en un arranque de estupor y/o impotencia, el mayor de los hermanos. Porque a diferencia de la castrista –y en la línea genérica de la reaganiana-, la de Obama tiene todos los visos de ser una revolución moderna, flexible, inclusiva. Una revolución sin fusilamientos, prohibiciones ni confiscaciones. Como suelen serlo las americanas.
No es temprano para hacer comparaciones. Si en su momento la revolución encabezada por Ronald Reagan representó el triunfo del espíritu americano, de las esencias de una nación cuya democracia continúa siendo la más vibrante, poderosa y competente del mundo, Barack Obama constituye un triunfo de la imaginación y la creatividad americanas, un producto universalizado, o pluralizado, de esas esencias. La vieja Europa, acostumbrada a sermonear a Estados Unidos en casi todos los frentes, ha sido incapaz de desovar al primer presidente globalizado del Occidente moderno. Una vez más, Norteamérica está a punto de adelantársele. Entre otras cosas, porque el senador por Illinois es fruto de un contexto mundial –precisamente, el de la revolución de las telecomunicaciones e Internet- que Estados Unidos ha contribuido a consolidar como ningún otro país civilizado.
Así como Internet está a punto de alumbrar al primer presidente de su historia -entre otros factores, pero en primerísimo orden, es gracias al ciberespacio que Obama ha llegado a donde ha llegado-, el mundo está a punto de coronar al primer presidente verdaderamente globalizado de la contemporaneidad. Un afroamericano nacido en Hawai, de madre estadounidense, padre keniano y padrastro asiático, que vivió parte de su infancia en Indonesia para luego retornar al seno de su familia materna (blanca) en Estados Unidos. Un producto de la globalización, cuyo principal exponente sigue siendo ese fenómeno histórico llamado “América”.
En lo referido a la política hacia Cuba, Barack Obama ya ha despejado algunas dudas importantes. Apoya la ayuda directa que pueda ofrecer Estados Unidos a la disidencia en la Isla, así como la de fuentes privadas. Apoya las restricciones sobre los viajes turísticos de ciudadanos norteamericanos a Cuba. Apoya las restricciones al comercio entre ambos países mientras no ocurra una transición hacia la democracia en suelo cubano. Y está a favor de negociar un servicio de correos directo y una mejoría del sistema de telecomunicaciones –cómo no habría de estarlo este producto de Internet- que facilite la interacción entre ambas orillas. Son puntos a favor de un candidato con muchas posibilidades de instalarse en el Despacho Oval.
El exilio cubano, sobre todo la comunidad cubanoamericana del sur de la Florida, debería empezar a prepararse para amortiguar las desventajas que una eventual presidencia de Obama implicaría para la causa de la libertad de Cuba –las desventajas de su vasta inexperiencia, por ejemplo-, pero también para aprovechar las ventajas, que ni son pocas ni insustanciales. Probablemente, sobre todo de cara a las mayoritarias poblaciones negra y mestiza, una presidencia de Obama desmontaría una zona particularmente álgida del discurso totalitario, y todo ello sin levantar incondicionalmente el embargo (una de las principales columnas del edificio castrista, ya se sabe, es la de su discurso ultranacionalista y antiamericano). Ahora mismo, el senador demócrata refuta numerosas áreas del tradicional discurso revolucionario, revelando su contenido oscurantista y excluyente. Mostrándolas como lo que son: una rémora del pasado.
A fin de cuentas, las revoluciones americanas suelen terminar en la Casa Blanca. Y ésta no tiene por qué ser la excepción.
Cortesía http://www.diariolasamericas.com/
Publicado en: Cuba Inglesa | Actualizado 05/11/2008 14:38