Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Corrupción

El caso Robinson

¿Por qué la defenestración política de un negro no genera tanta especulación como la de un blanco?

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Hace algo más de un mes que Juan Carlos Robinson, quien fuera primer secretario de los comunistas (PCC) en las provincias de Santiago de Cuba y Guantánamo, y luego ocupara un cargo en el Comité Central de dicho partido, es menos que intrahistoria.

Su defenestración describe el ciclo completo de las caídas dentro de la élite cubana: primero hacia arriba y después en la dirección física de dicho movimiento: hacia abajo y hacia el olvido.

Momentáneamente vuelve ahora a ser recordado por el poder para mostrarnos que su caída está siendo bien estrepitosa, con lo que se garantiza una sima más profunda en la memoria de sus contemporáneos: ha sido condenado a 12 años de prisión por presunto tráfico de influencias; demostración de que había que salir de él a cómo diera lugar.

Su caso despertó los comentarios de oficio, una rara defensa en el campo contrario y alguna que otra justificación de la actitud del poder frente al "vanidoso". En realidad, parece que el tipo no resultaba muy simpático, de modo que todos sus enemigos, cercanos o distantes, estarán satisfechos con lo que podríamos llamar una venganza de tipo vicaria.

Como intuyo, Robinson será olvidado, con más rapidez a partir de mañana, aun cuando su situación merece una especie de acción afirmativa analítica por lo que implica para la sociología y cultura cubanas.

Si, como se dice, el hombre está henchido de altanería y corrupción, no se debe doblar su página. Si para el bufete de abogados anticastristas no hay la suficiente cantidad de duda razonable que justifique un seguimiento del caso, los que sí tienen una preocupación por las dimensiones históricas y culturales de la democracia y por el debido trato a los seres humanos deben prestarle más atención.

Seguridad en el olvido

Ante la cualidad de su caída y el rápido archivo de su historia, adelanto la hipótesis de que la profundidad de su defenestración guarda una relación dialéctica con las seguridades que el poder tiene de que Robinson va a ser prontamente olvidado.

¿Por qué? Porque la defenestración de un negro no es tan importante ni genera tanta especulación como la defenestración de un blanco.

Roberto Robaina, se dice, tenía dos ambiciones más peligrosas en Cuba que las veleidades de carácter y actitud del último de nuestros occisos políticos: la del poder y la de las reformas. Se dice algo más: estaba relacionado, en un presunto caso también de tráfico de influencias —acusación que en su momento rozó a Carlos Aldana, un ex todo poderoso que anda suelto—, con políticos corruptos de México conectados a intereses en el negocio sucio.


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