Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Opinión

Castrismo, imagen y puesta en escena

Fidel Castro: ¿Estamos ante su último espectáculo como actor principal?

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Fidel Castro ha podido gobernar libre de la angustia de la traición en el estamento más inmediato del poder. Un grado de confianza y de seguridad del que ningún jefe de un régimen de la índole del cubano ha gozado, ni por tanto tiempo. Incluso, en sus tumultuosas relaciones con la Unión Soviética; pues, según Latell, si Raúl Castro integró el PSP (Partido Socialista Popular, antiguo Partido Comunista) en los años previos a la revolución, fue por orden de Fidel Castro, quien quería contar con el apoyo soviético, pero sin verse acusado de simpatías comunistas lo que le hubiese restado apoyo en sus propias filas.

Moscú pensaba contar así con su hombre en La Habana, cuando lo que realmente sucedía es que Fidel Castro contaba con su hombre en Moscú.

La última imagen del castrismo

En esta puesta en escena, Raúl ha subido a las gradas como personaje principal de la escena, pero invisible, pues su presencia está supeditada al carácter provisional de la delegación de poderes que se le ha conferido. Si el actor principal se recobra, por poco que sea, es indudable que volverá a ocupar su puesto habitual, aunque sea ya como esos ancianos muy disminuidos, que se les coloca en un sillón del salón los días de festejos familiares.

Tal vez la última imagen del castrismo —que indudablemente morirá con él, pues nadie más podrá ocupar el papel de encantador de serpientes— será como la de esas fotografías color sepia cubiertas de ese halo de nostalgia que nimba las imágenes del pasado.

De alguna manera esa fotografía representará esa extraña relación que los cubanos han mantenido con el líder máximo, que pese a los sufrimientos que les tocado vivir a todos debido al deseo desmedido de un hombre de proyectarse en la historia, pues tanto los afectos al régimen como los anticastristas, lo llaman Fidel, tal como se nombra a los monarcas.

Si Raúl Castro logra asumir públicamente un poder, que de hecho parece haber ejercido hasta ahora detrás del trono, cambiará el estilo, pero no la naturaleza del régimen. Sin embargo el hecho de ese cambio de estilo, aunque no de contenido, representa en sí un cambio radical, pues clausura la época de la fabrica de ilusiones y la del afecto incautado; las imágenes quedarán huérfanas pues ya no contarán con el médium que les daba vida, ya nadie será rehén de una ficción; la subjetividad de los cubanos, y de muchos otros en el mundo, quedará libre y recobrará el raciocinio del pensamiento político que permite pensar la democracia.

Un régimen al desnudo

Desprovisto del mesianismo carismático de Fidel Castro y de su omnipresente imagen tutelar, que de alguna forma representa el ideal de la identidad viril cubana, y del afecto real de amor y de odio, o de amor-odio que despierta su persona, el talante poco carismático de la personalidad de Raúl Castro dejará al desnudo la verdadera naturaleza del régimen: una dictadura de corte estalinista, o como las otras que se han conocido en el resto de América Latina, sin ningún atractivo, similar a las que imperaron en lo diferentes satélites que conformaban la URSS.

Tal vez entonces, la oposición pacífica del interior deje de ser minoritaria y los cubanos que viven en la Isla se sumen masivamente a ejercer una oposición activa que prefigure la futura democracia cubana, como se vio en los países del Este y en otros del continente, y se sume al verdadero y gran debate que atañe a toda la América Latina: la naturaleza de la democracia que queremos y necesitamos.

En cuanto al gran tema tabú que atañe particularmente a Cuba: el de sus relaciones con Estados Unidos, me inclino a citar el luminoso ensayo de Jesús Díaz La responsabilidad de David, en el que él expresa de manera diáfana, sin tergiversaciones, cómo Cuba debe encarar esas relaciones tomando ella la iniciativa, actuando de manera activa y decidida:

"Cuba sólo tiene que temerse a sí misma. A nuestra propia incapacidad para entendernos entre cubanos, en paz y en aras de un proyecto común. Estoy convencido de que ese proclamado miedo pánico con respecto a Estados Unidos no es más que una máscara del miedo a asumir nuestra propia libertad, nuestra propia responsabilidad como nación todavía inacabada. Nunca seremos absorbidos porque pertenecemos por naturaleza cultural e histórica a la encrucijada de tres mundos. Somos parte de Latinoamérica, del archipiélago Caribe y frontera con Estados Unidos (...) Pero no podemos entrar al siglo XXI con una mentalidad del siglo XIX, en el que el Estado-nación era el valor absoluto, prácticamente único, cuando incluso el país que lo inventó Francia, ha sido uno de los motores de la integración de la Unión Europea (...) Desde mi punto de vista la prueba única y verdadera de la independencia cubana sería el establecimiento de dicho Estado de derecho sin tener en cuenta el proceder de Estados Unidos. Dicho en otras palabras, condicionar el establecimiento de la democracia en Cuba al levantamiento del embargo por parte de Washington es no sólo una prueba de totalitarismo y de miedo a la voluntad popular cubana sino también una vergonzosa manifestación de espíritu anexionista" ( Encuentro No. 15, 1999/2000).

La lucidez de Jesús respecto a este tema crucial, en las circunstancias actuales, acentúa el sentir de su ausencia.


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