Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Historia

El papel de Cuba en el narcotráfico

Contrabando, juego y consumo de drogas en la Isla entre los años veinte del pasado siglo y comienzos de la revolución.

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Así como se usaba el opio entre los chinos, se consumía cocaína entre grupos pudientes de personas blancas. En cuanto a la marihuana, aunque se reconocía que se había expandido a diferentes clases, se subrayaba la importancia de su consumo entre "malvivientes de color… procedentes de los bajos fondos sociales".

Hasta la década de los años treinta, la marihuana no se había considerado un problema de salud pública en Estados Unidos. Se percibía como un vicio de grupos étnicos minoritarios, bohemios, músicos de jazz, marinos y otros elementos marginales de la sociedad. Cuando se empezó a reportar que jóvenes anglos estaban consumiendo la yerba, comenzó una presión por parte de grupos de educadores y comunidades religiosas para ilegalizarla.

El mismo Buró Federal de Narcóticos estaba detrás de los esfuerzos para criminalizar la marihuana, anunciándola como una droga que inducía a la violencia entre quienes fumaban. Todas estas gestiones tuvieron éxito cuando el presidente Franklin D. Roosevelt sancionó un decreto contra la marihuana en 1937.

Curiosamente, y debido quizás a la legislación reciente y a las fuertes campañas contra la marihuana en Estados Unidos, en Cuba se calificaban sus efectos en peores términos que los efectos de otras drogas. "El más maldito de los vicios", lo llamó un autor, para quien los consumidores de marihuana "sufren delirios furiosos (y cometen) no sólo gran número de los delitos sexuales más atroces, sino los más violentos y feroces crímenes". Para otro, "la maldita yerba", con la que "se embriaga sobre todo la juventud", era "una desgracia en nuestro país". La marihuana era uno de los principales vicios en Cuba, en compañía del alcohol, la homosexualidad y "los placeres solitarios".

'El Gallego' Fernández

Un buen ejemplo de un inmigrante español que prosperó gracias al tráfico de drogas fue José Antonio Fernández y Fernández. Nacido en 1900, Fernández llegó a Cuba a los veinte años de edad. A pesar de ser asturiano, se le conocía como "El Gallego". Recién llegado trabajó como cantinero y un par de años más tarde compró un restaurante cerca de los muelles en La Habana. En este establecimiento se hizo amigo de marinos españoles de los barcos que traían narcóticos desde Barcelona y se convirtió en distribuidor de las drogas traídas por estos marinos.

En 1927 vendió el restaurante y viajó a Estados Unidos y a varios países latinoamericanos, en los que estableció contactos con miembros del bajo mundo. Fue arrestado a finales de ese año, cuando regresó a La Habana y los agentes de aduana le descubrieron varias botellas de cocaína escondidas entre sus ropas, pagó una fianza y salió en libertad.

Con el comienzo de la Guerra Civil Española, el tráfico de varios españoles se volvió irregular. Fernández hizo entonces contactos con marinos de los barcos Istria y Aras de la Compañía Italiana di Navigaciones. Estos barcos hacían paradas en Vigo y Cádiz, puertos que ya estaban en manos de las tropas franquistas y recogían narcóticos.

En octubre de 1936, Ernesto Álvarez Digat, un farmacéutico de La Habana, aceptó procesar heroína del opio que le entregó Fernández. Los paquetes de opio provistos por Fernández traían la marca alemana Merck. Álvarez alcanzó a procesar cinco kilos de heroína antes de ser arrestado y condenado a un año de prisión en 1938. Fernández también fue arrestado, pero se le dejó libre por supuesta falta de evidencia.

El 24 de abril de 1940, los detectives se presentaron con una orden de registro, revisaron su vivienda y encontraron siete libras de cocaína y ocho libras de morfina. Fernández era un distribuidor muy importante con conexiones con varios farmaceutas locales. Cuando se le incautaron las drogas se notó en La Habana una crisis entre los drogadictos al aumentar considerablemente su solicitud para ser internados en el Lazareto del Mariel, por no poder obtener las drogas en la calle.

Cuando Fernández fue arrestado en 1940 no fue llevado a la corte gracias a que su abogado pudo aplazar el juicio. Después de al menos una decena de aplazamientos, y de presiones contra los testigos, Fernández fue condenado a un año de prisión en 1943. Sin embargo, apeló y salió libre con el pago de una fianza de 5.000 dólares.

Para evitar ser deportado, se apresuró en conseguir la ciudadanía cubana. Su abogado era hermano del último secretario privado del ministro de Relaciones Exteriores, lo cual probablemente le ayudó en sus trámites, a pesar de tener cargos penales pendientes. La apelación fue llevada a la Corte Suprema en 1945, la cual ratificó la condena de un año. Fernández pagó la condena, no en la cárcel, sino en la Quinta Covadonga, un agradable centro hospitalario de la comunidad asturiana, argumentando razones de salud.

Todavía en 1950, El Gallego Fernández era importador de morfina traída desde España y mantenía conexiones con otros traficantes importantes en Cuba, como Abelardo Martínes del Rey, alias El Teniente, y Octavio Jordán Pereira, alias El Cubano Loco, quienes traficaban con drogas desde Perú y Espana para abastecer los mercados cubano y norteamericano.

Para entonces, el otrora humilde inmigrante había acumulado una fortuna considerable. Era dueño de un almacén de cristalería y loza, y de una mueblería, y socio de una fábrica de juegos de dominó. Poseía además un edificio de apartamentos, cuatro casas en La Habana y una casa de recreo en la playa. En apariencia, era otro ejemplo del comerciante español, trabajador y exitoso como tantos otros.