Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Política

Gato por liebre

La eliminación de algunas 'simples' prohibiciones no servirá para acallar el espanto de la continuidad del régimen.

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No se sabe en qué fuentes confió la prensa italiana para divulgar días antes del 24 de febrero alguna alternativa para la elección de Raúl Castro como presidente de Cuba. Hasta en Brasil se manejaron posibles candidatos, como si la "nueva" Isla proporcionara días de esperanzas.

Incluso, horas antes de la instalación oficial de la Asamblea del Poder Popular, algunos ilusos, en emisoras de radio hispanas y corresponsales extranjeros en La Habana, indicaban posibles nombres para el mandato mayor, fuera de lo que la ciencia política nacional —esa maquinaria de manipulaciones y grandes shows—había planeado con días de antelación.

Y en ese gran desfalco de ilusiones, montado desde Palacio, la única sorpresa no podría haber salido peor. Que Machado Ventura sea el nuevo vicepresidente no es más que otro paso hacia atrás, mucho más atrás que la "consensuada" continuidad de los Castro. Reflejo claro de que la renuncia de Fidel y el proceso de elección eran cosa de libreto teatral lo constituye el discurso de Raúl, escrito y preparado con los nombres de las personas que supuestamente debían ser elegidos ese día.

La instalación de la Asamblea del Poder Popular, la primera sin la presencia de Fidel Castro, motivó grandes coberturas internacionales y hasta le hizo alguna competencia en el rating a la premiación de los Oscar.

Sin embargo, el teatro electoral, que antes de la "elección" de Raúl había acordado otorgarle a Ricardo Alarcón un nuevo período al frente de la Asamblea Nacional, acalló la posición que en los titulares mundiales tuvieron, días atrás, las presiones internacionales por la liberación de los presos políticos.

Sobre ellos, sobre la esperanza de su liberación, la Asamblea sólo arrojó un espectáculo grotesco, un festival de aplausos para lo que no parece cambiar, para los que aún, después de casi 50 años, cierran las puertas al cambio, a la necesidad de otro proceso que barra los lastres de la dictadura.

Sobre los que opinan diferente, sobre los que sufren prisión por ello, Raúl Castro apenas habló. Casi repitió el discurso de siempre: "No vamos a dejar de escuchar la opinión honesta de cada cual, que tan útil y necesaria resulta…".

La prohibición mayor

Y así las cosas, la esperanza nuevamente se ha deshecho. Ni el anuncio de la eliminación de algunas de las más "simples" prohibiciones por parte del gobernante (apenas serán algunas y no las que deseamos todos) acalla el espanto de la continuidad y del manifiesto inmovilismo político.

Mientras se mantenga la prohibición mayor, esa que limita la creación de una alternativa para Cuba, diferente a la propuesta por los generales vestidos ahora de corbata, el régimen seguirá ignorando el derecho a la oposición y las libertades individuales.

Raúl Castro moverá, claro está, sus lógicos peones, y logrará algunas transformaciones sociales. La eliminación de la libreta de racionamiento y la unificación monetaria podrán erguirse como sus más significativos aportes.

No obstante, para el pueblo, esa gran masa de individuos vilmente mencionados para discursar sobre lo colectivo y sobre la que se apoya la supuesta "unidad en torno a la Revolución", siempre quedará en la historia del único 24 de febrero de 2008, la sensación de que en vez de liebres, en esta nueva hornada de vergüenza nacional dieron gatos… Y bien viejos, por cierto.


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