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Literatura, Literatura cubana, Diccionario

Acerca de un proyecto y su materialización

Un equipo de investigadores del Instituto de Literatura y Lingüística ha realizado un libro en dos tomos de personajes y obras de la literatura cubana, que incluye autores de dentro y de fuera de la Isla

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En 1980, aparecieron publicados los dos volúmenes del Diccionario de la literatura cubana, preparado por un equipo de investigadores del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba. En las palabras con que lo presenta, José Antonio Portuondo, a la sazón su director, anota que esa obra “resulta fruto granado de un serio proceso de adiestramiento en la investigación científica de la historia literaria”. Y al referirse a su antecedente, el Diccionario biográfico cubano (1879), del benemérito Francisco Calcagno, expresa que “el cambio radical, revolucionario, del curso de nuestra historia, con una nueva concepción, marxista-leninista, de la realidad, dotó de novísimos contenidos a los viejos conceptos hegelianos manejados por Calcagno”.

Al aplicar en la práctica esa pretendida concepción marxista-leninista, se pasó a dar una visión sesgada y tamizada por criterios ideológicos de nuestro panorama literario. Siguiendo la política oficial de borrar por completo a toda persona que tomase el camino del exilio, quedaron eliminados del diccionario escritores como Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Juan Arcocha, Calvert Casey, Ramón Ferreira, Matías Montes Huidobro, José Mario, Julio Matas, Lino Novás Calvo, Justo Rodríguez Santos, Severo Sarduy, Eladio Secades, Nivaria Tejera. Solo unos pocos aparecen incluidos, aunque conviene comentar brevemente cómo se redactaron sus fichas. Al final de la de Lydia Cabrera se agrega que “al triunfo de la Revolución, se marchó del país”. Y en su bibliografía no figura ni uno solo de los libros editados por ella tras su salida. Igualmente, en la entrada correspondiente a Eugenio Florit se puede leer esta coletilla: “Desde Estados Unidos, donde radica desde hace muchos años, mantiene una posición hostil a la Revolución”. En fin, quien se dedique a realizar una revisión a fondo del diccionario encontrará otras miserias y vilezas de ese tipo. Eso forma parte de la historia de la cultura cubana en las últimas seis décadas: junto a los encumbramientos y las loas, ha habido presiones y censuras a quienes no aceptan el control y la tutela del poder.

Tras varias décadas de inflexible censura, a partir de los años 90 esa política de exclusión se ha empezado a flexibilizar, y es oportuno decir que desde entonces se han dado pasos significativos para rectificarla. De algunos de ellos este cronista se ha ocupado en este mismo diario. Esta semana quiero reseñar la salida de una obra en dos volúmenes que se debe, precisamente, al actual equipo de investigadores del Instituto de Literatura y Lingüística (de ellos, solo dos formaron parte del que preparó el Diccionario de la literatura cubana). Se trata de Obras y personajes de la literatura cubana (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016, 339 y 300 páginas).

En el Preliminar, Virgilio López Lemus, quien actuó como jefe del equipo, expone las principales características de la obra. En primer lugar, anota que es un libro referencial organizado a la manera de un diccionario, si bien no cumple las expectativas que conciernen a ese tipo de publicación. Su objetivo básico es compilar una “información actualizada acerca del desarrollo evolutivo de la literatura de ficción, sobre la base de libros destacados de autores cubanos, publicados desde 1608 hasta 2008, para ofrecer información precisa y valiosa, así como de orientación de lectura y de análisis en torno a esas obras, y permitir rápidas noticias bibliográficas con perspectivas críticas”.

Dadas la amplitud del período que cubre y la abundancia de material, los redactores hicieron una selección de 300 obras y 30 personajes representativos y con valores per se, presentados en artículos individuales y a modo de reseñas valorativas. Constituye, pues, un compendio muy útil, “una obra de consulta para todo tipo de actividad docente, investigativa, crítica o de conocimiento general sobre la cultura cubana”. López Lemus precisa que la selección no busca establecer jerarquías excluyentes de otras obras de rango artístico.

Las entradas aparecen, como es natural, en orden alfabético. Cada una va acompañada de una bibliografía activa y pasiva. Algo esencial en libros de este tipo, aunque no siempre se incluye, son los índices onomásticos de autores, obras y personajes que hay al final de cada volumen, aparte de una cronología ordenada de acuerdo a la fecha de nacimiento de los escritores. Todo eso, como ya digo, resulta esencial para facilitar la consulta y permitir que este valioso proyecto pueda cumplir cabalmente su propósito primordial, que es el de proporcionar una adecuada introducción a las obras y los personajes que sean objeto de estudio, además de constituir un medio para su mejor disfrute y comprensión.

Autores de dentro y de fuera

Como quedó ya apuntado, la obra recoge obras y personajes de autores cubanos, sin tomar en cuenta otros criterios que no sean los literarios. Así, junto a Humberto Arenal, Miguel Barnet, María Elena Llana, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Senel Paz, Antón Arrufat, aparecen Baquero, Arenas, Iván Acosta, Cabrera Infante, Abilio Estévez, José Manuel Prieto, Jesús Díaz, Antonio Orlando Rodríguez, Carlos Victoria, Chely Lima. Van quedando atrás en la Isla los tiempos en que dominaba el grito de guerra de la madre de Bodas de sangre: “¡Aquí hay dos bandos!”.

Para que se tenga una mejor idea de cómo son sido las fichas, copiaré un par de ellas. La primera corresponde al personaje de Diego y fue redactada por Adis Barrios Tosar: “Personaje protagónico, junto a David, de «El lobo, el bosque y el hombre nuevo», cuento de Senel Paz (1950). Su discurso es excluido, pero su intencionalidad es participativa en el texto de la Nación. Su presencia teatral y declamatoria define al otro, a su interlocutor David, desde la marginalidad que le es impuesta por su condición de homosexual. Pero lo hace en la voz de la Cultura, en la encarnación de la tradición ilustrada que representa José Lezama Lima y la escritura barroca y discrepante de Paradiso. Como sintetiza Francisco López Sacha: «Bastaba colocarlo en un balcón, con una taza de té, para que Diego naciera a la vida, invocado por su amigo David. Con este simple acto de añoranza, frente a una copa de helado Coppelia, comienza la aventura fascinante, por ser casi imposible, de la amistad entre un joven comunista parco y tímido, asediado por todos los prejuicios, y un homosexual fabulador, religioso y solitario». El discurso de Diego es sincero y crítico. Matizado por la artificiosidad gestual que puede imaginarse en el paladeo criollo de las palabras que ironizan y provocan, por la profusión objetual que no permite espacios vacíos en el ambiente de su apartamento —especie de anticuario del arte y la literatura, falso o real—, este personaje logra, por contraste, la intensidad humana y reflexiva que propone el cuento. Diego reformula en David el discurso revolucionario/ Revolucionario, lo adecua a una concepción plural, donde el respeto a la diferencia es uno de los textos más importantes entretejidos en la historia de la nación cubana. Con ser uno de los supuestos estereotipos negativos de David, opera como catalizador de lo positivo y es en el dueto el único que conoce y acepta su identidad: «a mí me gusta ser como soy». Alrededor de él están las claves profundas de este relato distinto”.

La segunda entrada fue escrita por Cira Romero y corresponde a Boarding Home: “Novela de Guillermo Rosales 91946-1993), publicada en 1987. Este escritor pertenece a la llamada «Generación del Mariel». De marcado carácter autobiográfico, en ella se cuenta brevemente la historia de William Figueroa, alter ego del autor, que después de intentar ser escritor en La Habana, llega a Miami, «huyendo de la cultura, la música, la televisión, los eventos deportivos, la historia y la filosofía de la isla de Cuba» y es acogido por su familia, que espera ver llegar a un hombre con todas las posibilidades de triunfar en aquella sociedad, pero lo que recibe es a un ser desaliñado, medio loco y apenas con unos dientes en la boca, al que de inmediato deciden ingresar, primero en hospitales, y, finalmente, en un boarding home, es decir, en una pensión o asilo a donde van a parar, por voluntad expresa de sus allegados, hombres y mujeres desahuciados, tanto física como mentalmente. En medio de la mugre, de la pestilencia, del hedor y de las humillaciones más dolorosas a las que pueda ser sometido el ser humano, chocará con hombres como el señor Curbelo, dueño del home, figura mezquina que mensualmente le arrebata a los enfermos las pensiones que reciben; Reyes, un viejo tuerto de cuyo ojo gotea constantemente un pus amarillento; Hilda, anciana decrépita permanentemente envuelta en un vaho de orines; Ida, la dama venida a menos; Louis, americano siempre adulando; René y Pepe, hermanos que padecen de retraso mental; Tato, boxeador homosexual; Arsenio, especie de administrador del asilo y encarnación de la bestia humana, y Francis, también un guiñapo humano que representa, junto con el protagonista, el idilio romántico, de necesario final doloroso en medio de un intento frustrado de fuga a través del cual pretendían huir de esa penosa situación. La novela es el retrato de un Miami que no figura en las guías turísticas y un juicio despiadado del sueño americano, aunque algunos críticos han querido verla como un panfleto «anticomunista», en el sentido de que el autor-protagonista es concebido, en medio de la situación de sordidez espiritual y moral con que se presenta, como un desecho de la sociedad cubana de la que se vio precisado a desplazarse al ver rechazada una novela que había escrito en la que narraba la historia de amor de un comunista y una burguesa que terminaba suicidándose. Pero lo cierto es que el protagonista asume en la obra el paradigma de la frustración, el fulgor del genio, el tormento de la insatisfacción y de la locura. Figueroa ha sido catalogado como un Dante criollo, que conduce al lector en un viaje por los rincones más oscuros de la condición humana a través de un lenguaje preciso y sin concesiones. Novela de dimensiones catárticas, poco complaciente, pesimista y maldita, no deja respiro para encontrar un momento de piedad o un hálito de esperanza. «Escrita con odio», como declaró el propio autor, que se suicidó unos años después de su publicación, tras destruir la mayor parte de su obra narrativa, aporta una atmósfera asfixiante, donde conviven en porfiada supervivencia aquellos que conforman el basurero de la sociedad miamense. Como su protagonista, Rosales fue internado en un home, de modo que su narración brota con genuina autenticidad, para ofrecer una visión apocalíptica de la vida humana en circunstancias extremas, de obligada convivencia. La crudeza de la narración, que se torna en un verdadero testimonio de la animalidad humana, no permite la indiferencia del lector, y como sus protagonistas, muchos de los cuales permanecen en un segundo plano, pero con una constante presencia a todo lo largo del texto, se sentirá comprometido con estos seres despojados de toda dignidad, verdaderas alimañas que atacan, y, a la vez, tienen perturbadores gestos de una incipiente sensibilidad que de inmediato se desmorona frente a la dureza del medio. Figueroa, psicológicamente desajustado, pero no loco, convive con estos hombres y mujeres, y aunque por momentos se refugia en una antología de poetas románticos ingleses, es tragado también por el medio y, finalmente, se bestializa, como sus compañeros de ese verdadero antro de devastación. En 1986 obtuvo el premio literario «Letras de Oro» que otorga American Express. Al ser publicada en Madrid en 2002 le dieron el título de La casa de los náufragos. Ha sido traducida al francés como Mon Ange”.

Desbalance en el espacio asignado a los distintos géneros

Samuel Johnson dijo algo que es aplicable al libro objeto de estas líneas: “Los diccionarios son como los relojes: el peor es mejor que ninguno, pero del mejor uno no puede esperar que sea del todo preciso”. Sin embargo, en este último caso a los diccionarios, los tesauros literarios y las antologías, lo mismo que a los relojes, sí cabe exigirles que la falta de precisión sea la menos posible.

En todas las antologías y tesauros literarios se aplican unos criterios valorativos. De ellos se deriva que unos creadores estén, mientras que otros quedan fuera. Asimismo, por alguna razón difícil de explicar por lo general nos fijamos en las omisiones más que en las inclusiones. Este cronista pudiera acogerse a lo que dijo Jorge Mañach: “Dejo al lector que descubra por su cuenta estos lugares de pecado”. Pero dado que se trata de un proyecto importante —algo que bien se echa de ver, sin que sea menester enfatizarlo mucho—, optaré por desoírlo y dar cuenta de mis propios descubrimientos.

Lo primero a señalar es la distribución de las entradas pertenecientes a cada género. De las 300 obras, 120 corresponden a poemarios y antologías de poesía. A esta le siguen la novela con 87, el teatro con 25, el cuento con 19 y la literatura infantil y juvenil con 17 (advierto que he hecho el conteo a mano, por lo cual en esas cifras puede haber un pequeño margen de error). Por qué se privilegió la poesía en detrimento de los demás géneros, es algo que López Lemus no explica. Ese desbalance se da asimismo en el caso de algunos autores. Así, de Alejo Carpentier se incluyeron todos sus títulos de narrativa, a excepción de El acoso. Una obra como esta es como un mapa de todos los esfuerzos significativos, y no debe permitirse destacar en demasía algunos esfuerzos individuales. Eso impide que se pueda atisbar de manera general las medidas y direcciones de nuestro desarrollo literario, para tener una visión de cuánto es lo que hemos logrado y cómo lo hemos conseguido.

Esa desigual distribución a la cual aludo ha dado lugar a que quedasen fuera unas cuantas novelas y colecciones de cuento que debieron estar. Menciono unas cuantas para apoyar lo que digo: La vida en dos (Luis Agüero), Adire y el tiempo roto (Manuel Granados), El renuevo y otros cuentos (Carlos Montenegro), La caja está cerrada (Antón Arrufat), Erinia (Julio Matas), Casa de Cuba (Julio Miranda), La roca de Patmos (Alberto Lamar Schweyer), Las palabras perdidas (Jesús Díaz), Las sabanas y el tiempo (Frank Rivera), El jardín de las flores silvestres (Miguel Mejides), La nada cotidiana (Zoé Valdés), Desterrados al fuego (Matías Montes Huidobro), Después de la gaviota (José Lorenzo Fuentes), Un ciervo herido (Félix Luis Viera), Pan de mi cuerpo (Andrés Jorge), Desnudo en Caracas (Fausto Masó), Al norte del infierno (Miguel Correa), Tiburón (Ramón Ferreira), La vuelta de Chencho (Carlos Enríquez), La reja (Évora Tamayo). Sobre varios de ellos se pueden leer valoraciones positivas en la Historia de la literatura cubana, obra colectiva realizada por el Instituto de Literatura y Lingüística y en la cual colaboraron algunos de los investigadores que integraron el equipo que acometió Obras y personajes de la literatura cubana.

De igual modo, uno se pregunta cuáles fueron los criterios o procedimientos selectivos por los cuales quedaron excluidas obras tan significativas como Juana Revolico, de Flora Díaz Parrado, en teatro, e Isla con sol, de Emma Pérez Téllez, en literatura para niños. En fin, no voy a consumir más espacio en este sentido y dejaré que cada cual descubra por su cuenta los lugares de pecado. Sí quiero agregar que tampoco resulta fácil comprender por qué razón en un proyecto dedicado a los géneros de ficción (“Se entiende por tal los géneros narrativos, la poesía y el teatro”, López Lemus dixit) figuran testimonios autobiográficos (Memorias de una cubanita que nació con el siglo) y recopilaciones de textos costumbristas (Colección de artículos. Tipos y costumbres de la Isla de Cuba por los mejores autores de este género, Los cubanos pintados por sí mismos. Colección de tipos cubanos).

Un aspecto al cual quiero dedicar algún espacio es el tratamiento de la literatura escrita en el exilio. Ya apunté que, de acuerdo al libro que aquí se reseña, la misma no ha producido ni un solo personaje digno de ser incluido. Dos casos ilustrativos de cómo se ha cumplido la cuota de autores extramuros lo constituyen Carlos Victoria y Lorenzo García Vega. Del primero aparece Puente en la oscuridad, cuando los críticos coinciden en que su mejor novela es La travesía secreta. Se trata de una crónica de la generación que a mediados de la década de los 70 andaba por los veinte años, y para la cual, en palabras de su autor, “lo imprescindible era sobrevivir, liberarse de la cárcel, no delatar a otros ni ser delatado, conservar una pizca de dignidad ante los que intentaban sin cesar cambiarnos, o para hablar con más exactitud, humillarnos”. García Vega solo está representado como compilador de la Antología de la novela cubana, que él preparó por encargo y que formaba parte de un proyecto mayor que quedó inconcluso. Lo más elementalmente sensato es que apareciese como autor, a quien se deben, entre otros títulos, Los años de Orígenes, un libro desgarrador, controversial y apasionado, que pertenece, como hizo notar Antonio José Ponte, a esa categoría de obras profundamente negadoras que nuestra literatura tanto necesita.

Dos ausencias señaladamente notorias

En el campo de la poesía, hay dos ausencias señaladamente notorias: las de Orlando González Esteva y Juana Rosa Pita. El talento del primero ha sido reconocido en países como México y España, donde lo han publicado editoriales del prestigio del Fondo de Cultura Económica y Pre-Textos. En sus manos, la décima, el soneto y la lira han servido para realizar una profunda y sagaz indagación en nuestra cultura popular. Eso se plasmó en una veta singular de hallazgos que fue saludada por escritores como Leopoldo de Luis, Jorge Guillén, Eugenio Florit y Octavio Paz. A este último, aquellos poemas lo impresionaron de inmediato “por su inventiva, su frescura, su desparpajo y su rigor”. Juana Rosa Pita, por su parte, es un admirable ejemplo de consecuencia, tenacidad y dedicación a la poesía. A lo largo de más de cuatro décadas ha construido un orbe literario de todo punto notable. Libro a libro, ha escrito una obra poética de incentivos continuados, en la que es admirable su capacidad para crearla con elementos contados y sobre ideas muy fijas. En resumen, González Esteva y Pita son algo más que figuras representativas de la literatura cubana: constituyen referencias obligadas en cualquier resumen de sus logros más notables.

Aparte de las objeciones que tienen que ver con los criterios de selección y exclusión, el libro está afeado por otros errores que debieron haber sido enmendados antes de entregarlo a la imprenta. En la entrada que corresponde a El súper, se lee que fue estrenada en el Centro Cultural Cubano de Nueva York, el 5 de noviembre de 1977. Se añade que es “una tragicomedia sustentada por los conflictos existenciales, las penas y las alegrías de una familia cubana exiliada que trata de subsistir en la Manhattan de los años setenta”. Inexplicablemente, a continuación se apunta que el protagonista “trata de romper el esquema de ser considerado un «marielito»”. Dado que los sucesos del Mariel ocurrieron en 1980, eso convierte el texto teatral de Iván Acosta en una obra de anticipación, similar a las de H.G. Wells. Y puestos ya a señalar descuidos, otro es que en el índice de autores se indica que las fichas de Sin fecha de extinción. Diario y manual de guerra y resurrección, Las quebradas oscuras, Zodiakos, Visitaciones, La pedrada, La situación, Nosotros y El pan dormido están en el tomo I, cuando lo cierto es que todas se hallan en el II (N-Z). ¿Nadie fue capaz de advertir estos deslices al revisar las planas? Por supuesto, es una pregunta retórica.

El Instituto de Literatura y Lingüística cuenta con investigadores capaces y profesionales, unas cualidades que han probado tanto en proyectos colectivos como en trabajos individuales. Su labor en Obras y personajes de la literatura cubana debe valorarse por las entradas que redactó cada uno. Así lo especifica el jefe del equipo, quien anota que “cada firmante de artículo es responsable de su contenido y de la bibliografía que lo calza”. No se les debe culpar, en cambio, porque el proyecto resultara, al final, una obra en parte malograda. Es cierto que posee valores muy estimables y no reconocerlos sería injusto. Viene además a llenar un vacío, y en ese sentido tiene una innegable utilidad como obra de consulta. Pero ese cometido no lo podrá cumplir a cabalidad por las deficiencias aquí señaladas y por otras más que los lectores atentos sabrán descubrir por su cuenta.

A quién deben imputarse las malas decisiones y los criterios extrínsecos de diversa índole que dominaron por encima del rigor que debió primar, es algo que a estas alturas carece de sentido dilucidar. Estamos lamentablemente ante un libro ya editado, y habrá que aguardar muchos años para que otro similar venga a enmendar sus errores y omisiones. Una oportunidad más que se pierde y que, citando la letra de un bolero, queda como ejemplo de lo que pudo haber sido y no fue.