Ajuste de cuentas, suma de obsesiones
Con Yo no bailo con Juana, Ramón Fernández Larrea ha escrito un libro desolado, denso y permeado de pesimismo sobre el presente
“vamos a ver el crepúsculo quemado/ vamos todos a ver el crepúsculo distinto/ pocas veces se puede disfrutar de este modo/ ahora que no puede pasar nada más espantoso/ al fin y al cabo nos emocionaremos al unísono/ eso nos ayudará a soportar la imagen de este crepúsculo/ luego de haberlo visto con tantos colores tantos cambios// vamos a ver sus raíces torcidas/ a reírnos de lo que nos espantaba/ a acariciarnos la cabeza diciéndonos/ qué tontos fuimos todos estos años pensando/ que el crepúsculo era algo realmente asombroso/ un fenómeno insuperable que nadie transformaría/ no esta ceniza que se puede morder/ que tizna el corazón y nos saca las lágrimas/ levemente si recostamos el hombro a sus tizones”.
Me pregunto si quienes únicamente conocen a Ramón Fernández Larrea (Bayamo, 1958) a través de sus textos humorísticos y de aquel popular espacio radial que fue El Programa de Ramón (1989-1991), lo han de identificar como autor de los versos anteriores. Es probable que no, aunque él lleva esas dos facetas con idéntico nivel de responsabilidad y rigor. Al respecto, en una entrevista el propio Fernández Larrea declaró: “Creo que son dos géneros de expresar, de comunicar, de subvertir la realidad o de apresarla. Al principio también me asombraba esa dualidad. Hasta que aprendí que son dos oficios, dos profesiones muy serias, dos miradas, dos valoraciones (…) Son mis dos tonos de rebelión, mis dos niveles de comunicación, aunque tengo que decir que el humorista se ríe mucho de lo que conmueve al poeta, tal vez porque aprendió a ser más cínico. Y el poeta necesita de esas sacudidas, para afinar la puntería y limpiar la hojarasca. Si te pones a mirar, mi humor también es desgarrado, arisco, cínico, rabioso y doliente. Las dos vertientes parten de una sola cosa: la pena que me da el ser humano, comenzando por mí mismo. El humor y la poesía son mis dos autopistas paralelas hacia el infierno”.
Inicialmente, a Fernández Larrea se le conoció como poeta. Eso fue a fines de la década de los 70, cuando textos suyos aparecieron en revistas de la Isla. Sin embargo, durante un buen tiempo fue el poeta inédito más mentado, pues como él ha recordado, los jurados de los premios en los que concursaba no querían comprometerse con un autor joven cuya violencia verbal les parecía desafiante e insolente. Finalmente, en 1987 apareció su primer libro, El pasado del cielo (1987, Premio Julián del Casal). A aquel título se sumaron después Poemas para ponerse en la cabeza (1989), El Libro de las Instrucciones (1991), Manual de pasión (1993), El libro de los salmos feroces (1994), Terneros que nunca mueren de rodillas (1998, Premio Julio Tovar), Cantar del tigre ciego (2001), así como la compilación Nunca canté en Broadway: Antología personal 1987-2001 (2005). Su más reciente comparecencia ante los lectores es Yo no bailo con Juana (Linkgua, Barcelona, 2010), al cual pertenecen los versos con los cuales se iniciaron estas líneas.
Al referirse a la poesía inicial de Fernández Larrea, Jorge Luis Arcos comentó que “su poesía marcó una diferencia. Aparte de su violento tono generacional, ella se adueñó de una cosmovisión diferente. A la confrontación generacional, sumó la ética, y, después, definitivamente, la existencial. Todavía dentro del contexto de la Revolución, ella se atrevía a querer ser revolucionaria, quiero decir, clamaba por su derecho a la ruptura, a la libertad, a la singularidad, a soñar sin restricciones”. Y agrega que se caracterizaba por una violencia verbal, una extraña intensidad y un vigor que la distinguían del conversacionalismo en el que estilísticamente se inscribía. Varias décadas han transcurrido desde entonces, a lo largo de las cuales la escritura de Fernández Larrea ha evolucionado e incorporado otros temas y registros. No obstante, esos tres rasgos siguen estando presente en los cincuenta y seis textos recopilados en Yo no bailo con Juana.
Ajuste de cuentas con su etapa anterior
Según ha precisado el propio autor, esos poemas los escribió entre los años 2000 y 2004, cuando residía en Barcelona (había salido de la Isla en 1995). A ello alude en el título de las dos secciones en que está dividido el libro, Prógres 12-14 y Viladomat 40, que corresponden a calles de esa ciudad en donde residió. Esos textos pertenecen, pues, a su etapa en el exilio, una circunstancia que gravita sobre ellos. En varios aflora así el tema del desarraigo, por más que la ironía cumple una función descongestionadora, al neutralizar la nostalgia y el patetismo. Asimismo para el sujeto poético, las vivencias y las personas comienzan a entremezclarse y confundirse: el anciano espectral de su niñez lo ve, una mañana como otras, caminar en silencio por Sant Antonio Abad. De igual modo, la visión del Montjuïc no da lugar a una descripción de ese sitio, como cabría esperar, sino a una reflexión sobre la “patria triste y espesa”: “vas conmigo clavada diminuta/ como un animalito en el bolsillo/ que pongo a caminar sobre cielos dispersos// patria que cercenaron hacia mí/ que dolieron de mí que hicieron sombra/ subes con la inminencia de un infarto// hoy no han podido degollarte/ junto a los bordes de otro mar que cruje/ saco tus pieles húmedas y corres/ grabando en la extensísima fragancia/ todos los nombres que he sabido ser”.
Por otro lado, en Yo no bailo con Juana Fernández Larrea hace un ajuste de cuentas con su etapa anterior. Las vivencias y recuerdos que formaron parte de la misma se resisten a adaptarse a la nueva realidad. Por eso es necesario desprenderse de buena parte de ellos. Su ruptura más radical es, sin embargo, con los representantes del poder que lo obligan a llevar un pasaporte con unos cuños verdes para que le “permitan descender en aguas nacionales”. En el poema que da título al libro, increpa: “a quién pide permiso la noche// en qué aduana detienen/ al cuervo que no calla/ serias imprecaciones/ contra el dios de los hombres// cuál es el territorio de la sombra// quién autoriza a andar al ancho río// y a los peces los troncos/ las derivas/ las larvas inocentes/ el relámpago abierto/ la inmensidad de la palabra/ qué cancerbero les mutila/ el rodar/ las bienvenidas tiernas/ (…) algún día/ he de olvidar mi rostro/ cambiar mi lengua por un ala// entonces/ sin que pongan centinelas/ ni pasaportes/ ni otros sucios alambres/ me acercaré al país/ a aquel país tan mío/ y graznaré/ con una voz de sangre”.
Como se puede advertir a través de los versos citados, el de Fernández Larrea es un libro dominado por la desesperanza, el nihilismo y la tristeza ante los despojos de la vida que fue. En algunas ocasiones afloran notas de optimismo, como contrapunto a tanta desilusión. A veces eso se exterioriza en referencias cargadas de cariño a familiares y, como en “Minimalismo”, a la mujer amada. En otras ocasiones se manifiesta a través de la evocación nostálgica del pasado, como en “Relámpagos de Agosto”: “dónde estarán ahora esos sitios que un día/ o una noche en que la vida era/ algo menos terrible y caminábamos/ bajo el relámpago de la posible dicha/ solo siendo nosotros tú en mí/ yo transformando la pena/ en un tejado que cubriera/ el desamparo no previsto”. Pero no pasan de ser momentos fugaces, que resultan aplastados por la amargura del conjunto.
Yo no bailo con Juana es además un poemario desolado, denso y permeado de pesimismo sobre el presente. Para el sujeto poético, el mundo actual está hecho de paredes. El olvido es la flor más común. Y de aquella enorme esperanza de otros tiempos, solo quedan los vestigios ruinosos de su ceniza. Un buen ejemplo que ilustra lo que señalo son estos versos pertenecientes a “Comadrita la rana”: “casi no quedan lagos en este mundo// en los pocos que se dejan tocar/ no hay princesas o muchachas simples/ que la maldad haya convertido en ranas// las ranas ahora son simples batracios/ algunos venenosos que prefieren/ cuidarse el porvenir nada tienen/ debajo de la pérfida piel sino una rana// se acabaron las hechiceras a domicilio/ las princesas casi no son reales o son/ tan peligrosas como las ranas del lago// el castigo es vivir sin sueños o esperanzas/ sapos en la penumbra esperando otro día/ en que desaparecieron las varitas mágicas/ y lanzarse a salvar bestias de dudosa clasificación// la maldad se ha sindicalizado es monopolio/ ahora se ocupan gobiernos y empresas/ de fabricar engaños al por mayor”.
Ramón Fernández Larrea confirma una vez más su condición de escritor independiente y, a la vez, atento a las exigencias de su tiempo. Con Yo no bailo con Juana, entrega un libro en el que, por su escritura y su visión del mundo, prolonga la plena madurez de sus títulos anteriores. Su publicación permite a los lectores acceder a una obra poética de excelente calidad, escrita con una impronta personal y poderosa, una coherencia discursiva y un estilo intenso pero nada pirotécnico.
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