Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Literatura, Escritores, Política

Antología casual

Una breve selección de textos firmados por Jorge Mañach, Guillermo Cabrera Infante, Octavio Paz y Doris Lessing. Sus autores abordan temas como el plagio intelectual, el contagio ideológico en el mundo intelectual latinoamericano y ese nuevo dogma que es la corrección política

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Nuevamente, se han ido reuniendo aleatoriamente varios textos hallados en mi faena de investigador y de lector. Y esta vez tampoco he podido resistirme a la tentación de compartirlos, de divulgarlos para que otras y otros los disfruten.

Como se verá, la selección es variada y de casi todo hay un poco. Comienza con esa singular cartelera de teatro y cine que hallé cuando revisaba un número de la revista Social. No puede faltar en este florilegio mi admirado Mañach, quien escribe sobre un problema de nuestra ciudad capital en un artículo publicado, nadie lo diría, hace la friolera de setenta y dos años. Siguen después textos de dos Premios Nobel de Literatura y un Cervantes.

Nuestro Cabrera Infante comenta a propósito de los robos intelectuales y los plagios. Tema que entre los cubanos tiene ahora mismo mucha actualidad: semanas atrás se destapó en las redes sociales el caso de una periodista de la Isla que se dedica a robar textos ajenos de la manera más vulgar y descarada, como diría Rubén Blades. Por su parte, Octavio Paz se ocupa de la infección ideológica que en otra etapa estuvo muy extendida entre los escritores de Latinoamérica. Y la británica Doris Lessing pone el dedo en una llaga de nuestros días: la de la corrección política, que como ella anota, es un dogma que buscan con frenesí aquellos que se han visto privado del colchón mental del comunismo.

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“NOS VEREMOS EN…

EL TEATRO

NACIONAL (Paseo de Martí y San Rafael). Temporada dramática argentina. Muy buena acogida ha tenido esta compañía que viene presentando obras ya de marcada tendencia dramática, ya del género pasional, de melodrama, ya producciones cómicas. En todas ellas hacen los actores excelente papel, principalmente Lea Conti, Bilbao, Antonio Podestá y otros. El 11 de diciembre se inaugurará la temporada oficial de ópera, con Aida.

PAYRET (Paseo de Martí y San José). Gran circo Santos y Artigas. Se inaugurará en la segunda quincena de diciembre con grandes atractivos y sorpresas para la gente menuda. Jesús Artigas ha celebrado en París contrato con la eminente canzonetista española Raquel Meller, para traerla a Cuba.

MARTÍ (Dragones y Zulueta). Compañía de revistas y zarzuelas españolas de Julián Sánchez Cruz. Con llenos diarios y éxitos de risa y regocijo constante, sigue actuando esta compañía.

TEATRO CUBANO (Avenida de Italia y Zenea). Compañía de zarzuelas cubanas populares de Arquímedes Pous. En breve, estreno de ¡Oh Míster Pous!

COMEDIA (Ánimas y Agramonte). Obras dramáticas de autores castellanos y extranjeros. Constantes estrenos. Buenos actores.

CAPITOLIO (Industria y San Martín). Buenas películas y público selecto. Los sábados y domingos, matinés especiales para los niños, desfilando por el lienzo los héroes cómicos y los artistas predilectos del público infantil.

EL CINE

CAMPOAMOR (Plazuela de Albizu). El más bonito de los teatros peliculeros, con bellas producciones de la Universal.

FAUSTO (Paseo de Martí y Colón). El cine más ventilado, más céntrico y más popular. Con buenos films de la Paramount.

IMPERIO (Estrada Palma, entre América Arias y Palma). Buenas producciones de la pantalla, con la acreditada marca de la Liberty Film Co.

LIRA (Industria y San Martín). Un cine pequeño y decente, frente al Capitolio.

NEPTUNO (Zenea, entre Campanario y Perseverancia). El cine más bello de la ciudad. Y asiste buen público.

OLIMPIC (Avenida Wilson, Vedado). Cine bien con público bien.

RIALTO (Zenea, entre Estrada Palma y Paseo de Martí). Buen sitio para ver buenas películas. Muy buena ventilación.

TRIANÓN (Avenida Wilson, Vedado). El mayor del faubourg. Limpio y ventilado. Plausibles películas”. (Social, noviembre 1923)

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“Le preguntaba el otro día a ‘Arroyito’ —que se ha hecho hombre de criterios y de empresas suprahumorísticos— qué efecto le había producido La Habana al cabo de seis o siete años de ausencia. Supongo que no habrá inconveniente en divulgar su respuesta: «Sucia —me dijo. Sucia y vulgar. Me da la sensación de que aquí nadie renueva nada».

‘Arroyito’ no está solo en esta impresión. «La Habana —le dijo alguien al alcalde Supervielle en un discurso de esperanzado beneplácito por su candidatura alcaldicia— es como una hermosa criolla que viste una vieja bata mugrienta. ¡Haga lo posible por cambiársela, alcalde!». Pero todavía el doctor Supervielle no ha podido hacer ni mucho ni poco.

“(…) Que se haya tornado sucio un pueblo con fama tradicional de limpio, como lo fue siempre el cubano, no es de extrañar, si se toma en cuenta la falta de agua. Y que se haya perdido también la vieja distinción natural del criollo, su gusto de la ropa pulcra y almidonada, del ademán cuidado, de la ceremonia suficiente, tampoco es cosa que deba sorprendernos demasiado dentro de un proceso histórico que en los últimos tiempos ha tendido tanto a la disolución de todas las tradiciones, a la negación de los valores, al aflojamiento de todos los vínculos, a la subversión de todas las jerarquías naturales y de cultura y a la nivelación, no ya de todos los derechos, sino de toda autoridad. En suma, al aplebeyamiento.

“Siempre que se escribe esta palabra, hay que acompañarla de advertencias —generalmente inútiles— para la gente (generalmente maligna) que tiene interés en falsear la comprensión de las cosas. Una vez más tengamos el cuidado de decir que lo plebeyo no es lo popular, como la chusma no es el pueblo —aunque sea parte de él. Andalucía es esencialmente pueblo (como popular es en su esencia la música de ese insigne don Manuel de Falla, que acaba de morir poniendo de luto a la más alta cultura de España y del mundo), y sin embargo pocas gentes y lugares hay de tan natural distinción, tan exentos de plebeyez, como el pueblo y la tierra andaluces. En cambio, sé de otras partes de España y del mundo en que habría que hacer la afirmación a la inversa, porque tienen muy mentido y vulgar el señorío.

“No creo que en Cuba nos hayamos vuelto más populares. Ciertos temas y formas de expresión que le fueron entrañables a lo criollo han subido al plano de la estimación burguesa: en la música, por ejemplo. Pero en general lo que está invadiendo cada vez más la fisonomía de nuestro pueblo en sus estratos humildes y subiendo más al plano burgués es lo plebeyo, o sea, la excrecencia sórdida de lo popular. Porque así como la distinción tiene su esnobismo y el señorío tiene su señoritismo, lo popular tiene su plebeyez —cosa de exudación, desecho oscuro y fétido de su vitalidad.

“(…) El aspecto de la capital no hace más que reflejar todo eso. Ante una subversión semejante, los miramientos, los escrúpulos, las circunspecciones, los cuidados en general, se inhiben. Los objetos hacen a los sujetos, y estos a su vez se «apatizan» ante las cosas. El hombre de la guayabera —me decía la otra noche un enemigo de esa prenda— ya se comporta y habla «en guayabera». Sobre una calle sucia, apestada de las exhalaciones negras de las ‘guaguas’, a nadie se le ocurre pintar una fachada, barnizar una puerta, dorarle el aldabón, poner flores en los balcones. Si, por milagro, a todos se nos ocurriera hacer eso, pasaría aquello que decía Goethe: entre todos tendríamos la ciudad limpia. Y tal vez eso repercutiera sobre nosotros. Y hasta sobre las autoridades.

“Es penoso tener que escribir estas cosas y que no se le ocurra a uno un remedio medianamente fácil que sugerir. El mal está muy hondo. Es mal de economía y mal de cultura. Desgracia de un pueblo en que la riqueza no es todavía sino mancha de aceite que sobrenada, pero no cala; en que la instrucción es cosa precaria y apremiada, con vistas solo a la utilidad adventicia; y en que la política responde fielmente a esa mala economía y a esa precaria educación. Es, ¿por qué no decirlo?, responsabilidad de una «revolución» que quiso acabar con todo eso y que en realidad no ha hecho sino agravarlo.

“Y así ocurre que ‘Arroyito’, que a su manera luchó tanto por esa revolución misma, se haya vuelto a California encontrándolo todo aquí «muy sucio» y percatándose de que «nadie renueva nada»”. (Jorge Mañach, “Lo sucios que somos”, Diario de la Marina, 11 diciembre 1946)

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“En todas partes autoridad viene ahora efectivamente de autor. Pero no en España ni en sus antiguas colonias americanas. La revista Gente de Bogotá me rindió uno de los homenajes más inesperados y también, ¿por qué no decirlo?, inmerecidos. Mi Arcadia todas las noches fue publicado por Seix Barral en 1978 y agraciado con su inútil nota de copyright. En 1980 Gente, entre otras gentes, decidió que Arcadia era un libro que debía rescatarse del olvido ¡y lo publicó íntegro! en dos números sucesivos de la memoriosa y funesta revista colombiana. La primera entrega llevaba una larga nota de presentación que era tan laudatoria para el autor como para el libro: elogia que algo queda. No hay que decir que para ejecutar esta memorable hazaña editorial ni Seix Barral ni el autor fueron consultados de antemano. La revista Gente, tan generosa como ilegal, ni siquiera me envió un ejemplar justificativo. Algunos amigos sugirieron un pleito por violación del derecho de autor. Pero era obvio que mejores resultados obtendrían los peripatéticos policías de Miami Vice detrás de un cargamento de coca colombiana. Como se sabe, el fracaso es la filosofía de sus héroes.

Tres tristes tigres prestó generoso (pero sin permiso) su título a una película chilena en 1968. En 1978 prestaría gran parte de sus argumentos, de sus personajes y de su arte narrativa a una película venezolana cuyo mediocre nombre no vale la pena propagar. Pero su director, ufano y nada avergonzado, se dedicó a proclamar dondequiera que había filmado Tres tristes tigres sin el consentimiento de su autor. Las posibilidades de perseguir este hurto, como en los robos con nocturnidad, eran nulas. Su autor (hay que llamarlo de alguna manera) habría conseguido idénticos resultados si hubiera encallado Ulises en Caracas, que no tiene mar pero sí tiene piratas. El reparto (le mot juste) serían Leopold Bloom en el papel de Luis Florecido, Stephen Dedalus que responde al nombre de Estaban Ícaro y la melodiosa Molly Bloom en el rol de María de la Flor. ¿Qué podría hacer el fantasma de Joyce ante semejante film noir?

“Los convenios de derecho de autor aseguran que el estilo no puede ser protegido por las leyes. Se comprende. Estamos ante el plagio puro. Aquí se trata de una cuestión de moral artística. Pero ¿qué ocurre con el formato? No hablo del formato tipográfico sino de esta forma narrativa que afecta la misma materia literaria. Un ejemplo son Las memorias de un cazador, en que Turgueniev enlaza varias narraciones con el pretexto de ir de cacería. Un plagio de este libro original sería escribir, por ejemplo, los recuerdos de un pescador. No habría ley contra el robo que pudiera perseguir al ladrón gritando en inglés Stop thief! Pero seguramente el pescador sería arrojado a la orilla literaria.

“Mi libro Vista del amanecer en el trópico publicado en España en 1975, está compuesto de una serie de viñetas para narrar la convulsa historia de Cuba como protagonizada (se trata de una forma de justicia poética) por entes anónimos. Vista no es una revisión de la historia, sino la devastadora reducción cronológica a un absurdo cruel. Marx dice que la violencia es la partera de la historia. Mi libro trata de mostrar qué ocurre durante el parto con dolor y luego en la cuna sangrienta. Esta ilación de momentos de la historia cubana, reducidos a viñetas culminantes o banales, ha sido imitada, calcada, por otro libro de uno de esos autores sudamericanos que tienen una bulliciosa actividad política y pocos escrúpulos literarios —es decir, morales—. Pero, como Lenin dice robando a Chernichevsky, ¿Qué hacer?

“Están también, menos importantes pero más asiduos, los préstamos para prestamistas emprendedores (esos dueños del monte pío sin piedad) de artículos publicados en España que se ven reproducidos en América de Arequipa a Valparaíso. Sé por cartas, llamadas por teléfono y visitas cuántos lectores tengo en ese continente. Pero no conozco un solo nombre de los que se apropian de mi contenido: soy un colaborador renuente de las más acogedoras publicaciones”. (Guillermo Cabrera Infante, “¿Derecho de copia o delito de copia?”, El Cultural, 23 junio 1990)

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“Las relaciones entre la literatura, la política y la moral son un rango característico de la edad moderna, desde los primeros románticos. Al finalizar nuestro siglo estas relaciones asumieron la forma de un debate universal entre las democracias y el socialismo autoritario. Sin cerrar los ojos ante las fallas y las iniquidades de las sociedades democráticas liberales, nosotros vimos en los regímenes comunistas una perversión del socialismo.

“Por complejas razones en las que tampoco podemos ahora detenernos, la causa del socialismo totalitario ganó muchos adeptos. La intoxicación ideológica afectó a un gran número de intelectuales de Europa, América Latina y otros continentes. La dolencia nubló, más que a su vista, a su juicio moral: todos se negaron a aceptar que las gigantescas y férreas fortalezas en que se transformaron los Estados comunistas habían sido construidas sobre inmensos charcos de sangre. No eran monumentos a la libertad sino a la esclavitud humana. América Latina no escapó al contagio y en México el catecismo marxista-leninista se convirtió en el libro de horas de muchos intelectuales, tal vez de la mayoría. Para combatir a esta enfermedad colectiva acudimos al único remedio conocido y probado: la crítica. Fue una polémica ideológica y, sobre todo, un servicio público de higiene intelectual y moral. Tuvimos éxito a medias. Pero lo que no logró la razón, lo consiguió con brutal e irrefutable dialéctica la realidad misma. Aquellos castillos que parecían inexpugnables de pronto se convirtieron en molinos de viento. ¿Qué ha quedado de todas esas quiméricas construcciones?”. (Octavio Paz, “Perseverar y cambiar: la doble tarea de Vuelta”, Culturas, 9 noviembre 1991)

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“¿Tiene un lado bueno lo políticamente correcto? Claro que sí, pues nos obliga a reexaminar posturas, y eso siempre es útil. Lo malo es que, como ocurre con todo movimiento popular, el sector lunático enseguida deja de ser un mero sector: el rabo empieza a menear al perro. Por cada persona que recurre con sensatez a la idea de lo políticamente correcto para analizar las cosas que damos por supuestas, hay veinte agitadores a quienes lo que les mueve es el ansia de poder. El hecho de que ellos se consideren antirracistas, feministas o lo que sea, no los hace menos agitadores de lo que son.

“La intolerancia en las universidades no la inventó lo políticamente correcto, sino que es hija evidente del comunismo. Si la intolerancia —por no decir el despotismo— gobernó la universidad en los países comunistas, esa misma actitud mental ha contagiado a regiones de Occidente y muchas veces marca la pausa en una universidad. Todos lo hemos visto. Por ejemplo, un profesor amigo mío explica que cuando unos estudiantes empezaron a saltarse la clase de genética y a boicotear a profesores invitados cuyos puntos de vista no cazaban con su ideología, él los llamó a su despacho para charlar y para que vieran un vídeo que refutaba con hechos dicha ideología. Aparecieron seis o siete jóvenes de uniforme —con camiseta y vaqueros—, tomaron asiento y guardaron silencio mientras el profesor razonaba con ellos, no levantaron la vista mientras duró el vídeo y luego, todos a una, se marcharon. Es muy probable que a esos alumnos les sorprendiera enterarse de que su comportamiento era una representación visual de la mentalidad cerrada de los jóvenes militantes comunistas.

“En Gran Bretaña cada vez es más frecuente que en ayuntamientos y consejos escolares directoras o directores, o el profesorado, sean acosados por grupos y conciliábulos de cazadores de brujas que se valen de tácticas mezquinas e incluso crueles. Acusan a sus víctimas de ser racistas o de ser más o menos reaccionarias. Y cada vez más el recurso a autoridades de más alto rango demuestra que las tácticas de campaña han sido sucias. Esto le ocurrió a una amiga mía en Ciudad del Cabo, cuando los musulmanes fanáticos y los comunistas de línea dura unieron fuerzas para expulsarla. Lo mismo habían hecho con su predecesor, y no hay duda de que ahora estarán haciendo otro tanto con la persona que la haya sucedido. Las víctimas son de raza blanca. ¿Eran racistas? No. ¿Son aparentemente incompatibles? En absoluto. Estoy segura de que millones de personas, al verse privadas del colchón mental del comunismo, buscan con frenesí otro dogma, incluso sin saberlo siquiera. Algunos han encontrado ya sustituto en el fanatismo musulmán”. (Doris Lessing, Las cárceles que elegimos, Lumen, Barcelona, 2018)