Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Literatura, Literatura cubana, Novela

Apoteosis del relajo y el lenguaje popular

A las dos novelas de Francisco Chofre, el adjetivo de divertidas les queda corto. Es un autor capaz de hacer que quien lea sus obras se ría a carcajadas desde la primera página hasta la última

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La semana pasada, al escribir sobre La Tremenda Corte, destaqué el hecho de que el creador de un programa de humor criollo fue un gallego “aplatanado”. Hoy voy a referirme a otro caso, igualmente singular, de un creador no nacido en la Isla que dejó una obra cuya cubanía nadie pondría en duda.

Se llama Francisco Chofre (Cullera, 1924-La Habana, 1999) y fue un valenciano que en 1949 llegó a Cuba como turista y se quedó para siempre. Durante sus primeros años, se ganó la vida realizando labores agrícolas en una finca situada en Las Clavellinas, Camagüey. En 1955 se trasladó a la capital, en donde editó, junto con dos amigos, la revista Presencia. Trabajó en una firma de contadores públicos, después como auxiliar de oficina en el Instituto Nacional de Reforma Agraria y, a partir de 1964, como libretista en el Instituto Cubano de Radiodifusión. Asimismo, colaboró en publicaciones como La Calle, Prensa Libre, Qué, Lunes de Revolución, Islas, Palante y El Sable. En colaboración con Ramón Azarloza, publicó el libro Unos cuentos (1958).

Su nombre se hizo conocido en 1966, cuando su novela La Odilea recibió una mención en el Premio Casa de las Américas. Dos años después llegó a las librerías y recibió una muy favorable acogida, tanto entre los lectores como entre los críticos. Para Mario Benedetti, quien redactó el prólogo, es poco frecuente que una aventura artística semejante a La Odilea, en la que “un viejo mito, cargado de prestigio, y a la vez, de la consiguiente retórica acumulada por los siglos, se revitaliza al pasar por el humor y el lenguaje populares”. Y la califica como “una desopilante apoteosis de la mejor gracia dialectal cubana”. La novela de Chofre fue publicada en 1974 en Argentina, por las Ediciones de Crisis.

La cubierta de la edición original fue diseñada por Eduardo Muñoz Bachs y es estupenda. En su inconfundible estilo caricaturesco, muestra el busto de un hombre presumiblemente ilustre, a juzgar por la base sobre la cual descansa y por la corona de laurel que adorna su testa. Un detalle incorpora una nota de cubanía: en la boca tiene un habano. De manera jocosa y expresiva, Muñoz Bachs captó el tono y la esencia de la novela de Chofre, quien al ser entrevistado sobre la misma expresó: “Sus raíces son clásicas, pero el fruto me ha salido de relajo. Me propuse darle un giro simpático a la narrativa criolla”.

En efecto, en La Odilea su autor recrea el famoso poema épico de Homero y lo pasa por el filtro del humor criollo. Eso se pone de manifiesto nada más abrir el libro y repasar los títulos de sus capítulos o cantos: “Donde la jodedora Atenata comienza a enredar la pita”, “Donde a Odileo no lo destimbala un tiburón, de milagro”, “Donde Odileo cuenta cada una que le ronca”, “Donde la hoja se va en busca del tamal”, “Donde se acaba la jodedera”. Y se confirma luego, cuando se empieza a leer la novela:

“Una de esas noches en que chifla el mono de mala manera y la cosa no está para andar de serenata por ahí, se encontraban reunidos en la casona del mandamás Zeulorio, reconocido por todo aquello como ‘el que más mea’, unas cuantas personas de alivio, quienes veían y sentían en Zeulorio al fraternal apañador de sus hambrunas, siempre que el año abocaba como pedrada en blanco de ojo.

“Su vivienda como correspondía a un potentado de las agallas de Zeulorio, era de tipo desparramado, con muchas ventanas y mucha reja en las ventanas y mucha columna por aquí y por allá, y mucho de todo lo que hace falta para que una casa sea de ¡anjá!”.

La acción no tiene lugar en las islas mediterráneas, sino en los cayos cubanos. Los personajes han sido despojados de la distinción divina y heroica que poseen en el mito clásico. El Olimpo ha pasado a ser una enorme finca perteneciente a Zeulorio, un viejo inválido y cascarrabias. Es padre de la consecuente Atenata, una joven con rasgos de marimacho a quien le gusta intervenir en los problemas de sus vecinos.

Uno de ellos es el genial Odileo, un guajiro astuto que era conocido por toda la cayería como un cabrón de la vida. Hace varios años salió de su casa embullado por unos amigos “para quitarle un tarro de arriba a uno que era más que hermano”. Desde entonces, Pene, su esposa, está siendo asediada por un atajo de machangos que han arrasado con todo lo que dejó su esposo. Atenata piensa que sería bueno echarle una manito y tratar de remediar su situación. Y de paso, aprovechar para pegarle un fotutazo a Telesforo, el hijo de Odileo, “porque si sigue como va hasta pájaro no para”.

Imaginación, osadía léxica y desternillante comicidad

En su revisitación paródica de La Odisea, Chofre se vale de arquetipos de la cubanía. Aparte del humor popular, recrea con un aguzado sentido del ingenio y de la imaginación las formas dialectales del habla campesina. Al hacerlo, las reproduce además en la escritura, esto es, las plasma tal como se pronuncian. Para ilustrar esto que apunto, copio un fragmento de una de las “descargas” de Odileo:

“Lo nuestro fue un salasión desde el prinsipio, y lo demás es cantaleta de mudos, porque mira que no salir de una y ya tener la otra ueliéndote las nalgas, le ronca el marañón. Pues, como iba disiendo, ya llevábamos dos días metiendo remo y vela, y se nos presenta costear, por ver si le echábamos mano a cualquier bicho que nos llenara el tripaje, cuando descubrimos una ranchería de mala muerte, con tres o cuatro gatos velando aquello. Atracamos por la necesidá y no hacemos más que dar el saludo, nos caen a piedra. Y yo siempre lo tengo dicho: ‘caballeros, con el hambre no se juega, porque corrompe y no arrepara na”. Bueno, metimos una carga al machete y to el mundo salió volando pal monte. Entonses nos ponemos a registrar los bochinches y no alcansaban los brazos para cargar tanta comida. Hasta nos hisimos de un tanque sangaletón que resultó ser de vino de papaya. Y como nuestro apuro nada más era mover la quijá, nos metimos en un sombreado para darnos el gran banquete, y hasta hubo quien pensaba meter su pestañaso bobo. Valga que a mí, como canchanchán de la tropa, había que respetarme, y ordené el trasiego de los víveres a la carrera, antes de que los fulanos se me empesaran a acomodar. Óiganme, menos mal que le dimos rápido al asunto, porque de momento se nos aparese por atrás de aquellas matojeras un tendal de gente que metía miedo, y sin desir ni pitoche empiesan a escopetaso limpio con nosotros. ¡Digan ustedes que nos salvó la distancia!”.

Más de medio siglo después, La Odilea conserva su condición de obra singular. Chofre consiguió recrear el poema homérico en su totalidad, y su novela incluso tiene el mismo número de cantos. Logró hallar los equivalentes criollos correspondientes a los personajes y las situaciones originales, sin que el trasvase parezca forzado ni arbitrario. En ese sentido, se advierte que tras su carnavalesca e irreverente parodia había un trabajo minucioso y meditado. Hizo además un verdadero derroche de imaginación, osadía léxica y desternillante comicidad. Todo ello hace que la lectura de La Odilea sea sumamente disfrutable.

Mucho menos conocida es El Evangelio según San Paco (1990), la segunda novela publicada por Chofre. Eso probablemente tiene que ver con el hecho de que salió cuando comenzaba en la Isla el llamado Período Especial. Tampoco se ha vuelto a editar, lo cual ha contribuido a que muchos de los lectores que tuvo La Odilea no hayan tenido la oportunidad de ver que su autor revalidó con notable sus magníficas dotes de narrador y humorista.

En El Evangelio según San Paco, Chofre realiza una traslación libre y en clave jocosa de algunos pasajes del Antiguo Testamento. Es este el nombre que los cristianos dan a la primera parte de la Biblia, y que está compuesta por los libros canónicos escritos antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. Chofre seleccionó tres de ellos (Génesis, Éxodo, Levítico) y uno de los históricos (Rut). Al igual que hizo en su primera novela, los traslada a un medio geográfico, un marco sociológico y un sistema lingüístico que corresponden al mundo rural cubano.

Génesis comienza con la narración hecha por San Paco, una noche en que un vecino sacó el taburete a la puerta de su bohío. Allí el evangelista habló “del principio de todas las cosas, que decía conocerlas muy bien, porque las había zapateado en los libros. Todos se quedaron callados, esperando en qué pararía aquel mejunje”. Y para complacencia y conocimiento de los que quisieran leer, San Paco llevó su relato al papel.

Empieza, naturalmente, por la creación del mundo: “De entrada cayó el trueno, como no ha vuelto a caer ni se dará jamás. Y se rajó el mundo en dos pedazos, y dio una parte a tirar para lo oscuro y la otra para lo claro: lo prieto se volvió noche y lo clarito, día (…) Y empezó la conga a porfiarle a la carabalí que si tú eres más jutía que yo, el aura a echar y el pitirre a sonarla, la lechuza a desvelarse, el guayabito a ser pendejo, el toro a dárselas de huevón, el guanajo a jalar moco, el gallo a desmemoriarse, el cochino a ser puerco y la yegua a meter tranca, que de todo hay”.

Desprejuiciadas versiones de episodios bíblicos

Siguen después las historias de Adán y Eva, Abel y Caín, Noé, Abraham, Esaú, Moisés y muchos otros personajes bíblicos. Aplicando el ejemplo del servicio popular de las Escrituras, que hicieron en el pasado las adaptaciones a otras lenguas tildadas de profanas, Chofre, a través de su alter ego San Paco, da sus desprejuiciadas versiones de aquellos conocidos episodios. Así, la fruta prohibida que comieron Adán y Eva fue un marañón. Al Sara quedar embarazada, se formó un chismoteo y al viejo Abraham lo llamaban gallo espuelú, toro padre, semental de tres patas y cuarenta porquerías más. Débora es una mujer que se dedica a aliviar empachos. Los constructores de la Torre de Babel estaban muy preocupados de que el comején pudiera arruinarles su obra. Isaac se hizo notable tras conocer a Sara, su mujer, que estaba “halando soga al lado de un pozo y la enamoró por aquello de que el agua de pozo amarra”. Y para no aburrir con la enumeración de ejemplos, copio mejor un fragmento del episodio de la circuncisión que el Señor le pidió practicar a Abraham a toda su descendencia:

“Y antes de que la gente pudiera descifrar las intenciones de Abraham y se pusieran con los mil comentarios de costumbre y la palabrería usual que trae como consecuencia lo que se anuncia y no se aclara, dijo Abraham:

“—¡Si queda alguna mujer aquí que salga tumbando pa su casa!

“Convencido de que solamente se habían quedado los machangos, luego de registrarse los alrededores, volvió a gritar:

“—¡Que todo el mundo saque su pirinola!

“La sorpresa fue de padre para arriba. Muchos de los presentes ya se habían adecentado y los otros tenían los pantalones en la mano, pero la suerte de Abraham fue que el trago y los golpes tenían vencido el elemento y nadie podía correr, que si no, no queda uno en la fiesta ni para hacer el cuento.

“Abraham, en aquel momento determinante y para dar el ejemplo, se levantó el camisolón con una mano mientras levantaba el cuchillo con la otra, pero del grupo no salió uno que diera el paso al frente.

“—¿Qué pasa aquí? ¿Somos hombres o guayabitos?

“No había terminado de hablar cuando vio salir de lo último de la fila a su hijo Ismael, quien se le acercó con el rabito al aire y diciendo con voz de niño:

“—Viejo, el primer mochazo me lo das a mí.

“Abraham había llegado a ese punto en que ya no se puede dar marcha atrás. Al ver a su hijo se le enfrió el tuétano, pero ya no había discurso que pudiera salvarlo ni remedio para la roncha. Halando el matavacas avanzó hacia el muchacho, se aguantó los cinco temblores que traía encaramados, puso el pedacito sobre una estaca cabezona y le cortó de un tajo el pellejito de la puntica.

“Cuando los presentes vieron que se trataba del pellejo sin llegar a la masa, se fueron embullando y avanzaban hacia el matadero con una decisión que daba gusto ver, que así es el hombre cuando se ha metido veinte toletazos y la bebida le hace ver las cosas del color que no son.

“Una hora después estaba el reguero de caperuzas y la salpicadera de sangre que hacían ola. Y como que había que darle un nombre al asunto, Abraham, después de cortarse la suya, que fue la última, buscó una palabra bastante rara que nadie más la pudiera usar en su puñetera vida, y dijo, que fue así:

“—A esto lo vamos a llamar «sercunsisión».

“El comentario general fue que de dónde habría aprendido el viejuco la cabrona palabrita, pues ya se estaban poniendo de acuerdo en que lo sucedido había sido tremenda verracá, y fueron desfilando en busca de alivio por la gracia del mandamás.

“Terminaba la mujer de Abraham de curar al hijo de su marido, cuando vio aparecer a este más blanco que una magnolia.

“—¿Qué maldá es esa de recortarle al hombre lo que no le alcanza?

“Abraham fue desarrollando torpemente su teoría, entre muecas y quejidos, mientras la esposa le aplicaba fomentos de sal y limón. Y luego que finalizó la cura, dijo Sara para resumir:

“—¡Bonita manera de marcar a la gente, pues como no sea en cueros no te vas a reconoser ni tú mismo, que nadie forma su pelotera con las vergüensas al aire, a menos que te dé por inventar fiestas de machos solamente!

“—No te ocupes, que siempre se sabrá al final cuántos son los destoletaos.

“—Lo que yo veo en todo esto es que si los perros andan ueliéndose las nalgas, ustedes acabarán ueliéndose la portañuela”.

Hasta donde este cronista conoce y recuerda, no hay en la literatura cubana otro autor capaz de hacer que al leer sus obras, uno se ría a carcajadas desde la primera página hasta la última. En otras palabras, hace que su lectura sea algo parecido a la felicidad. Eso Chofre lo volvió a lograr en su segunda novela, que significó el reencuentro con los hallazgos y valores ya señalados en La Odilea. Nuevamente hallamos la imaginación desbordante, el gracejo picante, la fluidez narrativa y una buena escritura, pues, aunque se dirige a un amplio espectro de lectores, Chofre no descuida los aspectos literarios. Todo ello se plasma en estas dos singulares novelas, a las que el adjetivo de divertidas les queda corto.