Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Cine

Brillante, carismática e inimitable

Para un sector de los cinéfilos de la Isla, la fallecida actriz Liudmila Gúrchenko fue hasta los años 80 una figura conocida y además admirada

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Días atrás, cuando los diarios y agencias de numerosos países difundieron la noticia del fallecimiento de Liudmila Gúrchenko (1935-2011), desfilaron por mi mente las imágenes de los filmes suyos que había visto. Para un sector de los cubanos contemporáneos míos, la actriz rusa llegó a ser una artista conocida y además admirada, pese a que solo conocimos unos cuantos títulos de su extensa filmografía. Y digo un sector, el que integrábamos los asiduos a las proyecciones de la Cinemateca y los cines Rialto y La Rampa, porque para decir la verdad más verdadera, la mayor parte de la población tenía muy poca estima por las películas que llegaban de la extinta Unión Soviética.

Tan pronto como leí la noticia, la hice circular entre algunos amigos a quienes pensé les iba a interesar, y sus reacciones fueron las que yo suponía. “¡Una de mis actrices favoritas! Es verdad que a veces parecía una muñecona rusa por la forma en que se peinaba y maquillaba, pero era de una sutileza interpretativa tremenda”, me escribió en un correo electrónico Antonio Orlando Rodríguez, quien citaba algunos de los trabajos de Gúrchenko para él inolvidables. Similares comentarios hicieron José Manuel Prieto y Félix Lizárraga. Me pregunté entonces qué me hubiesen contestado otros amigos míos mucho más jóvenes que residen en la Isla, y cuyas aficiones cinéfilas conozco. En primer lugar, ni siquiera creo que hubiesen podido identificar a Gúrchenko, pues para ellos sencillamente no es una referencia. A lo sumo, habrán visto alguna de sus películas en una fugaz proyección en un ciclo o cosa así, pero no han tenido la oportunidad del seguimiento más o menos continuado que tuvimos nosotros. Igual les ha de ocurrir con figuras como Zbignew Cybulski, Mari Toricsik, Oleg Yankovski, Daniel Olbrychski, Inna Churíkova…

Volviendo a la noticia de la muerte de Liudmila Gúrchenko, hay que decir que ha tenido una atención mediática inusual, pues no se corresponde con la fama internacional que tuvo en vida. Pienso que el haberse divulgado en países donde muy pocos la conocían se debe ante todo a la enorme repercusión que el hecho tuvo en Rusia. Tan pronto como se dio a conocer, en la casa de la calle Triojprudni Pereulok donde vivió en Moscú empezaron a aparecer espontáneamente flores, en particular claveles rojos, que eran los preferidos por la actriz. Otras personas simplemente se detenían allí por unos minutos. Asimismo en Internet circularon centenares de mensajes de condolencia, a los que se sumaron los enviados a la familia de la actriz por Dmitry Medvedev y Vladimir Putin. Miles de personas hicieron largas colas en la Casa Central de los Escritores donde se expuso su féretro, soportando temperaturas muy bajas. El funeral estuvo encabezado por una gigantesca foto suya y a su paso hacia el cementerio Novodevichy, la gente aplaudía y gritaba “bravo” o “gracias”. Ese fin de semana, el metro moscovita transmitió grabaciones de los temas musicales de sus películas.

Para la mentalidad occidental, resulta difícil comprender esas muestras de admiración y respeto por una artista. Hay una anécdota que puede ilustrarlo. En 1980 cuando se hallaba en Moscú, el poeta español José Agustín Goytisolo se sorprendió al ver la cantidad de personas que iban tras un cortejo fúnebre. Su sorpresa fue aún mayor cuando le dijeron que se trataba de un cantante, actor y poeta sumamente popular llamado Vladimir Visotsky. En ese momento la ciudad era sede de los Juegos Olímpicos y miles de moscovitas abandonaban los estadios para asistir al funeral. Eso evidentemente nada tiene que ver con el parque de atracciones que se armó en torno a los funerales de Michael Jackson, ni con las manifestaciones de histeria que provoca entre las adolescentes Justin Beaber.

Liudmila Gúrchenko era, desde los años 50, una artista legendaria y muy querida por los rusos. A lo largo de varias décadas, aunque hubo algunos años en que tuvo una presencia más discreta, mantuvo su condición de icono. Especialmente entre quienes hoy tienen hijos y nietos, pues aparte de su talento y su carisma, esas personas la asociaban con las películas soviéticas de su juventud y con una etapa por la que sienten nostalgia.

Su vida y su trayectoria artística reflejan algunos de los avatares que vivió Rusia durante el período soviético. En realidad, su origen no es ruso, sino ucraniano. Nació en Jarkov y su infancia fue difícil, debido a que entonces esa ciudad estaba ocupada por los nazis. Esos recuerdos siempre la torturaron, pero del mismo modo contribuyeron a que sus interpretaciones en dramas de guerra fueran tan convincentes. Cuando ya era famosa, su casa natal pasó a ser un museo. Quisieron también levantarle una estatua, pero ella se opuso alegando que no deseaba verse en vida como una escultura de bronce.

En 1953 se trasladó a Moscú y matriculó en el Instituto Estatal de Cinematografía (VGIK), donde se graduó en 1958. Allí fue alumna en los cursos de Serguéi Guerasimov y Tamara Makarova. Participó por primera vez en un filme en 1956, El camino de la verdad, pero fue el segundo con el que, a los 21 años, logró su primer éxito. Hablo de Noche de carnaval (1956), que representó el debut como realizador de Eldar Riazánov. Fue una película enormemente popular, en especial entre los jóvenes. Y hasta hoy, es proyectada en la televisión dentro de la programación de la Nochevieja.

Un papel con el que cautivó al público

Noche de carnaval significó una de las primeras fisuras en el muro estaliniano (vale recordar que en febrero de ese año habían tenido lugar las denuncias de Jrushov, en el marco del XX Congreso del Partido). Retoma la tradición de las películas musicales, que apareció en la década de los 30 con títulos de Grigori Alexandrov como Juventud alegre, Volga-Volga y El circo, pero que después desapareció. La trama de la cinta es sencilla: cuenta la historia de un grupo de jóvenes que se enfrentan a un burócrata carente por completo de sentido del humor y del más elemental gusto artístico. La confrontación tiene que ver con la fiesta de despedida del año, que el dirigente pretende transformar en un acto propagandístico y educativo. Por supuesto, al final triunfan el entusiasmo y el ardor juveniles y hay canciones, risas, serpentinas y alegría. Sátira del burocratismo, aunque sin ofender al politburó, Noche de carnaval es una ingenua celebración del poder del pueblo.

Los papeles principales fueron interpretados por la novel Gúrchenko y por el conocido actor Igor Ilinski, quien por cierto en Volga-Volga también había caracterizado al burócrata de un grupo de aficionados. En cuanto a la jovencísima artista, le bastaron cinco minutos para cautivar al público con su veracidad y su natural espontaneidad. Digo esto no porque solo apareciese en pantalla ese tiempo, sino porque ese es el título del tema musical sobre las campanadas de fin de año que allí canta.

Noche de carnaval catapultó a Gúrchenko a una celebridad tal, que en los dos años siguientes se dedicó a recorrer el país cantando las canciones de la película. Muchos la compararon con Liubov Orlova, la primera estrella del cine musical soviético. Otros la bautizaron como la Debbie Reynolds rusa, pues tenía piernas largas y rostro hollywoodense. Pero esas cualidades fueron precisamente las que vinieron a obstaculizar lo que todos pensaban era el inicio de una brillante trayectoria. Los comisarios de la cultura tildaron su estilo de demasiado occidental y de estar fuera de la línea oficial. Gúrchenko, además, después de una presentación aceptó ingenuamente un sobre anónimo que contenía rublos, una suma que estaba por encima del salario estándar. Eso dio lugar a que la acusaran de tener devoción por el dinero. Fue así blanco de los ataques de publicaciones influyentes como Ogonyok y Komsomolskaya Pravda.

Poco después se estrenó La chica de la guitarra (1958), que a causa de esas críticas se proyectó en muy pocos cines. De ahí que tuviese una escasa acogida entre los espectadores. Con ese argumento, pasó a ser etiquetada como la típica actriz superficial de obras musicales y de un solo éxito, que no merecía se le diesen personajes dramáticos. Ella, por su parte, culpó al KGB, que había decidido castigarla por su “falta de patriotismo”, al haberse negado a servir de informante. No es cierto, sin embargo, que la incluyeran en una lista negra. En la década de los 60 y parte de los 70 apareció de manera regular, pero discreta, haciendo papeles secundarios o bien como protagonista de melodramas, comedias, farsas y cintas de guerra de poco valor estético. Tuvo, por ejemplo, una participación menor en La corona del imperio ruso (1972), última entrega de la trilogía de los vengadores incapturables, que se vio en Cuba. Asimismo formó parte del elenco del Teatro Sovremenik (1964-1966) y fue integrante de GosKoncert (1966-1969). Prosiguió también su actividad como cantante, aunque muchas veces la programaban en minas, unidades militares remotas y campos de trabajo. “La recuerdo en la época en que pasaba por un período muy difícil, cuando no tenía ofertas de trabajo. Pero su voluntad y su carácter la ayudaron a sobreponerse y a crear una brillante galaxia de personajes en el cine y el teatro”, comentó el director Andrei Konchalovski.

En la primera mitad de los 70 actuó en películas musicales como La gorra de Solomon (1974) y Golondrinas celestiales (1975), así como en una para niños, Mamá (1976), por la cual renunció a trabajar en Pieza inconclusa para piano mecánico, de Nikita Mijalkov. A propósito de los musicales, es un género por el cual Gúrchenko sentía una predilección especial. Reconoció, sin embargo, que desde su etapa de estudiante pudo comprobar lo poco que lo valoraban sus colegas: “Al comienzo no comprendía aquellas expresiones burlescas y miradas sonrientes. Tampoco más tarde pude acostumbrarme a ellas. Hasta ahora no tengo más que cerrar los ojos para oír de nuevo: ‘Muchacha, usted trabaja en un género muy frívolo, en un género de entretenimiento, que ni siquiera podría definirse como arte… Naturalmente, el público está contento… Pero no es trabajo para artistas serios. En fin, diviértase mientras pueda’”.

Un renacimiento que muchos no esperaban

A fines de esa década, Gúrchenko tuvo un renacimiento que muchos ya no esperaban, pues superaba ya los 40 años. Fue, además, a través de filmes que vinieron a revelar su talento como actriz dramática. El primero fue Veinte días sin guerra (1977), dirigido por Alexei Guerman, que desafortunadamente no se pudo estrenar hasta 1981. Los otros dos fueron Siberiada y Cinco tardes, ambos de 1979 y dirigidos por los hermanos Andrei y Nikita Mijalkov. Este último es un complejo ejercicio de estilo, rodado con ascetismo extremo y en estricto blanco y negro. Se trata de una comedia sentimental ambientada en la época de los apartamentos comunales. Acerca de ese papel, Gúrshenko escribió en su libro autobiográfico Aplausos (1982): “Hace 17 años Tamara vive sola, ya se acostumbró a su soledad y olvidó qué es el amor. Con una bata deforme y rolos en la cabeza, es gris y opaca, y no sabemos qué edad tiene: treinta, cuarenta o cincuenta… Todos se acostumbraron a verla así (…) Su realidad es el trabajo, el sobrino, la casa, el televisor, los rolos de aluminio, su propia voz helada”.

Vinieron después La mujer amada del maquinista Gavrilov (1982) y Una estación para dos (1983), que representaron su definitiva consagración como actriz y gozaron de una amplia popularidad. La primera, una comedia sentimental sobre el amor de una mujer por el maquinista de un buque mercante, fue vista en la Unión Soviética por 18,4 millones de personas. A Gúrchenko le reportó, además, el premio de actuación en el Festival de Cine de Manila, en el cual logró imponerse a Kathleen Turner (Fuego en el cuerpo), Fanny Ardant (La mujer de al lado) y la mismísima Meryl Streep (La amante del teniente francés).

En Una estación para dos, dirigida por Eldar Riazánov, logró uno de sus trabajos más memorables, al interpretar a la cínica camarera de una estación de trenes, cuyo corazón es tocado por un pianista que pronto tendrá que ingresar en prisión. En esos filmes Gúrchenko compartió el protagonismo con dos estupendos actores, Serguéi Shakurov y Oleg Basilashvili. En los años siguientes tuvo la oportunidad de hacerlo con otros artistas igualmente famosos: Alexander Kaliaguin, Oleg Tabakov y Oleg Yankovski. Con Tabakov hizo Aplausos, aplausos (1984), donde dio vida a una estrella de musicales que desea actuar en una obra dramática. Con Yankovski, Volar en sueños y en la realidad (1983), dirigida por Roman Balayan. El del 83 fue además un año importante para Gúrchenko. Fue nombrada Artista del Pueblo, la más alta condecoración que podía recibir una persona de su profesión. Asimismo la revista Pantalla Soviética la eligió actriz del año. A esos galardones se sumó, en el 2000, la Orden por el Servicio a la Patria de cuarto grado (las de segundo y tercer grados se conceden a personalidades extremadamente distinguidas, y la de primer grado, solo a presidentes).

En las décadas siguientes nunca dejó de aparecer regularmente en la pantalla grande. Volvió a trabajar con Riazánov, quien en el 2000 la dirigió por cuarta vez en Jamelgos viejos (después de Noche de carnaval, repitieron en 1961 en El hombre de ninguna parte, que fue censurada). Intervino también en una versión musical de Las doce sillas (2004), así como en Noche de carnaval 2 o Cincuenta años después (2006). Su última película la rodó el año pasado y fue un musical. En total, su filmografía incluye más de 80 títulos. Trabajó además regularmente en la televisión y, con menos frecuencia, en el teatro. Asimismo y además de Aplausos, publicó otros dos libros, Lyusya, detente! y Mi infancia adulta. Este último, de carácter autobiográfico, fue calificado por la crítica como honesto y sincero.

Una parte considerable de su fama Gúrchenko la debe a su actividad musical, que quedó recogida en varios discos. A lo largo de su carrera ofreció innumerables conciertos, que incluso la llevaron a Estados Unidos, Australia, Alemania, Bulgaria y Austria. En el año 2005, se reinventó a sí misma al grabar el tema “Petersburgo-Leningrado”, interpretado a dúo con Boris Moyseev, cantante pop muy popular en Rusia y todo un icono gay. Vale la pena ver el video solo por su encantadora introducción hablada, en la cual dice: “Tantos encuentros, tantos conciertos, tantos momentos inolvidables aquí en vuestro Leningrado, perdón, San Petersburgo. ¡Es inolvidable!”.

El año pasado recibió un homenaje por sus 75 años. A una edad en que las mujeres lucen seniles y su mente ha perdido facultades, Gúrchenko desmentía la suya y conservaba una exultante belleza. Para ella, fue una obsesión que incluso la llevó a pasar más de una vez por el quirófano. Eso provocó que en algunas ocasiones fuera objeto de burla de los humoristas y los más jóvenes. Asimismo ocupó espacio en las revistas del corazón cuando hace pocos años siguió el ejemplo de Madonna, Demi Moore y Alla Pugachova, al enamorarse de Aslan Ahmadovym, un joven azerbaiyano de 36 años. Nada, sin embargo, consiguió hacer mella en el estatus de icono y de estrella que mantuvo hasta el final de sus días. Su pedestal estaba edificado sobre bases muy sólidas y resistentes.

Artista brillante, carismática, apasionada e inimitable, Liudmila Gúrchenko poseía una rara versatilidad. En ella se conjugaban el humorismo, las cualidades dramáticas, el virtuosismo musical. Todos asimismo aseguran que era un placer trabajar con ella. Nikita Mijalkov, quien aparte de dirigirla en Cinco tardes, trabajó junto a ella en Siberiada y Una estación para dos, expresó: “Combinaba admirablemente la actuación con su personalidad. No podía actuar sin adaptar parte de sí misma al personaje. Cuando la conexión se producía, era siempre un goce. Siempre disfruté mucho trabajar con ella. A ella siempre la energizaba la manera en que las personas presentes en el estudio le respondían, y entonces ella abría sus alas y se echaba a volar”.