Actualizado: 17/04/2024 23:20
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CON OJOS DE LECTOR

Censura, ¿estás ahí? (V)

La falta de libertad de expresión desarrolla la lectura entre líneas, una suerte de insurrección metafórica que lleva a decir una cosa para expresar otra.

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Casos como los anteriores son sólo unos pocos de los muchos que han ocurrido en la Cuba revolucionaria, pues la censura no demoró en hacer su entrada, cual siniestro e indeseable convidado de piedra. Muchas han sido las obras literarias y artísticas que han sufrido su flagelo, pero en muy contadas ocasiones eso ha sido dado a conocer. En Patterns of Censorship Around the World, Roger Reed comenta que cuando un libro es prohibido en un país democrático, los medios de comunicación suelen dar cuenta de ello. Para ilustrar su afirmación, cita el ejemplo de Spycatcher, controvertido libro escrito por Peter Wright, un antiguo agente secreto inglés. Su publicación trató de ser prohibida por el gobierno, lo cual desató un verdadero escándalo en la prensa. No se producen reacciones similares en Cuba, comenta Reed, "donde las noticias sobre la censura son también censuradas. No es difícil en un país donde el gobierno tiene el poder exclusivo de decidir qué se publica en la prensa".

En tal sentido, me parece pertinente recordar que al final de la dictadura de Fulgencio Batista en la Isla se editaban veintiocho diarios y setenta revistas. Y aunque es cierto que Hoy, el órgano del Partido Socialista Popular, estuvo prohibido desde 1950 hasta 1959, las publicaciones que circulaban cubrían un espectro bastante amplio. Había desde un diario en inglés, Havana Post, hasta otro anarquista, El Libertario. Asimismo en Bohemia aparecían trabajos abiertamente críticos contra el gobierno. Eso por no hablar de Zig-Zag, un semanario satírico y humorístico del cual yo era fiel lector. Recuerdo un número en cuya portada se leía "Pilar Mata en La Habana", titular que iba acompañado de una foto de la actriz cubana de ese nombre. En realidad, todos captaron que se trataba de un subterfugio para aludir a los asesinatos que entonces cometía en la capital Pilar García, el jefe de la policía batistiana.

"Perseguir al católico porque es católico, perseguir al protestante porque es protestante, perseguir al masón porque es masón y perseguir al rotario porque es rotario, perseguir a La Marina porque sea un periódico de tendencia derechista o perseguir a otro porque es de tendencia izquierdista, a uno porque es radical y de extrema derecha y a otro de extrema izquierda, ya no lo concibo, ni lo hará la Revolución… Lo democrático es lo que estamos haciendo nosotros: respetar todas las ideas. Cuando se comienza por cerrar un periódico, ningún periódico puede sentirse con seguridad; cuando se comienza a perseguir a un hombre por sus ideas políticas, nadie puede sentirse seguro". Me imagino que muchos pensarán que se trata de cachondeo mío, pero puedo levantar la mano derecha y jurar ante un tribunal: esas palabras las pronunció Castro el 2 de abril de 1959 en un programa de televisión trasmitido por CMQ. Comentarlas me parece de todo punto innecesario. Sólo fue necesario que transcurriera un año para que dejaran de tener sentido. O en todo caso, pasaron a convertirse exactamente en la plataforma programática de lo que NO iba a hacer la revolución.

Retomo el ejemplo de Zig-Zag al que antes aludí, para hacer notar que una de las estrategias que hace desarrollar la censura es precisamente esa lectura entre líneas. Creadores y público empiezan a comunicarse a través de un lenguaje en clave, basado en ambigüedades, paradojas, mensajes ocultos, disfraces alegóricos, símbolos crípticos. Es una suerte de insurrección metafórica, que lleva a decir una cosa para expresar otra. En la década de los noventa, Flora Lauten montó con el Teatro Buendía una adaptación de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. En el contexto de la sociedad cubana posterior a la caída del muro de Berlín, el relato de García Márquez sobre la triste y esclavizada joven a quien su abuela obliga una y otra vez a vender su cuerpo adquiría otras connotaciones.

A partir de esos años, se creó un público con una sensibilidad diferente. En un país como Cuba, en donde el boca a boca —eso que popularmente se conoce como radio bemba— funciona con una admirable eficacia, la noticia de que en un espectáculo en cartel se hacían alusiones críticas o se quebrantaban ciertos tabúes incitaba esa curiosidad morbosa que siempre ha sido uno de los efectos contraproducentes de la mordaza. Uno puede imaginar, por ejemplo, lo que se suscitaba entre los asistentes a las representaciones de Manteca, de Alberto Pedro Torriente, cuando los tres protagonistas expresaban bocadillos como éstos: "Esta situación es insoportable", "¡Que se vaya!", "Esto no es justo. Nos hemos convertido en unos esclavos", "¿En qué acabará todo esto? ¿Hasta dónde vamos a llegar?". Sólo bien avanzada la obra el auditorio descubría que se referían al cerdo que habían criado clandestinamente y que han decidido sacrificar. Con mucha astucia, cuando tenían adelantado el montaje los integrantes del Teatro Mío empezaron a realizar ensayos con público, de modo que si el estreno de Manteca era finalmente prohibido, para entonces ya se habría corrido la voz.

Nada pudieron hacer, en cambio, los teatristas en los casos de los montajes censurados en las décadas anteriores. En esa lista figuran títulos como Los mangos de Caín, de Abelardo Estorino, y La toma de La Habana por los ingleses, de José Milián, que fueron suspendidos al cabo de varias presentaciones. No llegaron a pasar de los ensayos Decálogo del Apocalipsis, de Ramiro Guerra, y la puesta en escena de La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés, de Estorino, que preparaba Vicente Revuelta. Asimismo en 1977 viajó a La Habana Yuri Liubímov, el prestigioso director del Teatro Taganka, uno de los nombres míticos de la escena rusa. Con el elenco de Teatro Estudio montó Los diez días que estremecieron al mundo, que fue retirado de la cartelera tras unas poquísimas representaciones. Tan pocas fueron, que la crítica que yo escribí para el diario Juventud Rebelde no alcanzó a salir.

Para quien no esté bien enterado, resultará difícil entender cómo el teatrista más polémico y censurado en la Unión Soviética fue invitado entonces a dirigir en la Isla (había estado ya en 1968, durante el Festival de Teatro Latinoamericano organizado por la Casa de las Américas). Eso fue posible gracias a la admiración que por él sentía Raquel Revuelta, quien quedó fascinada cuando vio en Moscú su celebrado montaje de El alma buena de Se-chuan. Artista de una considerable influencia en las esferas políticas, Raquel consiguió vencer la resistencia de los funcionarios de ambos países. En Le Feu Sacré, el libro de memorias escrito por Liubímov, se puede leer sobre aquel montaje: "Volví a Cuba para montar Los diez días que estremecieron al mundo. Si mi primer viaje me había entusiasmado —entonces Castro estimulaba vivamente a los artistas—, el segundo me dio la impresión de que no pasaba nada interesante". Por supuesto, nunca se enteró de las poquísimas funciones que se dieron de su espectáculo. De todos modos, no se hubiera sorprendido, pues fueron muchas las experiencias que sufrió con la censura en la antigua Unión Soviética.


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