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Cine en letra de molde

El diseño sonoro en las películas de ficción, la música en los documentales cubanos y la filmografía de Sara Gómez, son algunos de los temas de cinco títulos aparecidos recientemente bajo el sello de Ediciones ICAIC

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En otras ocasiones me he referido a la recuperación en Cuba de los libros acerca del cine y, de modo particular, al resurgimiento de las Ediciones ICAIC. Ese sello inició su labor en los años 60 y lo hizo con muy buen pie. Bajo el mismo vieron la luz títulos de Roberto Agramonte (Cronología del cine cubano), Glauber Rocha (Revisión crítica del cine brasilero), John Howard Lawson (El cine en la batalla de las ideas, Teoría y técnica del guion cinematográfico), Lev Kuleshov (Tratado de la realización cinematográfica), Pio Baldelli (El cine y la obra literaria), Umberto Barbaro (El film y el resarcimiento marxista del arte), Serguéi Eisenstein (El sentido del cine), los guiones de Balada del soldado, Divorcio a la italiana, Casco de oro, Las doce sillas y El joven rebelde, así como los volúmenes compilatorios que preparaba el Servicio de información y traducción.

El último libro apareció en 1967. A partir de entonces, Ediciones ICAIC enmudeció por razones que nunca se dieron a conocer. Estuvo así hasta los años 90, cuando gracias a la iniciativa y la gestión de Pablo Pacheco (1945-2014), que como vicepresidente del ICAIC se encargaba de la conservación del patrimonio cinematográfico, se retomó y revitalizó el quehacer editorial y además se normalizó la salida de la revista Cine Cubano. Desde entonces, Ediciones ICAIC ha mantenido regularmente sus publicaciones. En la actualidad, cuenta con un catálogo que cubre un variado abanico temático y que, en cuanto a cifras, se resume en una considerable cantidad de títulos. En el último viaje que hice a la Isla, traje cinco libros aparecidos últimamente, y de ellos doy noticia en las líneas que siguen.

“Dos aspectos que han estado ausentes en las investigaciones del cine cubano son la historia de la evolución tecnológica sonora y la indispensable valoración de los resultados de esa actividad de la producción cinematográfica. Por eso, el primer sentir que experimentamos ante este estudio es el agradecimiento porque una joven autora se haya interesado por una parte importante de las películas, tantas veces vilipendiada, como es la banda sonora cinematográfica, pero no con la costumbre fatalmente establecida de entenderla solo como la música empleada”.

Con esas palabras, José Galindo Martínez presenta Confluencia de los sentidos. Diseño sonoro en el cine cubano de ficción (2018, 218 páginas). Su autora es Dailey Fernández González (Cienfuegos, 1993), cuyo trabajo constituye una valiosa aportación al estudio de ese tema hasta ahora inexplorado. Y aunque el prologuista ya lo sugiere, conviene llamar la atención por la frase diseño sonoro, pues es la premisa a partir de la cual se desarrolla la investigación. Es un concepto que empezó a emplearse a finales de la década de los 70 y reivindica el carácter creativo de ese componente de los filmes. Diseñar el sonido de una película, precisa Fernández González, “supone trabajarlo y pensarlo como un elemento fundamental del lenguaje y de la expresión cinematográfica, con el fin de explotar al máximo sus posibilidades con respecto a las exigencias narrativas, expresivas y formales del filme”.

Fernández González dedica el primer capítulo a establecer los fundamentos metodológicos y conceptuales sobre los cuales basa el análisis que después realiza en los otros dos bloques. Describe las cualidades físicas del sonido y su aplicación en el arte cinematográfico. Se ocupa por separado de los elementos que integran la banda sonora (voces, efectos, música) y de cómo cada un contribuye a la construcción del relato. Se detiene, asimismo, en el silencio, que posee un carácter estético y un poder expresivo. Y se lamenta de que la mayoría de las veces su valor sea subestimado, “debido al miedo al vacío y a la generalizada inclinación por la elocuencia sonora”. Por último, hace un recuente de las principales teorías acerca del sonido en el cine.

El segundo capítulo se inicia con un breve recorrido por los inicios del sonido en el cine proyectado en Cuba durante la etapa silente, así como en las décadas del cine sonoro que van de 1932 a 1959. La mayor parte de las páginas están dedicadas a la producción del ICAIC hasta el 2000, unas décadas que corresponden a la tecnología analógica. Fernández González ilustra el uso creativo que se fue dando, cada vez de manera más consciente, al sonido a través de filmes como Las doce sillas, La muerte de un burócrata, Aventuras de Juan Quin Quin, Memorias del subdesarrollo, Un día de noviembre, El hombre de Maisinicú, Madagascar, La bella del Alhambra, Alicia en el pueblo de Maravillas.

Hallazgo de un método artístico

En el tercer y último capítulo, la autora evalúa el impacto que ha tenido la incorporación de la tecnología sonora digital en la producción fílmica de la Isla. Eso reclamó, apunta, la presencia de un diseñador capaz de digitalizar la banda sonora y proporcionar nuevos espacios para la creación del sonido cinematográfico, específicamente lo relacionado con el montaje y la recepción de los espectadores. En el bloque titulado “Diseño y narratividad del sonido en el cine cubano contemporáneo”, ilustra las distintas formas como eso se ha asumido. Lo ilustra mediante el análisis de una selección de cintas, entre las cuales están Nada, Los dioses rotos, El cuerno de la abundancia, Boleto al paraíso, Martí: el ojo del canario y El Benny.

Por su tema, tiene puntos de contacto con el libro anterior el del compositor, flautista y musicólogo José Loyola Fernández (Cienfuegos, 1941): La música en el cine documental cubano. Santiago Álvarez, Rogelio París y Rigoberto López (2017, 343 páginas). Confiesa su autor que, después de la música, el cine ha sido siempre una de sus mayores atracciones artísticas y una motivación principal. Ha compuesto además música para dibujos animados, y eso, comenta, le permitió introducirse “en las complejidades, los detalles y los procesos del maravilloso y atractivo universo sonoro específico del séptimo arte”.

Su participación en 2011 en un coloquio celebrado en el Festival Internacional de Cine Documental Santiago Álvarez, lo hizo acercarse al tratamiento de la música en la filmografía de ese destacado cineasta. Ese estudio suscitó su interés por la obra de otros realizadores y entre ellos seleccionó a Rogelio París y Rigoberto López. Acerca del primer, concluye que “nos deja una poética músico-fílmica que incluye el origen del videoclip, el uso narrativo de la música, la canción de la imagen y la canción fílmica”. De Rogelio París destaca su filme Nosotros la música, que reafirma la importancia del cine documental para la conservación de la memoria histórica de la música cubana. Y en Rigoberto López hace notar que “la música desempeña un papel fundamental en la proyección de sus ideas, en la originalidad con que aborda la dramaturgia fílmica”.

En la segunda parte del libro, la más extensa, su autor expone la metodología para el análisis músico-fílmico creada por él. Para Francisco López Sacha, quien firma el prólogo, el hallazgo de un método artístico para evaluar la relación entre sonido, música e imagen fílmica es tal vez la el aporte más importante y sugerente de la obra de Loyola Fernández. Esta se completa con el estudio de numerosas secuencias pertenecientes a filmes de los tres realizadores, así como la inclusión de entrevistas a realizadores, músicos y musicólogos.

A diferencia de esos dos títulos, escritos y pensados fundamentalmente para especialistas, los otros tres se dirigen a un público lector más amplio. Ese es el caso de El cineasta que llevo dentro. Más de 30 años en la revista Cine Cubano (1984-2015) (2017, 292 páginas), de Frank Padrón (Pinar del Río, 1958). Como el título adelanta, se trata de una selección de los trabajos escritos por él para esa publicación. Aparecen distribuidos en bloques temáticos: Articulando ideas, De otros m(l)ares, Crítica múltiple, Cuando el Este era el paraíso, Nosotros, la música, Reverencias, Cine impreso. Incorpora además uno, Cazador cazado, donde reproduce textos de varios colegas (Joel del Río, José Alberto Lezcano, Alberto Ramos, Reynaldo Lastre Labrada) que se han referido a libros suyos sobre cine.

Padrón cubre en sus trabajos tanto la cinematografía cubana, como la latinoamericana y de otras áreas. Lo hace a través de críticas especializadas, artículos de fondo, ensayos y entrevistas, aunque sobre esta última apunta que nunca ha estado entre sus géneros periodísticos preferidos. Expresa que al recoger esas páginas no solamente pretende “salvar del olvido un grupo de textos que toda revista (…) con su inevitable inmediatez, expone, sino mostrar una evolución (estilística, conceptual) no solo del autor, sino también del contexto que, de un modo u otro, siempre condiciona, o por lo menos influye”.

Francisco López Sacha es también prologuista de El cineasta que llevo dentro. Inicia su texto afirmando que “este es el libro de un verdadero crítico de cine”. Asimismo, resalta la labor de comunicador esencial que Padrón realiza desde la prensa plana, la radio y la televisión, sin olvidar sus continuas intervenciones públicas en eventos, lecturas y conferencias. Y acerca de su faena crítica expresa: “Dueño casi siempre de un enfoque certero, su discurso no se detiene en nimiedades, tampoco en oscuridades gratuitas. Su presencia garantiza, en cualquier espacio, la agudeza de juicio, la honestidad y aun la facilidad para hacer comprensible los agudos problemas de la interpretación y el lenguaje del cine. Frank Padrón ha demostrado, con los años, que se puede ser complejo, polémico y crítico sin herir a nadie y sin renunciar a la claridad y el sentido común en el debate de ideas”.

La ensayista e investigadora Olga García Yero (Sancti Spíritus, 1954) ha publicado libros sobre la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda y la pintora Flora Fong. Continuando esa línea, ha escrito Sara Gómez: un cine diferente (2017, 295 páginas), dedicado a esa personalidad descollante de la filmografía cubana. Fallecida prematuramente, alcanzó a realizar más de una docena de documentales y un único largometraje, De cierta manera. Ese filme se estrenó póstumamente gracias a la colaboración de sus amigos más cercanos, que se encargaron de finalizar la edición. Esa corta filmografía ha bastado para situarla como una cineasta talentoso y adelantada su tiempo. Sin embargo, su obra, como hace notar García Yero, “sigue siendo hoy casi desconocida para el público cubano y esto es de lamentar en tanto sus ideas son ahora más que nunca dinámicas y sugerentes”.

Un libro que parte de un afán de justicia

El contenido del libro está estructurado en tres capítulos: “Los primeros pasos”, “La obra documental” y “De cierta manera”. En el primero, su autora en el primero, la autora hace un sucinto repaso de la trayectoria de la cineasta desde “los difíciles sesenta”, cuando ingresó en el Departamento de Enciclopedia Popular del ICAIC. No elude referirse críticamente a algunos hechos, como el de que, en vida, no fue reconocida por la crítica. Durante su etapa activa en el ICAIC, en Cine Cubano apenas hay referencias a su obra. No fue hasta 1977, señala, tres años después de su muerte, cuando en esa revista aparecieron dos trabajos acerca de su único largometraje, redactados por Gerardo Chijona y Rigoberto López.

La mayor parte de las páginas las ocupan los otros dos capítulos. En ellos, García Yero examina la filmografía de Sara Gómez, y tras ocuparse por separado de cada de los documentales afirma que estos no fueron meramente un paso para acceder al cine de ficción. Por el contrario, “encontró en el documental un terreno propicio para su peculiar creatividad”. Y agrega que, en ese campo, trabajó con una sistematicidad y un talento no igualados en el cine cubano, lo que llama “una antropología visual”. En cuanto a De cierta manera, la ensayista resalta el inteligente tratamiento que hace de los márgenes sociales, la discriminación racial, la violencia familiar, el machismo, las creencias religiosas y otros aspectos de la vieja realidad que necesitaban ser demolidos para dejar paso a una nueva.

En la introducción a Sara Gómez: un cine diferente, Reynaldo González que, gracias a la búsqueda de su autora, “estamos frente a una personalidad descollante, que no siempre tuvo el reconocimiento merecido, pero que se apoyó en su persistencia y valor para burlar torpezas que parecían invencibles”. Expresa que García Yero “indaga en la historia, la literatura y la sociedad sin aceptar demarcaciones empobrecedoras del énfasis esclarecedor”, lo cual es la manera posible para abordar la ejecutoria de la cineasta. Y concluye que este es “un libro de variada utilidad y de extendidas vibraciones, que enriquece el catálogo de Ediciones ICAIC. La información que pone en las manos de sus lectores parte de un afán de justicia”.

El título del quinto libro al cual me voy a referir me exime de explicar cuál es su contenido: Memorias del subdesarrollo. Guion de Edmundo Desnoes y Tomás Gutiérrez Alea (2017, 243 páginas). No se reduce, sin embargo, al guion del que es considerado el filme clásico de la cinematografía cubana. Arturo Arango y Juan Antonio García Borrero, responsables de la edición, incorporaron otros materiales que aparecen distribuidos en tres secciones: De los autores, Sobre la adaptación y la película y Extras. Van precedidos por un prólogo de Astrid Santana, titulado “La secreta geometría de la singularidad”. El volumen incluye además numerosas fotos.

En su texto, Astrid Santana hace notar que con la lectura del guion de rodaje, descubrimos que la mayor parte de las estrategias del filme —la libertad expresiva, la estructura fragmentaria, la autorreferencialidad, la hibridación de ficción y documental, la subjetividad desplegada— ya estaban proyectadas allí y fueron amplificadas luego en la puesta audiovisual. Reconoce que existen amplias conexiones entre la cinta y la novela que le dio origen. Pero expresa que la versión “posee un tipo de postura escritural y de imaginación propiamente cinematográficas que delinean los propósitos finales”. Y añade que “el quehacer inclusivo de los guionistas es un recurso que provee a la primera escritura del filme de densidad dialógica”. Algo que la puesta en escena y el montaje potenciaron.

En el libro se reproducen unas notas de trabajo de Gutiérrez Alea, unas páginas de Desnoes acerca del proceso de creación y entrevistas a éste y al editor Nelson Rodríguez. En otro bloque, se pueden leer textos críticos y ensayísticos de García Borrero (“La recepción de Memorias del subdesarrollo en 1968”), Román de la Campa (“Memorias del subdesarrollo. Novela/ texto/ discurso”), Rufo Caballero (“Memorias del subdesarrollo: la novela y la película son una misma cosa”) y Luciano Castillo (“Crónica y flashback de un redescubrimiento: Memorias del subdesarrollo”). Finalmente, en Extras aparecen el elenco, el equipo técnico, la sinopsis, la ficha técnica y la lista de galardones recibidos por el filme.