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Literatura cubana, Teatro, Padilla

Contra el secuestro de la historia

Abel González Melo y Dagoberto Rodríguez rompen lanzas por el acceso a asignaturas pendientes de nuestro pasado inmediato y recrean el caso Padilla, en una obra que definen como una ficción documental

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En las últimas obras que ha estrenado Abel González Melo, se advierte la recurrencia a nuevos mecanismos para activar el proceso creativo. En Sistema, lo fue una noticia aparecida en la prensa. En Mecánica, manipuló con radical libertad Casa de muñecas, la famosa pieza de Henrik Ibsen. En Protocolo también tomó como referente inspirador otra obra del dramaturgo noruego, Un enemigo del pueblo. Y en Epopeya se sumó a la corriente de la dramaturgia cubana que revisa el archivo trágico griego, al deconstruir y traer al presente el antiguo mito de la caída de Troya. En todos esos textos, al igual que otros anteriores (Chamaco, Talco, Nevada), González Melo aplica su concepción del arte escénico como un foro cívico, desde el cual materializa su postulado estético: “traer al teatro lo que me perturba de la realidad: un escrutinio íntimo que insisto en hacer público”.

La existencia de esos precedentes no permitía suponer, sin embargo, que para la escritura de Fuera del juego partiese de unos hechos reales acaecidos hace medio siglo. Más aún: unos hechos que tuvieron grandes repercusiones y dieron lugar a un endurecimiento de la política cultural en Cuba. Hablo del que se conoce como “el caso Padilla”, que provocó la ruptura de numerosos intelectuales europeos, latinoamericanos y norteamericanos, algunos de ellos con lazos previos muy estrechos con el régimen castrista.

Hago un brevísimo resumen de aquellos hechos. Tras obtener en 1968 el Premio de Poesía en el concurso convocado por la UNEAC con el libro Fuera del juego, Heberto Padilla se vio acusado de “actividades subversivas”. Sufrió censura, persecución y, finalmente, fue encarcelado. Su arresto provocó una carta firmada por un grupo de relevantes figuras de todo el mundo. En la misma, estas expresaban su inquietud “por el uso de medidas represivas contra intelectuales y escritores quienes han ejercido el derecho de crítica dentro de la revolución”. Y advertían que eso únicamente podía tener “repercusiones sumamente negativas entre las fuerzas antimperialistas del mundo entero”.

Después que fue liberado, Padilla protagonizó una autocrítica en una reunión celebrada en la UNEAC, en abril de 1971. Eso motivó una segunda carta, en la cual su autoinculpación era calificada como una “penosa mascarada”, y se exhortaba al gobierno “a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del cual fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”.

El “caso Padilla” marcó un punto de desvío en la solidaridad y el apoyo internacional a la revolución cubana. Sin embargo, no fue más que la imagen anticipada de lo que estaba por venir. Apenas un mes después de aquella autoacusación absurda y delirante, se celebró en La Habana el I Congreso Nacional de Educación y Cultura. Sus conclusiones y acuerdos, como comentó entonces el escritor español José Ángel Valente, alojaban “explícitamente, y con carácter normativo, rasgos o principios trágico-ordinarios de un vulgar aparato represivo”. Y agregaba: “El ritual es manifiestamente de exorcización. Se trata, a todas luces, de visibilizar las entidades que han de ser sometidas o eliminadas”.

Probablemente, González Melo no hubiese escrito Fuera del juego de no haber recibido la propuesta de trabajar juntos en un proyecto que le hizo el artista plástico Dagoberto Rodríguez (Caibarién, 1969), quien formó parte del innovador colectivo artístico Los Carpinteros (1991-2018). El dramaturgo ha contado que, al conversar con él, creyó percibir por qué le fascinaba aquella “zona vedada del imaginario intelectual cubano”. Asimismo, apunta que Heberto Padilla es “un personaje que encarna el devenir de la isla y que, como ella, se ha ido convirtiendo en inquietante paradoja. Su fervor revolucionario, su desencanto paulatino, su oposición furibunda, su indescifrable mea culpa. Todo el proceso de Padilla está rodeado de un halo de misterio que las cinco décadas transcurridas no han conseguido despejar”.

No hay rigurosa fidelidad histórica

Autor a quien no arredran los riesgos, González Melo aceptó el reto y creó lo que él define atinadamente como una “ficción documental”. En efecto, Fuera del juego no participa de las virtualidades del teatro-documental, sino que es una obra teatral que no busca una estricta fidelidad a los hechos históricos, sino a lo sumo verosimilitud. Su autor no ha renunciado a su capacidad de convertir en ficción la realidad, que constituye una de sus materias primas más sustanciosas. Esto queda resumido con claridad por los actores que dan vida a los personajes centrales, en este diálogo que pertenece al primer cuadro:

“PADILLA. Ella es Belkis.

“BELKIS. Interpretaré a Belkis. Porque la Belkis real vive hoy en Estados Unidos. Ya no es una militante comunista sino una religiosa devota. Y no le hemos consultado nada.

“PADILLA. De hecho no sé si sabe que estamos haciendo esta obra.

“BELKIS. Quizás lo sabe. O lo sabrá cuando alguien salga de aquí y le cuente.

“PADILLA. Ella, Belkis, es mi viuda.

“BELKIS. La viuda de Heberto Padilla. Dedicada desde hace casi dos décadas a salvaguardar su memoria. La memoria de todo lo que ocurrió.

“PADILLA. Hemos leído algunas de las cosas que ha escrito al respecto de estos episodios, lleva un blog, pero no hemos hablado directamente con ella.

“BELKIS. Porque esto no es una biografía. No hay rigurosa fidelidad histórica.

“PADILLA. Fidelidad puede ser una palabra difícil.

“BELKIS. No hay fidelidad. Hay datos.

“PADILLA. Imágenes, fragmentos… Incluso el propio Heberto dejó sus testimonios en un libro llamado La mala memoria.

“BELKIS. Esto no es una biografía.

“PADILLA. Esto es una obra de ficción. Pura ficción. Es la forma en que nosotros entendemos lo que fue la vida de ellos y todo lo que a su alrededor pasó. Entender aquello para entendernos”.

Fuera del juego posee una caligrafía regida por la concentración y la inteligencia. Puede dar una engañosa idea de moderación, pero en realidad se ha logrado gracias a una atinada dosis de audacia. González Melo combina osadía y prudencia, innovación y convenciones, haciendo que unas y otras se complementen. El texto es medido y condensado y los diálogos alcanzan un justo balance entre la necesidad de dar el bagaje informativo requerido y de conseguir que, al mismo tiempo, hagan que la acción escénica avance. Ese es uno de los elementos que dan a la obra su vivacidad y su ritmo, y de ahí proviene parte de su capacidad para atrapar al espectador sin permitir que decaiga su interés.

La obra está estructurada en diez cuadros y su trama ocurre en Cuba, entre 1967 y 1971. Se incluyen también algunas escenas que se ubican, como se lee en el programa de mano “en el presente, desde el exilio. Y acaso solo dentro de la mente del protagonista”. En los 90 minutos que dura el montaje, González Melo logra resumir los principales momentos de aquel incidente: la polémica suscitada por un artículo, en el cual Padilla defendió a Guillermo Cabrera Infante, entonces ya en el exilio; la escritura de Fuera del juego, poemario con el que obtuvo el Premio UNEAC; la publicación del libro con una nota en la cual esa institución expresaba su desacuerdo con su contenido ideológico; las relaciones del escritor con periodistas, escritores y diplomáticos extranjeros, que para las autoridades eran agentes pagados por el enemigo; su arresto por la Seguridad del Estado; la carta de protesta firmada por artistas y escritores extranjeros; la autocrítica pública cuyo texto, redactado por la policía, Padilla tuvo que memorizar.

Diálogos incisivos y llenos de sorna

Todo eso está recreado escénicamente a través de tres personajes: Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé, quien era su esposa en aquellos años, y un tercero al que simplemente se le identifica como El Compañero que los atiende. Como su nombre ya sugiere, se trata de un personaje ficticio. No obstante, González Melo ha incorporado al mismo algunas pinceladas que remiten a personas reales. Así, por ejemplo, en el cuadro titulado “El buen consejero”, El Compañero se erige como Nicolás Guillén, entonces presidente de la UNEAC, quien afablemente intenta persuadir a Padilla de que retire su poemario del concurso. Y en otra escena, le comenta a este que se ha leído el libro y que va a escribir un artículo sobre él para la revista Verde Olivo. Eso alude a “Las provocaciones de Padilla”, aparecido en esa revista, órgano de las Fuerzas Armadas, y que Luis Pavón publicó bajo el seudónimo de Leopoldo Ávila.

Pero son, repito, pinceladas, pues a González Melo no le interesa construir un personaje al modo convencional. De hecho, El Compañero está lejos de representar al agente que cabría esperar. No emplea la violencia, no castiga físicamente, no es autoritario. Habla civilizadamente con el escritor a quien “atiende”, se muestra (o aparenta) mostrarse comprensivo y hasta se permite hacer bromas. En boca suya, se escuchan unos diálogos muy incisivos, empapados de un humor muy afilado y llenos de sorna. Algo, por cierto, a lo cual Rey Montesinos, el actor que interpreta al personaje del Compañero, le sabe sacar mucho partido:

“COMPAÑERO. Ay, qué bueno escucharte. Cómo me tranquilizas… Pero figúrate, estos muchachos dicen que encontraron el dinero en tu casa… Y me lo trajeron, fajo sobre fajo, para demostrarlo.

“PADILLA. ¡No es verdad! ¡No es verdad!

“COMPAÑERO. Mira, si tú me lo aseguras, yo te doy la razón. Y les haré saber a los de la Seguridad que es infundada la culpa que te achacan. Que tú eres de los nuestros. El Comandante lo sabe, pero a ellos parece que hay que recordárselo.

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Les diré eso. Que hemos hecho un pacto. Tú escribes la declaración y ellos se olvidan del dinero.

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Es justo, ¿no? Y así acabamos de una vez con esto, Padilla. Y vas a ver a los niños que te extrañan tanto. Y nos escapamos todos juntos de vacaciones. ¿A Guamá te gustaría?

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Arriba, a hacerlo rapidito que tenemos nada más que un rato antes de que llegue el Comandante. (Poniéndole bolígrafo y papel delante.) Para recibirlo con tu discurso terminado y darle una alegría, ¿no?

“PADILLA. ¿Discurso?

“COMPAÑERO. Sí, claro. Te vamos a pedir luego que lo digas de memoria, como si se te estuviera ocurriendo en el momento, ante un grupo selecto de intelectuales y artistas, muchos colegas tuyos entre ellos, a quienes convocaremos a una reunión… Pero, por si acaso, lo conservaremos también por escrito, con tu firma.

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Sería una lástima que tus palabras se las llevara el viento.

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. ¡Vamos!

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Ay… ¿También tengo que inspirarte? Podrías comenzar, por ejemplo, aclarando, y así evitamos suspicacias, que la reunión la has solicitado tú mismo a la dirección del gobierno revolucionario, para compartir con los allí presentes una parte fundamental de tu… experiencia.

“PADILLA. …

“COMPAÑERO. Bueno, te echo una mano. Lo importante, a la larga, es que sea de tu puño y letra… (Le coloca el lápiz entre los dedos y sostiene la mano con la suya propia, guiando el trazo. Lee despacio mientras escribe.) Como ustedes saben, desde el pasado 20 de marzo yo estaba detenido por la Seguridad del Estado de nuestro país…”.

Montaje al margen de cualquier espectacularidad

De igual modo, en los cuadros que corresponden al registro de la casa del matrimonio, el arresto y los 37 días que pasaron en Villa Marista, González Melo aplica similar criterio de elaboración estética y elude mostrar en escena la violencia física (esto, por lo general, en el teatro no funciona, pues no deja de ser un remedo de la realidad). En lugar de ello, hace que Padilla y Belkis las recuerden desde el presente. Asimismo, en su recreación de aquellos hechos se aparta de la denuncia exaltada y se preocupa más por traerlos a nuestros días para que nos miren directamente, nos hablen y nos susurren angustiosas interrogantes sobre nuestro angustioso presente.

Aparte de esos aciertos dramatúrgicos, en la plasmación escénica de Fuera del juego González Melo consigue un afinamiento respecto a Ataraxia, otro texto suyo que también dirigió. Apuesta por un montaje al margen de cualquier espectacularidad y se vale de una escueta batería de recursos externos. Se concentra en contar la historia de modo directo y sin desvíos y obtiene de los actores un trabajo muy encomiable y bien articulado con el texto. Conviene anotar que aparte de Rey Montesinos, el reducido elenco lo integran Yadier Fernández y Ginette Gala. Por último, es de rigor destacar el aporte de Dagoberto Rodríguez, quien se responsabilizó de la concepción artística (esto incluye tanto el aspecto visual como la idea de escenificar la obra en una pequeña cámara negra). Asimismo, son aspectos igualmente logrados la dramaturgia videográfica y el tratamiento de las imágenes que se proyectan, y que hace que estas se carguen de sentido y sean un complemento enriquecedor.

Fuera del juego constituye un nuevo acierto a anotar a la sólida, prolífica y sostenida trayectoria como dramaturgo de González Melo. Con esta obra, además, junto a Dagoberto Rodríguez y el resto del equipo, rompe lanzas por el acceso a asignaturas pendientes de nuestra historia más reciente y se rebela contra su secuestro. Algo que solo puede merecer el aplauso.