Actualizado: 29/04/2024 20:56
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Cursilería, Vestuario, Adornos

Cursi y a mucha honra

Una exposición propone un viaje en el tiempo a través de la historia de la cursilería. Una estética que nació en España y que los hispanoamericanos han ido perfeccionando

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“Los españoles inventaron la cursilería, y los hispanoamericanos la han ido perfeccionando. El proceso por alcanzar la perfección absoluta continúa. Lo cursi sigue en curso. El proceso tuvo avances para peor notorios y pareciera que siempre hay algo nuevo para aprender, cosa de ser cada vez más cursi (…) Lo cursi permea la cultura hispana en infinidad de aspectos notorios: la literatura, la televisión, la música, el fútbol (pocas cosas más cursis que el afán de ciertos futbolistas por exhibir «delicadeza» y elegancia en sus cortes de cabello), y la política, en donde las llamadas revoluciones sociales suelen estar invadidas por manifestaciones imperdonables de cursilería que destacan un estado mental blindado al rigor intelectual y el buen gusto”.

La cita con la cual inicio este trabajo pertenecen a un inteligente artículo del uruguayo Eduardo Espina (para quienes deseen leerlo completo, algo que recomiendo, copio el enlace: https://www.elobservador.com.uy/nota/la-cursileria-esta-en-nosotros-201911299480). Trata un concepto estético que es propiamente español, pero que luego se extendió como un virus a las antiguas colonias de ultramar. Lo cursi posee un alcance ilimitado, pues como bien señala Espina se manifiesta en diversos campos, y desde su aparición en el siglo XIX no ha dejado de estar presente en nuestras vidas.

El tema viene a cuento porque en Madrid se puede ver la exposición Elogio de lo cursi, que permanecerá abierta hasta el 8 de octubre. Ha sido comisariada por Sergio Rubira, quien es profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité de adquisiciones del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Es conocido por las exposiciones que ha preparado para el Círculo de Bellas Artes, ARCO, DA2, CGAC, CA2M y La Panera, entre otras instituciones. La muestra está integrada por más de un centenar de piezas procedentes de los museos madrileños de Historia, de Arte Contemporáneo, del Romanticismo y de Artes Decorativas, así como la Colección Madrazo y la Biblioteca Histórica.

Como hace notar Rubira en las notas del programa, el Diccionario de la Real Academia Española tiene dos acepciones para el adjetivo cursi. Según la primera, se aplica a una persona que pretende ser elegante y refinada sin conseguirlo. Dicho de una cosa, es aquella que, con apariencia de elegancia o delicadeza, es pretenciosa y de mal gusto. De ambas definiciones se puede deducir que la cursilería es un afán de distinción que cae en lo contrario que pretende ser, algo mal calculado. O bien se puede concretar como cierto tipo de mal gusto que tiene que ver con la idea de copia degradada.

La exposición propone un viaje en el tiempo a través de la historia de la cursilería. La primera cuestión a precisar es el origen del término. Apareció este en nuestro idioma a comienzos del siglo XIX y su genealogía es disputada. Unos atribuyen su procedencia etimológica a la abreviatura de cursiva. Era un tipo de caligrafía que se puso de moda en España por influencia de Inglaterra, donde se popularizó en el siglo XVIII. Era muy elegante, pero también muy difícil de imitar.

El XIX fue en España una época de imitación de lo francés

La otra conjetura atribuye el nacimiento del vocablo a dos personajes que, si de veras existieron, vivían en Cádiz (de acuerdo a otras versiones, en Sevilla). Eran dos señoritas hijas de un sastre francés de apellido Sicur, que estaban en la edad de merecer. Hacia los años 30 del siglo XIX, se paseaban muy emperifolladas por las calles de la ciudad aparentando ser señoritas de cierta alcurnia. Copiaban la moda de París, pero lo hacían de tal modo que la exageraban.

Asimismo, para ocultar los desgarrones, manchas y remiendos de sus trajes, les agregaban lazos, retales, borlas y pompones. Su aspecto ridículo dio lugar a que la gente y, sobre todo, los estudiantes las siguiesen cuando salían a lucirse. Cuando las veían acercarse les gritaban: ¡Sicur! ¡Sicur! ¡Sicur! De este modo, la repetición de su apellido invertido se convirtió en sinónimo de ridículo. Si no es cierta, la historia tiene el ingenio del saber popular, el mismo que acuñó la frase “no se puede ser más cursi que un repollo con lazo”.

Sea cierta o inventada, la deliciosa historia de las hermanas Sicur oculta, como señala Rubira, un relato que tiene que ver con el modo como se construye el género y también se relaciona con un componente clasista. El XIX es en España una época de imitación de lo francés, de ahí que la exposición se centre en ese siglo. La aristocracia personifica la cursilería al buscar imitar el “buen gusto” del país vecino. A su vez, la burguesía adinerada dirigía su vista a la nobleza y compraba muebles y bibelots de oferta para decorar sus casas como si fuesen palacios. Y los jóvenes de la clase media y baja imitaban las formas de la burguesía y la aristocracia.

Era, pues, una rueda de copia aspiracional entre diferentes sectores de la sociedad. Como afirma la profesora Noël Valis en su libro La cultura de la cursilería: Mal gusto, clase y kitsch en la España moderna, “lo cursi resulta de desplazamientos sociales indeseables”. Las clases hegemónicas en lo económico, lo político y lo social han sido las que históricamente han determinado la validez de las expresiones artísticas. Eso justifica que la aparición de lo cursi fue recibida por ellas como una provocación y una amenaza a sus privilegios. Esos desplazamientos de clase no se podían admitir y no quedaron sin respuesta por su parte.

En 1868, año de la Revolución Gloriosa o de Septiembre que destronó a la reina Isabel II, los conservadores Francisco Silvela y Santiago de Liniers dieron a conocer su Filocracia, o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son. Allí advertían que “el imperio de la cursilería es uno de los peligros de la revolución. Significaba la invasión por las masas del terreno artístico, poético, monumental e indumentario”.

Ese breve volumen está dividido en dos partes diferenciadas: la primera es un irónico ensayo que trata de la cursilería y sus tipologías. La segunda es un divertido reglamento para la constitución del Club de los Filócalos (etimológicamente, amantes de la belleza), benemérita asociación que debe velar por la pureza anticursi de sus miembros. Es un librito delicioso y magníficamente escrito, que hace sonreír en más de una página, y en el cual muchas personas de hoy en día se han de ver reflejadas.

Para poder ser admitido en el Club, era necesario aprobar varias pruebas. El aspirante nunca podía haber firmado en un álbum ofrecido por una anfitriona, ni tampoco haber guardado flores secas o mechón de cabello de su primera novia entre las páginas de un libro. Si era militar, se le denegaba el ingreso si se demostraba que había posado para un fotógrafo de uniforme, con un fondo iluminado de campo de batalla. Un miembro del club del cual se supiera posteriormente a su aceptación que había bailado con o sin entusiasmo en una fiesta social la polka “El Ferrocarril”, era expulsado del club de modo fulminante.

El filócalo estaba obligado, asimismo, a declarar ante notario o bajo sagrado juramento, que jamás se habría referido a los labios y dientes como “corales” y “perlas”, a los pechos y la espalda de una mujer como “alabastro”, ni haber empleado expresiones como “brisas primaverales”, “rayo de la revolución”, “auroras boreales” y “crepúsculos anaranjados”. De igual modo, se exponían a ser expulsados, aunque estuviesen al corriente en el pago de la cuota, quienes compusiesen habaneras, fornicaran con la niñera contratada por su mujer, pasearan sobre un caballo alquilado por el Paseo de La Castellana o enfermasen de males contrarios a la belleza, como las almorranas.

No puede traducirse a ningún idioma

Ortega y Gasset, siempre lúcido e implacable, vio lo cursi como un síntoma de la España invertebrada: “Si se analizase, lupa en mano, el significado de cursi se vería en él concentrada toda la historia española de 1850 a 1900. La cursilería como endemia, solo puede producirse en un pueblo anormalmente pobre que se ve obligado a vivir en la atmósfera de un siglo XIX europeo, en plena democracia y capitalismo. Es una misma cosa con la carencia de una burguesía fuerte moral y económicamente. Esa ausencia es el factor decisivo de la historia de España de la última centuria”.

Eso lo llevó a sostener que la palabra cursi no puede verterse en ningún otro idioma. Lo argumentaba diciendo que “el hecho que enuncia es exclusivamente español”. En efecto, la cursilería ha sido un fenómeno cultural muy difundido desde el siglo XIX en la sociedad española, el poder europeo más resistente a la modernización económica y social. Un país caracterizado por una nostalgia de la jerarquía social que iba pareja al desarrollo de su nueva clase media.

Por su parte, el comisario de la exposición expresa que “podría afirmarse, como hacen Ortega y Gasset y Gómez de la Serna, que no puede entenderse la segunda mitad del siglo XIX en España sin asumir que supuso el triunfo de la cursilería. Parece entonces que lo cursi se caracteriza, como señalaba el personaje del marqués en la comedia Lo cursi de Jacinto Benavente, por ser lo contrario de aquello que se pretende ser”.

En varias novelas del siglo XIX aparecen personajes cursis. Uno de los autores que más los incluyó fue Benito Pérez Galdós. Trató el tema en La desheredada, en la cual la familia Pez constituye un buen ejemplo de cursilería. Quintaesencia de esta es Rosalía Pipoán, la protagonista de La de Bringas. Deslumbrada por las ropas, el lujo y los adornos, personifica la vanidad social y el deseo de aparentar una posición que se halla por encima de sus medios (su esposo es un empleadillo del Palacio Real). Compra vestidos elegantes a costa de caer en deudas, lo cual la lleva al final a prostituirse. Es algo a lo cual Rubira se refiere en las notas del programa: “No hay ningún personaje cursi que cumpla sus aspiraciones en la literatura de la segunda mitad del XIX o de comienzos del XX. Es castigado siempre”.

En la exposición del CentroCentro se pueden apreciar objetos e imágenes que resultan familiares, pues con ellos convivimos. Esos productos de la cultura popular van desde muebles y piezas decorativas hasta carteles publicitarios, cómics, postales. Característicos de ese concepto estético aceptado por amplios sectores de la población son los abanicos, angelotes mofletudos, arlequines y colombinas, cuadritos florales, polveras, pastilleros, brazaletes, fotos que se muestran.

La cursilería hoy sigue gozando de buena salud

En la galería de imágenes que acompaña este trabajo está la de un retrato hecho por Luis Madrazo a su hija María Teresa, quien sostiene en la mano izquierda una tórtola. También se puede ver un cuadro decorado con cabello humano. Atrae la atención de muchos visitantes un “saloncito cursi” con pretensiones de estilo rococó, cuyo mobiliario fue adquirido por Wallapop. Algunos artistas contemporáneos usan el mal gusto de modo consciente y, en algunos casos, con sentido irónico. Ejemplo de esto son las obras de Nazario y del grupo Costus que se exhiben. En las paredes se han colocado citas de Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Jacinto Benavente, Ramón Gómez de la Serna y Enrique Tierno Galván. Son algunos de los que se han ocupado del tema de lo cursi, sobre el cual existe una considerable bibliografía.

El término cursi ha sido emparentado con varios que pertenecen a otros idiomas. Se le bautizó, por ejemplo, como lo camp del siglo XX. También se le ha buscado sinónimos en el inglés como kitsch, corny, cheesy y tacky. Es cierto que existen similitudes, pero el significado de cursi es poliédrico y no encaja exactamente con el de ellos. Así, como puntualiza Eduardo Espina, un poema de Mario Benedetti es cursi pero no camp. Y ya sé que leer esa afirmación serán legión aquellos que se rasgarán las vestiduras.

Es oportuno apuntar que aunque la exposición se remite a un contexto del pasado, la cursilería sigue gozando de buena salud en nuestros días. Como la mala hierba, no muere y cada tanto reaparece, pues sabe adaptarse a los tiempos y a las modas. Rubira se refiere a ello y lo ilustra con algunos ejemplos. Los cupcakes son magdalenas cursis, exageradas y ridículas. Los memes de gatitos remiten a una iconografía que envuelve la estética cursi. Y sostiene que “la duquesa de Alba, en todas sus etapas, es la representación de lo cursi”.

Las telenovelas, que tanta audiencia convocan en casi todo el mundo, tienen lo cursi como marca registrada. El igualmente popular reguetón lo mezcla con la vulgaridad, y el resultado no puede ser más pedestre. La española Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, ha escrito el prólogo de una nueva edición del Manifiesto Comunista, de Marx y Engels, publicada en 2021. Lean estas palabras y díganme si no hay en ellas cierta nota cursi: “El ‘tiempo del ahora’, afirmaba Walter Benjamín, es ese momento concreto en el que el pasado colisiona con el presente y resurge en él. Quizás como esa gran ola que se gesta lejos de la orilla, donde no alcanza la vista, en el medio del mar, y que acaba por romper en la roca bajo nuestros pies. Ahora”.

“¡A lo mejor hoy nadie está libre de la cursilería!”

En Cuba hallamos ejemplos a montones. Pero como una imagen vale más que cien palabras, los invito a que vean en la galería de fotos que tienen a la derecha un par de fotos de propaganda tomadas de un estudio que funciona hoy en La Habana. Y a propósito de esto, quiero saquear una vez más el artículo de Espina y copiar este fragmento:

“Una tarde fría de 1986, el escritor Antonio Benítez Rojo exiliado en Massachusetts, y cuyo escape de Cuba fue tema nacional en su momento, me dijo: «El Che Guevara fue un asesino cursi». Benítez Rojo había tratado personalmente a Guevara, por lo que daba por definitiva su opinión. Autor de varios libros extraordinarios, Benítez creía que las contradicciones eran la moneda de cambio de Guevara: «Era cursi en infinidad de aspectos, pero como era homofóbico, atacaba a los homosexuales diciendo que eran cursis»”.

Un ejemplo del componente clasista de lo cursi, de esa ansia de querer y no poder pertenecer a una clase, lo hallamos en los cumpleaños de 15 que proliferaron en Cuba en la década de los 70. Aquellas fiestas eran un afán de distinción que caía en lo pretencioso y lo relamido. Quienes asistieron a alguno recordarán que la festejada se cambiaba de traje tres veces. La acompañaban quince parejas, integradas por amistades y compañeros de estudio. Las chicas iban todas vestidas de rosado y los chicos con traje. El primer baile era un vals y el padre era el encargado de llevarle de la mano la pareja a su hija. Después todos ejecutaban una rueda de casino, que se empezaba a ensayar varias semanas antes. Para ello, se contrataba a un coreógrafo que se ocupaba de dirigirla. No podía faltar un fotógrafo, que tomaba unas cuantas imágenes. Como es natural, eso conllevaba un gasto grande para la familia, y se dio más de un caso de dirigentes que perdieron la militancia y el puesto por desviar fondos estatales para uso particular.

Como pueden comprobar, el tema da para mucho y podría extenderme citando unos cuantos ejemplos más de su manifestación en nuestros días. Pero prefiero concluir citando a Noël Valis, quien en una entrevista declaró: “¡A lo mejor hoy nadie está libre de la cursilería!”.

Elogio de lo cursi. CentroCentro, planta 4, Plaza Cibeles 1, Madrid. Hasta el 8 de octubre. Horario: de martes a domingo, de 10:00 a 20:00h. Entrada gratuita.