Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Descenso al infierno tan temido

En su novela póstuma El amante de Lot, Alberto Serret realiza un viaje a los recovecos más ocultos y desconocidos de nuestra sexualidad

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“En febrero de 2001, pocas semanas antes de su muerte, Alberto Serret daba fin a la última versión de El amante de Lot, escrito a principios de la década de los noventa, y cuyo borrador iba entre los papeles que atestaban su maleta cuando salió para no volver de la isla de Cuba, en 1992”.

Así comienza el prólogo redactado por Chely Lima para presentar la edición de El amante de Lot (Lingkua, Miami-Barcelona, 2010, 272 páginas). Tras haber escrito algunas obras de narrativa a cuatro manos con ella (los volúmenes de cuentos Espacio abierto, 1983, y Los asesinos las prefieren rubias, 1990, La desnudez y el alba, 1990, que recoge un par de noveletas, y tres novelas que permanecen inéditas), Alberto Serret (Santiago de Cuba, 1947-Quito, 2001) se embarcó en solitario en este proyecto novelístico que ha visto la luz casi una década después. Por razones obvias, yo no puedo referirme a los textos inéditos, pero tras la lectura de El amante de Lot creo intuir por qué Serret optó por escribir a dos manos su novela póstuma.

Lothar, el protagonista, es un hombre maduro, ingeniero de profesión, divorciado de dos matrimonios y con un hijo que sorpresivamente ha anunciado que se va a casar. Su vida transcurre dentro de la normalidad de la existencia cotidiana en Cuba, en una etapa que se podría situar en la década de los 90. No obstante, las coordenadas cronológicas y la descripción del ambiente social solo aparecen aludidas y recreadas con ciertas libertades, ya que constituyen un segundo plano por donde se desplazan los personajes. Serret concentra el principal interés en la compleja historia de amor, que es el núcleo de la madeja argumental.

La novela se inicia una noche, cuando un joven toca a la puerta del chalet que Lothar tiene en Guanabo. Tan pronto entra, el desconocido le pide ayuda, pues según él lo quieren matar. Unos días antes, el hijo de Lothar le había pedido que diera albergue a un amigo que se peleó con la madre y no tiene donde dormir. De modo que él está convencido de que se trata de esa persona. A partir de ahí comienza entre ellos una conflictiva y compleja relación que va a poner a prueba lo que hasta entonces Lothar creía saber de sí mismo. Por más que intenta, no logra desembarazarse de ese joven insolente, atrevido y de una rara madurez, que no cesa de provocarlo y hacerlo cuestionarse sus certezas:

“El torso del muchacho se arquea y sus pupilas buscan las tuyas. A sus labios asoma una sonrisa que se va haciendo cada vez más provocativa. Por último, su diestra se desliza reptante sobre el vientre hasta recaer de lleno sobre el promontorio aprisionado por la tela flexible del slip.
“Sin poder evitarlo, tus pupilas van a recalar en lo que se agita allí, bajo la tela. Y observas que lo que se agita allí empieza a cabecear contra esa tela, ya flagrantemente erguido.
“-¡Ey! —bramas indignado— ¿Qué coño te pasa a ti, eh? ¿Perdiste la chaveta o qué?
“Él no parece perturbarse en lo más mínimo. Solo sigue sobándose el bulto de entrepiernas, como si tal cosa.
“-¿Nunca has tenido relaciones con otros hombres? —Indaga con desparpajo.
“-¡Oye tú, so rependejo! —Vuelves a gritar, incorporándote en el sofá.
“-No te estoy preguntando si eres normal, porque normales, o mejor dicho, anormales, lo somos todos. Lo que te estoy preguntando es si has tenido aventuras con… ya sabes —y agrega—: Con todos los tembones papirriquis como tú, en algún momento de sus vidas, si no la han chupado, le han dado besitos.
“-¡Ey! —Gritas en el colmo de la indignación—. ¡Quién te has creído que soy, mocoso de porquería!
“Y te abalanzas sobre él dispuesto a cogerlo por el cuello y jamaquearlo de mala manera. Pero uno de sus pies se dispara imprevistamente y viene a golpearte justo en el sitio más vulnerable”.

En las primeras páginas, Serret incluyó dos citas que sirven de claves para interpretar su novela. La primera pertenece a San Francisco, y se trata de un diálogo entre Fray Bernardo y un ángel. Este último interroga al sacerdote acerca de las razones por las que no cruza a la otra orilla del río. “Porque temo al peligro que veo por la profundidad de las aguas”, es su respuesta. El ángel, a su vez, le contesta invitándolo a cruzar juntos. La otra cita también es una conversación y está tomada de Entrevista con el vampiro, la novela de Anne Rice. Un vampiro pregunta a un joven periodista si los ángeles son distantes. Sí, responde su interlocutor. Eso lleva al vampiro a inquirir si no cree que sean capaces de amar. “Amor… o quizás adoración”, apunta el periodista. A lo cual el vampiro riposta: “¿Y dónde está la diferencia?”.

Al igual que el personaje bíblico, Lothar o Lot, como él prefiere que lo llamen, recibe la visita de un ángel. En la novela de Serret está representado por Cristino Anael, el joven que una noche tocó a la puerta de su chalet. No ha venido enviado por Yahveh a avisarle de la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra, para que escape con sus hijas. Su misión es bien diferente, como le hace saber a Lot durante algunas de las conversaciones que ambos mantienen. Ha venido a hacerlo descender a su propio infierno, a revelarle los recovecos más ocultos de su personalidad.

Ese descubrimiento de sí mismo, sin embargo, no solo se refiere a su bisexualidad, sino que va mucho más allá. Tiene que ver con el rostro que Lot ahora ve reflejado en el espejo y en el cual no consigue reconocerse: “El otro Lot, extraño, ajeno, inconfesable; el que, haga lo que haga, no conseguirá más que irse al mismísimo infierno. El Lot adolorido, cizañero, hermético, infranqueable, acomplejado (…) El Lot temeroso del qué dirán, el tacaño, el repugnante, el tarúpido, sí, el tarúpido de campeonato (…) El Lot torvo, triste, circunspecto, sombrío, añorante, melancólico, el papita fría; el Lot que se pasaba la mitad de la semana frente al Muro de las Lamentaciones particular; el que se reprime y se reprime y se reprime”.

Serret ha construido una historia laberíntica y compleja, pero que nunca resulta confusa. Además de poseer una urdimbre elaborada, El amante de Lot alcanza una intensidad cautivadora. Su autor se esmera también en el trazado sicológico de los personajes, cuyas vidas no simplifica, sino que, por el contrario, tiende a complejizar. Otro aspecto a resaltar es la combinación de unos diálogos que no reproducen, sino que recrean el habla popular cubana, con un lenguaje mucho más refinado, rasgo distintivo de toda la obra de Serret. Quiero mencionar, por último, el empleo de la narración en segunda persona, por ser muy poco usual. Eso se explica por las restricciones estilísticas que impone y por la ambigüedad que lleva implícita. Es algo que no se nota en El amante de Lot, en donde demuestra ser una decisión acertada y un recurso especialmente eficaz.

Por el interés de la historia que cuenta, por la verdad humana de los personajes, por la habilidad con que está estructurada, por la madurez y solvencia que revela su escritura, por la fluidez con que está contada, la edición de El amante de Lot viene a recuperar una obra de valores estéticos muy notables y que no debería escapar al interés de los lectores. Es de desear asimismo que su publicación contribuya a llamar la atención sobre Alberto Serret, un talentoso escritor cuya obra es insuficientemente conocida.