Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Limónov, Literatura, Literatura rusa

Desde la libertad del paria

En Soy yo, Édichka, Eduard Limónov cuenta sus experiencias como emigrado en los años 70 en Estados Unidos. Una etapa en la que realizó trabajos indignos y frecuentó el alcohol, las drogas y otros vicios de los bajos fondos neoyorquinos

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Hace cinco años, el escritor y periodista francés Emmanuel Carrère logró que su libro Limónov se convirtiera en un fenómeno casi viral. En esa novela biográfica o biografía novelada, reveló a un personaje estrafalario y desmesurado, que parecía haber surgido de la ficción y cuya trayectoria vital es casi inverosímil. Pero ese hombre es real y así lo advertía Carrère desde las primeras líneas:

Eduard Limónov no es un personaje de ficción. Existe. Yo lo conozco. Ha sido granuja en Ucrania, ídolo del underground soviético bajo Bréznev, mendigo y después mayordomo de un millonario en Manhattan; escritor mimado en París, soldado perdido en la guerra de los Balcanes, y, ahora, en el inmenso burdel del poscomunismo en Rusia, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados. Él se ve como un héroe, pero también se le puede considerar un cabrón: yo por mi parte no me atrevo a juzgarlo”.

Limónov nació en 1943 en Jarkov y es hijo de un capitán del Ejército Rojo. En 1967 se trasladó a Moscú y allí alcanzó notoriedad en los círculos underground, donde sobrevivía vendiendo sus poemas. Delincuente juvenil, obrero metalúrgico, autor contracultural, emigró en 1974, en parte por decisión propia y en parte forzado por la KGB. Vivió primero en Nueva York (“un decorado de película de Mad Max, una jungla fascinante donde cohabitan, cada cual en su rincón, las personas más ricas y las más pobres del planeta”) y luego en París. Regresó a Rusia en 1991 y fundó el Partido Nacional Bolchevique. Es uno de los más firmes opositores de Vladimir Putin y ha sido detenido en varias ocasiones.

Se autodefine como nacionalista moderado, socialista de “línea dura” y activista por los derechos constitucionales. Ha sido convicto por terrorismo y tráfico de armas. Fue voluntario a la guerra de los Balcanes y un camarógrafo de la BBC lo filmó cuando practicaba tiro al blanco al lado de los serbios. Es odiado y amenazado, razón por la cual anda siempre protegido por guardaespaldas. Pero de igual modo es adorado por muchos autores jóvenes, que lo consideran su maestro. Ha sido calificado como “el más escandaloso de los escritores rusos vivos y uno de los más importantes novelistas de la Rusia contemporánea”. Por su parte, Carrère lo caracteriza así: “mitad héroe, mitad truhan y granuja a partes iguales”.

Pero mucho antes de que se publicara el fascinante retrato de Carrère, dos novelas de Limónov se habían traducido al español: Historia de un servidor (1991) e Historia de un granuja (1993), ambas aparecidas bajo el sello de las Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. No se puede decir que pasasen inadvertidas: a raíz de su salida aparecieron entrevistas con su autor y reseñas bastante positivas. Pero no convocaron a muchos lectores. Se da así el caso paradójico de que Limónov es más conocido a través del libro sobre él que a través de los propios.

Historia de un servidor forma parte de una trilogía que completan Diario de un fracasado y Soy yo, Édichka. En esas novelas, Limónov cuenta sus experiencias en Nueva York. Fue una etapa en la que realizó trabajos indignos y frecuentó el alcohol, las drogas y otros vicios de los bajos fondos neoyorquinos. En su visión de la sociedad norteamericana se muestra tan duro como lo fue con la soviética, y propina contundentes varapalos al sueño americano y a sus seguidores. Al comentar Historia de un servidor, el español Juan Carlón apuntó que “en este autor ciegamente cáustico y con un sentido muy agudizado de la sinceridad cómica hay algo de verdad, algo de entrañable y positivo”.

Aunque por las vivencias que narra es cronológicamente la primera parte de la trilogía, los lectores de habla hispana han demorado varios años en tener acceso a Soy yo, Édichka (Marbot Ediciones, Barcelona, 2014, 330 páginas). Es además la novela que mejor corresponde al Limónov retratado por Carrère. Se publicó originalmente en francés en 1979, pese a que fue escrita por este en Nueva York en 1996. Y cito lo que contó sobre esa obra: “Durante cuatro años no le encontré ningún editor norteamericano. Estos pretendían que yo escribiera como el buen exiliado ruso en Occidente, querían que me centrara en la crítica del universo totalitario soviético. Pero yo me negaba a desempeñar ese papel; yo quería ser como todo el mundo: un miembro enloquecido de la sociedad occidental. Entonces se interesó en mi obra el editor francés Jean-Jacques Pauvert, el hombre que había publicado, entre otros, a Georges Bataille, el marqués de Sade, la antología del humor negro…”. En entonces Limoónov era un desconocido fuera de la Unión Soviética. Eso llevó a que en Francia la novela apareciese con otro título, para asegurar que no pasara inadvertida: El poeta ruso prefiere a los negrazos.

Limónov narra con una honestidad brutal

Ya desde la tercera página se pone de manifiesto que estamos ante un libro de batalla, en el cual Limónov, además de escribir un texto confesional desgarrado y desafiante, se dedica a escupir a todos: “Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa, vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda, voy un par de veces al mes a una oficina espaciosa y limpia en Broadway 1515 y me dan mis cheques. Me considero un canalla, un despojo de la sociedad, no tengo vergüenza ni conciencia porque no me martiriza, no tengo intención de buscar trabajo, quiero recibir vuestro dinero hasta el fin de mis días. Y me llamo Édichka (…). ¿Que no os gusto? ¿Que no queréis pagar? Es muy poco dinero: 278 dólares al mes. No queréis pagar. ¿Y para qué mierda me habéis llamado, para qué me habéis arrancado de Rusia para venir aquí junto con un montón de judíos? Presentad vuestras reclamaciones ante vuestra propaganda, porque es demasiado fuerte. Es ella, y no yo, la que os vacía los bolsillos”.

En Soy yo, Édichka, Limónov narra con una honestidad brutal las experiencias de un hombre hundido en el anonimato y la miseria, como buen parte de sus compatriotas de la emigración. Llegó a dormir en los bancos de Central Park, aunque luego pasó a vivir en el Winston, un hotel mugriento y degradado. Ha tenido empleos ocasionales y de mala muerte (asistente de camarero en un hotel de lujo, colaborador de revistas rusas), pero no quiere ser un obrero más y sobrevive con subsidios del Gobierno. Tiene enfrentamientos con la disidencia rusa, debido a que defiende el marxismo y hace gala de un odio de clase ya caducado. Apenas come, bebe mucho y se fuma algún porro. De noche, deambula por los peores barrios de Manhattan y una noche se deja sodomizar por un homeless afroamericano.

Pero aparte de narrar las experiencias de un emigrado con dificultades de adaptación y, como muchos de sus compatriotas, con serios problemas con la bebida, Soy yo, Édichka es la historia de un obsesivo desamor. Cuando llegó a Nueva York, Limónov mantenía una relación sentimental con Elena, según él “un bellezón”. Pero un día ella se cansó de llevar aquella vida y lo dejó para tratar de realizar su sueño de convertirse en top-model. Su recuerdo va y viene a lo largo del libro, pues para su autor “ella encarna todo el género femenino”. Su incapacidad de olvidarla lo lleva a comentar: “Amigos míos, a lo mejor os preguntáis por qué no me busqué otra mujer, pero es que Elena era demasiado maravillosa, de verdad, todo lo demás me parecía miserable en comparación con su coño. Prefería follar con su sombra que con tías ordinarias. Tampoco es que las tuviera muy a mano por ese entonces (…) Mis solitarias distracciones intelectuales con la sombra de Elena tenían algo de delictivo y me resultaban más agradables”. Referencias como esas abundan, pues estamos ante una novela en la cual el sexo es omnipresente. Limónov habla de él con naturalidad y sin barreras de pudor, y estoy seguro de que a más de un lector esas páginas han de parecerles obscenas y hasta pornográficas. Con todo, no creo que las haya escrito con la intención de provocar.

Soy yo, Édichka es un libro autobiográfico escrito desde la libertad del paria. Limónov no se cohíbe y habla de todo. Hace una despiadada radiografía de la decadencia occidental y su personalidad rompedora lo lleva a exteriorizar su desengaño del sueño americano. Igualmente dedica páginas muy críticas al movimiento disidente ruso. Le parece “muy de derechas”, y comenta que si “el único objetivo de su lucha consistía en cambiar las autoridades soviéticas actuales por otras como Sajarov o Solzhenitsin, mejor sería no hacerlo, pues, aunque esas personas andaban sobradas de imaginación y energía, sus opiniones eran o bien confusas o bien poco realistas, y claramente supondrían un peligro si ostentaban el poder. Sus posibles experimentos políticos y sociales serían peligrosos para la población de la Unión Soviética, y cuanto más imaginación y energía pusieran en ello, más peligroso serían”.

Estamos, qué duda cabe, ante un escritor que posee la habilidad de llevarlo todo al extremo, y su libro es excesivo, descarnado, corrosivo. Pero de igual modo, es honesto, visceral, lúcido y divertido. Por sus páginas, la rabia, la angustia y el dolor campan a sus anchas. Una obra, en suma, tan inclasificable como su autor.