cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura, Literatura cubana, Exilio

Dos lenguas, mejor que una

La reciente publicación de Sin lengua, deslenguado, de Gustavo Pérez Firmat, permite el acceso a una obra poética que representa uno de los mejores logros de la literatura cubanoamericana y a un autor que es una de sus referencias imprescindibles

Enviar Imprimir

Refiriéndose a su condición bilingüe, Gustavo Pérez Firmat comentó: “Mi destino —o mi desatino— es escribir en inglés con acento cubano y escribir español con cierta inflexión Yanki. So be it”. Lo cierto es que más allá de que para él es una contradicción, escribe en ambos idiomas con igual maestría y pasa de uno a otro con total comodidad. Así, tras publicar varios títulos en inglés retornó a su idioma materno con El año que viene estamos en Cuba (1997), de cuya salida se cumplen dos décadas.

Antes de ser El año que viene estamos en Cuba, el libro de Pérez Firmat fue Next Year in Cuba: A Cubano’s Coming-of-Age in America (1975). Quiero decir que lo escribió en inglés. Fue publicado en 1995. Tuvo una muy buena recepción crítica y fue nominado al Premio Pulitzer en la categoría de no ficción. Pero, aunque no me voy a extender sobre ese punto, me parece pertinente anotar que El año que viene estamos en Cuba no es exactamente una traducción al español del original en inglés. Más que traducirlo, lo escribió en español. En todo caso, quien coteje ambas versiones comprobará lo que aquí me limito a señalar.

En la introducción a su libro, Pérez Firmat narra dos hechos ocurridos en 1991. Uno es la asistencia con su esposa a un concierto de Willie Chirino en Miami. El desmoronamiento de la Unión Soviética había devuelto a los exiliados cubanos la confianza de ver la caída de la dictadura castrista. Por primera vez, el tradicional brindis del 31 de diciembre: “El año que viene estamos en Cuba”, parecía ser la certeza de que su largo destierro estaba llegando a su fin. “Me siento eufórico pero desorientado. Estoy agotado de gritar y sentir”, expresa Pérez Firmat. Cuando salió, estaba listo para comprar un pasaje para La Habana y llevarse a su familia con él.

El otro hecho al cual se remite tuvo lugar unas semanas antes, en un estadio de béisbol en Durham, Carolina del Norte. Esa tarde estaba con sus hijos y le fascinaba hallarse allí, en parte por el público que lo rodea. Durante el intermedio del juego, se unió a aquellas personas que hablaban con acento sureño para cantar “Take Me Out to the Ball-Game”, aunque no se sabía bien la letra. Al abandonar el estadio, estaba contento, se sentía arraigado en aquel lugar. ¿Cómo es posible que pueda sentirse a gusto en Miami y en Carolina del Norte? ¿Cuál de los dos es su auténtico lugar: Miami o Durham? ¿Cuba o Estados Unidos?

El año que viene estamos en Cuba, apunta su autor, nació precisamente “del deseo y la necesidad de hallarles contestas a estas preguntas, o al menos de entender un poco mejor por qué no puedo contestarlas. A lo mejor yo soy una de esas personas que nunca tendrá un sitio; pero me hace falta creer que no tener sitio no implica carecer de lugar (…) Escribo para saber quién soy —aunque sea varias cosas a la vez: yo y you y tú y two”. Miembro de la llamada generación one-and-a-half (uno y medio), formada por los exiliados cubanos que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños, Pérez Firmat ha dedicado otros libros a reflexionar sobre lo que significa vivir en un limbo perpetuo. Lo hizo, por ejemplo, en Life on the Hyphen: The Cuban American Condition (1994), donde analiza las paradojas de balancearse a horcajadas entre dos mundos que, de alguna manera, lo definen.

A diferencia de Life on the Hyphen, El año que viene estamos en Cuba no es un ensayo, sino un testimonio autobiográfico. Ocurre, sin embargo, que con Pérez Firmat esa división es aparente, pues sus obras no siempre son de fácil ubicación en el canon de los géneros literarios. Así, en estas memorias hallamos muchas páginas donde exorciza los demonios de una infancia y adolescencia amputadas. Igualmente rememora los años que pasó en Miami, la continuación de los estudios en la Universidad de Michigan, su trabajo como profesor en Duke University, sus vivencias como esposo y padre. Pero Pérez Firmat también incorpora lúcidas reflexiones sobre el exilio, sobre el precio personal de la asimilación. Y como es marca de la casa, el libro está salpicado de aforismos, apuntes epigramáticos y meditaciones tanto serias como burlescas, que a menudo se mezclan y complementan.

Soñar con la isla abandonada

Desde el principio, Pérez Firmat pone las cartas sobre la mesa: sus padres no son disidentes políticos, sino personas de buena posición económica. Su papá heredó un próspero negocio —un almacén situado a una cuadra de los muelles habaneros— que para fines de los años 50 permitía a la familia llevar una vida llena de comodidades (tenían una casa en el Reparto Kohly y él estudiaba en el Colegio La Salle). Cuando fue nacionalizado, decidieron salir de la Isla y se fueron a Estados Unidos. Como muchos otros compatriotas, en el exilio pusieron su vida en hold y la construyeron alrededor de la idea de que el régimen castrista caería pronto y ellos podrían volver y continuar su existencia exactamente donde la habían dejado.

Pérez Firmat dedica algunos capítulos a repasar los años durante los cuales vivió en Miami. Cuenta que creció en La Pequeña Habana y se educó en escuelas americanas (al principio, era el único alumno cubano en la clase). Da cuenta además de cómo, a medida que fue transcurriendo el tiempo, los cubanos empezaron a tomar posesión de la ciudad: “Lo que era tan solo «un pueblo e campo» se transformó en «la capital del exilio»”. Son páginas ricas en apuntes personales y en detalles informativos, y también están aderezadas con sabrosas anécdotas, como corresponde a todo buen ejercicio de memoria. Pero a menudo afluye el agudo sentido crítico del autor, lo cual da lugar a inteligentes observaciones, como ésta, referida a la obsesiva idea de sus padres del inminente retorno a Cuba:

“Durante años vivimos así, rebotando entre la esperanza y el desconsuelo, lanzando bolas y lamentándonos cuando se desinflaban. Las noticias de Cuba eran alimento y narcótico —nos llenaban de embullo, calmaban nuestras ansiedades y nuestro desespero— pero a la vez nos adormecían. Al menos en mi familia, el hábito de la esperanza ayudó a sobrellevar el exilio, pero también nos impidió trascenderlo para construir una vida que no dependiera de un hipotético regreso. Si hubiéramos pensado menos en el pasado y el futuro, quizás nos hubiéramos fijado más en el presente. Pero en lugar de arraigarnos en el aquí y ahora, vivíamos soñando con la isla que habíamos abandonado”.

Mas ya dije que El año que viene estamos en Cuba son las memorias de Pérez Firmat, de su existencia como persona y de cómo logró reconciliarse con un lugar en donde sus padres no tenían la intención de que él creciera. Estos admitieron el exilio como una interrupción temporal y no comprendían el conflicto de identidad cultural de su hijo. Para este, ese conflicto afloró cuando se casó con una mujer no cubana. Entonces se dio cuenta de que se había convertido en un hombre con dos herencias y dos países. Al final del libro, Pérez Firmat parece haber firmado la paz con su tierra adoptiva y, lo que es más importante, con su yo norteamericano. En 1977 adquirió esa ciudadanía y diez años después se inscribió para votar (a los republicanos, naturalmente).

La búsqueda de sus raíces fue dolorosa y se plasma en un libro agridulce. Pero Pérez Firmat finalmente es capaz de reconocer las paradojas de la duplicidad y afirmar: “Siento hacia Cuba el cariño insobornable que se siente hacia un padre o una madre. Siento hacia los Estados Unidos el cariño no menos profundo pero voluntario que se siente hacia un esposo o una esposa. No puedo dejar de querer a Cuba; tal vez podría dejar de querer a los Estados Unidos, como podría dejar de querer a mi mujer; pero no veo qué ganaría al intentarlo. Aunque mi relación con los Estados Unidos ha tenido sus altibajos, también ha hecho posible algunos de los momentos más felices de mi vida”.

En El año que viene estamos en Cuba, afirma Pérez Firmat, ha querido “narrar mi deseo de descubrir o inventar un lugar donde plantarme, donde declarar de una vez por todas, «¡Aquí me quedo!» —y así poner fin a muchos años de vaivenes y vacilaciones”. Ese empeño de tratar de dar sentido a los trozos de su vida fragmentada está plasmado en un libro en el que la capacidad reflexiva se combina con la activación de la memoria. A ello contribuyen, además de los aciertos a los cuales ya he aludido, el ser un libro inteligente, revelador y de lectura absorbente. Se lee de corrido como una novela y se disfruta de principio a fin. Posee además una cualidad no muy frecuente en los testimonios autobiográficos: está escrito con mucha honestidad. Pérez Firmat cuenta aspectos de su familia que muchos habrían preferido silenciar. Por ejemplo, habla sin tapujos de los problemas de su hermano menor con las drogas. Este asumió su identidad —quiero decir, la de Pérez Firmat—, utilizó una tarjeta de crédito a su nombre y le dejó una deuda de varios miles de dólares. Decidió denunciarlo y el hermano acabó en la cárcel, lo cual provocó un distanciamiento entre él y sus padres. Recuerdo que hace unos años le presté el libro a una amiga cubana, a quien disgustó mucho que el autor de El año que viene estamos en Cuba expusiera tales cosas. Para ella, la familia es sagrada y los trapos sucios deben lavarse en casa, nunca a la vista de todos.

Pérez Firmat además ni siquiera es indulgente consigo mismo y admite su machismo y sus ideas conservadoras. Y tampoco convierte sus memorias en un lamento por el precio personal de la asimilación. Por el contrario, el suyo es un libro recorrido por el humor, aplicando seguramente el razonamiento de sus compatriotas de que “endulzado con un poco de choteo, el destierro se hace menos agrio”.

En una selecta compañía

Pero, aunque he querido recordar la salida, hace dos décadas, de ese libro, Pérez Firmat es noticia por la salida, hace pocas semanas, de un nuevo título: Sin lengua, deslenguado (Ediciones Cátedra, Madrid, 2017, 292 páginas). Se trata de una antología de su producción poética preparada por Yannelis Aparicio y Ángel Esteban, que recoge poemas escritos tanto en inglés como en español. De estos últimos se ofrecen versiones bilingües. Figuran además textos que combinan ambos idiomas e incluso algunos que incluyen detalles en spanglish.

Para Pérez Firmat, el hecho de haber sido incorporado a una colección como Letras Hispánicas representa un reconocimiento muy significativo. Hay que recordar que en ella aparecen los autores más relevantes de la literatura escrita en castellano. Pasa así a estar en compañía de Virgilio Piñera, Miguel de Carrión, Reinaldo Arenas, José Martí, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Cirilo Villaverde, Nicolás Guillén, Fernando Ortiz y José Triana, los cubanos que hasta ahora forman parte del catálogo de Cátedra. Eso me llevó a escribirle y preguntarle qué siente al integrar una lista tan selecta. Esta fue su respuesta: “¿Que qué siento? Me siento halagado, por supuesto, aunque sé requetebién que no me merezco la membresía en ese club y que hay muchos escritores cubanos que sí deberían estar y no están. Pero tampoco voy a pedir que me saquen. En otras ocasiones he dicho que no soy escritor por vocación sino por equivocación, y esta vez la equivocación ha sido a mi favor”.

Leer Sin lengua, deslenguado después de El año que viene estamos en Cuba, resulta mucho más lógico de lo que pudiera pensarse. No es muy frecuente que la obra reflexiva de un autor esté íntimamente ligada a su obra de creación, al punto de integrar ambas un conjunto coherente (piénsese, por ejemplo, en Umberto Eco). Esa peculiaridad se da en Pérez Firmat. Un hecho que lo viene a confirmar lo es el que los compiladores de Sin lengua, deslenguado hayan incluido, junto a textos de sus cinco poemarios —Carolina Cuban (1987), Equivocaciones (1989), Bilingual Blues (1995), Scar Tissue (2005), The Last Exile (2016)—, otros que provienen de Life on the Hyphen (1994) / Vidas en vilo (2000) y Cincuenta lecciones de exilio y desexilio (2000), pertenecientes al campo ensayístico.

Tan pronto como uno empieza a leer, en Sin lengua, deslenguado aparecen los temas y motivos que son dominantes y recurrentes en la obra de su autor: el bilingüismo, el exilio, la melancolía del desterrado, la sensación de no pertenencia. En “Seeing snow” (“Ver nevar”) se lee: “No nací para ver nevar./ No tenía que ver nevar./ Aun ahora, a pesar de los años/ que llevo rodeado de nieve,/ no dejo de sorprenderme./ ¿Cómo llegué hasta aquí?/ ¿De quién es esta casa?/ De seguro que alguien se ha extraviado./ De seguro que alguien ha perdido su lugar./ Este no puede ser el lugar./ De donde vengo, sabes, de donde soy,/ nunca nadie ha visto nevar todavía”.

El mismo Pérez Firmat que en su testimonio autobiográfico se interroga sobre su identidad —una identidad, ha apuntado alguien, atada a lo perdido—, sobre cuál es su auténtico lugar, su ubicación, aquí se distancia y adopta la tercera persona para expresar: “Denle un respiro a ese tipo./ Déjenlo retroceder, recorrer/ una tierra que es suya o siente como suya./ Déjenlo tener una lengua,/ una historia, una geografía./ Déjenlo no seguir titubeando, tropezando/ entre/ bilingüismos,/ guiones,/ explicaciones./ Tal como está es una andante y parlante página a dos columnas./ Dos hemisferios y los dos se caen mal./ Ambidiestro./ Omniposibilista./ Multívoco./ Déjenlo parar de traducirse/ a sí mismo/ continuamente”.

Humor en lugar de lamento nostálgico

Esa pelea íntima y dolorosa por acoplar dos culturas está reflejada con sinceridad y lucidez, pero también con humor e ingenio. En ese sentido, es representativo un texto como “Tres poemas martianos”, en el que realiza un contrapunteo satírico e iconoclasta con una célebre frase de José Martí. Lejos del lamento nostálgico y de la celebración del desarraigo, sus poemas están impregnados de un ingrediente tan esencial de nuestra cultura como el choteo. Asimismo, el empleo indistinto del español y el inglés constituye para él una fuente de creación lúdica, como ilustran páginas como “Turning the Times Tables”, “Son-Sequence”, “Mad for Mush” o el estupendo y difundido “Bilingual Blues”. En esa línea, Pérez Firmat consigue un puñado de textos que son emblemáticos y sintetizan una poética del bilingüismo y de la experiencia bicultural: “I have mixed feelings about everything./ Soy un ajiaco de contradicciones./ Vexed, hexed, complexed,/ hyphenated, oxygenated, illegally alienated,/ psycho soy, cantando voy./ You say tomato./ I say tu madre;/ You say potato,/ I say Pototo”.

Esa búsqueda y ese esfuerzo para reconciliar sus raíces cubanas con la cultura y las tradiciones de su hogar adoptivo, lo lleva a dialogar en algunos textos con escritores cubanos. En “Provocaciones”, lo hace con Heberto Padilla. Y en “Matriz y margen”, con Roberto Valero, a quien llama “joven hermano menor en la poesía y en la historia”. Al dirigirse a él, admite su “déficit de acontecer”: “En tus palabras hay matriz,/ en las mías, margen./ En tu acento hay espera y alarma,/ en el mío, reminiscencia”. Aun así, reclama para sí un turno y una voz en la historia de “ese ilustre cocodrilo verde”. Y pasa a exponer sus argumentos: “También es matriz mi margen./ Mi recuerdo se espesa como tu acento./ Yo también llevo el cocodrilo a cuestas./ Y digo que sus aletazos verdes me baten/ incesantemente./ Y digo que me otorgan la palabra/ y el sentido./ Y digo que sin ellos no sería lo que soy/ y lo que no soy:/ una brisa de ansiedad y recuerdo/ soplando hacia otra orilla”.

Como a Pérez Firmat le gusta decir, reside en Carolina, pero vive en Miami, una ciudad en la que ha logrado encontrar muchos de los símbolos que conforman la cubanía. A Miami, “mi mami”, ha dedicado varios textos, entre los cuales figura el hermoso “Romance de Coral Gables”. El amor, la familia, la vida cotidiana, las reflexiones metapoéticas, la muerte, la vejez, son otros temas de los que se ocupa, en páginas en las que toca otros registros. Un buen ejemplo de esa vertiente es “Mi madre cuando nos visita”, perteneciente a Equivocaciones: “Mi madre cuando nos visita/ tiñe todo/ de familiaridad:/ viste de verde y mar/ mi jardín de tierra adentro/ (cuando ella está mi casa es carabela),/ imparte el color del cariño/ a estos raros rojos otoñales/ y bajo sus pisadas las hojas/ crujen amorosamente.// El aire se hace respiración./ La soledad se vuelve habitable./ Lo extraño torna hogareño/ cada otoño/ cuando nos visita mi madre”. Pérez Firmat viene a recordarnos así que el tono inmediatista, ingenioso y deslumbrante de muchos de sus poemas no debe hacernos olvidar que sabe adentrarse en asuntos más personales e intimistas y tratarlos con emotividad y calidez humana.

Es de elemental justicia resaltar y elogiar el magnífico trabajo realizado por los compiladores. En primer lugar, aportan un extenso, documentado y exhaustivo estudio introductorio, que constituye un notable esfuerzo de lucidez y comprensión. Está escrito además con claridad y elegancia, y proporciona al lector un texto esclarecedor para acceder mejor a la obra poética de Pérez Firmat. En ese sentido, son muy útiles también las abundantes notas que arrojan luz sobre aspectos idiomáticos, que pasarían inadvertidos para quien no domine muy bien el castellano y el inglés. Y aunque es algo atribuible a la editorial, el único reparo que cabe hacer a Sin lengua, deslenguado es que en el índice no aparecen los títulos de los poemas incluidos, sino solo los libros en los cuales se publicaron originalmente.

En suma, recomendamos con entusiasmo este libro recién editado por Pérez Firmat. Quienes se acerquen a Sin lengua, deslenguado, podrán acceder a una obra poética que representa uno de los mejores logros de la literatura cubanoamericana y a un autor que es una de sus referencias imprescindibles.