Actualizado: 01/05/2024 21:49
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Literatura

El arte de insultar

En sus odios, fobias y animadversiones, el escritor peruano Alberto Hidalgo no conocía límites. Arrogante, iconoclasta, procaz, Ramón Gómez de la Serna dijo de él que era sincero hasta la grosería, penetrante hasta la invención, juvenil hasta el arrebato

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“Luis María Sánchez Cerro es la personificación de la inmundicia. Por él gloglotean las cloacas con más deleite y le exhiben los excretos que arrastran, como si le presentaran armas militarmente. Es el abanderado de la basura, el presidente de los desperdicios. Su nombre no se graba con tinta sino con repugnancia, y es lo que resta sobre el papel higiénico en la reserva de las letrinas, pues no hay trasero que no sepa escribirlo. Sánchez Cerro, o el excremento. Se lo lleva siempre la bondadosa cadena de los W.C.”.

No creo que en toda la literatura universal sea fácil hallar textos comparables al antes reproducido. Es en fragmento de un artículo titulado “Sánchez Cerro o el excremento” y se refiere a un militar y político que ocupó la presidencia del Perú entre 1930 y 1933. Lo escribió el peruano Alberto Hidalgo (Arequipa, 1937-Buenos Aires, 1967), a quien Macedonio Fernández calificó como el genio del desprecio.

Publicó más de una veintena de títulos y se jactaba de ser un “gran poeta peruano”. En 1960 editó Patria completa: Canto a Machu Picchu, el cual lleva este epígrafe: “Alberto Hidalgo escribió este libro en solo cuatro días, bajo una fiebre de cuarenta grados, como siempre que escribe. No es un poema; es un canto. Y cantando quedará por los siglos de los siglos, convertido en obra clásica, entre las cumbres del espíritu, para orgullo de los peruanos y júbilo del idioma”.

Gastón Baquero recordó otra graciosa locura de Hidalgo: puso a otro de sus libros un prólogo “firmado” por Simón Bolívar, José Martí, José Enrique Rodó, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Montalvo, Rubén Darío y otros próceres latinoamericanos, en el cual se afirmaba que el arequipeño era el más grande poeta de la lengua española.

Más allá de tamaño delirio de grandeza, Hidalgo fue un buen poeta. En 1920, tras haber publicado en Perú Arenga lírica al Emperador de Alemania (1916) y Panoplia lírica (1917), entre otros títulos, se trasladó a Argentina y de inmediato se situó en la primera línea de la causa vanguardista. Sus viajes a París y Madrid lo hicieron descubrir el ultraísmo y le dieron una información de primera mano que después difundió en Buenos Aires. Entre sus amigos personales se contaron Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges. Junto con este último y con Vicente Huidobro compiló el importante Índice de la nueva poesía americana (1926). No obstante, fue él quien hizo la selección. De hecho, su nombre es el primero que aparece. La participación de Borges se redujo a la escritura del prólogo.

A Hidalgo se debe asimismo la singular y mítica experiencia de la Revista oral (1925-1926), llamada así porque, en efecto, no se publicaba. Se grababa previamente con un gramófono, y se emitía, generalmente, los sábados por la noche. Consistía en la simulación oral de una revista editada. En una supuesta mesa de redacción, los periodistas decían en voz alta los artículos, editoriales y cartas apócrifas de los lectores, ante un supuesto salón lleno de oyentes. Sobre ella, Leopoldo Marechal ha recordado: “Hacíamos una revista oral que consistía en que cada uno de nosotros (…) dijera lo suyo. Alberto Hidalgo se ponía de pie de repente (era en el sótano del Royal Keller, una cervecería de tipo alemán) y decía año 1, número 3 y luego venían los editoriales, las colaboraciones, se leían poemas, se hacían críticas literarias generalmente furiosas”. En la Revista oral tomaron parte, entre otros escritores, Oliverio Girondo, Ricardo Güiraldes, Raúl Scalabrini Ortiz, Macedonio Fernández, Ulises Petit de Murat, Xul Solar y Borges. Hidalgo fue también el fundador de una revista impresa, Pulso (1928), de la cual logró sacar ocho números.

Una vez instalado en Argentina, Hidalgo dio a conocer los poemarios Química del espíritu (1923), Simplismo (1925), Actitud de los años (1933), Edad del corazón (1940), Poesía de cámara (1948), Espaciotiempo (1956), Odas en contra (1958), Poesía inexpugnable (1962), Volcánida (1967). Tras más de medio siglo de quehacer literario, en 1967 recibió tardíamente un reconocimiento: el Gran Premio que le concedió la Fundación Argentina para la Poesía. Dato curioso: en 1957 los argentinos promovieron su candidatura al Premio Nobel.

En 1933, Borges publicó una breve reseña sobre Actitud de los años. En ese libro, Hidalgo recoge dieciocho poemas, así como comentarios sobre ellos que abarcan más de la mitad de las páginas. Borges apunta que en esos textos el autor promete a sus poemas “inmortalidad, fundada en ciertos ilusorios contactos de su poesía con la doctrina de Einstein, con el kantismo y con el galimatías universitario de Hegel”. Aunque deplora “ese incongruente réclame”, los poemas le parecen eficaces y cita algunos versos que son, en su opinión, admirables. Hidalgo no le perdonó sus palabras, y desde entonces pasó a atacarlo sin tregua. En varias ocasiones aludió al judaísmo de Borges y a su terror a las mujeres.

Asimismo en Diario de mi sentimiento (1938, rebautizado por sus enemigos como Diario de mi resentimiento) se puede leer un texto dirigido al autor de Fervor de Buenos Aires. Hidalgo le recuerda que meses atrás tuvo un apuro frente a la Confitería del Molino. Quería acompañar a una amiga hasta su casa, pero no tenía dinero para el taxi. Hidalgo le prestó diez pesos y Borges pudo irse con la chica. “Y de seguro no pasó nada. ¡Nunca pasa nada entre Ud. y una mujer!”. Como al cabo de varios meses los diez pesos no le han sido devueltos, Hidalgo le propone: “El dinero es sucio. Ud. y yo estamos por encima de él. Haga, pues, una cosa decente: vaya a una librería, compre unos libros por valor de diez pesos. Los libros que, a su juicio, yo deba leer y los cuales -imagino- no serán los suyos. Nada más. Eso será suficiente para que pierda mi carácter, horrible, de acreedor. Presente mis respetos a su familia. A Ud. yo lo recuerdo constantemente. ¡Y no por la deuda!”.

Pero de nada vale seguir dedicando espacio a la poesía de Hidalgo: su controvertida pero notable obra libelística ha ensombrecido esa otra faceta suya. “La vida de un libelista: he ahí un heroísmo verdadero”, sostenía él, y llevó esa actitud al borde casi del suicidio. Ramón Gómez de la Serna dijo de él que era sincero hasta la grosería, penetrante hasta la invención, juvenil hasta el arrebato. Sus odios, fobias y animadversiones no conocían límites. Arrogante, iconoclasta, procaz, parecía tener como meta la de no dejar títere con cabeza. No ahorró burlas, calumnias ni insultos, y para mofarse de sus adversarios echaba mano al racismo y la homofobia. Agrandaba las faltas, negaba o silenciaba los aciertos, y cuando no le quedaba más remedio que admitirlos, lo hacía de pasada. Por eso, además de merecer los odios que cosechó, cuando elogió a alguien consiguió el efecto contrario.

Sinuosa trayectoria ideológica

Tenía una clara vocación por los extremos. Inicialmente, se adhirió al APRA y tuvo una gran devoción por su líder, Víctor Raúl Haya de la Torre. Pero en 1934 renunció al partido y pasó a hacer del mismo blanco de sus vitriólicos ataques. Dedicó a Haya de la Torre un poema, donde expresa: “Demoraste por cuántos años no se sabe la revolución en el Perú/ Has malogrado a dos generaciones/ Has hecho que cayera desde sus esperanzas hasta el piso/ Al pueblo que dio crédito a tu voz y magnitud a tus ovarios/ Pactaste con la clase algodominerazucarera/ Te bajaste los pantalones ante las señas del imperialismo/ Los calzoncillos con encaje en los enredos de la oligarquía”.

En marzo de 1960, en uno de los pocos viajes que hizo al Perú tras autoexiliarse en Buenos Aires, tenía programada una conferencia en la Universidad de San Marcos. Un grupo de enardecidos apristas se presentaron, lanzaron silbidos y arrojaron huevos contra Hidalgo y su esposa. Varias personas resultaron heridas y el propio escritor recibió una pedrada en una cadera. Hidalgo tuvo que huir por la azotea, lo cual hizo que alguien comentase: “Nunca la poesía había alcanzado tan alto nivel”. Asimismo su sinuosa trayectoria ideológica le llevó a escribir en los años 30 una columna en Crisol, un diario antisemita que se editaba en Buenos Aires. Cuando su poesía adoptó un carácter social y de denuncia, siguió el ejemplo de otros escritores y dedicó una Oda a Stalin (1945). Y en 1957 publicó la novela Aquí está el Anticristo, que le valió la excomunión.

Hidalgo es también autor de España no existe, que Fernando Iwasaki considera uno de los panfletos más injuriosos contra la cultura y la sociedad españolas. Supuestamente, es el texto de una conferencia que Hidalgo pronunció el 25 de julio de 1920 en un café de Madrid, ante una veintena de amigos (al menos, es lo que el autor apuntó al publicarlo en Buenos Aires en 1921). En su diatriba, niega la belleza de los paisajes y las ciudades, satiriza sus malas costumbres, se burla de las corridas de toros, de los escritores y de la falta de higiene de las personas.

Asimismo se refiere a las mujeres, todas las cuales para él son putas: “En España, la prostitución está más extendida, probablemente, que en ningún otro país del universo. Es aplastadora, fastidiosa, irritante. No se puede caminar sin encontrar mujeres de alquiler. En todas partes se las ve. Lo es la escritora que nos consagra un elogio, la dama aristocrática que nos brinda una sonrisa, la esposa de nuestro amigo, la vecina de enfrente”. Y también expresa: “Aquí se me ocurre una greguería digna de Ramón Gómez de la Serna: ¡En España son feas hasta las mujeres bonitas!”.

Lo curioso es que aquel libelo no tuvo la reacción que era de esperar. Todo lo contario de La Linterna de Diógenes (1921), del también arequipeño Alberto Guillén. No menos furibundo en sus ataques, este recogió en su libro treinta y ocho crónicas de sus encuentros y entrevistas con literatos españoles como Azorín, Baroja, Palacio Valdés, Ortega y Gasset. Guillén es mentiroso, ruin, insulta sin motivo y es dado al chisme y la delación. De Baroja apunta que huele a ratón y que “eructa ruidosamente y la habitación se llena de olor a ajos”. De Cansinos-Asséns dice que “tiene una gran cultura de diccionario”. Visita a los hermanos Quintero y escribe: “Hablan a dúo, como dos actores de zarzuela, y lo que uno comienza lo acaba el otro y viceversa. No se puede ni hablar con uno solo por descortesía. Cuando yo les vi, tuve que hablar y hasta sonreír en plural”.

Según Hidalgo, su compatriota le había plagiado su técnica libelista. Le irritaba que La Linterna de Diógenes hubiera logrado convocar odios e invectivas, algo que, para su frustración, no ocurrió con España no existe. Eso lo llevó a escribir en Diario de mi sentimiento: “En Madrid, y con la publicidad de Rufino Blanco-Fombona, se ha publicado mi libro Muertos, Heridos y Contusos, cambiándose su título por el de La Linterna de Diógenes, y reemplazando mi firma habitual con un seudónimo: Alberto Guillén. Todo el mundo sabe, especialmente en cuanto lo lee, que ese libro es mío; pero como se ha hecho cortes y agregaciones a Muertos, Heridos y Contusos considero alterada su esencia y, por lo tanto, le quito mi paternidad. Ruego, pues, a mis lectores y amigos estimar apagada esa linterna”. E insistiendo sobre lo que consideraba la costumbre de Guillén de plagiarlo, expresó: “No creo que haya muerto de tifoidea u otra enfermedad vulgar: debe haber muerto de hidalguitis crónica”.

La obra como libelista de Hidalgo aparece recogida en Hombres y bestias (1918), Jardín Zoológico (1919), Muertos, Heridos y Contusos (1920), Sánchez Cerro o el excremento (1932), Los sapos y otras personas (1937), Diario de mi sentimiento (1937), Por qué renuncié al APRA (1954). Eso no impide que en algunos poemas también se encuentren muestras de su temperamento agresivo y su afán de cultivar el conflicto y la desmesura. Véase, como botón de muestra, este fragmento de su “Loa al Ignominioso”: “Habría que atarlo a la cola de un incendio/ Hacer que le apretasen los sentidos las vigas de una hecatombe/ Crucificarlo en el madero de un adjetivo repugnante/ Meterlo en una olla de miradas hirviendo/ Enfrentarlo a un pelotón de discursos que lo fusilaran/ Cubrirlo con una capa de lágrimas de cocodrilo/ (…) Ponerlo a caminar detrás de un diablo descompuesto del vientre/ Para que vaya oliendo las descargas de su artillería ultrafétida/ Escuchar sus encíclicas con oreja de burro/ Y festejárselas con aplausos de caballo/ Naturalmente estoy hablando de San Canalla el Papa”.

Respecto a los textos de Hidalgo, es pertinente hacer algunas aclaraciones. Acerca del libelo, el crítico peruano Abelardo Oquendo ha comentado atinadamente que en la retórica del agravio “no es tanta la agresión lo que la hace atractiva sino cómo se agrede, pues el arte de injuriar es, fundamentalmente, formal, como todo arte. En otras palabras: el protagonismo pasa de lo que se dice a la manera como se dice”. En ese sentido, de eso se deriva que las injurias que tanto abundan en la blogosfera y los comentarios de las publicaciones digitales cubanas, nada tienen que ver con el libelismo. Son pura y simplemente chusmería y vulgaridad.

En sus textos, Hidalgo llega a ser calumnioso, controversial, virulento, excesivo, ferozmente ególatra. Pero sabe convertirse eso en literatura, e hizo del libelo una obra maestra de la imprecación. Él mismo se encargó de puntualizarlo: “Otra peculiaridad del libelo es la de que la excelencia es consustancial con su naturaleza (…) El panfleto, si es malo, ya no es panfleto; no pasa de ser cúmulo de groserías o procacidades, como tantos que hay. Y es porque, en rigor, el panfleto no es un género literario: es un estilo”.

En los últimos años se viene asistiendo a una revalorización de la obra de Alberto Hidalgo. Eso se pone de manifiesto en la reedición de varios de sus títulos: De muertos, heridos y contusos (selección de Fernando Iwasaki, Sur, Librería Anticuaria, Lima, 2004); Cuentos (Talleres Tipográficos, Lima, 2005), Poemas simplistas (edición de Juan Bonilla, Zut, Málaga, 2009; Revuelta Editores, Lima, 2011); España no existe y otros textos (edición de Carlos García, Iberoamericana, Madrid, 2007).

No apto para espíritus discretos y moderados

Para aquellos lectores a quienes estas líneas les hayan despertado algún interés por la obra de Alberto Hidalgo, a continuación incluyo una breve selección de sus textos. No obstante, me parece necesario hacer la advertencia que dicen en los telediarios cuando van a mostrar algunas imágenes un tanto duras: son textos que pueden herir la susceptibilidad de algunos y algunas. Lo dijo el propio autor en el prólogo a Hombres y bestias: “Este libro no ha sido escrito para los espíritus discretos y moderados. Los que os sintáis tales, no lo leáis; vuestras almas de señoritas podrían ruborizarse”. Quedan, pues, avisados.

“Yo soy un iconoclasta. Los ídolos me revientan. Me gustaría, mientras los demás se prosternan, poder romper a pedradas la cabeza de Dios. Para mí nada hay respetable; ni la religión, ni la patria, ni la madre de uno. Si tengo alguna consideración por mí mismo es precisamente por esto: porque soy uno de los hombres que han sido insultados y negados. El día que yo sea un hombre de respeto, me destapo la cabeza de un balazo”.

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“Estos ricos que escriben, este Carlos Reyles, esta Victoria Ocampo, este Enrique Larreta, este Armando Godoy, no son escritores, no son sino eso, unos ricos que escriben, lo cual es muy distinto de hablar de escritores ricos, según sería el caso de Maeterlinck, ante cuyo genio me inclino (…) Pagan los elogios que se les hace, sostienen revistas para darse aureola literaria, sobornan cuanta conciencia es débil. Trabajan a favor de su vanidad y contra el arte; pero el tiempo les pagará con olvido, magnífica moneda. Para Godoy aspiro un cáncer; a Reyles le deseo una lepra; a Larreta solo le ansío un cretinismo agudo, lo cual es satisfacerle el gusto, pues es su ambición desde hace unos años, y a la Ocampo espero que le acontezca una salpingitis u otros trastornos ocasionados por fellatio o cunnilingus”.

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“Las mujeres no deberían escribir. Ellas han sido creadas para cuidar que la cocinera no se trague la comida, que las gallinas no se metan en las habitaciones y que nuestros cuellos y camisas estén perfectamente limpios. No tienen talento para otra cosa”.

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“Baroja es como si dijéramos un burro inteligente: tiene algunas ideas, pero está ausente de medios para expresarlas o las manifiesta con torpeza. ¿De dónde le viene el renombre? Indudablemente de ser un individuo gruñón y peleador. Hay algo de místico en esto: el mundo cree que quien protesta tiene talento, quizás por haber observado que la mansedumbre es virtud del asno. Pero en este caso resulta que Baroja es solo un asno que protesta… que protestaba. Y para colmo, ahora es académico. O sea que ha encontrado su medio, como el calamar su tinta. ¡Por ahí se pudra!”.

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“Hay dos clases de maricones, en el Perú, por lo menos: los maricones orgánicos y los maricones espirituales o literarios. Los primeros no me dan asco, me dan pena; los que me dan asco son los segundos. Los orgánicos son enfermos, por eso me dan lástima; los espirituales son conscientemente maricones, por eso repugnan. José Gabriel Cossío pertenece a estos últimos. Toda su literatura, si lo que escribe puede llamarse literatura, está llena de mariconadas. Mariconada es su citomanía, mariconada su rivagagüerismo, mariconada su petulancia, mariconada su huachafería”.

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“Desgraciado ha sido el Perú para producir tiranos. Nunca los hemos tenido. Verdaderamente es de lamentarse, porque hay tiranos tan grandes que produciendo terror provocan admiración. Y todo cuanto es admirable, es capaz de honrar a un pueblo. Un gran asesino, un gran ladrón, hasta un gran imbécil (…) En la tiranía somos tan pequeños que nos perdemos en la sombra. Nuestros tiranos apenas merecen el nombre de tiranuelos. Sobre las playas de la Infamia no son rocas, como Melgarejo o García Moreno; son granos de arena. Las olas juegan con ellos, como el león con las hormigas. ¡Qué vergüenza! A esta familia pertenece Oscar R. Benavides. Su mayor crimen es este: ¡ser un mediocre!”.

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“Talento es lo que Ricardo Palma nunca pudo poner en su obra. Por eso no le podemos dar sino este título: historiador anecdótico del Perú. Si hemos de hacer catálogo literario, le reservaremos el último fichero. Estará junto a los historiadores. Lo único a que pudo aspirar fue a hacer reír. Ha podido morir satisfecho, pues que lo consiguió. Ahora, como las gallinas atacadas de gripe, ha metido entre las alas, que solo supieron volar a ras de tierra, eso que él creía cabeza. Alegrémonos. Es un abuelo menos, y los abuelos nos tienen hasta la coronilla…”.

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“Naturalmente, este libro, como todos los míos, va a provocar una algazara fenomenal. Huelga decir que en mi país será donde más se me insulte y donde más se pretenda desconocer los méritos de Jardín Zoológico. Ya me parece oír la grita tinterillezca de mis compatriotas. ¡Pobres paisanos míos! Cuando se ponen a hablar parece como que millares de borricos estuviesen rebuznando. ¡Qué desdichado país el Perú! Nada tenemos, nada somos, nada valemos. Nuestros políticos son parricidas; nuestros médicos, asesinos; nuestros abogados, ladrones; nuestros ingenieros, farsantes; nuestros literatos, plagiarios; nuestros comerciantes, rateros. ¡Ni maridos hay en el Perú: casi todos son cornudos! ¡Qué desventura!”.

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“Las ideas, aun las ideas políticas, solo despiden hermosura cuando son de pocos. Su vulgarización es su quiebra. En cambio, según he sostenido en alguna otra ocasión, el factor hombre es lo esencial. Jesús también fue un hombre: por eso lo amo. El culto, la religión por excelencia de los hombres, debe ser la hombría, el machismo. ¡Viva el machismo!”.

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“No quiero lectores desprevenidos (…) Para evitar esas posibles desventuras, invito a retirarse a los pudorosos, a los delicados de gustos, en fin, a todas las personas propensas al desmayo o aficionadas a las náuseas. Pues lo que sigue es atroz. De lo que aquí se trata es de los libelos más horrendos que se hayan escrito jamás en cualquier lengua y desde que el mundo es mundo. Para muchos, este podría ser un libro abominable. Y, en cierto sentido, para mí también. Solo que yo lo juzgo necesario y, de yapa, hermoso como un incendio, implacable como un asesinato, espectacular como una catástrofe, conmovedor como un crimen”.