El cine desde la otra orilla
A lo largo de varios años, Roberto Madrigal ha escrito puntualmente comentarios sobre las películas que ha visto. Acaba de recopilar esos textos en un libro, que refleja su experiencia como espectador
Roberto Madrigal es lo que se dice un cinéfilo fidedigno. Solo alguien merecedor de ese nombre es capaz de falsificar un pase de crítico para asistir a proyecciones a las que, de otro modo, no tendría acceso. Solo quien ama mucho el cine puede recorrer en auto, en medio de la lluvia, 177 kilómetros (y otros tantos a la vuelta), para ver la única presentación en su zona de un filme de Abbas Kiarostami. De esa pasión tienen constancia los lectores de este diario, pues desde enero de 2012 Madrigal publica puntualmente los comentarios de las películas que ve. Antes lo había hecho, aunque no de manera regular, en Linden Lane Magazine, El Miami Herald, Café Fuerte, The Cincinnati Enquirer, así como en su blog, Diletante sin causa.
En Críticas desde afuera (Término Editorial, 2016, 415 páginas), Madrigal ha recogido esa faena suya (no sé si está todo lo escrito por él a lo largo de estos años). El recuento que hace en su voluminoso libro refleja su experiencia personal como espectador. Aun así, es tan amplio como diverso y proporciona un panorama bastante representativo de las cinematografías, corrientes y directores que hoy marcan el rumbo de la producción audiovisual. Ese repaso es también una prueba de que Madrigal no ha dejado escapar cuanto estreno merece la pena.
Para quien no sepa nada sobre el autor de Críticas desde afuera, apuntaré que Madrigal es psicólogo. Esta otra actividad que tanto disfruta la realiza para dar cauce a su pasión por el séptimo arte, imaginando las películas desde la lectura. Se define como un crítico autodidacta, que se formó a través de los libros del francés André Bazin (¿Qué es el cine?), el norteamericano Andrew Sarris (El cine americano) y el cubano Guillermo Cabrera Infante (Un oficio del siglo XX). Y también, con todas las películas que vio en la Cinemateca de Cuba, en la etapa en que era dirigida por Héctor García Mesa. En la introducción de su libro, confiesa que nunca ha hecho vida gregaria con directores, guionistas y otros críticos, aunque a algunos los conoce superficialmente. En ese sentido, apunta: “Quizá eso me da una libertad de expresión inusitada. Puedo decir lo que quiero sin temor de ofender, aunque a veces sin querer ofenda”. Asimismo, dice estar acostumbrado a hacer las cosas por su cuenta y que es responsable de seleccionar los filmes que comenta.
En las páginas que sirven de introducción al libro, tituladas “El cine visto desde la otra orilla”, Madrigal describe en estos términos su concepción de lo que José Martí llamaba el ejercicio del criterio: “Pienso que una buena crítica tiene que informar, intrigar e interpretar. La información pone a la película en contexto, no solo la trama y los personajes, sino los realizadores y los actores también. Se intriga narrando un poco de la trama y comentando el curso del guión, de la edición y de la temática. Luego es requerido que el crítico interprete, que dé su opinión sobre los aspectos técnicos y de contenido que se hayan logrado o no, pero en una forma que suscite a la discusión. Que ofrezca una opinión personal y fuerte, pero que se exponga abierto a otros discursos”. Quienes lean los textos que publica semanalmente en este periódico, comprobarán que no se trata de meras palabras, sino de un decálogo que él aplica escrupulosa y eficientemente.
Los textos de Madrigal cumplen un requisito primordial: están redactados con un lenguaje periodístico claro y comprensible. No hallamos en ellos la más mínima pretensión de hacer literatura, lo cual quedaría fuera de lugar en un periódico. Cuando digo esto no quiero decir, desde luego, que no estén correctamente escritos, que lo están, sino que su autor no emplea un discurso rebuscado. Recuérdese que él mismo anota que uno de los propósitos que busca es informar, y para ello se vale de un lenguaje idóneo para tal fin. Igualmente, es oportuno recordar que se dirige a un lector común, no a un público especializado ni a la gente de la profesión. Una razón más para que, como vehículo, se sirva de un lenguaje accesible, que le asegura una comunicación directa y eficaz con su destinatario.
Sabe argumentar su satisfacción o su desagrado
Me remito de nuevo a las palabras de la introducción que antes cité. Madrigal dedica parte del espacio a interpretar y expresar su opinión sobre los distintos aspectos artísticos y técnicos que intervienen en una obra cinematográfica. En ese sentido, sus juicios están debidamente razonados. No se dedica a desgranar adjetivos o descalificativos, sino que demuestra por qué una película es buena o por qué no lo es. Busque el lector cualquiera de los textos que ha publicado en este periódico y verificará lo que digo. Por supuesto, se puede no estar de acuerdo con su valoración –este cronista confiesa que, en ocasiones, disiente de ella–, pero no puede negársele que sabe argumentar su satisfacción o su desagrado. Eso es, en definitiva, lo que corresponde reclamarle a un crítico: no que coincida con nosotros, sino que sea capaz de fundamentar su opinión.
Esa capacidad analítica que despliega en sus comentarios, en buena medida hace de ellos textos didácticos, entendido este término en su acepción más noble. Madrigal enseña al lector cómo se deben ver las películas. Pero lo hace sin petulancia, sin el aire de un maestro que pontifica. En eso tiene bastante que ver el estilo claro, conciso y ameno adoptado por él. Por otro lado, demuestra competencia para expresar ideas atinadas con unas pocas palabras: “Takashi Miike es un genio que no se toma en serio”; “A Most Dangerous Method es muy simplista para ser historia y muy poco imaginativa para ser buena ficción”; “Un poco de ambigüedad y especulación y otro tanto de riesgo le hubieran venido bien a Lincoln, pero timorato, Spielberg se limitó a un didactismo histórico muy reverencioso”; “Alejandro González Iñárritu se ha hecho famoso por convertirse en la versión hollywoodense del pensador profundo”.
El autor de Críticas desde afuera es, desde muy joven, un cinéfilo voraz. Eso quiere decir que ha visto muchas películas, entre las cuales figuran unas cuantas de las que se consideran capitales en la historia del séptimo arte. La asistencia regular y continuada a las salas como espectador ha contribuido en no poca medida a su formación. Él, además, se ha pertrechado de un conveniente caudal de cultura e información, que le proporciona la visión teórica y el distanciamiento necesarios. Este último aspecto es esencial en la faena crítica, en la que el voluntarismo y la improvisación no tienen cabida. Un creador puede “tocar de oída”; un crítico no. De no poseer la cultura cinematográfica que posee, Madrid difícilmente podría valorar lo que la cinta húngara Son of Saul aporta de nuevo al cine sobre el Holocausto. De igual modo, tampoco podría justificar por qué The Hateful Eight representa una obra débil dentro de la filmografía de Quentin Tarantino.
Es también de elogiar en estos textos la independencia de criterios que mantiene su autor. En más de una ocasión va a contracorriente y no duda en expresar opiniones que discrepan con la mayoría de sus colegas. Quiero ilustrar esto con un ejemplo muy reciente, y que por ello no está incluido en el libro que aquí se reseña. Es el que dedicó al filme norteamericano La La Land, que ha concitado el entusiasmo unánime de los comentaristas y acaparado un carajal de nominaciones en los Oscar. Madrigal no comparte esas encomiásticas valoraciones y hace lo que acostumbra: expone su disconformidad con elementos de juicio.
“En unos párrafos no se puede hacer crítica seria de una película, y ese es el espacio de los periódicos. Una crítica total son cuatro páginas en una revista especializada. Lo otro en el fondo es una frivolidad, a la que jugamos, pero una frivolidad… La crítica diaria es una ficción”. Esas palabras pertenecen al director español Jaime Chávarri y las traigo a colación porque ilustran una confusión: no es lo mismo la crítica que se redacta para un diario que aquella destinada a una publicación especializada. Esta última aparece a posteriori, cuando ya el filme en cuestión ha bajado de cartelera. Su análisis es por eso mucho más riguroso y técnico, y se dirige a un público lector iniciado. La otra, en cambio, por su propia inmediatez funciona como un proceso de acción-reacción. Aunque no renuncia a dar valoraciones, la anima un fin informativo y de mediación entre el filme y su destinatario. Cuando está hecha profesional y rigurosamente, cumple ese propósito y el lector lo agradece.
Pienso que los textos que Madrigal ha recopilado en Críticas desde afuera son una prueba de que sí se pude realizar una labor crítica competente y útil desde un órgano diario. Todo está en que no sea un balbuceo de diletante, sino una faena hecha con conocimiento, responsabilidad y profesionalismo.
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