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Literatura, Literatura cubana, Poesía

El crítico como poeta

Paralelamente a su labor ensayística y reflexiva, Jorge Luis Arcos ha desarrollado una faena poética que lo revela como un creador con voz propia. De ello dan medida sus dos últimos libros

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Hay ejemplos que refutan la tesis, sostenida entre otros por Charles Baudelaire y Juan Ramón Jiménez, de que el poeta es mitad creador y mitad crítico. Pero de igual modo, hay otros tantos que la confirman. En Cuba, no se me ocurre otro escritor que hoy la encarne de modo tan cabal como Jorge Luis Arcos. En él, la faena reflexiva y la creación se dan como dos facetas de una misma personalidad.

Como ensayista, cuenta con una obra que se destaca por su rigor lógico, sus análisis de gran calado, su capacidad de razonamiento. Títulos como En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1990), La solución unitiva. Sobre el pensamiento poético de José Lezama Lima (1990), Orígenes. La pobreza irradiante (1994) y Kaleidoscopio. La poética de Lorenzo García Vega (2012 y 2015), proporcionan claves imprescindibles para la más ajustada comprensión de nuestra poesía. Y han hecho de Arcos unos de sus estudiosos más penetrantes y lúcidos. Paralelamente, ha desarrollado una faena poética que lo reveló como un creador que ha logrado distinguirse con voz propia. De ello son buena muestra libros como Conversación con un rostro nevado (1993) y De los ínferos (1999). Con el primero obtuvo el Premio Luis Rogelio Nogueras, mientras que por el segundo recibió el Internacional de Poesía José Rafael Pocaterra y el de la Crítica.

Tras editar en 2002 dos libros, La avidez del halcón (Premio Internacional Rafael Alberti) y Del animal desconocido (Premio Internacional Casa de Teatro), Arcos se tomó su tiempo para volver a comparecer ante los lectores. Según declaró en una entrevista, aunque continuó escribiendo pensó que tras aquellos dos títulos aparecidos el mismo año, lo más prudente era esperar. Así lo hizo y aguardó más de una década para publicar El libro de las conversaciones imaginarias (Editorial Betania, Madrid, 2014, 106 páginas). Al salir, su autor llevaba ya varios años residiendo fuera de Cuba, pese a lo cual buena parte de los textos reunidos allí fueron escritos en la Isla, como lo indican las fechas que varios llevan al final.

Al referirse a esos textos, Efraín Rodríguez Santana expresa en el prólogo que “nacen de un decantado conocimiento de la poesía cubana, unido a una puesta en escena de algo inalcanzable. A través de estos poemas se repasa una década (2003-2013) cargada de obsesiones, inconformidades y desencantos”. Y sugiere que se nutren además de la memoria, de los recuerdos de poetas vivos y muertos, con quienes Arcos conversa permanentemente, de “los amigos, presentes, ausentes y perdidos, los maestros, los amores, los sujetos abominables y tiránicos, los dáimones”.

Este último componente resulta significativo, pues el propio Arcos de declarado su reticencia a incorporar a su poesía elementos vivenciales. En una entrevista reciente que le hizo Juan Tabío, comentó sobre ello: “Siempre me he preguntado por qué si desprecio tanto lo inmediato, mi poesía siempre tiene un vínculo muy fuerte con las vivencias concretas; al menos remotamente («lo remotamente real», como decía Aristóteles) se nutre de ellas (aunque después en la escritura se recreen). Porque la escritura es posterior, quiero decir, ya el instante pasó —ese universo—, y lo que queda, el resto, es la imaginación, o la rememoración creadora”.

Ya desde la magnífica “Epístola a Enrique Saínz (o de las conversaciones imaginarias)”, está presente el denso entramado dialógico que tanta relevancia tiene en el libro: “Yo nací en una isla. ¿Qué buscabas, María, en esta isla extraña?/ Te recordaba a Málaga, a tu padre con su traje blanco de alpaca. Ah, María/ si esta era tu patria prenatal, tu infancia, tu secreto y tu carnal apego?/ para mí era el infierno, las praderas malditas con un Sol en el centro/ la luz que borraba los rostros, que difuminaba los secretos/ el sitio de la expulsión, el lugar del naufragio, la pérdida, la pérdida”. Raúl Hernández Novás, José Lezama Lima, Lorenzo García Vega, Ángel Escobar, son algunos de los poetas con quienes Arcos establece un diálogo. Unas veces reproduce versos suyos, otras hace alusiones a ellos.

Discurso coherente que nunca es previsible ni rutinario

Predomina en el libro un tono grave, meditativo, que se traduce en un verso libre muy trabajado, y en un discurso coherente que nunca es previsible ni rutinario. La escritura lo mismo puede adoptar un registro más o menos nítido para recrear la cotidianidad, que pasar a un lenguaje torrencial y poderoso, de gran vigor expresivo y de una densa dimensión simbólica. Para ilustrar esto que digo, a continuación copio unos versos que pertenecen, respectivamente, a los poemas “Los hiperbóreos (o de los animales sagrados)” y “No se puede tocar”:

“Pero no he apagado el último cigarrillo en el barrio chino

y tengo que regresar con el poeta Luis Lorente

a hacer la ronda de Zequeira

Una noche me despierto

y estoy en el bohío abandonado en la carretera infernal

Es La Farola, es la Serpiente, es el Diario de Martí

Viene Charo y me tiende una taza de café calentado al carbón

Afuera es el diluvio

que apaga los cigarrillos

Un trago de ron es la eternidad”.

***

“No se puede tocar. No se puede tocar

No se puede perder lo ya perdido

Se viaja en la imaginación. Se viaja

con las vísceras extáticas, con las entrañas

desgarradas, colgadas de nuestro propio

intestino. Imágenes, deseos, visiones

como efluvios de una materia inflamada

El ojo se precipita hacia lo otro

El cíclope mira fija, desesperadamente

Anegarse en lo otro. Qué extraño amar

Qué extraño viajar. Qué extraño nacer

para morir. ¿Para volver a empezar?”.

No estamos, sin embargo, ante un alarde de mutabilidad. Utilice un lenguaje más o menos accesible o, por el contrario, uno elevado y denso; cambie la perspectiva desde la cual se expresa el sujeto lírico de la primera persona al tú, detrás de esos versos está siempre la voz inconfundible de un poeta con entidad e impronta personales. Aquí da cuenta de lo vivido a través de una escritura oblicuamente confesional, que nadie tiene que ver con el ensimismamiento o con mirarse el ombligo. Se vale de lo autorreferencial para hablar de dudas, pérdidas, frustraciones y temas esenciales. Su poesía además está cargada de latido existencial, así como de melancolía y pesadumbre. Nunca, sin embargo, se permite flaquezas sentimentales ni cede a fáciles convivencias emocionales.

Se puede afirmar, en suma, que los sesenta y dos textos que integran el libro acumulan una generosa dosis de muy buena poesía. En ese conjunto hay, no obstante, unos cuantos que merecen un subrayado adicional: “Agujeros negros”, “Vienen las depredaciones”, “Islas, lluvias, charcos, golfos de aguas”, “Lo sombrío” y la antes mencionada “Epístola a Enrique Saínz”, son algunos de ellos.

Tematiza la pasión erótica

En la entrevista antes citada, Arcos comenta que en Cuba escribió mucha poesía. Y agrega: “A veces extraño, esa gracia, esa visitación frenética, que actuaba como una sanación simbólica, o una compensación, casi terapéutica, porque a veces, muchas veces, sentí allí que mi mente podía fallar, con el peligro que eso implicaba en aquel contexto esquizofrénico”. Confiesa que, una vez en el exilio, escribió menos, por razones que admite desconocer. Pero al cabo de llevar un tiempo en Argentina, donde ahora reside y trabaja como profesor en la Universidad Nacional de Río Negro, comenzó de nuevo, “como un poseso, a escribir (¿acaso por el encuentro con el ánima, con la diosa, siempre a la vez personal y universal?)”. Resultado de esa recuperación de su capacidad creativa es Sincronismos (Editorial Verbum, Madrid, 2020, 60 páginas), libro con el cual obtuvo el Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero. En ese certamen, su libro se impuso entre los 225 originales de 18 países iberoamericanos que concursaron.

El escritor español Carlos Javier Morales, quien formó parte del jurado, ha expresado que Sincronismos “sorprende por haber tematizado muy lucidamente la pasión erótica para expresar la búsqueda insaciable del amor en todas las dimensiones humanas”. Y hace notar que “la unión erótica, sin perder la directa carnalidad, es símbolo, a su vez, del hambre de sabiduría y de amor que alienta en la vida del poeta, un hambre que tiene dimensiones cósmicas”.

Se advierte en ese libro, que reúne 18 poemas escritos entre 2015 y 2019, una notoria densidad temática y formal. Respecto a El libro de las conversaciones imaginarias, hay una mayor espesura verbal, que se pone de manifiesto en el empleo de la repetición, la paranomasia, la distorsión del significante: “Las formas sin relato de escritura indecible/ Como valvas que sueñan los pétalos caníbales/ Las miasmas las medusas las vulvas lujuriosas/ Que laten en la espuma como noria incesante// La muela de la noche que gira y gira/ No cesa de libar no cesa de libar/ Los nervios como hojas los bulbos como nadas/ La duermevela húmeda de la babosa insomne/ La rueca la tijera y el tejido imposible// La cresta de la noche que mira y mira y mira/ No cesa de libar no cesa de libar/ Las dendritas las lianas los filamentos últimos/ Y la leche y la estrella de la yegua salvaje”.

Conviene decir que no estamos ante una muestra de poesía erótica al uso. El erotismo, como apuntó Carlos Javier Morales, aparece tematizado, de modo tal que expresa la búsqueda del amor y simboliza un hambre de sabiduría y de amor que adquiere dimensiones cósmicas. Son textos que no entregan fácilmente su sentido, porque no pueden leerse de acuerdo a los cánones tradicionales de la exegesis literaria. Y, a su vez, exigen del lector una búsqueda personal de ambiciones similares a las del autor. En definitiva, son coherentes con la idea defendida por su autor de que “si todo es hermético, ambivalente, daimónico, pues la escritura debe sentir, saber eso. Aunque fracase”.

El libro de las conversaciones imaginarias y Sincronismos significan la feliz recuperación como poeta de Arcos. Vienen a sumarse a la relevante obra que ha cimentado y la enriquecen con una expresión de plena madurez.