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Serie rusa, Serie, Stalin

El hijo del dictador

Una serie repasa la vida de Vasili Stalin, quien llevó una vida demasiado escandalosa para la Unión Soviética y nunca pudo escapar de la alargada sombra de su padre

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Si digo que voy a dedicar el trabajo de esta semana a una serie rusa, puedo predecir con certeza la reacción de la inmensa mayoría de los lectores: ¿Una serie rusa? ¿Y tal cosa existe? Pues sí, en Rusia se hacen muchas series de televisión. Y aunque, por supuesto, no las he visto todas, dado mi desconocimiento de ese idioma, aquellas que he podido ver me han parecido muy buenas y, además, interesantes y entretenidas. En YouTube hay unas cuantas con subtítulos en inglés, y quienes sientan alguna curiosidad pueden echarles una mirada. A modo de recomendación, menciono algunas y doy los títulos con los cuales deben buscarlas: The Attackers, Night Swallows, Trouble in Store, Odnolyuby, Kill Stalin, Spies Must Die, We’ll talk when you get back, The dawns here are quiet.

Y paso a ocuparme de la serie en cuestión. Internacionalmente se ha distribuido con el título de Vasily Stalin, aunque el original en ruso es El hijo del Padre de los Pueblos. Fue realizada entre 2012 y 2013 y sus 12 episodios, de 55 minutos cada uno, los dirigieron entre Serguéi Ginzburg y Serguéi Shcherbin. El guion lo escribió el ya fallecido Evgueni Volodarski, a quien también pertenecen, entre otros, los de filmes de Nikita Mijalkov (Fue leal para enemigos y para amigos traidor) y Alexei Guerman (Control en los caminos, Mi amigo Iván Lapshin). La serie se estrenó en Rusia en octubre de 2013 en el canal 4 y estuvo entre los programas más vistos. También tuvo mucho éxito en Ucrania, donde tuvo un índice de audiencia del 21,6 por ciento.

Se trata de un biopic que recorre la vida de un personaje que, por lo menos fuera de Rusia, es escasamente conocido. Se conoce más, por ejemplo, a su hermana Svetlana, quien al morir su padre se cambió el apellido por el de la madre y en los años 60 aprovechó un viaje a la India para pedir asilo político y marchar a Estados Unidos. Allí publicó su autobiografía Veinte cartas a un amigo, coincidiendo con el medio siglo de la Revolución de Octubre. En cambio, la figura de su hermano ha permanecido en la sombra. No debe extrañar, puesto que la vida privada del dictador soviético está llena de sombras. Su propio carácter implacable y paranoico permeó las relaciones con sus más allegados. Sus hijos y sus dos esposas tuvieron que sufrir las despóticas y arbitrarias decisiones. Se acostumbraron a conjugar momentos de aparente familiaridad con otros de atroz menosprecio.

¿Cómo es la vida de los hijos de los dictadores? No debe de ser fácil. Así lo refleja la serie que repasa la de Vasili Stalin. El primer capítulo se inicia con una suerte de preámbulo, en el cual un equipo de la televisión se dispone a filmar imágenes de la familia Stalin. En esa breve secuencia, el supremo patriarca de la Unión Soviética es mostrado como un padre afable y un esposo autoritario y poco afectuoso. Hay después un salto de varios años. Su hijo Vasili conduce un coche hacia la residencia de su padre, quien le han notificado que se halla gravemente enfermo. Al llegar, lo reciben Lavrenti Beria y Nikita Jrushov. Intentan que no pase a la habitación donde yace Stalin, pero los guardias que la custodian le son leales y le permiten entrar.

Tras esa escena, la serie retrocede al pasado, cuando Vasili era un jovencito y andaba en una moto que los otros chicos le envidiaban. Entra con ella a un colegio para recoger a su novia. El director está desesperado, pero no sabe qué hacer. Una de las profesoras es quien toma la decisión de llamar por teléfono a la oficina del mismísimo Stalin. Este se presenta al día siguiente, bajo la máscara de dirigente sociable y humilde. No ha sabido educar a su hijo, admite. Tiene mucho trabajo y no le ha dedicado suficiente tiempo.

Se ve después a Vasili con unos años más. Ha decidido ser piloto e ingresa en la prestigiosa academia de Kacinsk. Allí no se distingue mucho en las clases, pero sí como futbolista. Se muestra poco dócil y durante unas maniobras desobedece las órdenes que ha recibido. Asimismo, en más de una ocasión se aprovecha de su apellido, aunque no siempre lo hace en beneficio propio. Stalin manda que no se le dé tratamiento especial. Los mandos de la academia hablan incluso de aplicarle alguna medida disciplinaria o bien de trasladarlo. Pero recuerdan de quién se trata y temen las represalias.

Pese a sus esfuerzos por escapar de la sombra de su padre, la vida de Vasili es controlada. Se enamora de una chica llamada Galia, quien de inmediato recibe la visita de la policía secreta. No debe ver más al joven, le dicen, y le advierten que la estarán vigilando. Pero él está muy enamorado y sin decirle nada al padre, acude a formalizar el matrimonio. Cuando la empleada del juzgado descubre quién es, rehúsa casarlos por temor a ser castigada. Ante su negativa, Vasili la amenaza con denunciarla por tratar de impedir el nacimiento de una nueva familia soviética. Stalin se entera cuando la boda es ya un hecho y da la orden de que vigilen a la chica y se aseguren de que no quiere nada.

Tras graduarse como piloto, Vasili recibe antes de tiempo el grado de teniente. Cuando los nazis invaden la Unión Soviética, no acepta ser evacuado y exige ir al frente. Pero es el hijísimo y lo asignan a trabajar como inspector de las fábricas de municiones. Todos temen que los alemanes lo hagan prisionero como a su hermano Yakov, pues eso cubriría de vergüenza a Stalin. Vasili sufre y empieza a beber mucho. No quiere que piensen que es un piloto de buró y que se esconde tras su apellido. Intenta hablar con su padre, pero este está siempre ocupado.

Mujeriego, adicto al alcohol y fanático de los caballos

Hay una digresión que, sin embargo, no se aparta del núcleo argumental de la serie, pues ilustra los complicados matices de lo que significaba vivir bajo el estalinismo. Tiene que ver con el romance de Svetlana, la hermana de Vasili, con Alexei Kapler, un periodista que fue enviado a cubrir el bloqueo de Stalingrado. Para sorpresa suya, sus artículos se publicaron en el diario Pravda. Estaban redactados a manera de cartas dirigidas a la joven. No mencionaba el nombre de esta, pero a través de menciones a Moscú y al Kremlin, Stalin descubrió que era Svetlana. Su ira aumentó al descubrir que Kapler era judío. “Todos los escritores son unos degenerados y unos alcohólicos”, comenta.

Siguiendo sus instrucciones, el periodista fue detenido por la KGB y acusado de ser espía para los británicos. Fue enviado al campo de trabajos forzados de Vorkutá, donde cumplió cinco años. Cuando la hija acudió a verlo para preguntarle por lo sucedido, el dictador le echó la culpa a Beria. En la serie también se muestra cómo Stalin trataba a sus dos hijos, a los que consideraba una maldición. Asimismo, a través de los recuerdos de Vasili se sugiere que la muerte de la madre fue a causa del suicidio, y no debido a una peritonitis, como se decía en la versión oficial.

Vasily, quien ha sido ascendido a coronel, empieza a flirtear con otras chicas. No se inhibe para cortejarlas y ellas, lejos de resistirse, aceptan encantadas sus requiebros. Ni siquiera respeta a las esposas de militares de alto rango. Eso llega a oídos del padre, que lo manda a arrestar. Como castigo, el joven es enviado al frente como soldado. Pese a que era justamente lo que él quería, la oportunidad de combatir no aplaca su carácter arrogante, malcriado y explosivo, que lo lleva incluso a golpear a un coronel a quien la invocación del nombre de su padre no logra amedrentar. En varias ocasiones sale a volar sin paracaídas, lo cual preocupaba a sus superiores: sabían que, si le pasaba algo, rodarían cabezas. Sus indisciplinas además resultaron en pérdidas de vidas. A sugerencia de Beria, a los veintitrés años Vasili es nombrado comandante de una división.

Al finalizar la guerra, Vasili regresó de Alemania cargado con un cuantioso botín: siete maletas y cinco canastas. Su relación conyugal empieza a deteriorarse, su esposa se queja de que siempre está sola. Recae en el problema con el alcohol y vuelve a sus aventuras extramatrimoniales. Tiene tantas amantes, que los encargados de protegerlo a veces no saben a dónde ir a buscarlo. Una de sus conquistas es Katya, hija del mariscal Semión Timochenko. Esa relación es tan pública, que su esposa recibe llamadas anónimas para decirle dónde se halla Vasili mientras ella está en la casa. Finalmente se divorcian, él se lleva los hijos y no permite a su madre verlos. Pero pronto empiezan los problemas con su segunda esposa. Ella no quiere ocuparse de los niños, gasta a manos llenas y exige más. Vasili acude a pedir dinero a su padre, quien se lo da advirtiéndole que nunca más acuda a él.

Vasili se ha convertido en fanático de los caballos. Llega a emplear un avión militar para trasladar a su dacha uno de ellos. Pasa además a ocuparse del equipo de hockey de la Fuerza Aérea. Del mismo modo que antes consiguió privilegios para sus pilotos, ahora lo hace para sus jugadores. Argumenta que para ser mejores, necesitan lo mejor. Estos a su vez lo adoran, aunque él no deja de tratarlos autoritariamente y los amenaza con echarlos si no cumplen. La afición al deporte lleva a que se agudicen sus fricciones con Beria, quien apadrina a otro equipo.

En su vida personal, inicia su tercera relación sentimental. Esta vez la elegida es Kapitolina, famosa integrante del equipo nacional de natación. Tenía un brillante futuro que se truncó: durante una discusión, él la golpeó y a consecuencia de ello nunca más pudo nadar. Por otro lado, sus dos hijos han crecido como huérfanos, debido a que él no los atiende. En una ocasión, al ir a visitarlos la niñera le comenta que no han comido porque no hay nada en la casa.

Se negó a condenar los crímenes de su padre

“Mi padre es eterno”, repetía Vasili. Pero la repentina muerte de Stalin en 1953 se encargó de traerlo a la realidad. Aquellos que antes adulaban al dictador elogiando al hijo, ahora pasan a temer que este aspire a ocupar su lugar. Quien más se preocupa por eso es Nikita Jrushov, que plantea que en el Politburó necesitan un plan para evitarlo. Su sugerencia es: separar a Vasili del ejército que lo estima. El hijo del finado, por su parte, no cesa de denunciar que a su padre lo asesinaron. Lo dice en voz alta en lugares públicos en los que, tras emborracharse, arma escándalos.

Las quejas llegan al Comité Central. Jrushov propone aplicarle el artículo 58 por actividades antisoviéticas y opta por dejar en manos de Beria que advierta a Vasili por última vez. Este, lejos de escucharlo, reacciona de modo insolente. Así que como solución final el Politburó le propone conservar su estatus si acepta dos condiciones: cesar sus acusaciones de que Stalin fue asesinado y cambiarse el apellido y el patronímico. La negativa de Vasili hace que lo envíen a la prisión de Lefórtovo. Es procesado a puertas cerradas y lo condenan a ocho años de cárcel, a la cual ingresa con el nombre de Vasili Pavlovich Vasilievich. De todos modos, allí saben quién es. Los jefes se encargan de que no le toquen un pelo, y para los convictos se convierte en un símbolo al que llaman el Hijo del Jefe.

Después de la denuncia de Jrushov en el XX Congreso en 1956, Vasili se niega a aceptar una petición para que condene los crímenes de su padre. Para entonces está bastante enfermo, y ante el temor de que se piense que los nuevos dirigentes se están vengando de Stalin a través de él, lo liberan. Una vez libre, aquellos amigos que aún le quedan tratan de convencerlo de que el culto a la personalidad realmente existió y le piden que por lo menos deje de expresar sus opiniones públicamente. Un Jrushov que aparenta ser afable recibe a Vasili, quien camina ayudándose con un bastón. Este rehúsa una vez más entrar en razones y no se deja convencer.

Jrushov ordena que lo vigilen día y noche, pero le devuelven el apartamento, el auto, el rango militar y algún dinero. Además, le aseguran que le darán trabajo. Vasili quiere volver con su primera esposa. Le dice que es otra persona, pero ella rehúsa: se ha casado con un buen hombre, que quiere a los niños como si fuesen suyos. No deja de beber, ni tampoco de despotricar contra Jrushov. El Politburó opta entonces por despojarlo de todo y lo envían exiliado a Kazán. Le permiten usar su uniforme y sus medallas y recibe una pensión. Su apellido fue cambiado por el Dzugashvili, que era originalmente el de su padre. Murió el 19 de marzo de 1962, a causa del alcoholismo, dos días antes de cumplir 41 años.

La serie se mantiene bastante fiel al personaje y a los hechos. Como es natural, se han incorporado ingredientes ficcionales para hacerla más atractiva. Hay también pasajes que, aunque reales, no se ajustan del todo a la realidad. En uno de los capítulos, Vasili conoce a un célebre vidente y le pide alguna predicción de su futuro. El hombre no se atreve a decirle que algo trágico va a suceder: el equipo de hockey perecerá en un accidente de aviación. En lugar de confesárselo, decide llamar a la oficina de Stalin, a quien por lo que se sugiere conoce. Este prefiere no comentarle nada al hijo, con lo cual, de acuerdo a la serie, la culpa del trágico suceso recae sobre él.

Repitió con sus hijos lo que vivió en su infancia

He consultado la biografía de Stalin escrita por Edvard Radzinski, quien tuvo acceso a documentos de los archivos secretos, y la versión que se da es otra mucho más verosímil. En 1950, el equipo iba a jugar un partido en Cheliabinsk. Una nevada impidió que el avión aterrizara y el piloto decidió llamar a Vasili para desviarlo a Kazán. Ejerciendo su autoridad como comandante del Distrito Militar de Moscú, este ordenó al piloto continuar el vuelo. El avión se estrelló al tratar de aterrizar y los once miembros del equipo fallecieron. Stalin fue informado de inmediato y dio órdenes de que el accidente no se divulgase. ¡En la Unión Soviética no había accidentes! La población solo supo que los mejores jugadores de hockey habían desaparecido. Nadie, por supuesto, se atrevió a preguntar cómo y dónde.

Otro episodio del cual se da una versión que no fue exactamente así es el de rivalidad entre Vasili y Beria por un jugador. En primer lugar, no fue que se lo disputaran. El hijísimo era un apasionado del futbol y creó un equipo todos estrellas. A comienzos de los 40, con él solo podía rivalizar el Dynamo, que apadrinaba el jefe de la NKVD, la policía secreta. Al inicio, el equipo de la Fuerza Aérea (se le conocía como VVS) decepcionó un poco por la falta de un buen entrenador. Vasili se acordó del famoso Nikolai Starotisin, quien entonces cumplía condena en un campo. Habló con él por teléfono y mandó su avión personal a buscarlo. No tuvo oportunidad de empezar a entrenar al equipo, pues por órdenes de Beria fue enviado de vuelta al campo. De allá mandó a traerlo de nuevo Vasili, quien esta vez se lo llevó a vivir a su casa. El incidente fue escalando y Stalin tuvo que intervenir para que el orden prevaleciese. Hizo que Starotsin regresara al campo a terminar de cumplir su condena.

Hay, asimismo, otros aspectos que en la serie no aparecen. Vasili bebía diariamente y se pasaba semanas sin ir al trabajo. Según cuenta Radzinski, organizaba banquetes que se prolongaban hasta el amanecer. De acuerdo a lo que le confesó su chofer, para él no existían las leyes del tránsito. Cuando estaba borracho, se sentaba a su lado y lo obligaba a conducir a gran velocidad y, en ocasiones, en sentido contrario a los coches. Aparte de los cargos por actividades antisoviéticas, de los que fue rehabilitado en 1999, se le condeno por “apropiación sistemática de propiedades estatales”. Durante su breve idilio con Kapitolina, le construyó un complejo deportivo que aún funciona y que contaba con la primera piscina cubierta de 50 metros que tuvo el país. También usó dinero público para establecer un área de caza de 55 hectáreas, en la que había tres casas.

Respecto a la falta de atención que dedicó a sus dos hijos, en buena medida Vasili no hacía más que repetir con ellos lo que vivió en su infancia y adolescencia. Tras el suicidio de la madre, Stalin dejó de visitarlo a él y a sus hermanos. A partir de los once años, pasó a estar al cuidado de la nana y de un oficial de la seguridad. En esa etapa, presenció el encarcelamiento de varios familiares por vía materna, así como la ejecución de los de varios de los amigos que le demostraron afecto. Radzinski sostiene que su adicción al alcohol era su manera de ahogar el gran miedo que sentía a lo que le ocurriría cuando su padre desapareciese. Razones no le faltaban: su temperamento y su alcoholismo lo habían hecho muy impopular entre los altos mandos. Sabía además mucho sobre ellos, así que era previsible que al morir Stalin quisieran deshacerse de él.

Volviendo a la serie, en la misma se han cuidado tanto los aspectos audiovisuales como la producción y la reconstrucción de la época. El guionista logra que el interés nunca decaiga a lo largo de los doce capítulos. La serie nunca llega a producir fatiga ni mucho menos aburrimiento. Y por su parte, los actores realizan en conjunto una magnífica labor. No obstante, es ineludible destacar de modo individual el brillante trabajo de Gela Mesji en el rol protagónico. En resumen, se trata de una serie muy recomendable.

Vasily Stalin se puede ver con subtítulos en inglés en YouTube. También está disponible en Amazon Prime.