Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Liberace, Cine

El hombre que amaba los armarios

El reciente estreno de la película Behind the Candelabra ha venido a recordar que antes que Elvis Presley, Elton John, David Bowie, Madonna y Lady Gaga, estuvo Liberace

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Me gustaría ser recordado como un espíritu gentil y amable, como alguien que hizo al mundo un poco mejor para vivir, porque yo viví en él.
Liberace

Tras proyectarse con muy buena acogida crítica en el recién concluido Festival de Cannes, el pasado domingo tuvo su estreno oficial en el canal de pago HBO el filme Behind the Candelabra. Lo dirigió Steven Soderberg, quien ha anunciado que constituye su despedida del séptimo arte (tampoco hay que darle mucho crédito: se trata de algo que ha dicho en otras ocasiones). La película, un proyecto que fue rechazado por varios estudios de Hollywood por considerarlo “demasiado gay”, ha venido a rescatar la figura del otrora famosísimo pianista Liberace, quien tras su fallecimiento en 1987 ha caído en un olvido difícilmente explicable.

El tiempo no ha sido justo, no ha tratado bien a Liberace. A diferencia de otros artistas como Elvis Presley, Judy Garland o Marilyn Monroe, quienes también fueron muy populares cuando él lo era en grado sumo, tras su muerte sobre él cayó la oscuridad más absoluta. Quedó relegado a su museo, que el año pasado cerró sus puertas. En las dos décadas y pico que han transcurrido desde que se fue de este mundo, no se le han hecho homenajes. Nadie compra sus discos. Su imagen no aparece reproducida en camisetas. Sus libros se pueden adquirir en internet a precio de saldo. Incluso un ejemplar del programa suvenir de 14 páginas de su Mr. Showmanship en Las Vegas se puede comprar por 7 dólares, más 3 por gastos de envío.

Antes de comenzar a redactar este trabajo, fui a la biblioteca de la universidad donde enseño y saqué Liberace: An American Boy (The University of Chicago Press, 2000), la biografía escrita por Darden Asbury Pyron. De acuerdo a la tarjeta, soy el primero que la pide en préstamo. Como comentó un periodista norteamericano en un artículo, hoy no se le puede encontrar en un mundo que él contribuyó a crear. A eso alude de cierto modo la frase con que HBO promociona Behind the Candelabra: “Antes de Elvis, antes de Elton John, Madonna y Lady Gaga, estuvo Liberace”.

Dado que para muchos lectores su nombre ha de resultar totalmente desconocido, me parece oportuno repasar a grandes rasgos la trayectoria de quien fue uno de los artistas mejor pagados de su época. Había nacido en 1919 en un suburbio de Milwaukee, hijo de madre polaca y padre italiano. Era gemelo, pero su hermano murió al nacer. Originalmente se llamaba Wladziu Valentino Liberace. El segundo nombre fue escogido porque el actor favorito de la madre era Rodolfo Valentino. Años después, él acortó el gloriosamente impronunciable Wladziu. Pasó a llamarse Lee Liberase y, por último, simplemente Liberace.

Ambos padres se interesaban por la música y desde temprana edad lo hicieron tomar lecciones de piano. A los siete años, tocaba mejor que su propia maestra. Aprendió de memoria una larga pieza de Mendelsohn, después de solo dos días de practicarla. Niño prodigio, a los siete años comenzó a estudiar en la Wisconsin School of Music. De acuerdo a sus biógrafos, pudo ingresar gracias a Ignacy Paderewsky, quien entonces era su ídolo. A los veinte, debutó como solista con la Orquesta Sinfónica de Chicago, una de las más famosas de Estados Unidos. Interpretó entonces un concierto de Liszt.

Para ganarse la vida, en los años 20 empezó a hacer giras por el Midwest y a tocar en teatros y clubes nocturnos. En esos sitios, se presentó durante un tiempo bajo el nombre artístico de Walter Busterkeys. Pronto alcanzó cierto éxito al mezclar melodías clásicas con temas modernos de Cole Proter, Jerome Kern y George Gershwin. El punto de inflexión de su carrera ocurrió en 1939, y era una de las anécdotas que a él le encantaba contar durante sus shows en Las Vegas. Al final de una actuación en Wisconsin, interpretó su primer bis. Fue la canción infantil “Three Little Fishies”, y la tocó imitando el estilo de varios compositores clásicos. Aquel brillante truco marcó el inicio de la exitosa carrera que desarrolló a lo largo de varias décadas.

Yo no doy conciertos, sino que hago shows

A partir de ese momento, la música y la técnica interpretativa pasaron a un segundo plano. O mejor dicho, para entonces las dominaba muy bien y no tenía que preocuparse de ellas. Liberace convirtió entonces sus presentaciones en auténticos espectáculos. Él mismo lo reconocía: “Yo no doy conciertos, sino que hago shows”. El director teatral argentino Kado Kostzer, quien tuvo la oportunidad de conocerlo en México, define así lo que para el pianista era su fórmula perfecta: “algunas composiciones clásicas «sin las partes aburridas», como él decía; un toque de música popular almibarada; cierta dosis de autoparodia y toneladas de espectacularidad”. Liberace pronto adquirió una popularidad que le permitió recorrer distintas ciudades y hacerse de un circuito del cual muy pocos entertainers de la época podían presumir. Asimismo en la década de los 40 trabajó por primera vez en el naciente negocio de los casinos de Las Vegas, sitio donde años después realizó muchas de sus presentaciones más exitosas.

En 1951 logró tener en Los Angeles su primer programa en televisión, The Liberace Show. Al año siguiente, el espacio pasó a transmitirse nacionalmente dos veces a la semana. En la etapa de mayor audiencia llegó a ser visto por más de 30 millones de personas, y semanalmente se recibían miles de cartas de sus fans, una legión formada mayoritariamente por mujeres. The Liberace Show fue el único programa capaz de competir en popularidad con I Love Lucy. Asimismo y como a él le gustaba recordar, se convirtió en el primer ídolo del horario de la matinée. Su actividad en la pequeña pantalla incluyó también presentaciones en los programas de Johnny Carson y Ed Sullivan. Años más tarde, apareció en The Muppet Show. Además intervino como actor en dos capítulos de la serie Batman. Allí interpretó al pianista Chandell y a su hermano gemelo, el gánster Harry.

El cine fue siempre uno de sus grandes sueños. Debutó en ese medio en East of Java (1950), donde tenía un pequeño papel. Dada la popularidad que había alcanzado, Warner Brothers le ofreció después un contrato para protagonizar dos películas. La primera fue Sincerely Yours (1955), en la cual hacía, faltaría más, de un célebre pianista, que tenía mucho dinero, mucha ropa y un pent-house con vistas a Central Park. Pero aquel intento de presentarlo como galán romántico fracasó. Para el público, debe haber resultado increíble verlo en la pantalla como pareja nada menos que de Dorothy Malone. El filme además es francamente malo. En el libro The 100 Most Enjoyable Bad Movies Ever Made, John Wilson lo incluye en el número 30. La pobre recaudación en taquilla de Sincerely Yours hizo que Warner Brothers desistiera de rodar el segundo título. A Liberace solo le vio más tarde en breves cameos en When the Boys Meet the Girls y The Loved One, ambos filmes de 1965.

Pero el hecho de que fracasara en el cine no significó en modo alguno que su público le hubiera dado la espalda. Contaba entonces con un club de fans con un cuarto de millón de miembros. El mismo año en que se estrenó Sincerely Yours ganaba 50 mil dólares a la semana en sus presentaciones en centros nocturnos de Las Vegas. Sus ingresos allí llegaron a promediar 5 millones al año, durante las primeras 25 temporadas. Daba además conciertos a teatro lleno, en sitios como Carnegie Hall y Madison Square Garden (en este último, recaudó 138 mil dólares cuando se presentó en 1954). Liberace tenía además una gran habilidad para desenvolverse en el mundo de los negocios. Eso lo llevó a extender su actividad a otras áreas igualmente lucrativas: restaurantes, tiendas de antigüedades, una línea de ropa para hombres y libros de cocina italiana y polaca, que correspondían a sus dos ascendencias. Más tarde abrió un museo dedicado a él, que contaba con dos edificios.

Recibido en Cuba con bandas militares, himnos y banderas

Ya desde los años 40, Liberace fantaseaba con la idea de triunfar en el extranjero. En 1956, se lanzó a materializar ese sueño, y como expresa Darden Asbury Pyron en su libro, su primera gira internacional cumplió cada detalle de su fantasía. El país escogido fue Cuba, y sus presentaciones fueron planeadas por Gaspar Pumarejo. Las actividades de la gira comenzaron realmente en Miami. El 20 de agosto, los periodistas fueron invitados a una recepción en el Hotel Eden Roc, el más nuevo y lujoso de Miami Beach. Como detalle pintoresco y característico de Liberace, su biógrafo apunta que durante la elaborada cena, “the incredulous journalists noted that the showman had coordinated his own dress with the table dressing”.

Dos días después, Liberace arribó al Aeropuerto José Martí, donde recibió la más extraordinaria bienvenida. Sorry por los que no saben inglés: “Indeed, the regime treated him like a visiting head of state. All incoming and ongoing traffic ceased. To the distress of some Cuban nationalists, military bands performed both the Cuban and the American natural anthems when he appeared. Liberace himself recalled entering the terminal beneath the crossed sabers of Cuban military officers, and the army´s salutes with riffles and cannons. It was, as one somewhat jaded Cuban journalist observed, «an apotheosis reception at the airport -as has never been done in Cuba for any American general, senator, or cabinet member»”.

A lo largo del trayecto de Rancho Boyeros a La Habana, había numerosas personas que saludaban al artista. Este se hospedó en el Hotel Nacional. Y durante los días que duró su visita, sus devotos admiradores no permitieron que él ni ninguno de los integrantes de su equipo pagasen nada en ningún lugar: ni en restaurantes, ni en tiendas, ni siquiera en las mesas de juego. Al menos, eso es lo que contaba Liberace. Asimismo fue invitado de honor en Tropicana, donde bailó con Ana Gloria, la estrella del cabaret. Asistió también a una carrera de perros, sus animales favoritos, y la novena carrera fue bautizada con su nombre.

Pumarejo programó tres conciertos suyos, que tuvieron lugar en el Teatro Blanquita, con capacidad para 3,500 espectadores. De acuerdo a la información que hallé en el Diario de la Marina, en el concierto Liberace estuvo acompañado al violín por su hermano George, así como por una orquesta de 25 profesionales dirigida por Gordon Robinson. El programa se extendió de las 8 a las 10:30 de la noche. El último show fue transmitido por el Canal 2, en un espacio estelar de Con Competidora Gaditana, que animaba Pumarejo. El pianista aprendió algunas frases en español, que memorizó fonéticamente. Los americanos residentes en la Isla se mofaron de su “muchas grassias”, Pero como recuerda Liberace en su autobiografía, el público cubano premió su esfuerzo con más aplausos.

Acerca del recibimiento que se le tributó, Gastón Baquero se refirió a ello en un artículo titulado “Liberace, la bandera y el himno” (Diario de la Marina, agosto 25 1956). A manera de diálogo entre él y el compatriota indignado de turno, expresa su opinión sobre el hecho y sobre la calidad del artista. Al comentar este último aspecto, Baquero escribió: “Lo de Liberace no es para tanto como para llamarlo horror. Hay que acreditar que, con mayor o menor respeto, ha llevado los clásicos a las grandes masas americanas. Que a veces su Chopin suene un poco a bugui, no quita. Por el bugui irá a Chopin la gente que no tiene otro camino para llegar a él. No es un genio ni un gran artista, sino más bien una atracción parecida, como pianista, a aquella que como luchador era Gorgeous George, el luchador perfumado y platinado”. En cuanto al recibimiento con himno y bandera, Baquero expresó: “No olvide que combatir un acto cursi con demasiado énfasis, es también una señal de cursilería, cursi es Liberace con su teatralidad, y cursi fue el recibimiento. Estaban tal para cual. No se debió tocar el himno, desde luego, pero el pobre himno nacional ha sufrido tantas agresiones, que no va a ser la mayor de ellas esta de presentarse ante un hábil comerciante del teclado, que se dedica a tomar el pelo a las señoras sentimentales y a los públicos semisalvajes”.

Un entertainer, un showman

Se impone aquí que dedique algunas líneas a describir lo que se podría denominar el estilo Liberace. Acudo de nuevo al artículo que Kado Kostzer publicó hace unos días en el diario argentino Página 12. Allí expresa: “¡Maravilloso! ¡Bizarro! ¡Camp! ¡Estrambótico! ¡Genial! ¡Mamarracho! ¡Excesivo! ¡Kitsch! ¡Opulento! ¡Decadente! ¡Sorprendente! ¡Fabuloso!... Se podrían acumular los cien adjetivos más contradictorios del diccionario para definir a Liberace y todos, absolutamente todos, resultarían adecuados”. Y luego comenta: “El primer signo de espectacularidad apareció en sus presentaciones inspirado por esa joya del absurdo que se llamó Canción para el recuerdo (1945), donde el atlético Cornel Wilde interpretaba al tísico Chopin. Invariablemente sobre el barroco piano había un candelabro. Liberace se apresuró a incorporar uno al suyo y se transformó en su sello personal, al punto de concluir su firma autógrafa con el dibujo de un pianito con candelabro encendido”.

Liberase aparecía en escena ataviado con un llamativo vestuario que, con el paso de los años, se hizo más elaborado, ostentoso, extravagante y, en ocasiones, un poco hortera. En 1959 llegó a salir con un traje cubierto de luces que se encendían. Sus espectáculos tenían así mucho de carnavalesco desfile de moda. Durante sus presentaciones, decía a los espectadores: “Esperen un momento, voy a cambiarme por algo más espectacular”. En ese sentido, no tenía miedo de causar risa. “Mi vestuario puede parecer gracioso, pero tengan por seguro que me ayuda a hacer dinero”, decía. O bien estiraba las manos hacia las extasiadas admiradoras al borde del escenario para que le contemplasen las joyas: “¡Gracias, gracias, ustedes me las compraron!”, expresaba jubiloso. Mientras su público disfrutara, él también disfrutaba. Usaba además numerosos anillos en los dedos, así como ornatos y largas y pesadas capas. De estas, la más costosa era una negra con diamantes de imitación, valorada en 750 mil dólares. En resumen, no era propiamente un pianista. Era un entertainer, un showman. Sabía lo que la gente esperaba de él y hacía todo lo posible por complacerla.

No menos espectaculares eran sus apariciones en el escenario. Parecía competir consigo mismo para hacer que cada una fuera más sorprendente que las anteriores. Podía llegar sobre un elefante. O montado en un Rolls Royce blanco, que era conducido por un chofer vestido con traje y gorra de almirante. O exhibiendo un tapado blanco hecho con pieles de zorros, que cualquier famosa le envidiaría. O envuelto en una capa imperial con pedrería y cuello de armiño, que pesaba 30 kilogramos. O con unos hotpants decorados con lentejuelas, cuyos colores recreaban los de la bandera americana. O volando sostenido por un arnés, como un Conde Drácula en tecnicolor.

Su relación con el público constituía un espectáculo aparte. El cariño de sus fans era la versión americana del delirio. Pocos artistas han logrado tal grado de adhesión. La frase “las tenía a sus pies”, en él se cumplía de manera literal. “Tú eres el hombre que todas las madres desearían fuera su hijo”, le escribió una mujer. En 1973, otra declaró al New York Times: “Recientemente hice un viaje a New Jersey para ver a Liberace, y los dos autobuses iban llenos de mujeres”. Y en abril de 1965, el Chicago Tribune dio la noticia de una señora que fue declarada culpable de robar 14 dólares. Durante el juicio, confesó que lo hizo porque quería estar bonita cuando fuera a esperar a su ídolo, ante la puerta de salida del escenario. Resulta muy difícil comprender la enorme popularidad que tenía entre las mujeres quien, a todas luces, era lo opuesto a un hombre varonil. El escritor Michael Thompson lo ha llamado una conspiración de ceguera.

En cierto momento, Liberace decidió permitir a sus fans que conocieran parte de su vida privada, y convirtió su casa de Hollywood en un museo. Después esa colección de vestuario, autos y otros tesoros fue trasladada a Las Vegas. Llegó a acumular cosas como un taxi londinense, 18 pianos de distintas épocas y estilos, vajillas donde comieron reyes y emperadores, un Rolls Royce rosado incrustado de espejos, el escritorio sobre el cual el zar Nicolás II firmó la alianza franco-rusa. En su época de gloria, el museo rivalizó como principal atracción turística de Las Vegas con el Hoover Dam, el tour por la ciudad. Llegó a recibir 450 mil visitantes al año.

Liberace poseía además 11 casas en Malibu, Sherman Oaks, Hollywood Hills, Beverly Hills, Lake Arrowhead, Las Vegas, Lake Tahoe y Trumps Towers, en Nueva York. No eran casas sencillas, sino verdaderas mansiones. Por ejemplo, la de Las Vegas consistía en tres bungalós con 20 dormitorios y un Pabellón de los Espejos Eternos. Sin embargo, su preferida era la de Palm Springs, que fue parte integral de su vida profesional y privada. Por eso hizo de ella una fortaleza de mármol. Palm Springs era entonces tolerante con los pecadillos de las celebridades de Hollywood. Los vecinos no se dedicaban a hacer comentarios y circular chismes sobre las entradas y salidas en su casa, ni sobre sus apariciones en los restaurantes acompañado de jóvenes rubios. Todo eso hizo que Liberace pasara allí buena parte del tiempo.

Actitud absurda e incongruente

En The Wonderful Private World of Liberace (1986), hay un capítulo titulado “I Lost my Virginity at Sixteen”. Fiel a lo que anunciaba el título del libro, Liberace da una versión “maravillosa” de su primera experiencia sexual, que según cuenta fue con una mujer. Existe también otro libro que no he podido consultar, The First Time: Famous People Tell About Their First Sexual Experience (1975). De todos modos, no hace falta leerlo para saber que allí el pianista se presenta como heterosexual, una imagen absolutamente falsa que hasta el final de su vida él se empeñó en lograr que todos creyeran.

Su homosexualidad era un aspecto que nunca permitió que saliese a la luz. Hasta su muerte, se mantuvo firme en cuanto a cuidar la imagen pública de su vida privada. O mejor dicho, de su vida sexual, pues a la otra supo sacarle mucho partido, esto es, mucho dinero. Contó con amistades femeninas que siempre estaban dispuestas a echarle una mano, para salvar su imagen ante la prensa. Incluso en una ocasión recibió el apoyo de John Wayne, cuya heterosexualidad quedaba fuera de la más mínima duda. El actor envió una carta a una matrona de Texas, en la cual le comentaba que el vestuario y el amaneramiento de Liberace tenían como objetivo la publicidad, algo habitual y hasta aceptado en el mundo del espectáculo.

Sin embargo, eso no pudo impedir que desde los años 50 circularan rumores sobre la homosexualidad y promiscuidad de Liberace. En esa década, demandó a dos revistas por publicar artículos donde se aludía al tema, y en ambos casos ganó. Uno fue contra el tabloide londinense Daily Mirror. Bajo el seudónimo de Cassandra, el malicioso William Connors se atrevió a decir que el rey iba desnudo: “Liberace es el compendio del sexo. El pináculo de lo masculino, lo femenino y lo neutro. Todo lo que él, ella y eso pueden desear”. El texto salió dos días antes de la llegada a Londres del pianista. “Su artículo me afectó profundamente. Cuando iba al banco a depositar mis ganancias, lloré durante todo el camino”, le escribió a Connors en un telegrama. Varios años después, recordó humorísticamente aquellas palabras: “¿Se acuerdan del banco al que yo iba a depositar llorando? Ahora es mío. ¡Lo compré!”.

Aconsejado por su abogado, demandó al Daily Mirror. Al hacerlo, trató de resolver el problema de la exposición de su vida privada de una vez y para siempre. El juicio marcó un momento crítico en su carrera. Se celebró en junio de 1959. La sala estaba llena de fans, entre ellas la propia esposa del juez. El jurado lo integraban diez hombres y dos mujeres. Como dato curioso, a estos se les pidió que no viesen el show sabatino del pianista para que no se prejuiciaran. Al final, el jurado falló a favor de Liberace. El Daily Mirror tuvo que indemnizarlo con 22 mil dólares y la defensa reclamó el pago de sus costos. Como comenta Asbury Pyron, dos generaciones anteriores Oscar Wilde perdió un juicio similar. Al igual que Liberace, mintió de modo flagrante al negar bajo juramento su homosexualidad. Pero a diferencia de él, el artista norteamericano ganó. Públicamente, era heterosexual. Su nombre quedaba limpio y pudo continuar en privado con su vida homosexual.

El otro proceso fue anterior. Lo entabló contra el infame pasquín Hollywood Confidential, que también se había dedicado a echar mantos de sospecha sobre la sexualidad, entre otros, de Rock Hudson, Anthony Perkins, James Dean y Tab Hunter. En la cubierta del número de julio de 1957, apareció un titular: “Exclusive! Why Liberace´s Theme Song Should Be Mad about the Boys”. El pianista probó que no se encontraba en Texas la fecha en que se produjo el supuesto incidente de acoso sexual a un joven agente de prensa. Otras estrellas como Dorothy Dandridge y Errol Flynn habían puesto demandas contra Hollywood Confidential, de modo que su director llegó a un acuerdo con Liberace y le pagó 40 mil dólares.

Resulta incoherente que quien dedicó toda su carrera a hacer evidente lo contrario, se rasgaba las vestiduras y proclamaba a grito pelado que era heterosexual. A fuerza de fastuosidades y brillos, de maquillarse y teñirse el pelo de diferentes colores, desmentía la imagen que se empeñaba en presentar. En 1973 llegó a la esquizofrenia de declarar en una conferencia de prensa que estaba en contra de la homosexualidad, pues ofendía las convenciones y los valores de la sociedad. Esa actitud tan absurda e incongruente dio lugar a que se hable del Síndrome Liberace.

En descargo suyo, conviene decir que cimentó su fama en los homofóbicos años 40 y 50. Para cualquier artista norteamericano, exponer entonces su homosexualidad equivalía a arruinar su carrera. El director Georges Cukor, uno de los tantos que se vio obligado a vivir en el armario, comentó sobre ello: “En ese tiempo, tú tenías que ser muy viril, pues si no te catalogaban de degenerado”. Liberace además era profundamente religioso, y aunque eso no fue obstáculo para que viviese a plenitud su opción sexual, fue algo que condicionó su modo de asumirla. Al declararse heterosexual, permitía que sus fans continuaran idealizándole. Los libraba así del conflicto apoyar a un artista cuya vida privada se apartaba de los valores normativos de aquella sociedad.

Millones de fans, pero pocos amigos verdaderos

Un año después del fallecimiento de Liberace, apareció publicado el libro Behind the Candelabra. Lo escribió Scott Thorson, junto con el periodista Allex Thorleifson. Allí cuenta la relación que mantuvo con el pianista, a quien conoció cuando tenía dieciocho años. Liberace le prometió adoptarlo legalmente, lo colmó de costosos regalos y hasta se dio a la tarea de convertirlo en un clon suyo, a base de operaciones de cirugía plástica. De acuerdo a Thorson, mantuvieron una relación de padre e hijo, aunque además tenían sexo. Rompieron al cabo de algunos años, a causa de las crónicas infidelidades de Liberace y de la adicción a las drogas del joven. En esa historia se centra la película de Soderberg, que refleja cómo aquel amor entre dos hombres solitarios terminó destruido por la fama, el dinero, los celos y la homofobia.

En su libro, Thorson relata cómo fueron los días finales de Liberace. A fines de 1986, fue entrevistado en el programa de Oprah Winfrey. El maquillaje no pudo ocultar su mal estado de salud. Se le veía tan mal como Rock Hudson en sus últimas apariciones. Pronto la prensa empezó a especular que tenía sida, algo que su representante se apresuró a negar vehementemente. Liberace aún alcanzó a ofrecer 56 shows en el Radio City Music Hall, en Nueva York. Esas presentaciones fueron a teatro lleno y recaudó 2,5 millones de dólares.

En enero de 1987, el diario Las Vegas Sun publicó un editorial que era, en parte, un llamado a “one of entertainment´s brightest stars to face reality with courage and determination, to lick the disease if there is a way. He had all the money in the world and he should be experimenting, not only for his own life but for the sake of others”. Era fácil leer entre líneas para dares cuenta de que se refería al pianista. Días después, ese mismo periódico publicó un titular: “Liberace, víctima del mortal sida”. A partir de entonces, su casa en Palm Springs se transformó en un verdadero circo. Había quedado atrás la época en que para las celebridades era más fácil controlar su vida privada. Entonces los fans y los medios tenían un respeto por la privacidad de sus ídolos, que hoy se ha perdido.

Alrededor de la casa se instaló una legión de periodistas, fotógrafos y paparazzi. Había carros, generadores eléctricos y helicópteros que volaban durante el día. La posibilidad de que el pianista pudiera morir dignamente se desvaneció. Ningún detalle de sus horas postreras era suficientemente privado como que no se divulgara. Pese a que la mansión estaba protegida por altos muros, los guardias atraparon a un reportero cuando intentaba traspasarlos.

Poco después de su deceso, su médico anunció que había muerto a causa de un paro cardíaco. Al día siguiente, el estado de California intervino para rechazar formalmente ese certificado. De acuerdo a sus leyes, en caso de que se sospeche que una persona falleció debido a una enfermedad contagiosa, se le tiene que hacer una autopsia. El cuerpo de Liberace ya había sido embalsamado y fue necesario tomar una muestra de tejido. Tras hacer el análisis, se informó en una conferencia televisada a todo el país que el pianista había muerto por una neumonía relacionada con el sida.

Thorson cuenta que al servicio funerario celebrado en Palm Springs, dos días después, asistieron varios miles de periodistas y curiosos irreverentes, pero solo unos pocos genuinos dolientes. Entre ellos, únicamente había dos celebridades: los actores Kirk Douglas y Charlene Tilton, ambos vecinos del pianista. El día del entierro, en la capilla apenas se contaban veinte personas, como si sentir dolor por el deceso de Liberace fuese algo de lo que avergonzarse. Y escribe Thorson: “Todos habían estado en la nómina de Liberace. Él se refería a ellos como «su gente», como si pagarles un salario los convirtiera en algo de su propiedad. Así era él. Tenía millones de devotos fans, cientos de conocidos, empleados fanáticamente leales, pero pocos amigos verdaderos”.

Así fue como se despidió aquel hombre risueño, cuya ambición era ser recordado como un espíritu gentil y amable, que contribuyó a que el mundo fuera un sitio mejor para vivir. Que hizo suyo y aplicó en su vida algo que dijo Mae West: “Too much of good things is wonderful”. Que amaba los perros (al morir, tenía 27) y también los armarios, tanto en su sentido real como figurado.