Actualizado: 18/04/2024 23:36
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El jardín y el abandono

'Edad de miedo al frío', el más reciente poemario de William Navarrete, es en sí mismo un libro-isla, un libro-tierra rodeado de agua.

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Edad de miedo al frío canta a casi todo; incluso lo celebra, sin llegar a ser meloso en el lenguaje ni babosear algunos de los tópicos de la sensiblería contemporánea. Hay amor, hay cuerpo, hay mujer, hay naturaleza y muchísimo mar. Y hay infancia. Una infancia que no se elogia ni se ataca, que no se interpreta ni se considera delatora de nada. Hay sólo una grafía, un registro, una múltiple aprehensión poética que nos atrevemos a fragmentar analíticamente.

En el poema que da título al libro, "Edad de miedo al frío", el poeta conversa con la infancia y le dice, en su propia frialdad, lo que ella misma es: "1-sonrisa inútil de ultramar/ 2-espuma alegre/ 3-disfraz de arena/ 4-alga mojada que enreda... en pura dicha/ 5-edad de miedo al frío/ 6-canción que se enmudece/ 7-milagro repentino en el vacío/ 8-feria lejana/ 9-halago en vano/ 10-caricia devolviéndome la calma".

Este poema tiene un lema de Gastón Baquero referente al olvido ("El niño olvidado en el parque por su padre") que introduce también al siguiente gran poema del libro. Lo hace porque el olvido del niño es a la vez el abandono del padre. Me refiero al poema "Boabdil abandonado en el jardín del amor", dedicado a la ciudad de Granada, "doblemente coronada". Es decir, en sus dos historias, en sus dos geografías, en sus dos arquitecturas. El poema describe la sierra y encuentra los signos del misterio. Estira la mano de Irwing y abre las puertas para que el agua, que es poder, corra hasta los más lejanos lugares; quizás hasta Castilla. ¿Es la isla cubana el lugar más distante o más cercano a la Granada?

El poeta no se entiende y llena de preguntas su texto. Le indaga a la ciudad por el mal, por los dioses que la atormentan; le pregunta por él mismo: si ha equivocado el castigo, si ha sido ingrato o ha disgregado sus rezos. El poeta se abandona en el jardín, que es un "locus" esencial de la imaginación poética de Occidente: el jardín de Epicuro, de Calixto y Melibea, o el jardín de Dulce María Loynaz, otra de las voces con quien intenta charlar, con un saldo más emocional que retórico.

Texto perseguido y perseguidor

William Navarrete acepta inscribirse en el linaje de Reinaldo Arenas, con quien intenta una relación astral. Solos los tres, el poeta, la luna y el sol, buscan tras la muerte una reducción de distancias. Dice en el poema "Eclipse de sol": "astro pendenciero interpuesto entre él y yo". El poeta, "Yo", es decir la tierra, el camino.

Edad de miedo al frío es en sí mismo un libro isla, un libro tierra rodeado de agua: "Me he mirado en el espejo/ de tus aguas al paso de las barcas/ y te he visto en la onda/ que se quiebra antes de acariciarte".

Es una ruta de viaje que ensarta ciudades, urbes habitadas y urbes vacías, sitios de amor y dolor: "Debes morir ahora/ espectro disfrazado,/ silencio sordo,/ polvo estelar,/ fruta seca,/ extinguido aroma,/ perla/ Habana".

Ciudades que se pierden hasta reaparecer como encarnaciones de la ciudad vestal: "Esta ciudad, islas habitadas/ de un mundo extraño,/ oprimido silencio/ es mi casa".

Cuando se recupere la edad de los poetas, cuando el poema vaya más acá del juicio del jurado, de la "doxa" del periodista o de la pizarra de disecciones del profesor; es decir, cuando los poetas vuelvan a llenar plazas, teatros y el dorso de las fotos donde se eternizan los enamorados, Edad de miedo al frío recuperará su ciudad, atrevámonos a decir que su patria. Otra patria, además del camino. Tendrá este libro del poeta William Navarrete toda la dignidad de una obra de amor; eso, aunque sea un texto perseguido y perseguidor del abandono: "Fruto sin nombre, para qué/ nombrarte si en ti reposa/ la alegría del hombre dormido,/ sonríe el fláccido abandono,/ vibran las furias del embate,/ destello último de tu aguda daga".


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