Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Literatura, Teatro, Teatro cubano

El perfil de la cubanidad sin orillas

Una antología de diez autores cubanos contemporáneos da noticia de una dramaturgia vigorosa, imaginativa y diversa en sus recursos para resolver y plasmar las verdades y desasosiegos de sus creadores

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Paso de Gato es una colección que se publica en México y que está especializada en artes escénicas. Cuenta con una serie titulada Dramaturgia, con la cual, de acuerdo a los editores, se han propuesto “alcanzar, a los ojos de los lectores hispanohablantes, compilaciones de obras significativas de la escritura de diversos países, así como obras con ejes temáticos o formatos específicos (…) Cada tanto se publican antologías que recogen bajo el rubro de ‘contemporáneo’ lo más representativo de un país al momento de la edición, misma que pierde vigencia al paso de los años, por lo que consideramos importante actualizar la presencia de esas dramaturgias”.

Asimismo, sostienen que “poner al día la divulgación de la producción dramática (o textualidades para la escena) de distintos países es crucial en ese necesario intercambio de miradas del mundo, como también dar a conocer las técnicas y procedimientos de escritura. No es un secreto que la gente de teatro hispanohablante pone más atención en la producción artística europea que en la que de cotidiano ocurre en las naciones con las que comparte código lingüístico. De ahí la razón de ser del presente volumen dedicado a la dramaturgia cubana, en este esfuerzo editorial de Paso de Gato”.

El libro al cual se alude al final de esas líneas es Dramaturgia cubana contemporánea. Antología (Paso de Gato, México D.F., 2015, 450 páginas) y fue compilado por el crítico e investigador Ernesto Fundora (La Habana, 1983). Para conformarlo, este seleccionó obras escritas y estrenadas después del año 2000. La mayoría de los autores además nacieron después de 1960. Los más “veteranos” empezaron a publicar y a acceder a los escenarios ampliamente en los años 90; los más jóvenes lo hicieron durante la primera década del presente siglo. Otra premisa a la que Fundora se atuvo fue la de que los textos debían verificar, de alguna manera, una ruptura con la tradición (o con la asimilación de esta), o bien un punto de inflexión, bien por su estructura, por su modo de reflejar determinado tema o por significar un reto al modelo realista.

A partir de esos y otros aspectos, Fundora escogió una decena de autores, cada uno de los cuales pasó a estar representado con una obra. Integran la nómina Amado del Pino (El zapato sucio), Nilo Cruz (Ana en el trópico), Nara Manzur (Ignacio & María), Norge Espinosa (Ícaros), Ulises Rodríguez Febles (Huevos), Abel González Melo (Chamaco), Reinaldo Montero (Liz), Salvador Lemis (La cebra), Raúl Alfonso (El pie de Nijinski) y Yerandy Fleites Pérez (Ifigenia). Lo primero a destacar es el atinado criterio aplicado por el compilador en la selección. Él mismo advierte que pudieron haberse incluido otros creadores con sus respectivas obras (conviene decir, no obstante, que el número de diez fue fijado por los editores de la colección). Para mencionar un nombre concreto, este cronista apunta el de Rogelio Orizondo. Pero de igual modo, hay que reconocer que ni uno solo de los que aparecen en el volumen puede ser cuestionado, pues su inclusión se justifica plenamente.

La selección, en primer lugar, cumple muy bien el propósito del compilador de presentar el rostro críptico y multiforme de la dramaturgia cubana de los últimos quince años. En este caso, el gentilicio se aplica en su sentido más amplio, sin los criterios dogmáticos y divisionistas que las instituciones oficiales de la Isla durante varias décadas le dieron. Fundora entiende como cubano “un espacio de ninguna orilla, que trasciende las fronteras geográficas y recompone la ‘cubanidad’ a partir de la sumatoria de la experiencia y las producciones culturales de la isla y la diáspora”. Eso justifica la presencia de autores como Lemis, Alfonso y Cruz, quienes han desarrollado su trabajo total o principalmente en el exterior.

También contribuye a esa imagen multiforme el hecho de que la antología no esté hipotecada a un criterio generacional o temático (de ambos casos hay ejemplos más o menos recientes). Responde, es cierto, a la premisa antes mencionada de que las obras rompan con los límites y convencionalismos de la tradición establecida. Algo, por lo demás, acertado, pues el evitar riesgos y sacralizar hábitos ha esclerotizado la práctica escénica. En especial, ha sido muy perniciosa la relativa identidad entre los signos teatrales y sus referentes reales, al reducir el fenómeno dramático a una práctica artística figurativa que se rige por el principio de la verosimilitud. Las diez obras recopiladas en el libro objeto de estas líneas ponen de manifiesto que lo que hasta hace unos años no pasaban de ser sobresaltos aislados, hoy constituyen una tendencia con continuidad.

No tiene sentido que dedique espacio a comentar cada una de las obras. Eso lo ha hecho en el extenso prólogo Fundora, con el rigor y la seriedad que caracterizan su faena investigativa y crítica. Me limitaré a señalar que la lectura del libro pone en evidencia determinadas relaciones de algunos de esos entre sí e incluso con otros de décadas anteriores. Por ejemplo, en Ifigenia e Ícaros, sus respectivos autores recobran el “bacilo griego”, del cual surgieron títulos como Electra Garrigó, Medea en el espejo y Los siete contra Tebas. O, para citar algo apuntado por el compilador, está también la reapropiación desenfadada de figuras de la historia y la cultura universales en Ana en el trópico, Liz y El pie de Nijinski. Eso permite repensar y actualizar el funcionamiento de los arquetipos y sus repercusiones, de manera que el lector o el espectador puedan encontrar proyecciones de sus propias inquietudes y certezas.

Continua vinculación con la práctica escénica

En esas obras, la teatralidad es subvertida a partir del trabajo textual mismo. En ese sentido, se puede afirmar que teatralidad y textualidad se implican mutuamente. Conviene agregar también que no estamos ante piezas escritas por autores dramáticos químicamente puros. Todos poseen, en mayor o menor grado, una continuada vinculación con la práctica escénica. Se me dirá que eso no necesariamente supone que quienes así escriban sean los que lo hagan mejor, lo cual es cierto. Pero es innegable que eso les proporciona un mayor dominio de los diversos códigos que rigen el hecho teatral, y del cual el texto es solo uno.

Pero hasta aquí he estado comentando en abstracto sobre las obras recogidas en el libro y no he incluido ni una sola muestra de ninguna de ellas. Creo que se impone, pues, reproducir algunos ejemplos que ilustren cómo estos dramaturgos registran, como anota Fundora, “esa Cuba que se padece cada día, y que caprichosamente se aleja para desfigurarse o se acerca en secreto para dejarse definir ya para siempre”. He aquí unos pocos fragmentos que considero representativos de la dramaturgia que hoy escriben los creadores cubanos.

MUCHACHO: Me voy, papá.

VIEJO: ¿Y a dónde, si se puede saber?

MUCHACHO: No se puede saber, no lo sé yo. A los tres tragos suelen aparecer amigos que son de mentira, pero que acompañan como nadie. Mañana no importa si no nos conocemos ni nos saludamos, pero hoy es cuando necesito un hombro donde echar una lagrimita.

VIEJO: ¿Y después?

MUCHACHO: El futuro a esa hora no existe. Detrás de la risa de ahora mismo hay un muro, una calle cerrada.

VIEJO: Eso de andar amenazando con matarse no es cosa de hombres, si no de mujercitas con picazón por la falta de macho. (El zapato sucio)

***

ÍCARO DE LA LÁMPARA: ¿Dices que cumples deseos, que soy el dueño de tu lámpara?

GENIO: Tú la frotas, y yo aparezco. Pero, habla rápido, o me caigo de sueño.

ÍCARO DE LA LÁMPARA: ¡Cumple mis deseos! ¡Destruye el laberinto! ¡Quiero no envejecer, quiero ver cómo mueren mis hermanos y enterrarlos a todos en un desierto que tú llenarás de pirámides y serpientes!

GENIO: ¡Bravo, me gusta escuchar a un hombre que deja escapar toda su rabia! ¿Qué raza será esta, Dios, que nunca puede saciar sus ambiciones?

ÍCARO DE LA LÁMPARA: ¡Eres el genio y no un filósofo, limítate a cumplir mis deseos! Creta está llena de filósofos. ¡Quiero que borres a los filósofos! ¡Quiero fuego: Creta necesita una limpieza! (Ícaros)

***

PAPÁ: Quiero que mi familia se sienta orgullosa cuando me vea por televisión.

MOMIA: ¿Tienen televisor en colores?

PAPÁ: Sí, me lo gané. También una lavadora. Rusa. A mi mujer le encanta. Así no se echa a perder las manos.

MOMIA: ¿No vienen al desfile?

PAPÁ: No, ¡qué va! Pertenecen a la generación de los haraganes. El primero de mayo no se hizo para ellos.

MOMIA: Pues le diré un secreto: en vida no me gustaban las aglomeraciones, los molotes, todo eso.

PAPÁ: ¡Qué me cuenta!

MOMIA: Era bastante apático.

PAPÁ: Ssshhh, no diga eso aquí.

MOMIA: No me importa. Ya qué van a poder hacerme.

PAPÁ: Eso sí es verdad. (La cebra)

***

ORESTES: Dicen que la encontraron en el mar flotando una mañana.

PÍLADES: ¿En el mar? ¿En qué mar? Este pueblo no tiene mar.

ORESTES: Es un decir.

PÍLADES: “La virgen flotaba en un decir…”.

ORESTES: Y mi hermana abrazada a la virgen, flotaba.

PÍLADES: “Abrazada a la virgen” en un mar de decir…

ORESTES: Las hallaron juntas. La virgen recién pintada, Ifigenia recién sacrificada.

PÍLADES: ¿En un decir…?

ORESTES: En Áulide.

PÍLADES: Perdona…

ORESTES: No te preocupes, fue un decir.

***

ENELIO: ¿Olvidar? Aquí nadie va a olvidar, abuela. Jamás he olvidado. No va a haber olvido. Yo no puedo olvidar que de pronto se fue toda mi familia y tenía que olvidarlos, que odiarlos; que de pronto todos debían firmar papeles, gritar, cerrar puertas, callar. No puedo olvidar que me quedé solo, sin poder jugar con mis primos, creciendo sin ellos. Yo estaba el día que le quitaron la pañoleta a Pedro, Margarita. Yo también era un niño, pero yo sí que no grité, no tiré huevos, no cerré puertas ni firmé papeles. Ni los firmaré nunca. Voy a hacer siempre lo que siento, lo que creo. Yo, yo… Y mi familia va a serlo siempre en las buenas y en las malas. Y les voy a escribir y los voy a abrazar y nadie me va a separar de ella pase lo que pase, aunque me miren mal, aunque no me hayan dado carné, aunque me hayan mirado con mala cara cuando en todas las planillas haya puesto que tengo familia en el extranjero, que me relaciono con ellos. Yo, yo… Volver a estar juntos es el momento más lindo de mi vida. ¡Una cerveza, dos…! ¡Un millón de cajas de cervezas por este regreso! Este es mi momento de mayor felicidad y el día que vuelva a ver a mi tío Oscar. Ese es mi tío. Mi único tío. ¡Qué importa donde esté! Yo no sé ustedes, tú Margarita, tú Oscarito, pero yo soy inocente. Yo, yo soy inocente. Ya nada puede volverse atrás… ¡Nada! (Huevos)

Como siempre ocurre con antologías como esta, al concluir la lectura cada uno hará su selección personal y privilegiará unas obras sobre otras. Pero gustos personales aparte, la lectura del volumen compilado por Fundora tiene, entre otros méritos, el de proporcionar una imagen de conjunto bastante amplia y representativa de la literatura para la escena que en la actualidad escriben los autores cubanos. En ese aspecto, esos diez textos dan noticia de una dramaturgia vigorosa, imaginativa y diversa en sus recursos para resolver y plasmar las verdades y desasosiegos de sus creadores.