Actualizado: 27/03/2024 22:30
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CON OJOS DE LECTOR

El reverso del mito de Ulises

Acaba de publicarse en Italia, en edición bilingüe, 'Viajes de Penélope', uno de los libros emblemáticos de la obra poética de Juana Rosa Pita.

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Veintisiete años después de que viera la luz, Viajes de Penélope vuelve a ser actualidad. El poemario, uno de los mejores y más celebrados de la veintena que ha publicado Juana Rosa Pita (La Habana, 1939), acaba de aparecer en Italia en una edición bilingüe, bajo el sello de Camponotto Editore. La traducción se debe al también poeta Alessio Brandolini y lleva un prólogo de la hispanista Martha L. Canfield.

A aquellos que estén familiarizados con el mito griego del cual Penélope forma parte, el título del libro les parecerá, de entrada, paradójico. En realidad, quien viaja y protagoniza numerosas aventuras en tierras y mares lejanos es Ulises. Penélope, en cambio, permanece durante todos esos años (veinte, de acuerdo a los poemas homéricos) en Ítaca, aguardando la vuelta de su esposo. Por parte de Juana Rosa Pita hay, es evidente, un propósito de darle una formulación y una lectura nueva a ese personaje. Pero antes de referirme a ese aspecto, quiero detenerme en la imagen de Penélope que se da en La Odisea, y con la cual Pita tiene más puntos comunes de los que pudiera pensarse.

En el texto de Homero, Penélope, lejos de ser desvalorizada, aparece como el equivalente femenino de Ulises, y su carácter rebasa con mucho el de la mujer que idea el ardid de tejer y destejer la tela para engañar a sus pretendientes. Ante todo, es gracias a la lealtad, la angustia y la tenacidad que guían su conducta como ella logra mantener intacto el ambiente familiar y el palacio, al cual el esposo ausente habrá de regresar un día u otro. Penélope encarna la nueva virtud femenina, aquella que corresponde a la Grecia caballeresca, una sociedad ideal en la cual la mujer ocupaba un puesto destacado e influyente, y donde incluso gozaba de autoridad en la esfera pública. Una mujer cuyas cualidades no se fundaban únicamente en los atributos físicos y la gracia, sino también en su inteligencia, su energía, su capacidad de hacerse respetar.

En la Penélope que muestra Homero, y a la cual los poetas posteriores apenas le añadieron algún otro rasgo, la belleza va unida a la valerosa y tenaz lealtad conyugal, incluso cuando todo parece indicar que no existen ya esperanzas de que Ulises pueda regresar. Semejante obstinación resultaba chocante para las convicciones de ese momento —prueba de ello es la insistencia con que los pretendientes tratan de obligarla a escoger como esposo a alguno de ellos—, pero ella demuestra que su resistencia era posible, bien porque en esa sociedad caballeresca la mujer tiene derecho a ser respetada, bien por la energía con que ésta sabe ahora defenderse. En aquel palacio sin hombres (Ulises falta desde hace mucho tiempo; Alertes, su padre, ha renunciado a su noble condición y lleva en el campo una existencia oscura y pobre; y Telémaco es aún un muchacho inexperto), Penélope se ve obligada a llevar por sí sola el peso de la casa y a conservar la unidad del núcleo familiar.

A partir de esa figura que ha llegado hasta nosotros a través de Homero, Juana Rosa Pita ha escrito los cincuenta y cinco textos recogidos en Viajes de Penélope, y que vienen a conformar, en realidad, un largo poema. Penélope es ahora quien pasa a realizar algunos de los hechos y hazañas que hicieron famoso a su esposo Ulises: "Domesticas el mar / (cachorro de tormenta) / y cuánto cíclope / no habrás ya desojado / sin divorciar las plantas de la playa / que circunda los siglos". En esos versos se alude, entre otros episodios, al que ocurrió en la cueva del cíclope Polifemo, pero se apunta algo muy significativo: Penélope lo protagonizó sin desplazarse de Ítaca, sin ni siquiera haber salido de su palacio. La suya es, se dice en otro poema, una "aventurera inmóvil". A esto el sujeto poético agrega, al dirigirse a ella: "Agota los prodigios del gran viaje / y quédate a los viajes relevantes". Y Los viajes relevantes es precisamente el título del segundo bloque del libro, el que viene a constituir su cuerpo principal.

"Divina entre los dioses de tu era / porque estando a tus pies / los hombres todos / padeces soledad de un solo hombre". En esos versos se alude a la proverbial fidelidad de Penélope, para justificar por qué es merecedora de esta reivindicación poética. A lo cual se añade este otro argumento: "Entre todas las mujeres / la divina / porque has domesticado al tiempo / y lo tienes cantando / enjaulado en la noche". Este último aspecto lo resaltó Reinaldo Arenas en el prólogo que redactó para la primera edición del poemario, y que se reproduce en italiano en la de Camponotto. En esas páginas el autor de El mundo alucinante señala que con eso se muestra que la verdadera odisea es la espera de Penélope: "Es posible que Ulises haya sido juguete de los dioses, pero Penélope es juguete del dios más terrible, el tiempo. A ese tiempo, Penélope, detenida en la espera, lo enfrenta con un arma no por antigua menos eficaz y única: el amor, razón de todo el libro".

Ante todo, un hermoso canto de amor

Acierta Arenas al resaltar esto último. Viajes de Penélope debe leerse, ante todo, como un hermoso canto de amor. Para Penélope, nada es comparable a la felicidad suprema que para ella significaría el regreso de Ulises: "Daría lo que digo / y todo lo besado / por un gris de tu voz amaneciéndome // Cambio este absurdo oro / y la isla con todo lo tejido / por tu sueño en mi almohada". Si además puede aguardarlo durante tantos años es no tanto porque tiene la certeza de que algún día ha de volver, sino porque jamás ha aceptado rendirse a la evidencia de que él no está en Ítaca: "Te espero porque estás: / nunca te has ido a los asuntos vanos / (las paredes te conocen la voz / en las estancias más calladas) / y todas las pisadas se someten / al ritmo de tus pasos / y hasta la soledad toma tu rostro / al borde de mi almohada". Eso permite al sujeto poético emplear con pleno sentido este oxímoron: "Ulises no está y ya ha llegado".

Pero aunque es, como afirma Arenas, razón de todo el libro, el amor no es el único tema. Hay otros que se transparentan a través de esos textos: la soledad, la condición de la mujer, la libertad, la espera. Sin embargo, quiero detenerme concretamente en otros dos. Uno es el propio acto de escribir poesía, tratado por Juana Rosa Pita en otras ocasiones (en 1987 dedicó todo un libro a reflexionar sobre ello, a partir de la imagen de la poesía como una plaza sitiada "por las turbas del odio a la belleza"). En uno de los primeros textos de Viajes de Penélope, el sujeto poético se dirige a ésta y la llama "tejedora máxima". Alude asimismo a un "hilo a prueba de nortes / y de ausencias", que, sin embargo, Penélope no utiliza para elaborar la tela que teje y desteje cada noche, sino para urdirle a Ulises "en su anuente memoria / el milagro callado de una isla" (en la página anterior, se dijo que la tela fue "forjada sueño a sueño").

A lo largo del libro hallamos también términos y expresiones que remiten a la literatura: sílabas, palabras, versos, destejer la historia. Todo eso se hace mucho más evidente en el texto 45, donde es Penélope quien expresa: "Me encamino a la estancia del poema". En la penúltima pieza eso se confirma, cuando el propio lector queda incorporado al discurso: "Del uno al infinito / me bastaría Ulises / (dondequiera que le dé empleo a sus hombros) / para enlazar cada hilo del poema: / cualquiera de los que han de morir / me bastaría para no desatarlo / o tú mismo / que en un rincón del tiempo estás leyéndome".

El otro punto acerca del cual quiero llamar la atención es la apropiación del mito de Penélope que hace Juana Rosa Pita. El poemario se abre de manera significativa con una cita de José Lezama Lima: "Nuestra isla comienza su historia dentro de la poesía", y se cierra con otro exergo, éste perteneciente a la propia autora: "Este que fuera cuento es vida en mí / y de una cierta isla hará la historia". Esto último, en donde se insiste en la condición insular del espacio geográfico donde se sitúa el poema, nos remite, inevitablemente, a otra isla, aquella donde nació Juana Rosa Pita. Referencias a ello hay en el poema 5, cuyos versos cité antes, y vuelve a aparecer en el siguiente texto: "Qué palabra sabrá de la nostalgia / del mar: / nuestra isla le duele como un sueño / enquistado en la sombra". Y, en fin, a lo largo del libro son varias las ocasiones en las cuales se alude a ese aspecto.

Se sugiere, por otro lado, que la ausencia de Ulises es ya muy prolongada, y casi al final del poemario se la define como un exilio: "Podrá extraviarse Ulises / todo lo lejos / de la que urde los viajes / tejiéndole la historia a contrasueño // pero Ítaca le guarda / acento viejo y piel / sobre las playas jóvenes / que lo vieron crecer hacia el destierro". Ese eficaz recurso poético de asignarle coordenadas temporales y geográficas a la Ítaca de Homero nos habla, como ha señalado Jesús J. Barquet, de la capacidad que tiene Juana Rosa Pita de "transformar estéticamente su circunstancia histórica personal —inclúyase aquí la de toda su comunidad— y expresarla, gracias al mito, a través de un código universal fácilmente identificable".

Los poemas y versos que he ido citando a lo largo de estas notas dan una idea del buen nivel literario que alcanza Juana Rosa Pita en su libro. La suya es una escritura intimista, serena, atenta al cuidado formal, y que pese a su intenso lirismo, consigue incorporar una suave nota de sensualidad. Si se suma a ello su brevedad, quienes se adentren en sus páginas convendrán con quien firma estas líneas en que Viajes de Penélope constituye una de esas obras que, además de aguzar la inteligencia, se lee con verdadero placer.