Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Poema, Literatura

Empezar con paso de gigante

Reiniel Pérez Varona ha obtenido el Premio Loewe con un poemario que ahonda en el amor carnal y en la vida sexual de las palabras. Un libro en el cual se advierte una atrevida voluntad de innovación tan bien planteada como resuelta

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La más reciente edición del Premio Loewe ha tenido un carácter especial. En sus treinta y cinco ediciones, por primera vez lo ha ganado un autor de veintitrés años, el más joven de todos los galardonados hasta la fecha. Más sorprendente aún lo es el hecho de que se trata del primer libro que publica. Ese logro es el que ha conquistado Reiniel Pérez Ventura (Santa Clara, 1999) con Las sílabas y el cuerpo (Visor Libros, Madrid, 2023, 43 páginas). Con su obra se impuso a los 1,966 originales que llegaron de 38 países.

El Jurado que concedió el premio estuvo presidido por Víctor García de la Concha y lo integraron Gioconda Belli, Antonio Colinas, Aurora Egido, Margo Glantz, Juan Antonio González Iglesias, Carme Riera, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena y Orlando Mondragón, ganador de la anterior convocatoria. Al fundamentar su decisión, expresó que Las sílabas y el cuerpo es un libro unitario y rítmico, un poema en partes, con gran soltura expresiva y voluntad de innovación. Un libro de amor carnal, casi obsesivo, que ahonda en la vida sexual de las palabras y goza de la presencia de lo amoroso del cuerpo, como tema emotivo y eterno.

Por su parte, el reconocido poeta y crítico Jaime Siles expresó que “Las sílabas y el cuerpo es un libro sorprendente por la unidad de sus diez largos movimientos, mantenidos en tono, un tipo de verso y una temperatura de lenguaje admirables. Se trata de un gran libro de amor brillantemente escrito y expresado con un sistema próximo al versículo de Saint-John Perse, más que al de Vicente Aleixandre, y en el que se advierte una atrevida voluntad de innovación muy bien planteada y resuelta”.

En una entrevista que le hicieron cuando vino a España a recoger el premio, Pérez Ventura declaró: “Un poeta no es más que un adulto que sigue siendo un niño. No solamente en el sentido de la inocencia, sino de esa relación de magia que tiene con la realidad. Un poeta es ese niño que nunca muere. Se mantiene siempre vigilante, siempre cuestionando el mundo. Encontrando esa sustancia que permanece oculta para los que no saben ver. La poesía es exaltación”. Y basándose en esa idea, considera que la juventud no supone un impedimento para consolidarse en el quehacer poético: “Cualquier edad es la idónea para escribir poesía siempre y cuando se mantenga ese niño vigía, despierto”.

Pero lo cierto es que muy pocos poetas han iniciado su itinerario creador con una obra de unos valores estéticos que desmienten la inexperiencia del principiante. De inmediato pensamos en Arthur Rimbaud y Una temporada en el infierno, pero si nos estrujamos la memoria no nos viene a la mente algún ejemplo más. Las silabas y el cuerpo es un libro hecho y derecho, que revela a un verdadero poeta, poseedor de una poderosa y elaborada escritura y una voz identificable por su personalidad.

Asunto tan antiguo como eterno

Las sílabas y el cuerpo es, como señaló el jurado, un libro unitario. Está compuesto por diez partes, que van encabezadas por números romanos. Su título sintetiza los dos motivos que constituyen su médula: la escritura y el erotismo. Al reseñarlo, Túa Blesa destacó el vínculo existente entre la idea del goce sexual y el erotismo del hecho poético. Una correspondencia que, como subraya, es decisiva: no se trata de que cuerpo y poesía intercambien o compartan sus esencias, sino que integran una única identidad. La figura femenina y el lenguaje establecen, pues, una comunión y al final se funden en un mismo sujeto.

Así, a lo largo del libro, ese tú a quien se dirige el poeta corresponde tanto a la amada como a la escritura. Eso se pone de manifiesto en los versos con los que se inicia el tercer bloque: “Mujer, texto, eternamente acostada./ Todas las palabras afuera languidecen/ pero en ti saltan despacio al borde,/ en ti el tiempo se oculta jugando./ Fluyes comenzando otro cuerpo con solo verte./ Cuerpo del poema soy;/ nunca comulgamos un solo espacio”.

Y al bloque V pertenece este fragmento: “Pero qué son mis poemas/ sino musgo sobre el tiempo,/ sobre la blanquísima pared de tu cuerpo;/ qué soy sino semilla arrodillada con un poema/ y unos ojos que no te abandonan (…) Déjame mirarte antes de callar para siempre/ y que este poema crezca sin brazos y sin ojos/ y lo quemen las horas”.

El otro núcleo temático del libro es, lo apunté antes, el erotismo. El autor incorpora un asunto tan antiguo como eterno y le da un tratamiento personal e innovador. En los diez bloques hallamos abundantes referencias que aluden al tema: la cama, los senos, las piernas, los labios, la espalda, la lengua. Asimismo, el poeta pone de manifiesto su disfrute del amor carnal y hace que ese sentimiento guíe su mano. Su discurso asume además un tono de enaltecimiento y de celebración de la amada:

“Ven a desnudarme, mujer,

sé la marea que descubre

todos los ahogados que llevo en la ropa.

Hagamos una isla en el mediodía de nuestros cuerpos.

Hablemos despacio para que las olas sean nuestras lenguas.

Yo me ato a las mareas, yo sigo una dirección hacia ti

y llegando soy apenas tu sombra

y tu vegetación destrozada.

(…) Ven, mujer acércate,

ven con tu orilla y mis manos como olas sobre tu orilla;

ven, mujer, te espero,

orilla en vilo bajo el agua de tu cuerpo;

ven, lentamente ven.

Todo permanece desnudo en mi corazón

para que tú lo vistas con tu nombre”.

Para el poeta, la figura femenina posee además otros significados. Es un medio a través del cual contempla el universo. Lo ayuda a descubrirlo (“Tú me abres el hogar de los hallazgos”) y a conocerse a sí mismo (“Me invitas a descubrirme”). En varios versos se hace evidente que de su cuerpo nace el lenguaje, la poesía. Y la amada es también su razón de vivir (“Si no estás tendré que inventarte./ Si no estás tendré que sacarte/ de cada mujer que he visto, / de cada vientre que conozco”). Asimismo, a ella el poeta le confiere atributos de la naturaleza vegetal y animal: “Eres un pájaro invisible en la espalda (…) Ahora eres el árbol y el pájaro,/ la rama y la sombra,/ el viento y el fruto cuando te detenían mis ojos”.

La poesía debe tener siempre elevación

Las sílabas y el cuerpo es un libro descriptivo y a la vez reflexivo. En él, Pérez Ventura habla del amor y el deseo carnal, pero indisolublemente ligado a ello realiza una reflexión metapoética de la cual se deduce la concepción que tiene de la escritura (todo creador genera en algún momento su poética). Uno de sus rasgos esenciales lo definió él en unas declaraciones que hizo cuando estuvo en España:

“Creo que la poesía debe tener siempre elevación. No considero poesía lo que dos personas puedan hablar en una esquina. Ese intercambio directo forma parte de su vida cotidiana, pero la poesía debe llevar al hombre hacia la exaltación, hacia lo otro, hacia el misterio, hacia lo bello. Debe haber una cierta dignidad a la hora de escribir. No pienso que un poema que alguien haya escrito en dos segundos, un 'poema-hamburguesa', pueda ser algo estimulante”.

Lejos de constituir meras palabras, es una norma que Pérez Ventura aplica en el libro. Ha asumido la búsqueda de los valores estéticos como su ética. Las diez partes que lo conforman fueron sometidas a un laborioso proceso de depuración y elaboración. Como resultado de ello, ha quedado excluida toda palabra de uso corriente y que no tenga cabida en una escritura cuyas premisas básicas son la sugerencia y la vinculación a su doble experiencia vital y artística. A la desnudez de los cuerpos de los amantes también corresponde una similar eliminación de los lugares comunes, los artificios retóricos, los estereotipos. En esa renuncia a todo los superfluo, hay que agregar que el autor también ha excluido lo meramente anecdótico.

Los fragmentos que he reproducido demuestran el tratamiento que le da al lenguaje, así como su preocupación por la secuencia de las imágenes poéticas y la desenvoltura expresiva. En esa cadencia torrencial que impresionó al jurado, Pérez Ventura adopta un tono que sabe sostener. En el breve texto de la contraportada, Sergio García Zamora lo califica de “laudatorio, de alabanza perenne, de oda transida por lo filosófico, aunque es la sola inocencia del cantor frente a la amada lo que nos deja ver la belleza y la verdad”. Es también un tono vigoroso, impregnado de vida y profundamente vital. A esos valores, Las sílabas y el cuerpo además suma el mérito de desmarcarse de las corrientes temáticas y estéticas dominantes en la actual poesía cubana.

Estamos, en suma, ante el descubrimiento de un creador que se ha impuesto por su madurez, su talento y su sensibilidad. Con su estreno como poeta, Reiniel Pérez Ventura ha conseguido algo poco frecuente: pasar de ser un autor inédito a haber escrito un libro como Las sílabas y el cuerpo. Es lo que se dice empezar la andadura literaria con un paso de gigante.