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Furibundo discurso de la cubanidad

Miguel Correa Mujica recrea en un libro la vida en Cuba desde 1959 hasta 1980, por boca de los vecinos de un batey perdido.

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Cuenta Reinaldo Arenas que escribió el artículo "Elogio de las Furias" en la revista Mariel porque "las Furias eran las únicas diosas que debían inspirarnos siempre" ( Antes que anochezca). Y las furias, sin lugar a dudas, inspiraron a Miguel Correa Mujica en su última novela, Furia del discurso humano, publicada por PurePlay Press.

Para deleite, y a veces espanto, o espanto deleitado, del lector, las furias de Correa Mujica cuentan a gritos sobre la vida en Cuba desde 1959 hasta 1980. Son veintiún desamparados años que se narran por boca de los vecinos de un pueblo de campo, de un batey perdido entre los montes de la Isla.

En esa narración son parte muy importante los monólogos, a grito pelado los más, de Yeya y de su marido Gregorio. Y las historias que escribe el hijo de estos, Regino, nacido, simbólicamente, "en el mismo instante en que los rebeldes entraban en La Habana con la revolución ganada". No es coincidencia, por cierto. Regino se convertirá en el cronista clandestino de la revolución que ha nacido junto con él.

Furia del discurso humano exhibe la heteroglosia definida por Mikhail M. Bakhtin en su ensayo Discurso en la novela. Cada uno de los personajes vocifera, en concierto desgarrador y humano, su propio discurso. Los discursos abarcan desde la necesidad de comprar un tamal tras una cola interminable hasta la negativa a abrir una botella de Materva que se ha conservado por diez años. Y hay una predeclaración universal de los derechos humanos, que incluye, entre otros, "el derecho que todo hombre tiene a no tener que inventar delitos y crímenes que no ha cometido como único y desesperado recurso para abandonar su propia patria". Referencia esta última al Éxodo del Mariel, magistralmente descrito en las páginas finales de la novela.

La novela mayor

Entre las voces de esta furibunda polifonía se mezclan las de los vecinos de Regino —el joven escritor—, voces que lo definen como "un formadito monstruo" y como "psicópata". Y los dolientes alaridos de su madre, que después de llamarlo a boca llena "comemierda", jura que su hijo es "lo más hermoso que se arrastra sobre esta tierra". Es que así son las furias —guasonas y tremendas, capaces de bailar un guaguancó frente a una tumba abierta o de gritar su verdad a los cuatro vientos, sin temor a la vida… cuando hace falta—.

Sí, de Regino hablan los demás personajes. Tratan de definirlo, lo describen, lo vilipendian, chismean cubanamente sobre su orientación sexual, que es la comidilla del pueblo. Pues desde la primera página, justo el día en que Regino nace, se leen —más bien se escuchan, por la sandunga con que se han escrito— los comentarios aviesos de los murmuradores. Más tarde, es de notarse la prisa que se dan en hacer saltar el chisme de una boca a la otra: "Díselo a Julia y a Mariana. Corre y díselo. Y a Eduvije". Parece que no puede hacerse otra cosa que comadrear, en un batey al que nunca han llegado la electricidad ni los helados.

De la voz propia de Regino sobresalen sus historias, metatextos incorporados a la trama que forman su novela La venganza. Como señala el autor, "el libro de Regino son como las lozas donde transcurre la novela mayor". Y todas estas lozas forman un enorme cuadro a colores, al que cada personaje contribuye con su propio pigmento.

De Regino son también sus cartas ansiosas, desesperadas —a la tía que vive en Miami, a los oyentes de emisoras extranjeras—. Inocentes cartas que, interceptadas por el "gran hermano" omnisciente y omnipresente en Cuba, le costarán al escritor en ciernes su primer interrogatorio oficial. De la voz de Regino es también la escena final en que éste, recién llegado a Miami, pone el manuscrito de La venganza en manos de un "señor solo, gordo y barbudo (…) que dice llamarse Miguel Correa Mujica".

Y este señor, real e incisivo como sus adverbios, a este Miguel Correa Mujica, autor de otra joyita ( Al norte del Infierno), es quien ha dado voz a las furias que todos los cubanos llevamos, sin saber o sabiéndolo, en el fondo de un discurso que no siempre nos atrevemos a gritar.