(H)ojeando revistas (I)
Entre 1970 y 1972, la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana editó la única publicación especializada en cine que toleró el icaicentrismo
En su libro Otras maneras de pensar el cine cubano, cuya salida en su momento reseñé en este mismo diario, el crítico e investigador Juan Antonio García Borrero utiliza un término acuñado por él: el icaicentrismo. Como allí explica, con el mismo quería “remitir la queja a un método historiográfico que en su afán de legitimar ese gran proyecto fílmico, dejó a un lado todo lo que no se pareciera al postulado estético refrendado desde el centro. Aún hoy, nuestros estudios siguen priorizando la revisión y legitimidad de las obras según el canon refrendado por el ICAIC”.
Ese pensamiento hegemónico impuesto desde el ICAIC dio lugar a encumbramientos y exclusiones. No creo que valga la pena dedicar espacio a ello, pues es historia ya sabida. Para garantizar que se cumpliese ese postulado estético, la institución se autoconcedió la exclusividad de editar la única revista especializada que circula en la Isla desde hace más de medio siglo: Cine Cubano, cuyo primer número es de 1960. Para ello, se fueron eliminando las publicaciones que hasta entonces existían: Anuario Cinematográfico y Radial Cubano (1940-1960) y GuíaCinematográfica (1956-1960), editada por el Centro Católico de Orientación Cinematográfica, Cinema (1935-1965), que devino órgano de la Unión Nacional de Empresarios de Cuba. El hecho de no tener competencia no le impidió a Cine Cubano atravesar por etapas en las que salió irregularmente. Incluso hubo dos momentos en que dejó de editarse: de 1974 a 1977 y de 1994 a 1997.
Quiero hablar a continuación de la que, en propiedad, es la única publicación especializada que ha visto la luz en Cuba, aparte de Cine Cubano. Especifico lo de en propiedad, porque Cine Guía (1978-1990), que editaba la Empresa Provincial Exhibidora de Películas de Ciudad de La Habana, tenía un carácter informativo y una circulación limitada. La revista a la cual me refiero es Arte 7, publicada entre 1970 y 1972 por la Sección de Cine de la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana.
Los primeros cinco números corresponden a la etapa en que Arte 7 era un boletín. Tenían un formato artesanal y estaban impresos rudimentariamente, tres en ditto y dos en mimeógrafo. Sus editores no tenían un local propio y se reunían en el Departamento de Cine de Extensión Universitaria, en el piso 15 del Edificio Julio Antonio Mella, L entre 23 y 21, en El Vedado. En el primer número (septiembre 1970), aparecían como redactores Orlando Rojas Feliz, Mario Naito López, José Doce Fleites, Héctor Arazoza Rodríguez, Pepe Rodríguez León, Carlos Sánchez Fernández, Agustín Gutiérrez Tomes, José Rojas Bez, Eugenio Espinosa Martínez, Eliana Cordero Sánchez y Alberto Mora Becerra. Los redactores eran casi todos estudiantes de diversas facultades: Humanidades, Biología, Química, Arquitectura, Ciencias Médicas, Ciencias Físicas, Matemática. Entonces no existía la hoy tan común separación entre humanistas y científicos.
Ese consejo editorial fue cambiando en las siguientes entregas, y cuando el boletín pasó a ser una revista, la nómina la integraban Rojas Feliz, Naito López, Doce Fleites, Arazosa Rodríguez, Rodríguez León, Gutiérrez Tomes, Espinosa Martínez, Mora Becerra, Rojas Bez, Cordero Cárdenas, Carlos Sánchez Fernández, Alejandro Armengol Ríos, Manuel Mariño Betancourt, Luis Díaz Mijares, Bernardo Callejas Ros, Teresita Huerta, María del Carmen Pino González y José Viñas. Conviene aclarar que no siempre esa nómina se ajustaba a la realidad. En el último número, por ejemplo, no aparecen los nombres de Manuel Mariño, Doce Fleitas y Rojas Bez, aunque de este último aparecen dos trabajos.
A partir del número 6, Mora Becerra pasó a figurar como director. Era hijo de Menelao Mora, tenía grado de comandante y había sido ministro de Comercio Exterior al inicio de la revolución. Entonces dirigía la Sección de Cine de Extensión Universitaria, cargo desde el cual trató de promover esa manifestación. Cuando ocupaba un puesto de dirigente, ayudó a varios escritores. En Mea Cuba, Guillermo Cabrera Infante cuenta que “el amargo Alberto, el amistoso Alberto, el amistoso y leal Alberto”, cuando se produjo el caso Padilla estuvo entre los pocos defensores del poeta, “para su mal. Finalmente, en desgracia total, fue enviado como condena a trabajar en una granja «de voluntario». No soportó ese ultraje y se dio un tiro en la boca con su pistola de reglamento militar. Solo hubo un breve obituario en el Granma, diario oficial, que no dijo siquiera que se había suicidado. Hasta ese último privilegio político le fue negado”.
Asimismo, a partir del número 6, los editores fueron distribuidos en dos grupos: el consejo de redacción y los redactores. La composición de ambos fue cambiando, y en el último número (16-17), el consejo lo integraban Espinosa Martínez, Callejas Ros, Armengol, Naito López y Rojas Bez. Asimismo, desde el 7 Mora Becerra dejó de ser director, aunque su nombre siguió apareciendo. A partir de la sexta entrega, cuando la revista adquirió un formato más artístico y profesional, Luis García Fresquet (Chamaco) pasó a ser el director artístico.
Inicialmente, Arte 7 se imprimió en la imprenta del Banco Nacional de Cuba, gracias a las relaciones de Mora Becerra. Luego pasó a la Imprenta André Voisin de la Universidad de La Habana, lo cual trajo largos atrasos en la salida de los números porque la imprenta tenía como prioridad los materiales educativos. En esa etapa, la tirada ascendió a 5 mil ejemplares, que se distribuían en la universidad y también se enviaban gratuitamente a otros sitios del país. Precisamente, este cronista fue uno de los beneficiados de esto último. Entonces yo era un semi guajirito, vivía en Guisa, un poblado al pie de la Sierra Maestra, y allá me llegaba por correo la revista.
Planes mayores y mejores
Pero Arte 7 es parte de una historia que había comenzado un año antes. He podido reconstruirla gracias a la información que me ha proporcionado José Rojas Bez, a quien expreso aquí mi agradecimiento. La revista vino a ser el rostro más visible y difundido, la manifestación pública de un grupo de jóvenes estudiantes universitarios que eran amantes del cine. En 1969 empezaron a expresar ese amor de manera activa, a través de cine-clubs, ayuda a otros cineclubistas en sus labores informativas y generales, redacción de sueltos sobre películas, organización de mesas redondas y otras actividades relacionadas con el arte cinematográfico.
Aquel grupo se nucleó alrededor de Mora Becerra, un hombre carismático, inteligente, capaz, laborioso y también amante del cine. Acerca de cómo se constituyó el Cine-Club Universitario Dziga Vertov, Rojas Bez cuenta: “Un día de 1969, no recuerdo si en abril o mayo, al enterarme de que el Departamento de Extensión Universitaria tenía un nuevo director de la Sección de Cine, llamado Alberto Mora, acudí a verlo con la intención de pedirle ayuda para una proyección de Persona de Ingmar Bergman. Un grupo de estudiantes de Letras supimos que los de Psicología habían debatido en su escuela esa película que tanto nos interesaba, pero que no circulaba ampliamente. Acompañado por mis condiscípulos y amigos Raúl Hernández Novás y Ramón Cabrera Salort, unos días después fui a una sesión del grupo de Psicología cuando nos enteramos de que iban a debatir Buenos días, tristeza, de Otto Preminger. Allí estaba Alejandro Armengol, quien realizaba los debates, y nos propusimos conversar con él al final. Sin embargo, nos quedamos con las ganas, porque tuvimos que irnos para un examen de Literatura Española.
“Para no esperar más días, me aparecí ante Mora, quien dicho sea de paso se hallaba en un sillón leyendo El miedo a la libertad, de Erich Fromm, libro que se comprometió a prestarme tan pronto como lo terminase, si yo le prestaba El otoño de la Edad Media, de Huizinga, que traía en mis manos. Inicié la conversación y le pedí ayuda para conseguir Persona, pero él no accedió. Sus planes eran mayores y mejores. Me dijo amablemente y bromeando que no fuese egoísta, individualista y despreocupado por la difusión de la cultura, etcétera, etcétera. ¿Por qué no crear un cine-club para toda la universidad y no solo proyecciones en “tu” grupo o escuela y otras separadas en las de “otros”? Retándolo, le repliqué: ¿Por qué no? Sería magnífico. Estoy dispuesto a secundarte. En fin, me fui defraudado, creyendo que todo iba a quedar en nada y que nosotros los de Letras no íbamos a poder ver Persona. No sabía que no muy tarde la veríamos otro “nosotros” mucho más numeroso, constituido por gentes de todas las escuelas.
“Varios días después, recibí una invitación para reunirme con Mora en Extensión Universitaria. Allí estaban Armengol, Mario Naito, Manuel Mariño, Ileana Cárdenas y dos o tres más del futuro grupo de (la futura) Arte 7. Así quedó constituido el Cine-Club Universitario, que comenzaría a funcionar ya en la semana siguiente en el Anfiteatro Varona. Recuerdo que empezamos con un ciclo sobre el cine moderno, encabezado por El ciudadano Kane. No inmediatamente el Cine-Club adoptaría el nombre de Dziga Vertov, aunque no recuerdo cómo ni por qué. A esas proyecciones se añadieron pronto las sesiones de los martes en la Cinemateca de Cuba, gracias a los buenos oficios de Mora sumados al amor y los buenos oficios de Héctor García Mesa, entonces director de la Cinemateca.
“Llegaron entonces los precedentes de la revista, bajo la forma de sueltos o volantes para cada función, lo mismo en el Varona que en la Cinemateca. En el grupo nos distribuimos la redacción de hojas sobre el filme exhibido y debatido en cada función. Creo que no siempre eso se cumplió. Quizás alguna vez uno de los integrantes del grupo no llegó a hacerlo por alguna razón (falta de tiempo, carencia de la documentación necesaria, etc.). Quizás no fue posible imprimirlo o bien faltó algo. Pero la mayoría de las veces se cumplió. También se prepararon algunos folletos sobre los ciclos. Por ejemplo, el mencionado sobre el cine moderno, aún mimeografiado y en hojas comunes, y luego el del racismo en el cine, que ya se tiró en la imprenta de la Universidad de La Habana, como folleto, con mejor papel, tipografía y diseño. Entonces… entonces surgió la idea de hacer la revista. Dicho sea de paso, en sus primeros tiempos, del número 1 al 4, la mecanografiábamos casi en su totalidad Sara Calvo y yo”.
En el machón de Arte 7 aparecían solo los redactores. Nunca figuraron los nombres de otras personas que también contribuían a su realización. Una de ellas fue Sara Calvo, quien era secretaria de la Sección de Cine de Extensión Universitaria. Su aporte no se redujo a mecanografiar los trabajos, sino que además cumplió una función intelectual y creativa. De hecho y de acuerdo al testimonio de un miembro del grupo, a ella se debe el nombre con que fue bautizada la revista. Inicialmente, fue rechazado. Casi todos los que la hacían tenían pretensiones intelectuales y les pareció un nombre un tanto manido y comercial. Pero al final, acabó imponiéndose.
Asimismo, Rojas Bez considera que “hay que recordar a Walfrido Piñera, experimentado crítico y trabajador del archivo fílmico de la Universidad, especialista «soterrado» por la oficialidad debido a sus antiguos lazos con la crítica católica y otras razones similares. Nos ayudaba mucho con informaciones y en otros menesteres, aunque fuera de la luz pública, hasta que llegaran momentos mejores. Recuérdese que estos años correspondían a la época dura, de «radicalización de la conciencia revolucionaria», «la universidad para los revolucionarios» y otras actitudes y consignas. Y no olvidemos a Ana María, encargada del archivo y la documentación fílmica de Extensión Universitaria y, por tanto, de la revista y el grupo”.
Críticas, entrevistas, textos teóricos y estrellas
Sí figuraba en el machón Luis García Fresquet (Chamaco), quien a partir del número 5 pasó a ser el director artístico. A él debe mucho el diseño, tanto en el plano artístico como en el que pudiéramos llamar comercial, aunque ya dije que la revista se distribuía gratuitamente. Contactado por mí a través del correo electrónico, me confesó que no posee la colección de la revista y que recuerda muy poco de aquella labor. Me comentó que “todo el grupo iba a la imprenta a alzar las páginas. Mora presillaba y yo cortaba porque la presilladora y la cortadora eran peligrosas y había que tener experiencia para trabajar con ellas. Mora y yo teníamos miedo de que un estudiante perdiera los dedos en la guillotina”. Agrega que “lo único que recuerdo con mucha claridad es que, en mi función como director artístico, siempre fui respetado. Nunca nadie me cuestionó el diseño ni ninguna de las portadas que diseñé. Incluso, nunca nadie hizo sugerencias de cómo se debía diseñar una página o un logotipo. Y tampoco nadie cuestionó los carteles de cine que hice. En eso Mora sí estaba muy claro: en respetar la creación de los escritores y artistas”.
A continuación, voy a hacer un breve repaso al contenido de Arte 7. Para ello, me concentraré en los números 5 al 17 (enero de 1971 a enero de 1972), que corresponden a la etapa en que dejó de ser un boletín y adoptó el formato de revista. En cada entrega se incluían críticas de las películas estrenadas en La Habana. Entre otras, fueron comentadas El primer maestro, El señor de las moscas, Pedrito el loco, El prestamista, La veda del zorro, Faraón, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Los seres queridos, Días de vino y rosas, Lord Jim, Las vacaciones de Mr. Hulot, Señoras y señores, La alianza, Fortunata y Jacinta, El samurái, El baile del conde de Orgel, Paisaje después de la batalla. Por lo general, eran textos escritos por los redactores, aunque ocasionalmente se reprodujeron otros tomados de publicaciones extranjeras como Hablemos de cine y Marcha.
Otra línea editorial fue la traducción de trabajos teóricos de reconocidos especialistas. Cabe mencionar los de Guido Aristarco (“Los iniciados: Manifiesto de las siete artes”), Edgar Morin (“Los ídolos rotos”), Antonio Banfi (“Cine y sociedad”), Béla Bálaz (“Chaplin”) y Christian Zimmer (“Todos los films son políticos”), que apareció en dos partes. Asimismo, es de mencionar el acercamiento que se hizo a otras manifestaciones artísticas con la publicación de un “Conversatorio con diseñadores gráficos”, en el cual participaron Raúl Oliva, Raúl Martínez, René Azcuy, Ñico y Umberto Peña, y de “Cine y arquitectura”, de Eliana Cárdenas.
En lo que se refiere a la cinematografía cubana, la revista se ocupó de manera especial de tres figuras: el fotógrafo Jorge Haydú y los realizadores Oscar Valdés y Manuel Octavio Gómez, todos los cuales fueron entrevistados. En el caso de los dos directores, además aparecieron críticas sobre sus respectivos filmes Muerte y vida en el Morrillo y Los días del agua. De este último también se incluyó el guion, que apareció en los números 7 y 8. El cine latinoamericano estuvo presente a través de entrevistas al chileno Miguel Littin y el brasileño Gustavo Dahl, a propósito de la proyección en las salas de la Isla de El chacal de Nahueltoro y El bravo guerrero. Asimismo, Armengol publicó un trabajo titulado “Algunas reflexiones en torno al cine en Latinoamérica”.
Sin ánimo de agotar todos los temas que fueron tratados en la revista, menciono que aparecieron trabajos sobre Gerard Philipe, Charles Chaplin, Miklós Jancsó, el neorrealismo, la serie negra, el Grupo Newsreel y el cine de la resistencia sudafricana. En el número 5 se publicó un resumen del año 1970, con la relación de los diez estrenos más importantes. Se incluyó también una planilla para que los estudiantes votaran por su película favorita. El resultado de la encuesta se anunció en el número 7 y el filme más votado resultó ser la coproducción franco-argelina Z, dirigida por Costa-Gavras. Asimismo, a partir del 6 se incorporó una lista de los estrenos clasificados con estrellas, de acuerdo a la opinión de los redactores.
Arte 7 seguía la línea ideológica marcada por el ICAIC, pero no dejaba de ser una revista que se hacía con cierta independencia con respecto a esa institución. De ahí que pronto comenzara a no ser bien vista. El empleo de las estrellas para calificar las películas fue otro motivo de descontento, pues recordaba el método que años atrás había usado Guillermo Cabrera Infante. Por otro lado, el Cine-Club Universitario había cobrado un gran auge, lo cual hizo que a partir de un momento dado el ICAIC tomase la decisión de que pasara a ser dirigido por una persona de ese organismo. Asimismo, la salida de Mora de Extensión Universitaria hizo que fuera mucho más difícil imprimir la revista. Y tras el número 16-17, dejó de salir. Finalizaba así el proyecto de un grupo de jóvenes cuyas intenciones fueron, como anunciaban en el primer número, contar con un mecanismo para “canalizar el interés existente entre muchos de nuestros estudiantes, de dar una atención cultural debidamente universitaria al arte más representativo de nuestros tiempos”.
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