Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Interacción entre cine y literatura

El penúltimo filme de Anne Fontaine es un artificio desconcertante, ingenioso y divertido, en el que se hace una interpretación irónica y modernizada de la famosa novela de Flaubert

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A punto de cumplirse 160 años de haberse publicado por primera vez, de Madame Bovary se puede decir lo que sobre ella comentó el crítico francés Charles Du Bos: “Perdura como el museo que nunca ha de dejar de frecuentar todo joven novelista que no renuncie deliberadamente a convertirse en artista”. Pero no solo son los escritores quienes acuden a la novela de Gustave Flaubert. A partir de la misma se creó una ópera y se han realizado numerosas adaptaciones para la televisión y el cine. En este último medio, a la primera rodada en 1932 se sumaron las realizadas por directores como Jean Renoir, Vincente Minnelli y Claude Chabrol. Hablo de las más conocidas por ser fieles a la obra original e incluso conservar su título. Existen, no obstante, otras versiones menos divulgadas, por ser más libres. Menciono las del inglés David Lean (La hija de Ryan), el hindú Ketan Mehta (Maya Memsaab), el portugués Manoel de Oliveira (Valle Abraham) y el ruso Alexander Sokurov (Salve y protéjame).

En este último grupo se puede incluir Gemma Bovery (Francia-Inglaterra, 2014, 99 minutos), penúltima película de Anne Fontaine (1959). Aunque también se relaciona con la novela de Flaubert, para redactar el guion la realizadora francesa tomó como base una tira cómica de la británica Possy Simmons. Apareció diariamente en el diario The Guardian y después fue editada como libro, gracias a la buena acogida que tuvo. Su título es el mismo del filme, aunque no en todos los países esto se ha respetado. En Estados Unidos, por ejemplo, se mantuvo el original de Gemma Bovery, que anticipa la verdadera naturaleza de la película. No así en España, donde se optó por el más genérico Primavera en Normandía. Eso por no hablar de Argentina, donde se estrenó con el absurdamente ridículo título de La ilusión de estar contigo.

A propósito de esto último, voy a hacer una digresión que espero el lector tenga a bien disculparme. Siempre me ha llamado la atención —y me ha irritado algunas veces— las estrafalarias transformaciones que sufren los títulos de muchas películas, cuando se estrenan en un país de otra área lingüística. Me refiero, por supuesto, a los cambios para mal. Los hay también que mejoran el original. El ejemplo que por lo general me viene a la mente es el de Propio entre extraños y extraño entre propios, el primer filme como director de Nikita Mijalkov. En Cuba se le tradujo como Fue leal para enemigos y para amigos traidor, que a mí me parece infinitamente mejor. Pero casos como ese son más bien los menos. Ahí tienen Some Like it Hot (Algunos prefieren quemarse), la película de Billy Wilder que en España se conoce como Con faldas y a lo loco. El primero es sugerente y denota inteligencia; el otro da idea de la falsa idea de que se trata de una comedia intrascendente y tonta. Ocurre igual con Gemma Bovery: de inmediato, remite al personaje de Flaubert, con lo cual se proporciona una pista al espectador. En los otros dos, por el contrario, eso se pierde, pues sencillamente se buscó un nombre más comercial con el cual engañar a los incautos. El argentino, en especial, se carga de un plumazo la perfecta concisión lograda en el original. Fin de la digresión.

En una entrevista, Anne Fontaine expresó unas palabras que pueden servir de clave para comprender y analizar su filme: “A mi juicio, el libro de Possy Simmons no es un homenaje a Madame Bovary, ni una parodia, sino más bien se trata de una interpretación irónica y modernizada”. En esa misma línea se ha movido ella al trasladar la tira cómica a la pantalla. En su cinta, hace una reinterpretación colateral de la obra de Flaubert. Establece con ella una aproximación metadiscursiva, un juego de ida y vuelta, de asociaciones y disociaciones. Extrapola la novela a su antojo, para acomodarla a la realidad contemporánea. No la respeta ni tampoco la destroza, sino que se preocupa más por lograr que su película posea vida propia. De todo lo anterior se puede deducir que exigirle a Gemma Bovery más rigor respecto a la novela, como han hecho algunos críticos, carece de sentido.

Paralelismos entre el mundo real y la fantasía novelesca

Pienso que si doy un resumen del argumento se ha de comprender mejor lo que antes apunté. Martin Jaubert es un parisino que ha vuelto a su pueblo natal en Normandía, para hacerse cargo de la panadería de su padre. De su etapa juvenil conserva una gran capacidad imaginativa y la pasión por la literatura. En especial, siente un profundo aprecio por Flaubert y por su novela más célebre. Eso lo ha llevado a dar a su perro el nombre de Gus. La vida que ahora lleva no es la que a él le gustaría. Su matrimonio se ha quedado detenido en el tiempo y se aburre soberanamente con su anodina cotidianeidad.

Un día descubre que un matrimonio inglés se ha mudado a la casa contigua a la suya (Normandía es una región donde el contacto con los británicos es común). Él es restaurador de muebles y ella diseñadora de interiores. La exaltación lo domina cuando conoce sus nombres: Charles y Gemma Bovery. Esa circunstancia es suficiente para que Martin empiece a conjurar paralelismos entre el mundo real y la fantasía novelesca. Su emoción se acrecienta cuando el comportamiento de la pareja reproduce el de los casi homónimos personajes de la novela. No importa que la hermosa joven no haya leído el libro y que tenga la intención de vivir su propia existencia. Martin está convencido de que la ficción posee extraños modos de inmiscuirse en la realidad.

Gemma Bovery es hermosa y atractiva, unos encantos ante los cuales Martin acaba por rendirse. Al mismo tiempo que se obsesiona cada vez más más con sus curiosas analogías —reales o imaginarias— con la obra de Flaubert, la atracción que siente por la sensual vecina hace que el panadero experimente un impetuoso despertar erótico. Como él mismo confiesa, cuando la joven se vuelve para saludarlo “en un segundo, con ese gesto insignificante se acabaron para mí diez años de tranquilidad sexual”.

Tanto se obsesiona con sus vecinos, que determina influir en su vida para que no corran el mismo destino de los personajes de la novela. En su labor de vigilante y voyeur, descubre que Gemma Bovery se ha hecho amante de un estudiante que se está preparando para sus exámenes en París. Algo que obsesiona aún más a Martin, quien secretamente está enamorado de ella. Pasa entonces a inmiscuirse e intervenir para que esta no termine trágicamente como Emma Bovary. Al manipular la situación, Martin se convierte en un alter ego de Flaubert. Quiere ser a la vez actor y autor, y por eso asume el papel de narrador del filme.

Parece estar escribiendo en vivo la historia. Es consciente de ello, pues en un momento comenta: “Me pasó algo curioso: me sentí un director de cine dirigiendo desde lejos a ella y a Hervé” (nombre del estudiante con quien Gemma Bovery tiene la aventura). Conviene decir además que antes de mudarse al pueblo siete años antes, Martin trabajaba como editor en París. Puede considerársele, pues, una suerte de escritor frustrado, y actúa como tal al volcar sus sueños en la joven, a quien trata de modelar como si fuese el personaje de una novela. A su vez, de todos los caracteres de la película él es el más flaubertiano. Es quien no distingue realidad de ficción. Es también el que comparte los atributos que caracterizan a la protagonista del libro: el aburrimiento vital, la frustración, la incapacidad de vencer la cotidiana verdad que lo rodea.

Con Gemma Bovery, Anne Fontaine ha realizado, con un presupuesto de 10 millones de euros, una comedia dramática que funciona eficazmente. Su filme es un artificio desconcertante, ingenioso y divertido, que al mismo tiempo que entretiene incita la reflexión. Aunque en su trama hay amores ilícitos, infidelidades, encuentros sexuales y muerte, la directora incorpora momentos de comedia que en ocasiones bordean el absurdo, como los comentarios en off y los diálogos que Martin mantiene con su perro Gus. Hay también ingredientes paródicos, así como ironía y sátira elegante. Todo eso contribuye a inyectar la dosis de ligereza necesaria para equilibrar una historia que destila un gusto por la cultura. Estamos ante una película que establece una interacción entre cine y literatura, por lo cual conviene que el espectador esté atento a los detalles y las referencias para poder disfrutar a plenitud su espíritu lúdico.

El guion, que firman Anne Fontaine y Pascal Bonitzer, desarrolla una trama que se inicia por el final y cuya progresión se va complejizando a medida que el filme avanza. La directora condensa con naturalidad y gracia el tono tragicómico. De lo cual resulta una película sencilla, inteligente y auténtica, que a ratos hace recordar el cine de Eric Rohmer. Es de destacar también la luminosa fotografía de Christophe Beaucarne, que recrea los paisajes de Normandía durante la estación primaveral. Y sobre todo, es muy de elogiar la notable labor de la pareja de actores que lleva el peso del filme. Hablo del veterano, carismático y siempre convincente Fabrice Luchini y de la británica Gemma Arterton, quien además de estar sensual y esplendorosa, desempeña un magnífico trabajo. Entre los dos se establece una buena química, que tiene su mejor ejemplo en el soterrado erotismo que irradia la escena en que ambos amasan el pan.

Quienes gusten de las versiones fieles y literales de los clásicos, lo más probable es que no gustarán de Gemma Bovery. En cambio, aquellos espectadores abiertos a las versiones contemporáneas y colaterales han de encontrar alicientes en esta película inteligente y de fino humor que no trata de la ilusión de estar junto a la persona amada ni de la primavera en Normandía, sino de cómo la vida imita el arte.

Gemma Bovery está disponible en dvd en Netflix.