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Sarduy, Cine, Literatura

La cultura nacional que se negó a los cubanos

Un documental configura un esbozo biográfico de Severo Sarduy, que combina lo íntimo y lo público, y que además ayuda a perfilar una época de nuestra historia reciente

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He tratado de hacer memoria y por más esfuerzo que he hecho, solo logro recordar un par de documentales dedicados a escritores cubanos que después de 1959 tomaron el camino del exilio. Uno es Seres extravagantes (España, 2005), dedicado a Reinaldo Arenas, y con el cual su director, Manuel Zayas, obtuvo galardones en festivales internacionales en Madrid, Nueva York y Madrid. El otro es Rara avis: el caso Mañach (Cuba, 2008) y fue realizado por Rolando Rosabal Perea. Si existe alguno más, admitiré con humildad mi desconocimiento.

El hecho de que Seres extravagantes se filmara en España dista de ser casual. Se centra en un escritor que no solo abandonó la Isla, sino que además se convirtió en un icono de la oposición al régimen castrista. Durante varias décadas, en Cuba se aplicó una política dirigida a borrar por completo a quienes salían del país. Del paraíso no se podía desertar, de modo que quienes lo hacían sencillamente dejaban de existir. No voy a extenderme más sobre ello, pues no está en mi intención escribir el capítulo cubano de la historia universal de la infamia. Solo apuntaré que esa nefasta política ha causado a la historia de nuestra cultura un daño enorme y, lo que es peor, irreparable.

Las líneas anteriores vienen a propósito de que, a la exigua lista de documentales a la cual aludí, se ha incrementado con la incorporación de un título más: Severo secreto (Cuba, 2016, 64 minutos, Violeta Producciones). Se debe al empeño y el esfuerzo de Oneyda González y Gustavo Pérez, quienes comparten el crédito de la dirección, la fotografía y el guion. La primera fue profesora de Teoría y Técnica del Documental en la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, en Camagüey. El segundo es documentalista y fotógrafo de formación autodidacta.

Los realizadores de Severo secreto redactaron una sinopsis del documental que resume su contenido: “La muerte encuentra a Severo Sarduy en plena explosión creativa. Ha trabajado como un monje y vivido casi con derroche, pero no ha vuelto al país natal. La ida sin regreso va a generar una angustia donde confluyen su forma de ver el arte, su aparente neutralidad política y hasta su sexualidad. Un retrato conmovedor surge en la voz de sus amigos, condiscípulos y compañeros de grupos literarios; de personas tan cercanas a él como el filósofo François Wahl, quien por primera vez comparte públicamente sus archivos, y ofrece testimonios sobre su método de trabajo, y su universo privado. Traducido a más de quince lenguas, es difícil entender que a veinte años de su muerte, Severo Sarduy siga siendo un misterio en su país”.

Como se deduce de esas líneas, el documental reconstruye la trayectoria biográfica y la carrera como escritor de Severo Sarduy (Camagüey, 1937-París, 1993). No debe extrañar que Oneyda González y Gustavo Pérez se interesaran por el autor de Maitreya, pues al igual que él son camagüeyanos. Unos años antes, ya la primera se había acercado a Sarduy en su libro Escrito sobre un rostro (2003), con el que, como ella misma ha expresado, se propuso “buscar aquello que se pudiera encontrar sobre el escritor, en la ciudad donde nació, y apenas era conocido”. Reunió así un conjunto de ensayos y testimonios acerca de su etapa de juventud en Camagüey.

Hecho con un equipo reducido

Cuando dije que Severo secreto se debe al empeño y el esfuerzo de sus realizadores, no estaba empleando una frase hecha. Al no contar con el apoyo económico de ninguna institución cubana, tuvieron que producirlo con sus propios recursos. Y para un cineasta que reside en la Isla, sacar adelante un proyecto audiovisual, por muy modesto que sea, resulta muy difícil. Oneyda González y Gustavo Pérez pudieron financiar el documental gracias a que enviaron el proyecto a certámenes de cine en construcción del extranjero.

Obtuvieron así financiamiento de Cinergia e Ibermedia, que les permitió viajar a rodar testimonios en Francia y España. A eso se sumó, ya en el proceso de postproducción, la ayuda que el Fondo Noruego da al cine cubano. Finalmente, el documental se vio beneficiado con la beca de investigación que conceden los Amigos de la Biblioteca de Princeton. En esa universidad, los cineastas pudieron consultar el material visual allí atesorado y completar la información necesaria, aparte de grabar algunas entrevistas adicionales. El trabajo fue hecho con un equipo muy reducido, que además de los dos realizadores, incluía a Yoan Wilcox, quien tuvo a su cargo el montaje. En la etapa final se incorporaron Ernesto Oliva (música original) y Velia Díaz de Villalvilla (diseño de sonido).

“La biografía de un hombre es un corte bastante arbitrario. ¿Por qué ha de comenzar forzosamente en el momento en que un hombre nace y terminar en el momento en que ese hombre muere? Entonces yo tuve la idea de ampliar esta biografía, puesto que hay una especie de biografía que continúa post mortem. Y además empezar mi biografía antes de mi nacimiento, puesto que la vida de un hombre empieza evidentemente mucho antes de su nacimiento y quizás continúa después de la muerte”.

Con estas palabras de Sarduy pertenecientes a una entrevista hecha en la televisión, comienza el documental. Mientras se escucha su voz, una mujer que lleva guantes va colocando sobre una superficie blanca objetos que forman parte del archivo del escritor que hoy se halla depositado en la Universidad de Princeton: piedras pulidas, amuletos, cabezas de santos. Los realizadores aplican esa concepción de la biografía de una persona, y lo primero que después se muestra son fotos de algunos artículos que dan la noticia de su fallecimiento.

Sigue entonces un salto en el tiempo a 1960. El poeta Manuel Díaz Martínez cuenta la escala en España, cuando él y Sarduy iban hacia París. Este último llegó con veintitrés años, y tenía una beca para estudiar Historia del Arte en la Ècole du Louvre. Ignoraba que había emprendido un viaje sin regreso, pues nunca más pudo pisar su tierra natal. No tenía la idea de quedarse para siempre en Francia, pero la orientación política que fue tomando la revolución que llegó al poder en 1959 hicieron que cada vez se fuera distanciando más del sueño del retorno.

Uno de los primeros testimonios, y también de los más valiosos, es el de François Wahl, editor de Jacques Lacan y Roland Barthes, quien fue su compañero sentimental de Sarduy y además lo ayudó a introducirse en el mundo intelectual francés. Orientó sus lecturas y lo ayudó a luchar contra la nostalgia y el desarraigo, así como a integrarse en su país de residencia. Cuenta que lo conoció en la Capilla Sixtina, en Roma, donde Sarduy, sin conocerlo, se dirigió a él con una frase tonta. Iniciaron así una conversación, de la cual Wahl destaca la extraordinaria facilidad con que el joven cubano pasaba del español al italiano.

Escritor radicalmente no realista

Wahl comparte con los realizadores parte de los archivos de Sarduy que conservaba. Habla de sus hábitos y métodos de trabajo y revela detalles que formaban parte de su universo privado. Sarduy fue, como él comenta, un escritor radicalmente no realista, que consideraba el lenguaje no como descripción sino como creación. “La literatura nunca debe ser transparente”, recuerda que le expresó más de una vez.

Gracias a Wahl, Sarduy conoció a los principales estructuralistas que editaban Tel Quel. Colaboró en esa revista y además estableció una amistad entrañable y profunda con el filósofo Roland Barthes. En 1967, este publicó en La Quinzaine Litteraire un comentario sobre la traducción al francés de Donde son los cantantes, donde escribió: “El texto de Severo Sarduy merece todos esos adjetivos del léxico literario: brillante, vivo, sensato, divertido, inventivo y afectivo”.La muerte del autor de El grado cero de la escritura significó para él un golpe devastador. Así lo sostiene Gustavo Guerrero, quien además de dedicar a la obra de Sarduy el ensayo La estrategia neobarroca (1987), se ocupó de preparar, junto con Wahl, sus Obras Completas para la colección Archivos-Unesco.

De esa etapa en que Sarduy era un escritor reconocido internacionalmente, el documental retrocede en el tiempo a sus inicios. Se mudó a La Habana, donde dio a conocer algunos textos en las revistas Carteles y Ciclón. En 1959, vio el triunfo de la revolución como un hecho liberador, y en los primeros meses participó en las actividades públicas en que intervinieron otros miembros de su promoción. Colaboró en Diario Libre, donde se ocupó de la página literaria junto con Raimundo Fernández Bonilla, Frank Rivera y Manuel Díaz Martínez. Trabajó en el diario Revolución y publicó críticas sobre arte en Lunes de Revolución. De todos modos, la labor que entonces realizó en ese sentido no fue mucha porque al año siguiente partió para Francia.

Durante las distintas intervenciones de los entrevistados, van surgiendo diversos temas. Uno que me parece pertinente destacar es el de la intervención de Sarduy en Conducta impropia, el documental sobre la represión de los homosexuales en Cuba realizado por Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal. Como este último cuenta, las palabras de Sarduy dejaron a ambos perplejos, pues no entendieron nada de lo que quiso decir. Al final, optaron por no incluirlas en el film, pero sí las incluyeron en el libro que publicaron.

En ese discurso estructuralista, Sarduy no coloca la política en el centro, ni hace referencias directas a la homofobia desatada por el régimen y a las UMAP. No obstante, del mismo se pueden extraer algunos fragmentos en los cuales a su manera se refiere a ello. Copio dos que están reproducidos en Severo secreto: “¿Qué viejos mitos, qué prejuicios persistentes, qué rumor de fondo la revolución trajo, violentamente, a la superficie, a la visibilidad?”; “Con sus himnos, tropicalizados, con guayaberas y maracas, con esplendentes banderolas flotando al viento, la Inquisición estaba de nuevo en marcha”.

El documental tomó a sus creadores casi diez años de trabajo. Eso se advierte, entre otros aspectos, en la buena investigación en que se sustenta. Los viajes a París, Nueva York, Miami, permitieron a los realizadores encontrar personas que sacan a la luz facetas poco conocidas de Sarduy. Ese es el caso de la galerista Lina Davidov, quien por primera vez expuso su labor como pintor. Fue en 1990 y la muestra llevaba como título Tableaux manuscrits. Davidov recuerda que era una manifestación que no le era desconocida, pues cuando aún se hallaba en Cuba escribió crítica de arte. Para ella, era un pintor cabal, no un escritor que en sus ratos libres se dedicaba a pintar. Y afirma que su obra plástica posee un aspecto extraño, algo personal que viene de dentro.

Otro de los bloques se centra en la etapa camagüeyana del escritor. Ariel Barrera, quien fue su compañero de estudios, comenta que era tímido, aunque sociable. De esos años data su conocimiento de Dolores Rondón, una mujer que allí era personaje legendario. La convirtió en personaje de una de sus novelas y su sueño era ser enterrado junto a su tumba. Fue un buen estudiante, y durante todos los cursos se mantuvo como el primer expediente de su grupo. En 1955 se graduó como bachiller en Ciencias y Letras, en el Instituto de Segunda Enseñanza de la capital agramontina. Ese mismo año se mudó con su madre a La Habana, donde empezó a estudiar medicina.

A lo largo del documental, surgen varios aspectos de la vida de Sarduy sobre los cuales existen distintas opiniones. Uno es el hecho de que, pese a haber vivido durante varias décadas en Francia, escribió todos sus libros en español. De acuerdo a algunos testimoniantes, eso respondía a que el escritor se dirigía a los lectores de habla hispana y, en particular, a sus compatriotas. Tenía la ilusión y la esperanza de que estos pudiesen leerlo, algo que no sucedió. A excepción de De donde son los cantantes, hasta hoy su obra narrativa y ensayística sigue sin publicarse. Otra cuestión que aflora es la de por qué nunca volvió a Cuba. A esa interrogante, Luis Marré da una respuesta contundente: “Cuba estaba para no visitarla”.

Perfil de un hombre y de una época compleja

Hasta aquí, he aludido a algunos de los testimoniantes. A continuación cito los nombres de los que intervienen en el documental: Manuel Díaz Martínez, François Wahl, Rafael Rojas, Rubén Gallo, Gustavo Guerrero, Ramón Alejandro, Ambrosio Fornet, Xavier d’ Arthuys, Fausto Canel, Orlando Jiménez Leal, Juan Goytisolo, Antón Arrufat, Roberto González Echevarría, Amparo Fernández, Ariel Barrera, Gladys del Pilar Castellanos, Manuel Villabella, Oliverio Agramonte, Luis Marré, Lina Davidov, Eduardo Martínez, Nelda Castillo, Catalina Quesada y Víctor Fowler.

Varias de esas personas son testimoniantes autorizados, pues fueron amigos o trataron a Sarduy. Otras lo conocen solo a través del estudio de su obra. Entre los testimonios que ofrecen en el documental, hay, como es natural, de todo. Conviene decir que, en general, abundan los que aportan revelaciones y datos valiosos. Pero, como comentó Norge Espinosa, también hallamos “desde quien repite algunas obviedades con acento académico hasta quienes insisten en dejarse llevar por una especie de ‘espiritismo sentimental’ (‘Severo está aquí, su espíritu está aquí’), del cual tal vez Sarduy se hubiese reído”.

A través de ese coro de voces se va configurando un esbozo biográfico de Sarduy, que combina lo íntimo y lo público, y que además ayuda a perfilar una época de nuestra historia reciente. Tras el visionado del documental, tenemos un retrato conmovedor y justo de un hombre amable, distinguido, que poseía una elegancia natural, y que hasta el fin de sus días fue fiel a sí mismo. De él han quedado muchas imágenes, pues como alguien apunta le gustaba que lo fotografiaran. Goytisolo comenta que se tomaba muy poco en serio, y recuerda que no tuvo recato en aparecer desnudo en la revista Cosmopolitan. Quedan plasmados además su trayectoria intelectual en Europa, su valioso legado literario, así como el hecho singular, resaltado por Roberto González Echevarría, de que un escritor tan cosmopolita surgiera de un ambiente provinciano.

Las grabaciones a los testimoniantes van combinadas con otras que recrea las ciudades vinculadas a Sarduy: Camagüey, La Habana, París. Los realizadores incorporaron además parte de una entrevista hecha a él en la televisión. Se ha fragmentado y va distribuida en distintos momentos. Es una idea acertada, pues permite que el escritor esté presente. Se han usado, asimismo, fotos y materiales de archivo. Todo ese material audiovisual adquiere coherencia artística gracias al buen trabajo del editor, quien contribuyó a enhebrarlo. Los realizadores, por su parte, sin descuidar su carácter informativo y reflexivo del film, adoptan el buen criterio de darle un tratamiento imaginativo. Ejemplo de ello es la inclusión de secuencias como la pelea de gallos y la del rostro de Sarduy que durante todo el documental va siendo esculpido en una pared.

En una entrevista, Pérez definió Severo secreto como “un documental que aspira al diálogo, que aspira a encontrarnos, no a separarnos (…) Es un documental de reconciliación de Severo con su país, para que la gente lo conozca”. Por su parte, su compañera agregó que “si de algo puede servirnos hoy tener experiencias y conocer de historias como la de Severo, es, si resulta posible, para que no se repitan nunca más”. Y expresa: “Tal vez los aspectos que abordamos no son los que muchos esperan, de las tantas aristas desde las que se podría representar a Severo; pero va por ese camino: brindar la posibilidad de amar a estas personas que nos hemos perdido y que constituyen una zona de la espiritualidad cubana que está siendo disfrutada en muchas partes, menos en Cuba. Es toda una zona de la cultura cubana que se escapa de la isla, de la cual debemos ocuparnos para que regrese de alguna manera”.