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La dimensión mágica de Cuba

Hace sesenta años se publicaron los Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera, que Alejo Carpentier calificó como una obra maestra de una deslumbradora originalidad

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En estos tiempos en que los estantes de las librerías están abarrotados de libros light y de usar y tirar, el volver a nuestros clásicos y, en general, a nuestros buenos autores es una alternativa doblemente gratificante. Son obras que siempre revalidan su perenne actualidad y con ellas no corremos el riesgo de malgastar el tiempo que invertimos en su lectura. O más bien en su relectura, pues como apuntó Italo Calvino los clásicos son esos libros de los cuales se suele decir: “Estoy releyendo…” y nunca “Estoy leyendo…”.

Por eso yo trato de combinar la lectura de textos de reciente publicación con la revisitación de aquellos otros que hace mucho dejaron de ser novedad. Hago así míos aquellos versos de Francisco de Quevedo: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Y justamente en estos últimos días me he dedicado a conversar y escuchar con los ojos un libro que este año cumple seis décadas de haber visto la luz por primera vez. Me refiero a Cuentos negros de Cuba, de Lydia Cabrera (1899-1991).

Libro singular en más de un aspecto, que Alejo Carpentier no dudó en calificar de obra maestra, tuvo la peculiaridad de que se publicó en francés primero que en el idioma en que originalmente fue escrito. Es oportuno recordar que Lydia Cabrera vivió en París entre 1927 y 1938. Allí realizó estudios de pintura en L’ Ecole du Louvre y se relacionó con escritores y artistas como Alfred Metraux, Roger Bastide, Pablo Neruda, Paul Valéry y Wifredo Lam. Dedicó además especial atención a las culturas y religiones orientales, y como ella misma comentó, “por ese camino llegué más tarde a lo nuestro. Repito siempre que descubrí a Cuba a orillas del Sena”. Y en cuanto al origen de sus Cuentos negros de Cuba, precisó: “Mis cuentos se publicaron por casualidad. Un día hablando con Francis de Miomandre sobre una calabaza negra que había comprado en el marché aux puces -me gustaba mucho el arte negro-, pasamos a conversar de la cultura africana. Le conté que tenía una serie de cuentos que iba escribiendo para entretener a Teresa de la Parra (él era amigo de ambas), quiso verlos. Le gustaron, se los llevó y por su cuenta los entregó a Paul Morand que los quiso para la colección que dirigió en Gallimard”.

Hay una referencia a esos cuentos en una carta que la escritora venezolana le dirigió a Lydia Cabrera, y en la cual le apunta: “¿Sabes que tienen una variedad extraordinaria? Los veo en un libro (tienes para varios tomos) amenísimo”. Probablemente ambos estímulos, el de Teresa de la Parra y el de Francis de Miomandre, influyeron para que Lydia Cabrera entregara a la imprenta aquellos textos que nunca pensó publicar. Algunos de ellos aparecieron en revistas tan prestigiosas como Les Nouvelles Littéraires, Cahiers du Sud y Revue de Paris. En 1936 se publicó el libro, con el título de Contes nègres de Cuba y bajo el sello editorial de Gallimard. La versión a ese idioma fue hecha por de Miomandre, traductor, entre otros autores, de Francisco de Quevedo, Teresa de la Parra, Juan Montalvo, Gabriela Mistral y Miguel de Cervantes, y quien en 1931 había recibido el Premio Sylla-Monsegur por su elogiada traducción de Leyendas de Guatemala, de Miguel Ángel Asturias.

La escritora cubana Lydia CabreraFoto

La escritora cubana Lydia Cabrera.

El libro tuvo una buena recepción crítica, y entre otros lo reseñaron Jean Cassou y Guillermo de Torre. Particularmente elogioso y lúcido fue el artículo que publicó en la revista habanera Carteles Alejo Carpentier, quien ya desde las primeras líneas pone de manifiesto su entusiasmo: “Acaba de publicarse en París un gran libro cubano. Un libro maravilloso. Un libro que puede colocarse en las bibliotecas al lado de Kipling y Lord Dunsany, cerca del Viaje de Nils Lorgensson, de Selma Lagerlöf… Y ese libro ha sido escrito por una cubana. ¿Percibís toda la importancia del acontecimiento?”.

Carpentier destaca su condición de obra única en nuestra literatura, que aporta un acento nuevo. Los cuentos de Lydia Cabrera, apunta, “son de una deslumbradora originalidad” y “salvan los límites de nuestras fronteras de agua salada. Conquistan un lugar de excepción en la literatura hispanoamericana. Y, como obra de mujer, crea un precedente”. Se extiende sobre este último punto y comenta que nuestras autoras nos han habituado a expresiones que llegaron a representar, para nosotros, sinónimos de una determinada sensibilidad femenina. Y expresa: “Lo raro es hallar en nuestro continente una escritora ávida de explorar nuestras cosas en profundidad, esquivando aspectos superficiales para fijar hombres y mitos de nuestras tierras con esa finísima inteligencia femenina (…) El tipo de escritora a lo Selma Lagerlöf, a lo Emily Bronte, es casi desconocido en América”. Eso lo lleva a afirmar que Cuentos negros de Cuba es un libro que sienta un precedente fecundo. Que no hubiese podido ser escrito por un hombre y que, al mismo tiempo, se aparta de las habituales preocupaciones de nuestras autoras.

Entre la literatura de creación y la investigación

La primera edición en español del libro apareció en La Habana en 1940 y se imprimió en La Verónica, propiedad del poeta español Manuel Altolaguirre (a éste y a Teresa de la Parra se debió la iniciativa de que se publicase). Llevaba un prólogo de Fernando Ortiz, quien fue orientador y maestro de la autora. Así lo recuerda él al anotar que “este libro es el primero de una mujer habanera a quien hace años iniciamos en el gusto del folclor afrocubano”.

La escritora Lydia Cabrera, acompañada de una de sus informantes. Foto: Cuban Heritage CollectionFoto

La escritora, acompañada de una de sus informantes. Foto: Cuban Heritage Collection.

Y antes de seguir ocupándome del libro que motiva estas líneas, me parece oportuno hacer notar, citando a Manuel Pedro González, la vocación y el destino tan curiosos de esta intrépida y notable mujer. Hija de un ilustre y notable escritor, Raimundo Cabrera; educada en un ambiente de amplio bienestar económico, de refinamiento y cultura; blanca por los cuatro costados; con larga residencia en París en íntimo contacto con las figuras más representativas de la alta cultura francesa, consagró su vida, no obstante, al estudio de la religión y el folclor afrocubanos. Conviene recordar que al igual que Ortiz, realizó su magna obra “contra viento y marea, en medio de una helada indiferencia ambiental, cuando no a despecho de la hostilidad más o menos franca o embozada de muchos compatriotas que le reprochaban el haber dignificado estas expresiones de la cultura y la idiosincrasia cubanas, elevándolas a la categoría de temas y objeto de estudios serios”.

Ante Cuentos negros de Cuba el lector puede albergar dudas y preguntarse si son obra de escritora o recopilación de folclorista. Ahí es donde, a mi juicio, cumple muy bien esa condición de libro peculiar y sui generis señalada por Carpentier. Los cuentos de Lydia Cabrera oscilan entre la literatura de creación y la investigación pura. Participan de ambas, pero no se inscriben rigurosamente en ninguna de las dos. Guillermo Cabrera Infante acuñó el término antropoesía para definir la mezcla de antropología y poesía con que Lydia Cabrera recobró las leyendas hechas religión traídas con la esclavitud a Cuba.

Esos relatos y leyendas le llegaron en su forma original, otras adulterados y enriquecidos con elementos incorporados en Cuba. Al reescribirlos, trató de no desvirtuarlos ni traicionar a sus anónimos informantes, pero los recreó y rehízo a su manera, imprimiéndoles su personalidad. Su labor sobrepasa así el mero ejercicio de literatura oral o de investigación etnológica y eso se materializa en unos cuentos muy distintos a los recogidos por ella. Basta compararlos, por ejemplos, con los que Rómulo Lachatañeré recopiló en 1938 en ¡Oh, mío Yemayá!, en los cuales no hallamos el nivel de elaboración formal que poseen los de Lydia Cabrera.

“La primera noche, la luna apareció como un pelo.// Luego, como el filo de una hoz transparente; luego, como una tajada de melón de Castilla chorreando su almíbar; luego… como la rueda de un molino; y al fin se desprendió y cayó en el boquerón de la noche, donde el Escondido Siempre, que nadie ha visto -el que está en el fondo de lo que no tiene fondo- machaca con una piedra las lunas viejas, para hacer estrellas, mientras viene otra luna nueva”. A través de ese fragmento, que pertenece al inicio de uno de los textos de Cuentos negros de Cuba, resulta fácil advertir que Lydia Cabrera no se limitó a transcribir las narraciones orales recogidas por ella. En las veintidós narraciones que integran el libro hay abundantes muestras de sensibilidad poética, inteligencia y riqueza imaginativa, que denotan el singular talento de la escritora. Hay asimismo ramalazos de un humor picaresco y malicioso, que años más tarde se explayará a plenitud en dos libros deliciosos, Ayapá: Cuentos de Jicotea (1971) y Cuentos para adultos niños y retrasados mentales (1983).

Lydia Cabrera elevó las expresiones de la cultura afrocubana a la categoría de estudios serios. Foto: Cuban Heritage CollectionFoto

Lydia Cabrera elevó las expresiones de la cultura afrocubana a la categoría de estudios serios. Foto: Cuban Heritage Collection.

Y sin que me anime la pretensión de resumir todos los aciertos y hallazgos del libro (“nada podrá daros una idea del estilo prodigioso de estos relatos llenos de sol y de trópico”, advirtió Carpentier), quiero mencionar la incorporación de elementos criollos y costumbristas en unas historias que originalmente surgieron en África. Así, en “El caballo de Hicotea”, ésta, que en realidad es un personaje masculino, lee La Habana Elegante. En “La prodigiosa Gallina de Guinea” la protagonista recorre las calles de La Habana, mientras hace bailar, a ritmo de comparsa, a la chusma libre y gozosa (“bozales, ladinos, criollos, rellollos, negros, blancos y amarillos”), así como al Cuerpo Legislativo, el Alcalde, el Obispo, el Gobernador y el mismísimo Rey de España.

Y no puede ser más cubano el lenguaje con que se expresa Juana Pedroso, un personaje de “Apopoito Miamá”: “¡Ay, niña! En mala hora se le ocurrió venir a este pueblo con ese negro tan lindo que ha traído, y que Dios se lo conserve por muchos años con agrado. ¿No sabe que a la otra puerta vive la mujer que solivianta a los hombres? Le digo, vecina, la mulata de ojos verdes que no se quita del postigo y siempre le está comprando al chino jabones y sederías… ¡Es muy parejera! Ya estará ella en remojo, afilándose los dientes y gandisiosa de su marido. ¡Cuidado, vecina, tiene jiribilla!... No sea cosa que después diga que por qué no se lo dije… O que a mí se me quede en la conciencia clavado como una espina. Ahora mismo me lavo las manos. Esa individua separa cuanto matrimonio se tropieza en su camino, y no hay negro ni blanco a quien no revire”.

Quiero concluir estas notas con algo que el poeta Gastón Baquero escribió acerca de Lydia Cabrera y que se aplica con exactitud a sus Cuentos negros de Cuba: “Para mí lo más importante de la obra de Lydia Cabrera representa el poder conocer a fondo, a través de ella, una de las dimensiones del alma nacional, la dimensión mágica. ¿Qué sería de las Islas, de nuestras dulces Islas antillanas, si perdiesen el vínculo de temblor y gozo con la divinidad, si dejasen de ser mágicas, alucinadas, atesoradoras de secretos?”.