cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Literatura

La excelencia y la chapuza

Pedro I, la obra maestra de Alexéi Tolstói, llega de nuevo a los lectores cubanos en una edición inaceptablemente descuidada, que constituye una flagrante falta de respecto al autor y los lectores

Enviar Imprimir

Al inicio de su Vida del señor de Moliére, Mijaíl Bulgákov hace que su narrador imagine que está presente en el momento cuando vino al mundo el célebre dramaturgo francés. Y cito sus palabras: “Me atrevería a afirmar sin temor a equivocarme que de haber podido yo explicar a la digna partera a quién estaba ayudando a nacer, es posible que de la emoción la mujer hubiera ocasionado al niño, y por tanto a Francia entera, un daño irreparable”.

El narrador, que lleva una larga bata con enormes bolsillos, sostiene en su mano una pluma, “de ganso, no de metal”. Al ver cómo la partera trata al recién nacido, le dice: “¡Señora! ¡Trate al bebé con más cuidado, no olvide que ha nacido antes de hora! La muerte de esta criatura significaría una pérdida penosísima para su país”. Unas palabras a las que la mujer responde: “Por Dios, pero ¿qué dice usted? ¡La señora Poquelin bien puede parir otro!”. Lo cual, a su vez, da lugar a que el narrador le conteste: “La señora Poquelin nunca alumbrará un hijo como este, ni en varios siglos ninguna otra lo hará”.

Algo similar a lo que imaginariamente expresa el narrador de Bulgákov, me hubiera gustado a mí decir en otra situación. Me refiero a la etapa en que fue preparado para la imprenta Pedro I (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2009, 876 páginas). Sin pretender, líbreme Dios de ello, emular con el gran escritor ruso, habría dicho a las personas que se encargaron de esa labor: “¡Un poco más de rigor, señoras mías! ¿O es que acaso no saben que lo que tienen ante ustedes es una de las grandes novelas históricas de la literatura rusa, una obra que hace plena justicia al elogio de Máximo Gorki de que es «un libro para siempre»?”.

Pero desafortunadamente, lo anterior nunca ocurrió y no pasa de ser pura imaginación. Tales palabras nunca tuve la oportunidad de expresarlas, y la realidad es que la excelente novela de Alexéi Tolstói ha llegado a manos del público cubano en una edición que no cabe menos que calificar de desastrosa. En mis muchos años de lectura, no recuerdo haber dado con un libro hecho con tanto descuido y con tanta falta de respecto al autor y los lectores. De haberse impreso antes de 1989, habría provocado, cuando menos, una carta de protesta de la Unión de Escritores de la extinta Unión Soviética, por semejante ultraje a uno de sus clásicos.

Al inicio del libro aparece una página titulada A modo de presentación. En ella se explica que para preparar la presente edición se partió de dos anteriores: la de tres tomos de Arte y Literatura (1976) y la de la editorial moscovita Prosvieshchenie (1989). De esta última se tomó además el prólogo de V. I. Baránov. Esas páginas, sin embargo, se no reproducen íntegramente. A lo largo de las mismas figuran siete indicaciones de […], para indicar que se ha suprimido parte del texto. Ante eso, uno se pregunta por qué no se encargó un nuevo prólogo, en lugar de reproducir fragmentariamente uno que, a todas luces, a juicio de los editores de Ciencias Sociales no ameritaba ser reproducido en su totalidad. Ya en esas páginas introductorias hay un descuido que marcará la nota dominante de esta edición de Pedro I. La oración que comienza “¿Acaso no es simbólico…” no tiene al final el signo de interrogación con que debió cerrarse.

Errores de diversos tipos

Confieso que cuando llevaba leídas unas setenta páginas del libro, decidí corregir en el margen de la página las erratas que fuera encontrando. Las halladas hasta entonces me hacían presumir que iban a ser unas cuantas, y en efecto, así fue. En total, tengo marcados 208 errores, aunque debo aclarar que hubo otros que no registré porque hubiese implicado hacer anotaciones un poco más extensas, o simplemente porque no sabía cómo corregirlos.

Los errores son de diversos tipos. Hay palabras acentuadas incorrectamente, mientras otras que requieren la tilde no la tienen. En unos casos, no se usan mayúsculas donde deberían ir (“-ese dinero te lo devolveré”). Por el contrario, en otros donde no van se las incluye (“Pero, ¿Cómo entonces…”, “uno de Los caballos”). Hay también palabras que se han separado como si fuesen dos (“Aliosh ka”), y a otras se las ha unido en una (“elnombre”). Asimismo a lo largo del voluminoso libro, el lector se topa con estupor con pifias como “tiene el alma llena pensamientos”, “el viento norte helada los caminos”, “el enemigo ha tratado mucho en rendirse”, “nos vámonos de aquí”, “les alegres cortinados”, “bordaos en plata”, “aves de repina”, “como a si se desplazara”, “corre el rumos”, “reconstruir el puede”, “nosotros les pagarnos”.

El descuido de los editores hace que en algunas ocasiones los textos sean incomprensibles: “hace mucho desapareciera el cuero que los euforia”; “Piotr estiró el cuello y se tomó con las manos del barco”; “la tempestad era tal vez más peligrosa para los suecos que para los suecos”; “acercando la pipa a fe de vela”. Esa falta de rigor con que fue preparada la edición, obliga a que la novela de Alexéi Tolstói haya que leerla con especial atención, de modo de ir corrigiendo mentalmente errores que darían lugar a una interpretación errónea. Pongo unos pocos ejemplos para ilustrar lo que quiero decir: “las leves suecas” (las leyes suecas), “las poleas de los panis” (las peleas de los panis), “habla mojado” (había mojado), “corrían animándose a las paredes” (corrían arrimándose a las paredes). Hay una errata que recomiendo se tome en cuenta cuando se vaya a hacer una selección de las más graciosas. En la página 748 debió decir “unas cigüeñas se paseaban”, pero lo que se lee es “unas cigüeñas se pajeaban”. Y sin ánimo de agotar la extensa nómina de pifias del libro, quiero señalar una para la cual no logré hallar justificación. ¿A qué criterio responde el que la palabra Dios, que figura cientos de veces, aparezca siempre escrita con minúscula?

En fin, no vale la pena seguir martirizando al paciente lector de estas líneas. Si me he visto obligado a redactar estas líneas, es a causa de las lamentables condiciones en que llega a manos de los lectores de la Isla la novela de Alexéi Tolstói, que en principio iba a ser el verdadero motivo de este trabajo. Dado que no es conveniente mezclar la excelencia en la creación literaria con la chapuza, prefiero dejar para la semana próxima el comentario sobre la excelente novela del escritor ruso.